Sálvala

Los Clifford estaban aterrorizados.

Pude verlo en la forma en que la mujer apretaba los puños, en cómo el hombre sudaba mientras trataba de mantener una sonrisa temblorosa.

—Señor… Emily no está disponible —balbuceó la mujer, con voz trémula—. Pero tenemos otras niñas igual de dulces y obedientes.

—No me interesa ninguna otra —espeté, dejando que mi tono gélido los envolviera en miedo—. Vine por Emily.

El hombre tragó saliva.

—¿Por qué precisamente ella? —preguntó, intentando sonar casual, pero su voz le falló.

Di un paso hacia él y observé cómo retrocedía instintivamente.

—No tengo por qué darles explicaciones —sentencié con dureza—. O me entregan a Emily o estarán en graves problemas.

La amenaza era clara. Y ellos lo sabían.

La mujer soltó un jadeo ahogado y tomó la mano de su esposo, quien la miró con el rostro empapado de sudor.

—la niña enfermó… —confesó él finalmente—. Tuvimos que aislarla del resto.

Le sostuve la mirada.

—Llévenme con ella.

—No es seguro —se apresuró a decir la
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