Los estruendosos gritos de Joaquín se escucharon hasta la cocina, los pequeños entraron despavoridos y agitados, y se metieron bajo la mesa. —¿Qué le hicieron a mi papá? —indagó Malú. Y antes de que los niños hablaran, el abuelo Joaquín apareció en la cocina, con el rostro cubierto de lodo. —¡Ave María Purísima! —exclamó Inesita, mientras colocaba las gotas de valeriana en una taza con agua—, patrón aún faltan unos meses para Halloween.—¡No me parece gracioso Inés! —refutó él. María Paz abrió sus ojos de par en par, y no pudo aguantar las carcajadas. Malú inclinó la cabeza buscando debajo de la mesa a los niños, pero en realidad se estaba riendo al ver a su papá. Mafer simuló voltear a lavar unos trastes para reírse a gusto. —¿En dónde están esos demonios? —cuestionó resoplando—. Miren como me dejaron, y hasta se atrevieron a llamarme: Monstruo del pantano. Todos en la cocina estallaron en grandes carcajadas. —Ellos dijeron que te verías más guapo y joven, abuelo —mencionó Cris
Luciana observó a su amiga, y se aclaró la garganta. —Jamás llegamos a eso —respondió con sinceridad. —¿No mientes? —cuestionó Paula. —No tendría por qué hacerlo —contestó con sinceridad—, además así hubiera pasado, eso era parte de mi trabajo, en cambio, contigo las cosas son distintas —mencionó—, sé que es un caballero en la intimidad por versiones de varias amigas, tranquila. —Sonrió Lucina. —Tienes razón, eso es pasado —dijo Paula, y suspiró profundo—, aprovecharé cada instante a su lado. Luciana se estremeció al oírla, su mirada se cubrió de tristeza. —¿Le dirás de tu enfermedad?—¡No! —exclamó Paula—, no quiero que lo sepa, no deseo que me tenga lástima. —Gruesas lágrimas rodaron por sus ojos—, seguramente él insistirá en las quimios, pero el médico dijo que ya no tengo esperanzas, por eso solo quiero disfrutar de mis últimos días. Luciana sintió un pinchazo en el pecho al escucharla, se estremeció. —No hables así, no digas que te vas a morir, no deseo que eso pase. —Soll
Paula aprovechó el día para visitar el mercado, hacer unas compras y pagarle a Lorenza la deuda que tenía de las naranjas. —Pensé que te habías olvidado de lo mío —espetó la mujer, la miró con desdén de pies a cabeza—, vaya te está yendo bien con el gomelito. —Carcajeó. —No vine a hablar de mi vida privada —enfatizó Paula con seriedad—, con esto estamos a mano. Lorenza frunció los labios, guardó en el delantal el dinero. —Contigo quedamos a paz y salvo, pero con tu amiguita no —declaró con voz áspera—, dile a la put@ de Luciana que mi hermano Albeiro está próximo a salir del encierro al que ella lo envió —enfatizó—, avísale que lo espere, es su mujer. Paula soltó las bolsas con las compras, se estremeció de tan solo recordar a aquel infeliz, que solía golpear a Luciana, aludiendo que era su pareja. —Luciana, no es su mujer, jamás se casaron, eran solo novios. —Eran pareja, vivían juntos —vociferó Lorenzo. —¡Él la golpeaba, le quitaba el dinero! —gritó Paula. —Así es el matrim
Irma una vez afuera se aproximó a Isabel. —Necesito pedirte un favor —habló en voz baja—, hace días noto a Juan Miguel distinto, estoy pensando que tiene otra mujer. ¿Lo visita alguna chica? ¿Tiene llamadas extrañas? Isabel se aseguró que nadie más las escuchara. —No, no he notado nada extraño, pero de un tiempo acá, sale más temprano, señorita —informó—, además está pasando algo muy peculiar. Irma frunció el ceño. —¿Qué cosa ocurre? —La mujer que va a reemplazarme dijo que venía enviada de la agencia de colocaciones, llamé para asegurarme, y no han enviado a nadie para acá —susurró—, quizás el doctor desea tener a alguien de su confianza para tapar el engaño. —O quizás quiere tener cerca a su amante —murmuró Irma, apretó su puño. —Vigílalos por favor. —Sacó de su bolso un billete de diez mil pesos, y se lo entregó—. Gracias por la ayuda. —De nada, lo que necesite cuente conmigo, mientes esté aquí. —Sonrió. **** —Bueno dame las indicaciones, quiero empezar ya —habló
Paula observó con atención la tarjeta, en el sobre en letras doradas estaba impreso: Señor Juan Andrés Duque, y esposa. «¡Pero no soy esposa de verdad!» —¿Irma es amiga de Mariela? —cuestionó Paula sintiendo su pecho agitado. —Desde hace años, son muy buenas amigas —comentó Andrés, le quitó la tarjeta de las manos a Paula y la rompió—. No vamos a ir a esa fiesta, no voy a permitir que vuelvan a humillarte, conozco demasiado bien a Mariela, y que nos haya invitado no debe ser para nada bueno. Paula tembló, y recordó su imprudencia, había pecado de inocente. —Me acordé que dejé abierta la puerta del gallinero, y no vas a querer encontrarte a Juancho o Leoncio en la cocina. —Salió con rapidez de la casa, dejando a Juan Andrés, desconcertado. Paula sacó su móvil del bolsillo de su pantalón, caminaba de un lado a otro impaciente. —Hola, Paula, ¿todo en orden? —investigó al otro lado de la línea María Paz. —Sucedió algo terrible señora —avisó Paula con la voz temblorosa, y le narró
Las mejillas de Irma se pusieron carmín, empezó a balbucear. —Yo…, eh… no es lo que piensa. —Mira Irma ustedes no son unas niñas, no te llamé para amenazarte, ese no es mi estilo, dejaré que hagas lo correcto, solo te diré que si tomé esas medidas extremas con Juan Andrés era porque necesitaba tocar fondo, ahora mi hijo está retomando el camino, tú verás si le cuentas a Mariela, y ella se lo dice. —Encogió sus hombros—, buenas tardes. —Se retiró de la sala. —Señora María Paz…La mujer desapareció por un pasillo. «¡Maldición!» exclamó en su mente Irma. ****Luciana luego de recibir la capacitación de parte de Juan Andrés y de almorzar con él, y pasar la tarde en la fábrica, regresó a su pieza, notó que Paula le había dejado unos víveres, el corazón se le encogió ante la bondad de su mejor amiga. Entonces observó una nota pegada en el mini refrigerador. —Ten cuidado, Albeiro va a salir de prisión, Lorenza me dio un mensaje amenazante, me dijo que ese delincuente va a venir a busca
Juan Andrés, junto con Paula y Cris, regresaron a casa. En la ciudad habían paseado, almorzado, y hasta tomado helado. El niño cansado llegó dormido. Juan Andrés lo cargó en sus brazos, mientras Paula acomodaba la cama, enseguida lo recostaron, le quitaron los zapatos, estaba tan profundo que no sintió nada. —Duerme como una piedra —bromeó Andrés. —Estaba muy cansado, hoy —comentó Paula, besó la frente del niño, y salió de la alcoba. —Debemos realizar los trámites para que yo lo reconozca como mi hijo —comunicó Andrés. Paula se llevó la mano a la frente, había olvidado por completo aquel detalle demasiado importante. —¿Llevará mucho tiempo? —indagó ella. —No lo sé, ven busquemos información —pidió él. Paula fue con él hasta el comedor y enseguida en el computador de Andrés buscaron la información, se dieron cuenta de que el trámite era sencillo, siempre y cuando ella autorizara y diera fe de que el padre de Cris era Juan Andrés. —Debemos hacer eso mañana mismo —dijo é
Luciana se removió del agarre de los hombres de confianza del jefe. —¡No por favor! —gritó mientras la bajaban a la fuerza y prácticamente la arrastraban hacia una esquina. Una mujer mayor, vestida con una minifalda muy corta rojo vibrante, y una blusa tipo top enfocó sus ojos en la muchacha. —Así que esta es la que el jefe quiere que ponga en las calles. —Recorrió a Lu con la mirada—, es muy bonita, lástima que tonta, el patrón tenía planes para ti. —La observó con desprecio. Luciana observó a su alrededor y sintió su estómago revolotear, miró a mujeres fumando cigarrillo, ofreciendo sus servicios a los hombres que transitaban por las calles, o aparcaban sus vehículos. —Por favor no —suplicó. —No sabes con quién te estás metiendo, muchachita —dijo la devoradora—, déjenla, yo me hago cargo. Cuando los hombres la soltaron, Luciana no lo pensó dos veces, y antes de que pudieran atraparla, empezó a correr. —Agárrenla —gritó la devoradora. Los dos sujetos fueron tras de ella, Lu s