Espero hayan tenido un lindo día del amor y la amistad. Un abrazo desde Ecuador. ¿Qué pasará con estas parejitas? ¿Qué opinan?
Juan Miguel resopló, asintió. —Lo comprendo, pero ¿por qué le tienes miedo? —cuestionó. Luciana apretó los labios. —Él es un hombre muy violento y celoso, cuando lo conocí no mostró su verdadera identidad, trabajaba para el jefe de la agencia de escorts, era uno de los hombres de seguridad —confesó—, a veces la soledad te confunde, y te ilusionas con cualquier persona, y eso me pasó. —Inhaló profundo—, y empezamos a vivir juntos. —La voz se le quebró, y gruesas lágrimas rodaron por sus mejillas—, empezó a golpearme, a reclamarme por la ropa que me ponía, me hacía escenas de celos con cualquier hombre, y… me tomaba a la fuerza cuando yo no quería —declaró y se refugió en el pecho de Miguel—, no deberías estar conmigo, mi pasado es muy turbio. Juan Miguel respiraba agitado, apretaba sus puños, de tan solo imaginar que aquel infeliz, la golpeó y la forzó la sangre hirvió en sus venas, imaginó tener al sujeto frente a él, y cobrarle lo que le hizo a Lu. —¿Por qué no lo denunciaste? —
Las notas de «Ayer by Luis Miguel» se escuchaban en las bocinas del piano bar al que acudió Juan Andrés, su mente era un completo caos, aún lo lograba asimilar que las dos mujeres más importantes en su vida, se hayan burlado de él. —Un whisky —solicitó al barman, tomó asiento frente a la barra. El corazón le dolía, puso atención a la melodía. «Como me duele saber, que esto es algo que solo soñé. Nos desgarramos de placer. Una promesa quedó, nos juramos lealtad sin testigos, comprometimos el alma…»—Solo fue un sueño, una m@ldita mentira —masculló tensando todos los músculos de su cuerpo—, todo el amor que juraste, fue una falsa —susurró mientras le sangraba el alma. —¿Cómo fui tan imbécil? —se cuestionó. —¿Disculpe? —cuestionó el joven detrás de la barra, pensando que hablaba con él. Juan Andrés negó con la cabeza, tomó el vaso con whisky y se lo bebió de un solo golpe, el líquido ardió en su garganta, así como le ardía el pecho. —¿Eres casado? —le preguntó al barman. —No, dan
Joaquín inhaló profundo, arqueó una de sus cejas, observó al hombre a los ojos. —¿Qué recado? —indagó. —¿Mi hijo les debe dinero?—Si fuera una cuestión de plata, créame que ya se lo habríamos cobrado de una u otra forma, usted sabe que las deudas en este país son sagradas —espetó con voz ronca—. Su hijo se ha metido con una de mis chicas, con la mejor, y gracias a eso, mi negocio está perdiendo clientes y dinero —comentó—, dígale que nos regrese a Luciana, y nosotros lo dejamos en paz. Joaquín rascó su nuca. —¿Qué clase de negocio? —cuestionó, sabía bien a lo que se referían, pero deseaba escucharlo, porque le era imposible de creer que su hijo tuviera un romance con una…—Señor Duque. —El hombre carraspeó—. Luciana es una dama de compañía, pero no de esas que encuentra en la calle, no, ella ha sido mujer de muchos políticos, empresarios, y gente importante, incluso su otro hijo pagaba por sus servicios, y no creo que una mujer de esa clase tenga lugar en su honorable familia, así
Las hirientes palabras de él, y esa fría mirada se clavaron como dagas en el pecho de Paula, el corazón se le encogió. —Por eso mismo, no tiene sentido seguir juntos, y dudo mucho que esa acta sea real, eres tan malicioso que seguramente buscas venganza. —Lo miró con decepción. Juan Andrés apretó los puños, tensó la mandíbula, la saliva se le atoró en la garganta. —No me importa lo que pienses de mí —arrastró las palabras, le dolía la desconfianza de ella, la mentira, su engaño. —Entonces yo no tengo nada que hablar contigo, y no vas a poder impedir que mi hijo y yo regresemos a donde pertenecemos —aclaró con altivez—. No me dan miedo tus amenazas, a pesar de que sé que eres un hombre cruel. Juan Andrés apretó los dientes al escucharla, saber que ella pensaba eso de él, confirmó sus dudas. «¡Todo fue por dinero!» La mirada se le oscureció, y se nubló de tristeza. —Piensa lo que te dé la gana, pero Cris no se va de esta casa —enfatizó. —¡No vas a poder impedirlo, él lleva mi sa
Joaquín Duque caminaba de un lado a otro por la reluciente madera del piso del gran salón de la hacienda, observaba impaciente la hora, y Miguel no aparecía. De pronto escuchó el rugido de un motor, observó desde el ventanal la camioneta doble cabina de Malú, sabía que Juan Andrés la tenía, enarcó una ceja, miró bajar del vehículo a Juan Miguel, a Paula, y al pequeño Cris. El señor Duque inhaló profundo, y espero a que entraran, como era de esperarse Andrés no lo hizo. —Buenas tardes, papá —saludó Miguel, lo observó sin titubear. —Hola, tú y yo tenemos que hablar, me debes muchas explicaciones —enfatizó y miró la camisa del joven manchada de sangre, se estremeció. —¿Estás bien? ¿Te hicieron algo esa gente? ¿En dónde está esa muchacha?Miguel se aclaró la voz. —No, no fueron ellos, discutí con mi hermano —susurró en voz baja, sabía que su padre detestaba las rencillas entre ellos—. Luciana está afuera en la camioneta, no se atrevió a entrar. Joaquín negó con la cabeza, resopló.
María Paz ya se encontraba con mejor semblante, de salud se sentía mucho mejor, el descanso y alimentarse como era debido, le había hecho bien; sin embargo, su corazón aún sangraba por dentro, suspiraba sentada en una hamaca en la terraza de la alcoba. Observaba la inmensidad de los cafetales, rememoró los años felices que había pasado desde el instante que pisó la hacienda convertida en la esposa de Joaquín. Ladeó los labios, y la mirada se le iluminó al recordar las risas de sus cinco hijos, jugando, corriendo en la hacienda. «¿En qué momento todo cambió?» se cuestionó. Primero habían pasado por tristes y duros momentos con todo lo ocurrido con Malú, y ahora Juan Andrés. —Hola mamá —escuchó en la voz gruesa de uno de sus hijos, el corazón le dio un vuelco, giró su rostro y sus ojos se encontraron con los de Andrés. Le sonrió con calidez. El joven no se contuvo más corrió hasta los brazos de su madre, se arrodilló ante ella, la abrazó con todas sus fuerzas. —¡Perdóname por favo
—¡Una escort! ¡Una put@ para millonarios! ¿Me cambió por esa? —refunfuñó indignada Irma, tenía los ojos llenos de lágrimas, y bebía ya como tres copas de vino. —Así es querida amiga, lamento darte esta noticia, no comprendo como el imbécil de Juan Miguel pudo cambiarte por esa mujer —masculló Sergio, observó a Irma de pies a cabeza, se aproximó a ella, y con las yemas de sus dedos le acarició el contorno—, eres más hermosa —susurró con voz ronca—, yo puedo llevarte a volar… —murmuró, sacó del bolsillo de su pantalón unos sobres con un polvo blanco. —¿Te quieres olvidar de la afrenta de ese infeliz? Irma bebió hasta el último sorbo de su copa, miró con atención el sobre que tenía Sergio en las manos, se sentía tan desesperada, ansiosa, que no vaciló más. —Dámela —respondió. Sergio sonrió ampliamente, y con malicia, entonces abrió el sobre, y le hizo inhalar la sustancia a Irma. La mujer al principio tosió, pero luego su cuerpo se fue relajando, y las penas disipando. Sergio aprove
Paula sentía un hormigueo en su cuerpo, y las palabras atoradas en su boca, le dolía el alma que él creyera que era una interesada, estaba consciente que sus explicaciones no ayudarían, tenía que demostrarle que en verdad lo amaba, que no fue por dinero que aceptó la propuesta sino por Cris. —Aquí estoy bien —contestó Paula, se quedó de pie—, solo quiero decirte que he tomado la decisión de quedarme, y no lo hago por ti, sino por mi hijo —enfatizó tal como cuando él le dijo que todo murió entre ellos—, pero tengo condiciones. Juan Andrés bufó, negó con la cabeza, sonrió con cinismo. —¿Crees que estás en condición de poner condiciones?Paula apretó los puños, las mejillas se le enrojecieron de ira. —Claro —respondió con altivez—, tengo derecho, o ¿por qué ahora soy tu esposa de verdad, vas a imponer tus decisiones? —cuestionó resoplando. Juan Andrés rodó los ojos. —Veo que no me conoces bien —habló con dolor—, jamás he sido un hombre machista, así que di cuáles son esas condicion