Según mi teléfono eran las ocho de la noche, la cena estaría servida, y era mi oportunidad para ganarme el apoyo de la mencionada. No había dejado que Daniel viniera, y lo había detenido diciéndole que era muy tarde y lo mejor sería que esperara la primera hora de la mañana.Cuando entré a la cocina todo estaba silencioso excepto por el sonido de los utensilios chocando con el plato de porcelana que ella usaba en la mesa para comer.—Pensé que no bajarías a cenar —musitó cautelosa, como si cuidara sus palabras.—Siento dejarte comiendo sola unos días, pero ya estoy aquí —respondí, siendo sincera en lo que a ello respecta. Siempre que no estaba papá, sólo éramos ella y yo en ésta casa. Pero recordé que seguro le venía de maravilla mi ausencia porque así Alexander se pasearía por el umbral de ida y vuelta sin ningún inconveniente.—Siéntate, te serviré —terminó diciendo apresurada y sospechosa.Con un suspiro me acerqué con cuidado a la mesa y tanteé hasta que encontré una de las sillas
Si cuento las rayas talladas con un lapicero en el arco de madera que dividía la sala de la cocina, podía tener los días que había estado encerrada en la última torre del castillo. Custodiada por un infame chico que había hecho su metamorfosis a un hombre incluso más manipulador y violento que hace años.Uno, dos, tres... veintiún rayitas, equivalentes a tres semanas confinada.Deslice mi uña del pulgar por el surco de una de ellas mientras apoyaba mi cabeza en el arco y dejaba que cayera otra lágrima.En la soledad del apartamento de dos habitaciones el hoyo negro se sentía más infinito que nunca. Soledad, miedo y ansiedad era lo que se había arraigado en mí. Un refugio de autoprotección ante cualquier ataque, porque si seguía sintiéndome así, al menos podría reaccionar en la medida de estos. Pero no evitaban que el hoyo redujera su caída libre. Lo aumentaba.Todo era negro mientras escuchaba el constante zumbar de los electrodomésticos, el leve rugido del aire acondicionado y la vid
Un día como hoy entraría a la oficina sonriendo a Mildred. Un día como hoy haría mi trabajo de lo más relajado e inspirado. Saldría en el momento justo en el que el sol se fuera escondiendo y correría al refugio de los bares que me ofrecía la activa California. Perdería la cuenta de copas y las de mujeres en mi regazo. Pediría a Ryan que me llevara en su auto hasta mi apartamento y ahí acabaría el día, conmigo en una nebulosa de alcohol y olvido temporal, desparramado en la cama con el traje arrugado. Me despertaría y empezaría todo de nuevo.Eso en un día normal. En aquellos donde me importaba poca cosa mi existencia y en donde el borrar recuerdos y sufrimientos era la tarea principal. Pero no ahora. Tres semanas he estado sobrio tragando mi ira y angustia por una mujer que había desaparecido de mi vista, de mis brazos. Era como caer constantemente en un hoyo negro sin fin. Una interminable película de recuerdos y anhelos. De deseos e histeria.Paranoico e irritable en cada minuto de
Tenía muchas cosas que decirle a Robert Bennett y no sabía por dónde empezar. Él tampoco lo ponía muy fácil que digamos porque al tiempo que estuvo a un paso de mí apenas me dio una mirada y siguió de largo diciendo —: No hay tiempo para reencuentros nostálgicos, necesito saber qué pasa con mi hija.Giré en redondo y, conteniendo todo el aire, empecé a caminar detrás suyo. Con una seña lo guié al Jaguar y sin siquiera hablar, se embarcó al vehículo de color negro.El aire en el auto se podía palmar de la tensión, se había solidificado asfixiándome y haciendo que nerviosamente maniobrara el cuello de mi camisa atada con una corbata de seda azul. Con el rabillo de mis ojos miraba a aquél hombre sentado de forma recta en el mismo asiento en el que estuvo Eloise hace más de un mes. El parecido con él era impresionante, no podía negarla aunque quisiera.Pero más que apreciar su parecido con la mujer que aún tenía mi mundo de cabeza, mis pensamientos estaban completamente dirigidos a un tem
La fatiga empeoró. Las baldosas frías se volvieron mi refugio en los últimos días. Me abrazaba al retrete cada mañana. Los ácidos subían a mi garganta y con la misma rapidez con que lo hacían yo los devolvía. La cabeza, mis piernas... el cuerpo entero. Estos estaban envueltos en un entumecimiento y malestar constante produciendo un mal humor y pesadez. Sumado a mi desprecio por el encierro en que me estaban obligando a vivir estaba esto. Pero ni una palabra dicha, me lo guardaba todo. Lavaba mis dientes, caminaba derecha y con esfuerzo volvía a poner mi semblante neutro cuando el infame llegaba. Trancaba mi puerta y de ahí no salía por más que llamara mi nombre a gritos.Me atormentaba. Tenía una profunda angustia porque no era estúpida o ilusa. Mis síntomas no eran de un virus estomacal o alguna enfermedad. Nunca fui enfermiza, los doctores alababan mi sistema inmunológico.Las comidas de Alexander no eran sanas, pero al pasar un mes mi cuerpo se debió adaptar a ellas. Y no eran todo
Las cuatro paredes de la habitación donde yo misma me había encerrado evitaban que fuera más allá dado que los pasos de un lado a otro eran incesantes. Agarraba mi estómago en señal de protección, acto que ya hacía de forma inconsciente. Esperando, simplemente esperando a que la puerta principal chirriara al abrirse para dejar pasar a la señora de edad. Desde ayer, cuando Alexander me había obligado a mentirle a mi padre, me encerré en esa habitación y no había salido desde el mismo momento en que pasé el seguro de la puerta. Todo un día había pasado sin ingerir nada y aún así las náuseas volvieron como un clavel en la mañana. Expulsando sólo líquido. Sin embargo, no saldría, no a menos que Alexander abandonara el lugar y entrara su madre. Él, extrañamente por la noche, me dejó en paz, no usó sus llaves para arremeter contra mí. Quizás eso era la causa de la risa cínica que retumbaba cada vez que pasaba en frente de la habitación. Se regocijaba. Pero yo cerraba mis ojos y volvía mis
El comportamiento irritable que presentaba después de haber dejado a Robert Bennett en su aparente apacible hogar lograba que el dormitorio de mi departamento y el piso mismo pareciera una cárcel asfixiante y opresiva en vez del espacioso y costoso lugar inesesariamente amueblado en exceso con un gusto minimalista y una ambientación que según la diseñadora te hacía sentir desahogado. Era el caso contrario, por encima de todo, la angustia reverberaba en mi sangre como lava y oprimía mi pecho como un mazo sobre un trozo de carne para ablandar. El sudor resbalaba por mis sienes al mismo tiempo que mis manos se abrían y cerraban de una manera repetitiva y calculada que sólo delataba mi ansiedad.La espera me dejaba sucumbir a mis emociones que no habían estado controladas desde que había dejado a cierta muchacha en el sendero de su casa, completa y decidida pero a la merced de una bruja que haría cualquier endemoniada cosa por alejarla de mi presencia, que según suposiciones de la señora
La risa de Alexander era fría.Un enigma. Endorfinas viajando por sus venas y explotando con un barítono a través de su boca, como un volcán en erupción. Fuego y cenizas. Sus emociones provocaban esa reacción, pero ninguna honesta y pura, libre de intenciones distintas al flagelamiento.Se rió tan agusto como pudo, a sus anchas, pomposo... victorioso. Mis ojos eran ciegos, sin embargo, mis oídos no. Interpretaba su postura rimbombante, su rostro satisfecho de su maniobra, clasificandola como un éxito rotundo.Después de todo me permití escucharla porque con cada nota me endurecia más. Porque estaba envalentonada a causa de las palabras de Daniel Cox. Dolió mucho, sentirlo tan cerca y saberse tenerlo tan lejos, como la luna al mirarla, aquella que fue fiel seguidora de nuestras andanzas en la penumbra. Tan cerca que mis manos picaban por sentir su piel mientras mi corazón se rompía al conocer que no sería posible."Te amaré, Elie. Yo puedo hacerlo, por ti puedo hacerlo"Pero ya lo hací