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4. La oferta expira en 24 horas

El trayecto hasta el club se me ha hecho eterno, lo único que quiero es llegar y verla a ella. Es que no sé qué fue lo que esa endemoniada mujer me hizo, pero no he podido sacarmela de la cabeza.

Ni siquiera con todos los problemas que tengo en la empresa, la amenaza del abogado y mi herencia tambaleando de un hilo, puedo dejar de pensar en Amapola. En la forma altiva y altanera en que me retó ni mucho menos en el hecho de que rechazó mi oferta.

Por Dios, en Grecia las mujeres hacen fila para estar conmigo y aquí vengo y me encuentro con una mocosa oculta tras un antifaz que se atreve a decirme que no.

Sin embargo, esa noche voy decidido a tenerla, pues tengo en mente una propuesta que sé que no va a poder rechazar.

Al llegar camino entre el mar de hombres trajeados que ya están instalados viendo el espectáculo frente a sus ojos, hasta que consigo llegar a la mesa que he reservado con anticipación, justo enfrente de la tarima. Observo sin mucho interés a la rubia de grandes pechos que está haciendo su show, pero por más atractiva que sea, no es a ella a quien quiero ver.

Entonces, como si la vida la estuviera reservando sólo para mí, la rubia se despide del público con un guiño coqueto mientras recoge los billetes que le han tirado y es ahí cuando el animador anuncia lo que él ha estado esperando.

—Muy bien, caballeros, ya viene lo que todos han estado esperando. Nuestra hermosa flor, la última adquisición de este club y la mujer que ocupa los sueños de más de uno de los aquí presentes. Con ustedes ¡AMAPOLA!

Los aplausos y los gritos eufóricos de las personas a mi alrededor, me hacen saber que no soy el único que ha quedado prendado de la mujer. Llevo mis ojos por el lugar y puedo identificar el deseo y la avaricia brillando en la mirada de más de uno y de inmediato la sangre se calienta en venas de pensar que alguien más puede tenerla.

La atmósfera del club está cargada de misterio y deseo. Las luces tenues y la música envolvente crean un ambiente perfecto para la seducción. Me acomodo en un rincón oscuro del local, ansioso por lo que está por venir.

Finalmente, Amapola hace su entrada triunfal. Su presencia tiene un magnetismo que no puedo ignorar. Esa vez lleva puesto un atuendo rosa que la hace ver como una muñeca, la muñeca que me muero por tener. Su peluca es rubia y toda la inocencia se mezcla con su sensualidad y la hace ver como una m*****a diosa.

Como un imán, mis ojos se clavan en ella, siguiendo cada uno de sus movimientos, la forma en que su cintura se mueve, sus piernas su mirada, todo me tiene embobado y es tal vez por eso que no escucho a la persona llegar a mi lado hasta que me habla.

—Es toda una belleza, ¿No es asi?

Al girar, me encuentro viendo de frente a un hombre saliendo de los treinta, rubio y que tiene sus ojos clavados en Amapola, mientras esboza una sonrisa lasciva. Por alguna razón la incomodidad se apodera de mi, pero no lo demuestro, por el contrario me limito a decir:

—Lo es. Tal como el resto— digo tratando de desviar la atención del hombre de la chica.

Sin embargo, mis palabras surten el efecto contrario, pues en menos de un parpadeo los ojos azules y helados del tipo se fijan en mí mientras hace mucho más grande su sonrisa.

—No se engañe y no intente ocultarlo, los dos sabemos que Amapola es distinta al resto que vienen aquí. Solo espero que se mueva igual en la cama.

Sus palabras me dejan totalmente paralizado ¿Amapola aceptó acostarse con este cretino y no con él? La furia y la indignación se encienden dentro de él, aunque intenta disimularlo lo mejor que puede.

—Es una lástima que no vayas a averiguarlo— le digo, llevando mis ojos nuevamente a la hermosa chica que ya se ha sacado la blusa y tiene un brasier de lentejuelas plateadas—Pues Amapola simplemente viene a bailar.

La risa baja del tipo me hizo girar y lo veo beber un trago de su whiskey antes de decir:

—Le aseguro que voy a averiguarlo, esa mujer va a ser mía y solo mía.

Sin decirme más ni esperar a que le contestara con todo lo que me picaba en la punta de la lengua, veo al hombre alejarse por el salón hasta perderse en la oscuridad. No soy estupido, sé que esas últimas palabras fueron una advertencia, pero yo soy  el maldito Alexandros Kostas y nadie le iba a quitar lo que es suyo. 

Cuando vuelvo a fijar mis ojos en Amapola me doy cuenta con satisfacción que ella también me estaba viendo. Y en el instante cuando nuestras miradas se encuentran, no volvemos a separarnos. Hay una conexión indomable entre nosotros.

El baile de Amapola es una danza de seducción. Sus movimientos son hipnóticos, y me siento atrapado en su hechizo. No puedo apartar la mirada, y mi deseo por ella crece con cada movimiento sensual.

Sus ojos, sus malditos ojos no dejan de verme como si estuviera invitándome a acercarme, como si me pidiera, sin palabras, que la tocara y yo tengo toda la intención de hacerlo. De adorar cada centímetro de su cuerpo.

Cuando veo que la presentación está a punto de llegar a su fin decido hacer mi primer movimiento, por lo que poniéndome en pie, camino hacia la barra donde el gerente se encuentra viendo todo.

Al verme se pone en pie y traga en seco, pues sabe que he venido por la información que le pedí.

—Señor Kostas…

—¿Tienes lo que te pedí?— pregunto sin darle vueltas al asunto pues la paciencia no es mi cualidad predilecta.

—Señor, es que solo ha pasado un día y aunque no lo crea ha sido más difícil de lo que cree conseguir algo de ella. Hasta el momento solo tengo su nombre: Amelia Williams.

Puedo sentir como mi ceño se frunce al escucharlo, pues no entiendo que tan dificil puede ser buscar información de una chica.

—¿Referencias? ¿Conocidos? Por Dios, algún contacto tuvo que haberte dado cuando ingresó.

—Es huérfana— dice entonces el hombre dejándome de piedra— O al menos eso me dijo, no tiene a nadie en la ciudad, pero señor Kostas, como sabrá esta información que no solemos dar, pues aunque no es su caso, habrían hombres que pueden aprovecharse de eso y aunque la gente no lo crea, aquí en Luxury cuidamos a nuestras chicas.

Al escuchar aquello no puedo evitar recrear el rostro del hombre que se me acercó hace un momento y sé que donde llegue a saber que Amapola no tiene a nadie sería capaz de todo y no de la manera en que lo haría él.

—Mantente bien guardada esa información, cómo me entere de que se la has dado a alguien que no soy yo, será tu fin ¿Estamos claros?

—Como el agua, señor Kostas.

—Muy bien, ahora hazme el favor y trae a Amapola, tengo una propuesta que hacerle.

El hombre pareció dudar por unos segundos, pero luego se fue sin decirle más nada. Él estaba decidido a no dejarla ir y si tenía que hacerlo dando pequeños pasos entonces así sería, jugaría al cazador y al final conseguía atraparla.

El sonido de los pasos fue lo que me hizo girar el rostro y entonces ahí estaba ella, llevaba nuevamente su atuendo rosa completo y al verme, no disimuló la mueca en su rostro y estoy seguro que de no ser por la mano en la espalda del gerente, se hubiese devuelto.

Cuando llegó hasta él, el hombre le dijo a la chica.

—Amapola, el señor Kostas quiere hablar contigo un momento, por favor atiendelo de manera amable, él ya sabe cuáles son tus límites.

La mirada de advertencia no me pasó por alto como tampoco la forma en que la chica apretó la quijada al ver al hombre alejarse, entonces esos ojos enigmáticos debajo del antifaz se posaron en él.

—¿Qué quiere?—las palabras salieron secas y cortantes de los labios carnosos de la chica y contrario a todo, me encontré sonriendo.

—Parece que la muñeca no está feliz de verme— le digo, solo para cabrearla más  y surte efecto cuando noto como aprieta las manos en los puños.

Sin embargo, la lengua afilada de la chica me regresa el golpe:

—Parece que el principito no entiende lo que significa la palabra NO.

—Creo que esta vez no vas a querer decirme que no, a la propuesta que tengo para tí.— le digo dando un paso más cerca de ella, es casi una necesidad las ganas que tengo de tocarla.

—No hay nada que usted pueda darme que yo quiera—me dice altanera, pero sé que está mintiendo, todo el mundo tiene un precio.

Y es justo por eso que esbozando una sonrisa ladina le digo:

—¿Ni siquiera 2000 dólares? Porque eso es lo que vengo a ofrecerte si aceptas darme un baile privado.

Puedo notar el impacto que mis palabras tienen en ella. La forma en que sus ojos se amplian, como sus labios carnosos se abren y se cierran sin saber que decir y también noto el breve momento en que algo parecido a la duda y la preocupación atraviesa su mirada, antes de que la aparte de mi.

Sé que lo está considerando, que se está debatiendo entre las ganas de decirme que no y las ganas de aceptar el dinero y es por eso que, presionando un poco más le digo.

—No tienes que hacer nada más, solo bailar, tal como haces cada noche, solo que en lugar de hacerlo para un público completo lo harás solo para mí.

Veo el momento exacto en que la resistencia se va de ella, sin embargo, aún cuando espero escuchar una respuesta afirmativa, lo que me dice es:

—¿Puedo pensarlo?

Las ganas de gritar y decirle que no pican en mi garganta, pero me contengo. El simple hecho que lo esté considerando ya es un paso gigante. Por eso, sacando una tarjeta de mi saco la tiendo en su dirección antes de decir:

—La oferta expira en 24 horas, muñeca, estaré esperando tu llamada.

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