XL Sombras del pasado

Despertar, trabajar, comodín y dormir, esa era la rutina diaria de Alessa. El comodín iba desde sus sesiones de terapia hasta los eventos de caridad con la madre de Filippo. Sonrió para la cámara usando su sombrero blanco, rodeada de señoras felices de llevar vidas tan perfectas que les alcanzaba tiempo para ayudar a los desdichados. Eran generosas. Alessa no lo era, ella sabía muy bien que no estaba allí por los enfermos de cáncer, sino por ella misma. Era ella la que necesitaba ayuda, aunque su sonrisa fuera tan perfecta como la de las mujeres a su alrededor.

Lo mejor eran las conversaciones al finalizar el evento, cuando colgaban los sombreros y se permitían beber una copa de algo ligero.

—Hoy en día las mujeres son muy perezosas —decía Bernardita, una de las mayores y esposa del dueño del club de yates de la ciudad—. No necesitan saber hacer nada, contratan a una empleada y ya.

—Tú tuviste una empleada desde el inicio, no vengas con patrañas —reclamó Eloísa, la madre de Filippo.

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