—¿No piensas abrir? —vociferó Luciana a Juan Miguel. —¿Vas a seguir engañando a tu novia, y jugando conmigo? —cuestionó resoplando, sus pupilas estaban dilatadas. Juan Miguel se aclaró la garganta, la observó con profunda seriedad. —Perfecto que todo esto se sepa, pero te aseguro que quién más va a perder serás tú —declaró. Luciana soltó una risotada burlesca. —Cariño, no eres el único hombre que puede triplicar el precio por estar conmigo. Las palabras hirientes de Luciana, laceraban la herida que él tenía en el alma. —Es cierto, debe haber muchos que pagarían lo que sea por ti. —Su azulada mirada se volvió gris, apretó sus puños—, pero la diferencia entre esos hombres y yo, es que estoy dispuesto a sacarte de esta vida —enfatizó. Luciana abrió los labios, lo miró sin poder creer lo que acababa de escuchar, parpadeó en repetidas ocasiones, y su corazón tembló. —¿Qué dices? —cuestionó balbuceando—, seguramente mientes, como lo has venido haciendo, quieres engatusarme para no a
Buenaventura- Colombia. —¡Ya está reaccionando! Fue la exclamación de una de las personas que ayudó a Juan Andrés, con Paula. Paula, aún veía borroso, solo distinguía siluetas, a especie de sombras. —¿Cómo te sientes? —cuestionó Juan Andrés, su respiración era agitada. —Me empiezo a sentir mejor —balbuceó ella—, quiero un poco de agua. —¡Te voy a llevar al médico! —dijo Andrés con firmeza. —¡No! —gritó ella—, no me queda mucho tiempo. —Carraspeó con voz temblorosa. Juan Andrés frunció el ceño al escucharla, su rostro se desencajó, percibió un pinchazo en su corazón al escucharla. —¿¡Qué!? —cuestionó él, sintió un temblor que le recorrió la médula espinal. —¿Por qué dices eso? Justo una persona interrumpió aquel interrogante, le entregó el agua a Paula, y Andrés la ayudó a beber. —Quise decir que no nos queda mucho tiempo en este hermoso lugar. —Su corazón tembló—, y anhelo disfrutar estos pocos momentos. —Parpadeó y por fin pudo reflejarse en la azulada mirada de él
De inmediato tomaron asiento en unas sillas de plástico, Andrés miraba a su alrededor, no muy convencido, entonces una señora de contextura gruesa se acercó a ellos, y les ofreció la especialidad de la casa, pescado frito, patacones, ensalada. —Yo quiero un plato de esos —dijo de inmediato Paula. Miró a Juan Andrés indeciso—. Te va a gustar, pruébalo. —Está bien —contestó de mala gana. —No te preocupes tanto —comentó Paula, y colocó su mano sobre la de él—. Nunca has comido en sitios como este. —Señaló con su mano, a su alrededor. Juan Andrés se aclaró la garganta. —Jamás, solo me alimento en restaurantes exclusivos, o con la comida que prepara Inesita, que lleva muchos años trabajando en la hacienda —mencionó. Paula suspiró profundo. —¿No extrañas tu casa, tu familia, a tus papás? —indagó con curiosidad. —¿Han sido malos padres? Juan Andrés sintió como el pecho se le encogió al pensar en sus progenitores. —No, ellos son los mejores padres que alguien puede tener —dijo con l
Aquella última frase provocó que el corazón de Juan Andrés vibrara en su interior, jamás antes nadie le había dicho algo tan sublime, al punto que se conmovió hasta la médula.—Vamos al hotel —propuso. Ahora más que nunca anhelaba saber que era lo que él sentía por Paula.Ella lo miró a los ojos, con ese brillo tan especial, sonrió.—Vamos —contestó.Salieron del bar, agarrados de la mano. Juan Andrés volvió a besarla, y Paula correspondió a sus besos, hasta que la falta de oxígeno los obligó a separarse, subieron al taxi.El ritmo cardíaco de Paula se incrementaba a medida que se aproximaban al hotel. En el trayecto, los dedos de Juan Andrés le acariciaban la mano, era un roce suave, pero tan cálido, que la hacía estremecer, giró su rostro para contemplarlo, y suspiró.—No sigas mirándome así —bromeó él. Sonrió, al ver como ella se mordía los labios, avergonzada.—Así, ¿cómo? —indagó ella con inocencia, arqueando una de sus cejas.—Con ganas de querer comerme —le susurró al oído, con
La penumbra envolvía aquella alcoba, solo la luz de una lámpara alumbraba a los amantes, que permanecían acostados, aún tomados de la mano.—Entonces, irás a mi empresa, y trabajarás a mi lado —cuestionó Juan Miguel a Luciana.Lu suspiró profundo.—No quiero causarte problemas con tu prometida —aclaró, y pasó la saliva con dificultad—, pero sí me gustaría hacer algo distinto, salir de este mundo.—Pues no se diga más, tú no te preocupes por Irma, tranquila. —Acarició su mano—, te espero el lunes a primera hora, y lleva el contrato que firmaste, debemos buscar un buen abogado.—Tengo miedo. —La piel de Paula se erizó—, esa gente no es fácil, son una mafia —comentó con voz temblorosa.Juan Miguel apretó la mano de Lu, para de esa forma darle confianza y seguridad.—Yo no te voy a desproteger, lo prometo —aseguró, y luego suspiró profundo. —¿Cómo te metiste en este mundo? —indagó—, eres una mujer tan hermosa, tan especial, tan dulce, no lo entiendo.Paula apretó los labios, sus ojos se l
Juliana y Joaquín Jr. se miraron entre ellos, con los ojos bien abiertos. —El abuelo ya no se enoja, ni se desmaya —dijeron sorprendidos, entonces se aproximaron a saludarlo. —Buenos días, abuelo. —Lo abrazaron. Joaquín rodó los ojos, resopló. —Solo por hoy haré una excepción y podrán llamarme así, pero desde mañana sigo siendo papá Joaquín. ¿Quedó claro? Malú y Abel no pudieron evitar carcajear al escucharlo. —¿Y a mí no piensas saludarme? —reclamó María Paz a Cris. El pequeño sonrió mostrando su blanca dentadura, se acercó a la bella señora, y la abrazó. «Ojalá tú y tu mamá hayan hecho el milagro que tanto espero, y el corazón de mi hijo sane» pensó y sus ojos se cristalizaron al tener en sus brazos al niño. Justo en ese instante llegó otro vehículo y Mariluz y Thiago bajaron corriendo. —Hola, papá Joaquín —saludaron a coro. —Por hoy le podemos decir abuelo —recalcó Juliana. Los dos niños se taparon la boca con la mano, observaron a Joaquín esperando su reacción, pero al
De vuelta a casa, en la travesía un profundo silencio reinaba entre Paula y Juan Andrés. Él conducía pensativo, en su mente solo rondaban las palabras del médico. «¿Y si es cierta la maldición de Luz Aída?» se cuestionaba mientras seguía por la carretera. «¿Y si en verdad los Duque estamos destinados a perder a la mujer que amamos?» se preguntó, el corazón le tembló: «¡No debí enamorarme!» resopló. —¡Cuidado! —gritó de forma aterradora Paula, al ver que Juan Andrés iba a arrollar a un canino. El joven frenó de golpe, las llantas rechinaron, el animal huyó despavorido. Paula abrió los ojos, tenía su mano en el pecho. Juan Andrés sacudió la cabeza. —¿Qué te pasa? —indagó Paula—, vienes en silencio, y muy distraído. ¿Te ocurre algo? —indagó ella, intentando normalizar su respiración. —Estoy un poco cansado —carraspeó, con sequedad. El tono de su voz fue frío, ni siquiera la miró. Paula se estremeció, parecía que estaba de nuevo ante aquel hombre egoísta y sin sentimientos, entonces
Los estruendosos gritos de Joaquín se escucharon hasta la cocina, los pequeños entraron despavoridos y agitados, y se metieron bajo la mesa. —¿Qué le hicieron a mi papá? —indagó Malú. Y antes de que los niños hablaran, el abuelo Joaquín apareció en la cocina, con el rostro cubierto de lodo. —¡Ave María Purísima! —exclamó Inesita, mientras colocaba las gotas de valeriana en una taza con agua—, patrón aún faltan unos meses para Halloween.—¡No me parece gracioso Inés! —refutó él. María Paz abrió sus ojos de par en par, y no pudo aguantar las carcajadas. Malú inclinó la cabeza buscando debajo de la mesa a los niños, pero en realidad se estaba riendo al ver a su papá. Mafer simuló voltear a lavar unos trastes para reírse a gusto. —¿En dónde están esos demonios? —cuestionó resoplando—. Miren como me dejaron, y hasta se atrevieron a llamarme: Monstruo del pantano. Todos en la cocina estallaron en grandes carcajadas. —Ellos dijeron que te verías más guapo y joven, abuelo —mencionó Cris