XXXVII Descansa, Alessa

Martín se apartó de Alessa al instante y se ordenó la ropa, como si todavía pudiera estar a tiempo de inventar alguna excusa creíble, como si le pudiera decir a Florencia que no ocurría lo que ella imaginaba. No había nada que imaginar.

—Desde hace varios días que me parecía que estabas extrañamente animado, así que cuando saliste hoy, te seguí —dijo Florencia, con una calma nada propia de ella.

Alessa, sentada en el sillón, no era capaz ni de mirarla. Alessa ya no estaba allí, sólo su cuerpo, como un cascarón vacío, la muda que quedaba de los insectos mientras crecían.

—¿Desde cuándo me engañas con mi hermana?

—¡No es eso, Flo! Alessa me llamó, dijo que tenía algo importante que decirme. Se me lanzó encima, ya sabes como es. Intenté resistirme.

Florencia asintió, bastante compuesta para tener el corazón destrozado.

—Y tú, ¿qué vas a decir?

Alessa no habló. Le llegó una bofetada y se mantuvo firme. Otra más y otra.

—¡Di algo, perra! —le jaló el cabello.

Alessa tuvo un déjà vu. En él
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