El tranquilo subir y bajar de mi pecho calmaba la tormenta de su cabeza, y sus manos aferradas a mis costados, calmaban la mía evitando que mis pensamientos volvieran a lo contado, evitando recrear el dolor de sus ojos. Evitando pensar en el bastardo que hizo con ella un títere y había vuelto para seguir con lo que hubo empezado. Ella no dejaba que mi cuerpo reaccionara a toda la rabia contenida por la impotencia. En vez de eso, me hacía abrazarla tratando de protegerla de todo lo que alguna vez le hizo daño. Alejando sus miedos y demonios.Acaricié y respiré el aroma de su suave cabello. Todavía seguía sintiendo esa necesidad de encontrarlo y hacerle pagar por lo que hizo, pero tenerla de vuelta conmigo me hacía recordar que lo que importaba era el ahora. Que con Alexander o no, yo la tenía de vuelta conmigo.Estaba tan concentrado en el latir de su corazón contra el mío que casi no me di cuenta cuando Priscila asomó su cabeza por la estrecha puerta.—Hey, Daniel, ¿todo bien por ahí
"Y quisiera morir... ¡pero en tus brazos,con la embriaguez de la pasión más loca,y que mi ardiente vida se apagaraal soplo de los besos de tu boca!"-Manuel María Flores.La larga manta de cabello color caramelo se extendía encima de los almohadones que coronaban la cabeza de Eloise. Rodeando su sonrojado rostro por la expectación y la timidez del momento.Exhalé por ella y su belleza, alcanzando mi pulgar a su labio inferior, acariciando su suavidad, obsesionado e hipnotizado por ellos. Pero al mirarle los ojos llegué a la conclusión que era toda ella lo que me traía fascinado. Su confianza en mí, el brillo de su rostro, el anhelo de un amor correspondido y la felicidad del momento.Había miedo, pero sus ojos y la forma en que estaba dispuesta para mí me dijeron que sólo era por el acto en realidad. Me dio la llave para seguir y colmarla de placer y dicha. Para hacerle olvidar un pasado sombrío, para hacer brillar la bruma de su mirar.Lo cierto era que, no había nada en éste mund
Círculos y círculos en mi espalda despojada de ropa u sabanas. Un caliente pecho debajo de mí, una mano abierta sosteniendo mi muslo, un aroma masculino que me reclamaba y un calor que reconfortaba. Eso era lo que percibía cuando desperté en los brazos firmes de Daniel. Todos nuestros miembros enredados entre sí y con las sábanas blancas revueltas hasta la mitad de nuestros cuerpos. Cerré mis ojos, saboreando su ternura, la intimidad, la fortuna de yacer a su lado de ese modo.Mi corazón aceleró su latido al recordar lo que hace un rato habíamos hecho. Volví a suspirar por lo fascinante del encuentro de dos cuerpos. Él había encendido hasta la más recóndita parte de mi ser, me había mostrado un placer que era sólo algo ficticio y místico para mí hace algunos años. Me hizo sentir una unión más allá de lo carnal, fue una intimidad que me llegaba al alma. Piel contra piel desnuda, dureza contra suavidad, corazón roto contra corazón roto. Nos hizo uno solo, y con su ternura cautivó mi co
Según mi teléfono eran las ocho de la noche, la cena estaría servida, y era mi oportunidad para ganarme el apoyo de la mencionada. No había dejado que Daniel viniera, y lo había detenido diciéndole que era muy tarde y lo mejor sería que esperara la primera hora de la mañana.Cuando entré a la cocina todo estaba silencioso excepto por el sonido de los utensilios chocando con el plato de porcelana que ella usaba en la mesa para comer.—Pensé que no bajarías a cenar —musitó cautelosa, como si cuidara sus palabras.—Siento dejarte comiendo sola unos días, pero ya estoy aquí —respondí, siendo sincera en lo que a ello respecta. Siempre que no estaba papá, sólo éramos ella y yo en ésta casa. Pero recordé que seguro le venía de maravilla mi ausencia porque así Alexander se pasearía por el umbral de ida y vuelta sin ningún inconveniente.—Siéntate, te serviré —terminó diciendo apresurada y sospechosa.Con un suspiro me acerqué con cuidado a la mesa y tanteé hasta que encontré una de las sillas
Si cuento las rayas talladas con un lapicero en el arco de madera que dividía la sala de la cocina, podía tener los días que había estado encerrada en la última torre del castillo. Custodiada por un infame chico que había hecho su metamorfosis a un hombre incluso más manipulador y violento que hace años.Uno, dos, tres... veintiún rayitas, equivalentes a tres semanas confinada.Deslice mi uña del pulgar por el surco de una de ellas mientras apoyaba mi cabeza en el arco y dejaba que cayera otra lágrima.En la soledad del apartamento de dos habitaciones el hoyo negro se sentía más infinito que nunca. Soledad, miedo y ansiedad era lo que se había arraigado en mí. Un refugio de autoprotección ante cualquier ataque, porque si seguía sintiéndome así, al menos podría reaccionar en la medida de estos. Pero no evitaban que el hoyo redujera su caída libre. Lo aumentaba.Todo era negro mientras escuchaba el constante zumbar de los electrodomésticos, el leve rugido del aire acondicionado y la vid
Un día como hoy entraría a la oficina sonriendo a Mildred. Un día como hoy haría mi trabajo de lo más relajado e inspirado. Saldría en el momento justo en el que el sol se fuera escondiendo y correría al refugio de los bares que me ofrecía la activa California. Perdería la cuenta de copas y las de mujeres en mi regazo. Pediría a Ryan que me llevara en su auto hasta mi apartamento y ahí acabaría el día, conmigo en una nebulosa de alcohol y olvido temporal, desparramado en la cama con el traje arrugado. Me despertaría y empezaría todo de nuevo.Eso en un día normal. En aquellos donde me importaba poca cosa mi existencia y en donde el borrar recuerdos y sufrimientos era la tarea principal. Pero no ahora. Tres semanas he estado sobrio tragando mi ira y angustia por una mujer que había desaparecido de mi vista, de mis brazos. Era como caer constantemente en un hoyo negro sin fin. Una interminable película de recuerdos y anhelos. De deseos e histeria.Paranoico e irritable en cada minuto de
Tenía muchas cosas que decirle a Robert Bennett y no sabía por dónde empezar. Él tampoco lo ponía muy fácil que digamos porque al tiempo que estuvo a un paso de mí apenas me dio una mirada y siguió de largo diciendo —: No hay tiempo para reencuentros nostálgicos, necesito saber qué pasa con mi hija.Giré en redondo y, conteniendo todo el aire, empecé a caminar detrás suyo. Con una seña lo guié al Jaguar y sin siquiera hablar, se embarcó al vehículo de color negro.El aire en el auto se podía palmar de la tensión, se había solidificado asfixiándome y haciendo que nerviosamente maniobrara el cuello de mi camisa atada con una corbata de seda azul. Con el rabillo de mis ojos miraba a aquél hombre sentado de forma recta en el mismo asiento en el que estuvo Eloise hace más de un mes. El parecido con él era impresionante, no podía negarla aunque quisiera.Pero más que apreciar su parecido con la mujer que aún tenía mi mundo de cabeza, mis pensamientos estaban completamente dirigidos a un tem
La fatiga empeoró. Las baldosas frías se volvieron mi refugio en los últimos días. Me abrazaba al retrete cada mañana. Los ácidos subían a mi garganta y con la misma rapidez con que lo hacían yo los devolvía. La cabeza, mis piernas... el cuerpo entero. Estos estaban envueltos en un entumecimiento y malestar constante produciendo un mal humor y pesadez. Sumado a mi desprecio por el encierro en que me estaban obligando a vivir estaba esto. Pero ni una palabra dicha, me lo guardaba todo. Lavaba mis dientes, caminaba derecha y con esfuerzo volvía a poner mi semblante neutro cuando el infame llegaba. Trancaba mi puerta y de ahí no salía por más que llamara mi nombre a gritos.Me atormentaba. Tenía una profunda angustia porque no era estúpida o ilusa. Mis síntomas no eran de un virus estomacal o alguna enfermedad. Nunca fui enfermiza, los doctores alababan mi sistema inmunológico.Las comidas de Alexander no eran sanas, pero al pasar un mes mi cuerpo se debió adaptar a ellas. Y no eran todo