Hace seis años.—Posa para la foto, Alexander —le insistí, forzándome a mí misma a pretender que no pasaba nada. Él puso sus comunes ojos en blanco y me abrazó desde atrás. Clara Davidson hizo clic con su vieja cámara al ángulo perfecto de nosotros dos en el campo abierto y ya estaba listo el retrato de la hipocresía.Clara, una chica universitaria que estudiaba fotografía, me había pedido posar para ella en unas cuantas fotos para un trabajo que debía entregar. Amablemente había aceptado, pero para mi incomodidad Alex se había presentado de forma inesperada en la casa y se había unido a la salida no muy satisfecho.Ignoré el hecho de que no sería bueno cuando estuviéramos a solas y traté de disfrutar el momento en la extensión del variopinto jardín botánico de la ciudad. Los colores y las texturas transmitían una sensación de ligereza y alegría a mi cuerpo, cosa que si miraba a Alexander no había tenido desde hace mucho tiempo.En vez de eso me invadía una aprehensión y recelo cuand
Con un último vistazo de ella enroscada de una manera auto protectora en la cama, con sus ojos hinchados, cerré la puerta de la cabina y la dejé en paz porque necesitaba calmarme y drenar toda la furia e impotencia que contenía mi cuerpo.Al llegar a estribor apreté mis manos en la templada barandilla de metal mirando la oscuridad tragarse el océano.Mi cabeza no paraba de retratar imágenes de una alegre Eloise siendo maltratada por un enfermo. Un jodido loco sin escrúpulos que había terminado dejándola en un hoyo negro interminable. Toda la idea de que nadie le creyó o hicieron caso a sus acusaciones me alteraba y me enfurecía como el demonio. Porque ella siguió soportando su mano dura con miedo, porque no tenía a nadie en quien confiar para que le diera una salida del infierno.—¡Maldito bastardo! —maldije en la soledad del yate, y al mismo instante mi puño encontró una pared cercana de acero, dejando mis nudillos palpitando de dolor. Sin embargo, de ninguna manera la furia que sent
El tranquilo subir y bajar de mi pecho calmaba la tormenta de su cabeza, y sus manos aferradas a mis costados, calmaban la mía evitando que mis pensamientos volvieran a lo contado, evitando recrear el dolor de sus ojos. Evitando pensar en el bastardo que hizo con ella un títere y había vuelto para seguir con lo que hubo empezado. Ella no dejaba que mi cuerpo reaccionara a toda la rabia contenida por la impotencia. En vez de eso, me hacía abrazarla tratando de protegerla de todo lo que alguna vez le hizo daño. Alejando sus miedos y demonios.Acaricié y respiré el aroma de su suave cabello. Todavía seguía sintiendo esa necesidad de encontrarlo y hacerle pagar por lo que hizo, pero tenerla de vuelta conmigo me hacía recordar que lo que importaba era el ahora. Que con Alexander o no, yo la tenía de vuelta conmigo.Estaba tan concentrado en el latir de su corazón contra el mío que casi no me di cuenta cuando Priscila asomó su cabeza por la estrecha puerta.—Hey, Daniel, ¿todo bien por ahí
"Y quisiera morir... ¡pero en tus brazos,con la embriaguez de la pasión más loca,y que mi ardiente vida se apagaraal soplo de los besos de tu boca!"-Manuel María Flores.La larga manta de cabello color caramelo se extendía encima de los almohadones que coronaban la cabeza de Eloise. Rodeando su sonrojado rostro por la expectación y la timidez del momento.Exhalé por ella y su belleza, alcanzando mi pulgar a su labio inferior, acariciando su suavidad, obsesionado e hipnotizado por ellos. Pero al mirarle los ojos llegué a la conclusión que era toda ella lo que me traía fascinado. Su confianza en mí, el brillo de su rostro, el anhelo de un amor correspondido y la felicidad del momento.Había miedo, pero sus ojos y la forma en que estaba dispuesta para mí me dijeron que sólo era por el acto en realidad. Me dio la llave para seguir y colmarla de placer y dicha. Para hacerle olvidar un pasado sombrío, para hacer brillar la bruma de su mirar.Lo cierto era que, no había nada en éste mund
Círculos y círculos en mi espalda despojada de ropa u sabanas. Un caliente pecho debajo de mí, una mano abierta sosteniendo mi muslo, un aroma masculino que me reclamaba y un calor que reconfortaba. Eso era lo que percibía cuando desperté en los brazos firmes de Daniel. Todos nuestros miembros enredados entre sí y con las sábanas blancas revueltas hasta la mitad de nuestros cuerpos. Cerré mis ojos, saboreando su ternura, la intimidad, la fortuna de yacer a su lado de ese modo.Mi corazón aceleró su latido al recordar lo que hace un rato habíamos hecho. Volví a suspirar por lo fascinante del encuentro de dos cuerpos. Él había encendido hasta la más recóndita parte de mi ser, me había mostrado un placer que era sólo algo ficticio y místico para mí hace algunos años. Me hizo sentir una unión más allá de lo carnal, fue una intimidad que me llegaba al alma. Piel contra piel desnuda, dureza contra suavidad, corazón roto contra corazón roto. Nos hizo uno solo, y con su ternura cautivó mi co
Según mi teléfono eran las ocho de la noche, la cena estaría servida, y era mi oportunidad para ganarme el apoyo de la mencionada. No había dejado que Daniel viniera, y lo había detenido diciéndole que era muy tarde y lo mejor sería que esperara la primera hora de la mañana.Cuando entré a la cocina todo estaba silencioso excepto por el sonido de los utensilios chocando con el plato de porcelana que ella usaba en la mesa para comer.—Pensé que no bajarías a cenar —musitó cautelosa, como si cuidara sus palabras.—Siento dejarte comiendo sola unos días, pero ya estoy aquí —respondí, siendo sincera en lo que a ello respecta. Siempre que no estaba papá, sólo éramos ella y yo en ésta casa. Pero recordé que seguro le venía de maravilla mi ausencia porque así Alexander se pasearía por el umbral de ida y vuelta sin ningún inconveniente.—Siéntate, te serviré —terminó diciendo apresurada y sospechosa.Con un suspiro me acerqué con cuidado a la mesa y tanteé hasta que encontré una de las sillas
Si cuento las rayas talladas con un lapicero en el arco de madera que dividía la sala de la cocina, podía tener los días que había estado encerrada en la última torre del castillo. Custodiada por un infame chico que había hecho su metamorfosis a un hombre incluso más manipulador y violento que hace años.Uno, dos, tres... veintiún rayitas, equivalentes a tres semanas confinada.Deslice mi uña del pulgar por el surco de una de ellas mientras apoyaba mi cabeza en el arco y dejaba que cayera otra lágrima.En la soledad del apartamento de dos habitaciones el hoyo negro se sentía más infinito que nunca. Soledad, miedo y ansiedad era lo que se había arraigado en mí. Un refugio de autoprotección ante cualquier ataque, porque si seguía sintiéndome así, al menos podría reaccionar en la medida de estos. Pero no evitaban que el hoyo redujera su caída libre. Lo aumentaba.Todo era negro mientras escuchaba el constante zumbar de los electrodomésticos, el leve rugido del aire acondicionado y la vid
Un día como hoy entraría a la oficina sonriendo a Mildred. Un día como hoy haría mi trabajo de lo más relajado e inspirado. Saldría en el momento justo en el que el sol se fuera escondiendo y correría al refugio de los bares que me ofrecía la activa California. Perdería la cuenta de copas y las de mujeres en mi regazo. Pediría a Ryan que me llevara en su auto hasta mi apartamento y ahí acabaría el día, conmigo en una nebulosa de alcohol y olvido temporal, desparramado en la cama con el traje arrugado. Me despertaría y empezaría todo de nuevo.Eso en un día normal. En aquellos donde me importaba poca cosa mi existencia y en donde el borrar recuerdos y sufrimientos era la tarea principal. Pero no ahora. Tres semanas he estado sobrio tragando mi ira y angustia por una mujer que había desaparecido de mi vista, de mis brazos. Era como caer constantemente en un hoyo negro sin fin. Una interminable película de recuerdos y anhelos. De deseos e histeria.Paranoico e irritable en cada minuto de