¿Qué les parece la actitud de Juan Andrés? Leo la respuesta en sus comentarios y reseñas.
Paula apretó los puños, contó hasta diez, conteniéndose, pero las burlas y humillaciones, seguían. —Ningún trabajo es deshonra, pero ustedes desconocen de eso, porque no saben lo que es ganarse el pan con el sudor de la frente —rebatió Paula, respirando agitada. La pareja carcajeó al escucharla. —Ahora te defiende tu empleada de servicio —dijo Fátima, miró a Paula con desdén. La mirada de Andrés se oscureció por completo. —Ella no es mi empleada. —Tomó por la cintura a Paula, la pegó a él—. Es mi esposa. La mujer parpadeó, abrió los labios y observó con desprecio a Paula. —Como te ha cambiado el gusto, ahora te conformas con lo corriente. Juan Andrés ladeó los labios. —Prefiero la sencillez de Paula, a la fina lencería que sueles usar, para seducirme. Fátima enrojeció por completo. Iván su novio la miró con seriedad. —Es una broma, cariño. —Claro que no, sé bien del lunar que tienes al terminar tu espalda, y de los kilos de más en tu abdomen, por eso te la pasa
En la hacienda mientras Cris jugaba con los demás niños, en la plantación se dio inicio a la grabación del video. Habían ensayado minutos antes, todo parecía en orden, pero Andrés no se veía convencido del todo. —Que el maquillaje de Paula se vea natural, no quiero que la produzcan, deseo que resalten su sencillez —ordenó Juan Andrés. La chica encargada del peinado y maquillaje asintió. Paula inhaló profundo, estaba vestida como una recolectora, lucía unos jeans, una blusa blanca, bordada, su largo cabello oscuro, caía en suave ondas sobre sus hombros, enmarcando su bello y angelical rostro. —Quiero una toma a todos los cafetales y a los recolectores —ordenó Andrés. Una vez que Paula estuvo lista, la primera toma se la hizo desde el coffee lodge de la hacienda, ahí la chica aparecía, vertiendo de una jarra en una taza, el humeante café, y luego sonreía y la presentaba a la cámaras, como invitando a beber aquel líquido. —No me gusta —dijo Andrés, él era demasiado perfeccionist
Juan Andrés se acercó hacia Miguel, observó en el rostro de su hermano profunda confusión. —¿Qué está pasando? ¿Te encuentras bien? El pecho de Miguel subía y bajaba agitado, sacó del bolsillo su móvil, y le mostró a su hermano todo lo que decían de Lu. Juan Andrés observó las imágenes, ya las conocía pertenecían al catálogo, inhaló profundo, apretó los puños, le parecía algo indignante que expusieran así a Luciana. —¿Qué es lo que te afecta? Tú sabías bien a lo que ella se dedicaba, ¿acaso pensaste que solo acompañaba a los clientes? Juan Miguel alzó su rostro, abría y cerraba sus puños, su respiración era irregular. —¡Lo sé! —gritó—, pero me duele, y no por mí, sino por ella. —La voz se le quebró—, me quiere dejar, justo ahora que empezaríamos una vida juntos, Lu terminó conmigo. —Lo lamento —respondió Andrés. —¿No has pensado en algo para detenerla? ¿Te vas a dar por vencido? Miguel enfocó su vista en su hermano, lo observó con atención. —¿Qué quieres que haga? ¿Qué l
Paula se encontraba en la terraza de la casa, observaba el paisaje. Lu luego de llorar se había quedado dormida, pero ya más tranquila, entonces su mirada se enfocó en la masculina figura de Juan Andrés, quien se erguía con majestuosidad encima de aquel caballo. El estómago de Paula se encogió al verlo galopar sobre la yegua, y de pronto el centro de su intimidad palpitó ansioso. Ella tenía los labios separados, y se imaginó de nuevo en brazos de él, la piel se le erizó. Juan Andrés ladeó aquella sonrisa seductora, observó a Paula desde el caballo, y notó como lo miraba embelesada. —¿Necesitas una cubeta? —indagó con suficiencia. Paula reaccionó de golpe, sacudió la cabeza al escucharlo. —No te creas tan importante, he visto mejores cosas que tú. —Lo señaló con la mano. Juan Andrés bufó al escucharla, bajó del caballo, y se lo entregó a uno de los peones, caminó irguiendo el mentón, y dando pisos firmes, hasta la puerta, entonces alzó su cabeza para volver a mirar a Paula.
Las pupilas de Juan Andrés se dilataron, y su virilidad se endureció y aumentó de tamaño, sus labios se separaron y la respiración se le acortó. «¿A qué está jugando?» se cuestionó, a pesar de que la sangre hirvió en sus venas, y que sus manos se movían inquietas ansiando palpar esa suave piel, y recorrer aquellas curvas. —Te queda bien —carraspeó. «¿Eso es todo?» cuestionó Paula, el rostro se le llenó de decepción. «¡No debí hacerle caso a Lu!» dijo en su mente, sintió como un nudo se le atoraba en la garganta. —No te interrumpo más —mencionó con la voz entrecortada, se inclinó y tomó la bata—. Buenas noches. —Con rapidez desapareció por el pasillo, se encerró en la habitación. —¡Eres una tonta Paula, él ha visto mejores cuerpos! —se reprochó, se metió bajo las cobijas y apretó los labios para llorar en silencio. ****Juan Andrés cerró los ojos, se mordió los labios, fue a la cocina por un vaso con agua helada, lo requería, antes de perder la cabeza, e ir a buscarla; sin embargo
En la suite de uno de los más lujosos hoteles de la ciudad, el cuerpo desnudo de Lu, reptaba encima del de Miguel, él la sostenía de las caderas, la observaba con las pupilas dilatadas, embelesado por su belleza. Sus firmes pechos danzaban al mismo ritmo que el bamboleo de sus caderas. La una mano de él, se posó en uno de los pezones de Luciana, lo masajeó y acarició, provocando en ella un corrientazo que le hacía arder la piel. Lu inclinó su espalda hacia adelante, buscó los labios de Miguel, lo besó con dulzura, introduciendo su lengua en la boca de él, acariciándolo. —Te amo Juan Miguel Duque —declaró con el corazón temblando, y la respiración agitada. —No más que yo, Lu —respondió él, la tomó por las mejillas, la besó con urgencia, y luego sus manos descendieron por la espalda de ella, y la tomó por las caderas, y giraron sobre el lecho. Luciana quedó bajo el cuerpo de él, su piel se estremeció desde la punta de los pies, hasta su cabello, cerró sus ojos al sentir como la l
La voz de aquel hombre fue gruesa, siniestra, tanto que todos los vellos de la piel de Paula se erizaron, no supo qué hacer, colgó la llamada y se echó a correr como una desesperada, el corazón le retumbaba con violencia, miraba hacia atrás sintiendo un escalofrío creyendo que la estaban siguiendo. Sin pensarlo más, tomó el primer taxi que apareció, y le pidió al conductor que fuera a gran velocidad, necesitaba ir por Christopher. Entonces sacó del bolso su móvil, con las manos temblorosas marcó a Juan Andrés, respiraba agitada. —¡Por favor contesta! —susurró. —No puedo hablar en este momento —dijo él, se le escuchaba ofuscado, y se oía gritos de personas alrededor. Paula arrugó el ceño, tembló. —¿Qué está pasando? —indagó. —Ven a las calles en las que vendías los jugos, y llama a mi hermana María Joaquina. —Colgó. —¡Andrés! —gritó ella, pero él ya había cortado la comunicación. —¡Dios! ¿Qué está ocurriendo?Paula enseguida llamó a la señora Duque, pues no tenía el número de su
Luego de aquel beso que fue bien correspondido por Juan Andrés, y que tanto anheló, él se acercó a saludar a su mamá. —No debiste venir, no me iban a condenar —bromeó. —Eres mi hijo, no podía dejarte solo, me da gusto que defendieras a esas personas, como dijiste debemos ayudarlos. —Sonrió y besó la mejilla de Andrés—, estoy muy orgullosa de ti. Juan Andrés se estremeció ante la caricia de su madre. —Gracias mamá. —Nada que gracias, quién me va a pagar mis honorarios —refutó María Joaquina y carcajeó—, me debes una hermanito, pero te la voy a dejar pasar, porque a esos municipales abusadores de autoridad haré que los multan y los remuevan de sus funciones —sentenció. —Te lo agradeceré, esa gente no puede seguir cometiendo abusos —rebatió Andrés apretando los puños. En ese momento llegó a la delegación Joaquín de la mano de Cris, había llevado al niño a alimentarse. —¡Papi! —gritó el pequeño, corrió a saludarlo abrazándolo a sus piernas. —¿Te peleaste con esos policías?