Joaquín Duque caminaba de un lado a otro por la reluciente madera del piso del gran salón de la hacienda, observaba impaciente la hora, y Miguel no aparecía. De pronto escuchó el rugido de un motor, observó desde el ventanal la camioneta doble cabina de Malú, sabía que Juan Andrés la tenía, enarcó una ceja, miró bajar del vehículo a Juan Miguel, a Paula, y al pequeño Cris. El señor Duque inhaló profundo, y espero a que entraran, como era de esperarse Andrés no lo hizo. —Buenas tardes, papá —saludó Miguel, lo observó sin titubear. —Hola, tú y yo tenemos que hablar, me debes muchas explicaciones —enfatizó y miró la camisa del joven manchada de sangre, se estremeció. —¿Estás bien? ¿Te hicieron algo esa gente? ¿En dónde está esa muchacha?Miguel se aclaró la voz. —No, no fueron ellos, discutí con mi hermano —susurró en voz baja, sabía que su padre detestaba las rencillas entre ellos—. Luciana está afuera en la camioneta, no se atrevió a entrar. Joaquín negó con la cabeza, resopló.
María Paz ya se encontraba con mejor semblante, de salud se sentía mucho mejor, el descanso y alimentarse como era debido, le había hecho bien; sin embargo, su corazón aún sangraba por dentro, suspiraba sentada en una hamaca en la terraza de la alcoba. Observaba la inmensidad de los cafetales, rememoró los años felices que había pasado desde el instante que pisó la hacienda convertida en la esposa de Joaquín. Ladeó los labios, y la mirada se le iluminó al recordar las risas de sus cinco hijos, jugando, corriendo en la hacienda. «¿En qué momento todo cambió?» se cuestionó. Primero habían pasado por tristes y duros momentos con todo lo ocurrido con Malú, y ahora Juan Andrés. —Hola mamá —escuchó en la voz gruesa de uno de sus hijos, el corazón le dio un vuelco, giró su rostro y sus ojos se encontraron con los de Andrés. Le sonrió con calidez. El joven no se contuvo más corrió hasta los brazos de su madre, se arrodilló ante ella, la abrazó con todas sus fuerzas. —¡Perdóname por favo
—¡Una escort! ¡Una put@ para millonarios! ¿Me cambió por esa? —refunfuñó indignada Irma, tenía los ojos llenos de lágrimas, y bebía ya como tres copas de vino. —Así es querida amiga, lamento darte esta noticia, no comprendo como el imbécil de Juan Miguel pudo cambiarte por esa mujer —masculló Sergio, observó a Irma de pies a cabeza, se aproximó a ella, y con las yemas de sus dedos le acarició el contorno—, eres más hermosa —susurró con voz ronca—, yo puedo llevarte a volar… —murmuró, sacó del bolsillo de su pantalón unos sobres con un polvo blanco. —¿Te quieres olvidar de la afrenta de ese infeliz? Irma bebió hasta el último sorbo de su copa, miró con atención el sobre que tenía Sergio en las manos, se sentía tan desesperada, ansiosa, que no vaciló más. —Dámela —respondió. Sergio sonrió ampliamente, y con malicia, entonces abrió el sobre, y le hizo inhalar la sustancia a Irma. La mujer al principio tosió, pero luego su cuerpo se fue relajando, y las penas disipando. Sergio aprove
Paula sentía un hormigueo en su cuerpo, y las palabras atoradas en su boca, le dolía el alma que él creyera que era una interesada, estaba consciente que sus explicaciones no ayudarían, tenía que demostrarle que en verdad lo amaba, que no fue por dinero que aceptó la propuesta sino por Cris. —Aquí estoy bien —contestó Paula, se quedó de pie—, solo quiero decirte que he tomado la decisión de quedarme, y no lo hago por ti, sino por mi hijo —enfatizó tal como cuando él le dijo que todo murió entre ellos—, pero tengo condiciones. Juan Andrés bufó, negó con la cabeza, sonrió con cinismo. —¿Crees que estás en condición de poner condiciones?Paula apretó los puños, las mejillas se le enrojecieron de ira. —Claro —respondió con altivez—, tengo derecho, o ¿por qué ahora soy tu esposa de verdad, vas a imponer tus decisiones? —cuestionó resoplando. Juan Andrés rodó los ojos. —Veo que no me conoces bien —habló con dolor—, jamás he sido un hombre machista, así que di cuáles son esas condicion
—¿Por qué hay tanto silencio en esta casa? —indagó María Paz al instante que llegó al amplio salón. —Mi reina, ¿Por qué saliste de la alcoba? — cuestionó Joaquín, con rapidez se aproximó a ella. —¿Cómo te sientes? —cuestionó. Ella esbozó una amplia sonrisa. —Mejor que nunca Duquecito, Juan Andrés ha reflexionado. —Abrazó a su esposo con profunda emoción. Joaquín la estrechó entre sus fuertes brazos. —Parece que con él las cosas se están poniendo en orden —suspiró y se quedó pensativo. María Paz retiró su rostro del cuello de él. —¿Qué sucede? —indagó—, te siento extraño. —Lo observó con atención. Joaquín soltó un resoplido, tomó de las manos a su mujer. —Ven, vamos a sentarnos —solicitó. María Paz se estremeció, la seriedad de él no era buena señal. —¿Y ahora qué ocurre? —Se trata de Juan Miguel. —Pausó y empezó a narrarle lo que sucedía con su hijo—. Decidí apoyarlos, esa muchacha se ve muy asustada y desprotegida.María Paz sintió un nudo atorado en la garganta, escuchar
Varios días habían pasado, la rutina de Andrés y Paula era la misma, él salía a trabajar y llegaba tarde, y eso le generaba a ella incertidumbre, aunque no volvió a ver marcas de labial en su camisa. Ella desconocía que él estaba trabajando en lo del video de la campaña del café, y el nuevo proyecto de los perfumes, lo hacía desde la hacienda. Era lunes y Paula despertó temprano, hizo el desayuno, alistó a Cris para la escuela. Juan Andrés abrió los ojos gracias a la serenata mañanera de Juancho, aún todo estaba oscuro. —Maldit0 gallo madrugador —refutó, entonces inhaló el delicioso aroma que provenía de la cocina, se puso de pie y fue a averiguar por qué había despertado tan pronto. —¿Qué haces despierta a esta hora?, son las cinco de la mañana —refirió. Paula siguió meciendo los huevos en el sartén. —Para nosotros no, debo dejar a Cris en la escuela, e ir a trabajar. Juan Andrés resopló, presionó los dientes, no estaba de acuerdo, pero eran las condiciones de Paula. —Puedo s
Era como el medio día, Paula servía las mesas, muchas de las personas del mercado murmuraban al verla volver a trabajar en ese sitio. Justo ese día no se daban abasto, y cuando se disponía a recoger una gran cantidad de platos. Unas blancas y finas manos tomaron las de ella y le quitaron la vajilla. Paula elevó su rostro y su corazón dio un vuelco, era Juan Andrés. —¿Qué haces aquí? —indagó sorprendida. —Pues, vine a ayudarte —comentó. Los labios de Paula se abrieron en una gran O, se quedó estática, él la trataba con frialdad, y ahora se encontraba ahí, queriendo ayudarla, cuando ella sabía que él odiaba el mercado. —No van a pagarte por esto —mencionó, y señaló con sus manos a las mesas llenas de gente—, además dudo que puedas con el trabajo, no es para niños ricos como tú —le dijo Paula. Juan Andrés bufó, de inmediato levantó varios platos de la mesa y los llevó hasta el kiosco. —Aprende —le dijo Andrés sonriente. Paula parpadeó sorprendida, sin poder creerlo que el mismísi
Paula caminaba por las calles con rapidez, sentía un nudo que le era imposible sacarse del pecho, aún se reprochaba aquellas palabras hirientes que le dijo a Juan Andrés, pero él también insistía en que ella se había casado con él por dinero. «Cuando vas a entender que en verdad me enamoré» Suspiró, y detuvo su andar de un solo golpe. —¡Mami! —exclamó Cris, agitó sus manitas. Juan Andrés estaba con el pequeño. A Paula las piernas le temblaron y no supo a ciencia cierta qué es lo que sintió en ese momento: miedo o incertidumbre. La mirada penetrante de él, le erizó la piel, ella se quedó estática, observando como colocaba a Cris en el suelo. El niño corrió a saludarla.—Mi papá nos va a llevar a comer. Paula abrazó al niño. —Hola mi amor, perdón por llegar tarde. —Besó su frente, y luego sacudió su cabeza, no entendía nada, Andrés era impredecible. —¿A comer? —cuestionó, elevó su rostro y sus ojos se cruzaron con los de él. —¿A dónde vamos? —cuestionó Paula. —Es una sorpresa —d