«¡Esta noche uno de nuestros mejores clientes te espera!» Aquel mensaje interrumpió la charla entre Luciana y Paula. —¿Por qué dices eso? —indagó Paula. Observó con el ceño fruncido a Juan Andrés sin comprender nada. —¡Habla Luciana! —exclamó sintiendo su pecho agitarse. —Dame un minuto —pidió Lu. Paula empezó a caminar impaciente de un lado a otro, no entendía nada. —¿Qué ocurre? —indagó Juan Andrés. Paula brincó del susto, se llevó la mano al pecho. —Nada —respondió con seriedad, bastante aturdida, sintió una punzada en las sienes. Andrés plantó su vista en ella, la miró a los ojos. —¡No te creo! ¿Qué está pasando? Paula apretó sus puños, entonces escuchó la voz de Luciana al otro lado. —Lu, tiene problemas —resopló, de nuevo se alejó de Andrés—, habla Luciana. —Esta noche Juan Andrés Duque pago una gran cantidad por mis servicios, nos vamos a encontrar en un lujoso hotel —mencionó arrastrando las palabras. Había querido negarse en acudir a ese encuentro, pero fue ine
Luciana se observó por última vez al espejo. Sonrió con malicia, y elevó su mentón. «¡Me las vas a pagar!» sentenció en la mente. La encargada de su arreglo anunció que ya estaba listo el auto que la llevaría a su destino. Lu tomó su bolso se colocó el abrigo, y salió de aquel apartamento, subió al vehículo. —Estás haciendo un buen trabajo, Juan Andrés Duque pagó más de lo establecido por una noche contigo, deberíamos firmar un nuevo acuerdo —propuso mientras bebía de su copa de whisky—, sacarías más dinero, y la situación de tu familia, mejoraría. Luciana inhaló profundo. —Cuando me hablaste de este empleo, me dijiste que no habría sexo, a menos que llegara a un acuerdo con el cliente —aclaró la voz—, y así he trabajado a lo largo de este tiempo, no quiero convertirme en una prostituta —enfatizó. El hombre carcajeó al escucharla. —Ya lo eres querida, pero dejaré que lo pienses, recuerda a tu hermano enfermo, el tratamiento es muy costoso. —Ladeó los labios. Luciana sintió un
Los cuestionamientos de Paula, retumbaron en el cerebro de Juan Andrés, su corazón se estrujó en el pecho, la garganta se le secó. Se reflejó en la cristalina mirada de ella. —No es eso —respondió y se separó de ella, se sentó a su lado—, no me importa que seas pobre, ni nada de eso —contestó con sinceridad, inclinó la cabeza—. Yo soy un perfecto imbécil, que no merece nada tuyo, me porté contigo como el más miserable de los hombres, y tú lo único que hacías es trabajar dignamente para mantener a tu hijo. —La voz se le quebró—, hemos hablado de esto, yo… no soy un buen ser humano, tú eres un ángel, y yo… soy un ser oscuro, sombrío, gris. Paula resopló y parpadeó. —Esas son las excusas de siempre, no has respondido con exactitud: ¿Por qué no puedes amarme? —indagó con profunda seriedad. Juan Andrés elevó su barbilla, la miró a los ojos. —No se trata de eso, no es que no pueda amarte, al contrario, es muy fácil llegar a hacerlo, eres una mujer muy especial, como ninguna —declaró, i
—¿No piensas abrir? —vociferó Luciana a Juan Miguel. —¿Vas a seguir engañando a tu novia, y jugando conmigo? —cuestionó resoplando, sus pupilas estaban dilatadas. Juan Miguel se aclaró la garganta, la observó con profunda seriedad. —Perfecto que todo esto se sepa, pero te aseguro que quién más va a perder serás tú —declaró. Luciana soltó una risotada burlesca. —Cariño, no eres el único hombre que puede triplicar el precio por estar conmigo. Las palabras hirientes de Luciana, laceraban la herida que él tenía en el alma. —Es cierto, debe haber muchos que pagarían lo que sea por ti. —Su azulada mirada se volvió gris, apretó sus puños—, pero la diferencia entre esos hombres y yo, es que estoy dispuesto a sacarte de esta vida —enfatizó. Luciana abrió los labios, lo miró sin poder creer lo que acababa de escuchar, parpadeó en repetidas ocasiones, y su corazón tembló. —¿Qué dices? —cuestionó balbuceando—, seguramente mientes, como lo has venido haciendo, quieres engatusarme para no a
Buenaventura- Colombia. —¡Ya está reaccionando! Fue la exclamación de una de las personas que ayudó a Juan Andrés, con Paula. Paula, aún veía borroso, solo distinguía siluetas, a especie de sombras. —¿Cómo te sientes? —cuestionó Juan Andrés, su respiración era agitada. —Me empiezo a sentir mejor —balbuceó ella—, quiero un poco de agua. —¡Te voy a llevar al médico! —dijo Andrés con firmeza. —¡No! —gritó ella—, no me queda mucho tiempo. —Carraspeó con voz temblorosa. Juan Andrés frunció el ceño al escucharla, su rostro se desencajó, percibió un pinchazo en su corazón al escucharla. —¿¡Qué!? —cuestionó él, sintió un temblor que le recorrió la médula espinal. —¿Por qué dices eso? Justo una persona interrumpió aquel interrogante, le entregó el agua a Paula, y Andrés la ayudó a beber. —Quise decir que no nos queda mucho tiempo en este hermoso lugar. —Su corazón tembló—, y anhelo disfrutar estos pocos momentos. —Parpadeó y por fin pudo reflejarse en la azulada mirada de él
De inmediato tomaron asiento en unas sillas de plástico, Andrés miraba a su alrededor, no muy convencido, entonces una señora de contextura gruesa se acercó a ellos, y les ofreció la especialidad de la casa, pescado frito, patacones, ensalada. —Yo quiero un plato de esos —dijo de inmediato Paula. Miró a Juan Andrés indeciso—. Te va a gustar, pruébalo. —Está bien —contestó de mala gana. —No te preocupes tanto —comentó Paula, y colocó su mano sobre la de él—. Nunca has comido en sitios como este. —Señaló con su mano, a su alrededor. Juan Andrés se aclaró la garganta. —Jamás, solo me alimento en restaurantes exclusivos, o con la comida que prepara Inesita, que lleva muchos años trabajando en la hacienda —mencionó. Paula suspiró profundo. —¿No extrañas tu casa, tu familia, a tus papás? —indagó con curiosidad. —¿Han sido malos padres? Juan Andrés sintió como el pecho se le encogió al pensar en sus progenitores. —No, ellos son los mejores padres que alguien puede tener —dijo con l
Aquella última frase provocó que el corazón de Juan Andrés vibrara en su interior, jamás antes nadie le había dicho algo tan sublime, al punto que se conmovió hasta la médula.—Vamos al hotel —propuso. Ahora más que nunca anhelaba saber que era lo que él sentía por Paula.Ella lo miró a los ojos, con ese brillo tan especial, sonrió.—Vamos —contestó.Salieron del bar, agarrados de la mano. Juan Andrés volvió a besarla, y Paula correspondió a sus besos, hasta que la falta de oxígeno los obligó a separarse, subieron al taxi.El ritmo cardíaco de Paula se incrementaba a medida que se aproximaban al hotel. En el trayecto, los dedos de Juan Andrés le acariciaban la mano, era un roce suave, pero tan cálido, que la hacía estremecer, giró su rostro para contemplarlo, y suspiró.—No sigas mirándome así —bromeó él. Sonrió, al ver como ella se mordía los labios, avergonzada.—Así, ¿cómo? —indagó ella con inocencia, arqueando una de sus cejas.—Con ganas de querer comerme —le susurró al oído, con
La penumbra envolvía aquella alcoba, solo la luz de una lámpara alumbraba a los amantes, que permanecían acostados, aún tomados de la mano.—Entonces, irás a mi empresa, y trabajarás a mi lado —cuestionó Juan Miguel a Luciana.Lu suspiró profundo.—No quiero causarte problemas con tu prometida —aclaró, y pasó la saliva con dificultad—, pero sí me gustaría hacer algo distinto, salir de este mundo.—Pues no se diga más, tú no te preocupes por Irma, tranquila. —Acarició su mano—, te espero el lunes a primera hora, y lleva el contrato que firmaste, debemos buscar un buen abogado.—Tengo miedo. —La piel de Paula se erizó—, esa gente no es fácil, son una mafia —comentó con voz temblorosa.Juan Miguel apretó la mano de Lu, para de esa forma darle confianza y seguridad.—Yo no te voy a desproteger, lo prometo —aseguró, y luego suspiró profundo. —¿Cómo te metiste en este mundo? —indagó—, eres una mujer tan hermosa, tan especial, tan dulce, no lo entiendo.Paula apretó los labios, sus ojos se l