No olviden las reseñas.
De inmediato tomaron asiento en unas sillas de plástico, Andrés miraba a su alrededor, no muy convencido, entonces una señora de contextura gruesa se acercó a ellos, y les ofreció la especialidad de la casa, pescado frito, patacones, ensalada. —Yo quiero un plato de esos —dijo de inmediato Paula. Miró a Juan Andrés indeciso—. Te va a gustar, pruébalo. —Está bien —contestó de mala gana. —No te preocupes tanto —comentó Paula, y colocó su mano sobre la de él—. Nunca has comido en sitios como este. —Señaló con su mano, a su alrededor. Juan Andrés se aclaró la garganta. —Jamás, solo me alimento en restaurantes exclusivos, o con la comida que prepara Inesita, que lleva muchos años trabajando en la hacienda —mencionó. Paula suspiró profundo. —¿No extrañas tu casa, tu familia, a tus papás? —indagó con curiosidad. —¿Han sido malos padres? Juan Andrés sintió como el pecho se le encogió al pensar en sus progenitores. —No, ellos son los mejores padres que alguien puede tener —dijo con l
Aquella última frase provocó que el corazón de Juan Andrés vibrara en su interior, jamás antes nadie le había dicho algo tan sublime, al punto que se conmovió hasta la médula.—Vamos al hotel —propuso. Ahora más que nunca anhelaba saber que era lo que él sentía por Paula.Ella lo miró a los ojos, con ese brillo tan especial, sonrió.—Vamos —contestó.Salieron del bar, agarrados de la mano. Juan Andrés volvió a besarla, y Paula correspondió a sus besos, hasta que la falta de oxígeno los obligó a separarse, subieron al taxi.El ritmo cardíaco de Paula se incrementaba a medida que se aproximaban al hotel. En el trayecto, los dedos de Juan Andrés le acariciaban la mano, era un roce suave, pero tan cálido, que la hacía estremecer, giró su rostro para contemplarlo, y suspiró.—No sigas mirándome así —bromeó él. Sonrió, al ver como ella se mordía los labios, avergonzada.—Así, ¿cómo? —indagó ella con inocencia, arqueando una de sus cejas.—Con ganas de querer comerme —le susurró al oído, con
La penumbra envolvía aquella alcoba, solo la luz de una lámpara alumbraba a los amantes, que permanecían acostados, aún tomados de la mano.—Entonces, irás a mi empresa, y trabajarás a mi lado —cuestionó Juan Miguel a Luciana.Lu suspiró profundo.—No quiero causarte problemas con tu prometida —aclaró, y pasó la saliva con dificultad—, pero sí me gustaría hacer algo distinto, salir de este mundo.—Pues no se diga más, tú no te preocupes por Irma, tranquila. —Acarició su mano—, te espero el lunes a primera hora, y lleva el contrato que firmaste, debemos buscar un buen abogado.—Tengo miedo. —La piel de Paula se erizó—, esa gente no es fácil, son una mafia —comentó con voz temblorosa.Juan Miguel apretó la mano de Lu, para de esa forma darle confianza y seguridad.—Yo no te voy a desproteger, lo prometo —aseguró, y luego suspiró profundo. —¿Cómo te metiste en este mundo? —indagó—, eres una mujer tan hermosa, tan especial, tan dulce, no lo entiendo.Paula apretó los labios, sus ojos se l
Juliana y Joaquín Jr. se miraron entre ellos, con los ojos bien abiertos. —El abuelo ya no se enoja, ni se desmaya —dijeron sorprendidos, entonces se aproximaron a saludarlo. —Buenos días, abuelo. —Lo abrazaron. Joaquín rodó los ojos, resopló. —Solo por hoy haré una excepción y podrán llamarme así, pero desde mañana sigo siendo papá Joaquín. ¿Quedó claro? Malú y Abel no pudieron evitar carcajear al escucharlo. —¿Y a mí no piensas saludarme? —reclamó María Paz a Cris. El pequeño sonrió mostrando su blanca dentadura, se acercó a la bella señora, y la abrazó. «Ojalá tú y tu mamá hayan hecho el milagro que tanto espero, y el corazón de mi hijo sane» pensó y sus ojos se cristalizaron al tener en sus brazos al niño. Justo en ese instante llegó otro vehículo y Mariluz y Thiago bajaron corriendo. —Hola, papá Joaquín —saludaron a coro. —Por hoy le podemos decir abuelo —recalcó Juliana. Los dos niños se taparon la boca con la mano, observaron a Joaquín esperando su reacción, pero al
De vuelta a casa, en la travesía un profundo silencio reinaba entre Paula y Juan Andrés. Él conducía pensativo, en su mente solo rondaban las palabras del médico. «¿Y si es cierta la maldición de Luz Aída?» se cuestionaba mientras seguía por la carretera. «¿Y si en verdad los Duque estamos destinados a perder a la mujer que amamos?» se preguntó, el corazón le tembló: «¡No debí enamorarme!» resopló. —¡Cuidado! —gritó de forma aterradora Paula, al ver que Juan Andrés iba a arrollar a un canino. El joven frenó de golpe, las llantas rechinaron, el animal huyó despavorido. Paula abrió los ojos, tenía su mano en el pecho. Juan Andrés sacudió la cabeza. —¿Qué te pasa? —indagó Paula—, vienes en silencio, y muy distraído. ¿Te ocurre algo? —indagó ella, intentando normalizar su respiración. —Estoy un poco cansado —carraspeó, con sequedad. El tono de su voz fue frío, ni siquiera la miró. Paula se estremeció, parecía que estaba de nuevo ante aquel hombre egoísta y sin sentimientos, entonces
Los estruendosos gritos de Joaquín se escucharon hasta la cocina, los pequeños entraron despavoridos y agitados, y se metieron bajo la mesa. —¿Qué le hicieron a mi papá? —indagó Malú. Y antes de que los niños hablaran, el abuelo Joaquín apareció en la cocina, con el rostro cubierto de lodo. —¡Ave María Purísima! —exclamó Inesita, mientras colocaba las gotas de valeriana en una taza con agua—, patrón aún faltan unos meses para Halloween.—¡No me parece gracioso Inés! —refutó él. María Paz abrió sus ojos de par en par, y no pudo aguantar las carcajadas. Malú inclinó la cabeza buscando debajo de la mesa a los niños, pero en realidad se estaba riendo al ver a su papá. Mafer simuló voltear a lavar unos trastes para reírse a gusto. —¿En dónde están esos demonios? —cuestionó resoplando—. Miren como me dejaron, y hasta se atrevieron a llamarme: Monstruo del pantano. Todos en la cocina estallaron en grandes carcajadas. —Ellos dijeron que te verías más guapo y joven, abuelo —mencionó Cris
Luciana observó a su amiga, y se aclaró la garganta. —Jamás llegamos a eso —respondió con sinceridad. —¿No mientes? —cuestionó Paula. —No tendría por qué hacerlo —contestó con sinceridad—, además así hubiera pasado, eso era parte de mi trabajo, en cambio, contigo las cosas son distintas —mencionó—, sé que es un caballero en la intimidad por versiones de varias amigas, tranquila. —Sonrió Lucina. —Tienes razón, eso es pasado —dijo Paula, y suspiró profundo—, aprovecharé cada instante a su lado. Luciana se estremeció al oírla, su mirada se cubrió de tristeza. —¿Le dirás de tu enfermedad?—¡No! —exclamó Paula—, no quiero que lo sepa, no deseo que me tenga lástima. —Gruesas lágrimas rodaron por sus ojos—, seguramente él insistirá en las quimios, pero el médico dijo que ya no tengo esperanzas, por eso solo quiero disfrutar de mis últimos días. Luciana sintió un pinchazo en el pecho al escucharla, se estremeció. —No hables así, no digas que te vas a morir, no deseo que eso pase. —Soll
Paula aprovechó el día para visitar el mercado, hacer unas compras y pagarle a Lorenza la deuda que tenía de las naranjas. —Pensé que te habías olvidado de lo mío —espetó la mujer, la miró con desdén de pies a cabeza—, vaya te está yendo bien con el gomelito. —Carcajeó. —No vine a hablar de mi vida privada —enfatizó Paula con seriedad—, con esto estamos a mano. Lorenza frunció los labios, guardó en el delantal el dinero. —Contigo quedamos a paz y salvo, pero con tu amiguita no —declaró con voz áspera—, dile a la put@ de Luciana que mi hermano Albeiro está próximo a salir del encierro al que ella lo envió —enfatizó—, avísale que lo espere, es su mujer. Paula soltó las bolsas con las compras, se estremeció de tan solo recordar a aquel infeliz, que solía golpear a Luciana, aludiendo que era su pareja. —Luciana, no es su mujer, jamás se casaron, eran solo novios. —Eran pareja, vivían juntos —vociferó Lorenzo. —¡Él la golpeaba, le quitaba el dinero! —gritó Paula. —Así es el matrim