-¿Qué pudo provocarte fuertes nauseas hijo?-, dijo el padre en voz alta parado en el centro de la sala, -no sé, a lo mejor fue un jugo bebido en la despensa-, dijo Marito desde la cama esperando la próxima arcada, el veneno para ratas había provocado un movimiento violento en el estómago que desencadenó fuertes vómitos, uno tras otro hasta que expulsaba el veneno ingerido, -¿necesitas alguna esencia para contenerlo?-,volvió a preguntar el papá inquieto, -vete a dormir, todo va a estar bien conmigo, no te preocupes-, respondió Marito; la muerte había rehusado llegar a su alcoba en un desprecio nunca estimado, “aún la muerte me ofrece la espalda” pensó, decidió limpiar la habitación por el mal olor del vómito, -eso hiede a gasolina-, comento el papá desde la puerta de su dormitorio, -ahorita mismo limpio, duerme en paz-, respondió Marito caminando a la cocina en busca del trapeador. Limpió el dormitorio con agua y un desinfectante ambiental, luego lo secó con el trapeador, la casa estaba obscura por decisión suya no quería escándalos a esa hora de la noche, suficiente comidilla era en el barrio, fue a guardar los utensilios de aseo y regresó a la cama, apagó la luz de su habitación, una sombra blanca cruzó enfrente suyo, Marito no quiso pensar en nada, cerró los ojos pesados, -la muerte no puede ser-, dijo entre dientes, se cobijó de pies a cabeza temblando del frío sin haberlo con la esperanza de dormir.
-Aún sale un mal olor de tu dormitorio-, dijo el padre sentado en la sala antes de ir a escuchar la misa del domingo, -debe de ser, es que ese veneno para ratas huele mal, además su olor es impregnable porque deben saber cómo anoche me bebí un bote de ese veneno para morirme pero la muerte se dio a la fuga huyendo de mi cuerpo-, confesó Marito sin levantar la mirada; gruesas lágrimas corrieron por las mejillas de la madre mientras el padre se llevó ambas manos a la cabeza conteniendo la respiración, -¿dónde iremos a llegar contigo?-, preguntó contrito, -a ningún lado, lo único que quiero es morirme de una sola vez, terminar con esta cabrona vida desgraciada, para mí ya días fue que se marchitaron los árboles, el aire dejó de soplar y un agujero más grande que el universo mismo se agiganta en mi alma-,gritó Marito embrocándose sobre el sofá, el padre fue hasta el dormitorio, se tiró al piso a olfatear intentando confirmar las palabras del hijo, una sombra negra de tristeza cobijó esa mañana la vivienda silenciando las voces de la televisión o la música de la radio hasta las palabras escaparon escurridizas adivinando el ambiente hostil desencadenado; Marito entró en un ostracismo psíquico del que no se sabía cuándo iba a regresar.
Una mañana llegó un vecino interesado por la situación atravesada por la familia de Marito, transcurría ya el cuarto día desde que el joven permanecía tirado en la cama sin querer hablar con nadie rechazando cualquier iniciativa respecto a él, por el instinto de supervivencia inherente a todo ser humano ingería alimentos sin sentirles sabor,-hay en el barrio popular de la cabecera nuestra una buena curandera, hay varios testimonios de personas que han sido sanados por ella, ¿por qué no intentamos con Marito?, no vaya a ser que este chico haya sido víctima de un maleficio de alguien colmado de envidia, intentémoslo nada se pierde, no es bruja sólo es una mujer practicante del bien-, dijo el vecino compadecido, la madre miró con gesto afirmativo al marido, -¿vas conmigo?-,preguntó el padre, Marito con la cara contraída y la mirada perdida en el infinito permanecía sentado en una silla en la entrada de la casa, -sólo con la condición que me suspendan esas horripilantes pastillas azules-, dijo con voz entrecortada, -mientras estés con esa señora dejarás de tomarlas, es una promesa garantizada-, prometió el padre con la esperanza dibujada en el rostro de recuperar al hijo casi perdido.
Marito aceptó ir donde la curandera del barrio popular. Subieron a un bus de ruta interurbana, la gente seguía en sus afanes mientras él permanecía sumido en una terrible depresión por andar buscando el bienestar colectivo pensaría Marito. Bajaron en el desvió que conducía al colegio donde estudiaba su último año de bachillerato después tenían que caminar unas cinco cuadras hacia arriba, miró nostálgico el edificio, -caminemos no hay nada que admirar en este barrio-, invitó el padre advirtiendo la sensación del hijo. Llegaron a la casa con las indicaciones dadas por el vecino, en realidad era una casa modesta como cualquier otra de aquel barrio, en la vivienda estaba el vendedor de lotería de caminar y gestos extraños en su cara, “nunca me imaginé que aquí viviera este engendro del demonio”, pensó Marito obsesionado, -adelante, esta es vuestra casa-, dijo con humildad la señora, parecía que la mujer vivía sola con el lotero o los demás hijos debían andar en sus trabajos, la señora tenía la televisión encendida con un canal de proyección nacional que exhibía un melodrama mexicano, -nos han hablado de usted y sus buenos conocimientos sobre temas y medicina alternativa-, dijo el padre sonriente, -he aprendido algunas cuestiones para hacer el bien a mis semejantes, parece que usted tiene muy mal al muchacho-, dijo la señora, “vaya si es bruja la mujer”, pensó Marito, -sí, ya hace casi tres meses que mi hijo está de mal en peor sin poderle ver alguna mejoría, apareció anunciando el fin del mundo y después lo invadió una gran tristeza, ¡hasta ha querido suicidarse!-, relató el padre sonándose los dedos,-el fin del mundo es cuando uno se muere y da cuentas a nuestro padre eterno, no andes creyendo las boberías anunciadas por los falsos profetas hijo-, dijo la señora, -¿podría tratarlo?, lo vamos a agradecer estamos a punto de irnos a un manicomio nosotros también-, dijo el padre afligido, -haré cuanto esté a mi alcance, sólo que debe quedarse en esta morada para poder hacer un buen trabajo-, respondió la mujer con la intención de ir a la cocina a traer algo de beber, el lotero endemoniado se marchó a la calle dispuesto a seguir con su rutina, Marito suspiró aliviado por la liberación de aquella negra energía. El melodrama terminó con la canción promocional de la temporada veraniega, -todo es una mierda-, dijo Marito, su papá sonrió obligado, -lo de su hijo es solucionable, sólo bastará esta noche y le garantizo que volverá a la normalidad, puedo ver que es un buen muchacho-, expresó la curandera con una tisana en las manos para ofrecerla al paciente, -pero, por favor, dígale a mi papá que no necesito esas odiosas pastillas azules-, suplicó Marito agarrando la tisana entre sus manos, -ya no son necesarias, muchas veces los doctores no logran entender algunas cuestiones que están más allá de su inteligencia humana y sólo saben recetar pastillas ignorando otras vías alternativas-,respondió la mujer, el papá se despidió encomendando el cuidado de Marito a la mujer y prometiendo venir a recogerle el siguiente día en la mañana.
La curandera aseguró que en aquella casa era imposible que ocurrieran cosas extrañas, tampoco aparecían fantasmas ni animales del infierno como relataban sobre las viviendas de los curanderos en la región, -creo en nuestro señor Jesucristo y soy su sierva, él me protege contra cualquier fuerza del mal o algún hecho que circunde de día-, dijo la mujer, Marito sintió alguna adversidad con el nazareno, sería el rey del universo como dijo el desquiciado profesor de Filosofía, eso sólo lo sabría el Jesucristo mismo, mientras tanto él estaría simulando ver la programación televisiva en aquella casa escuchando pasar los automóviles que en forma esporádica pasaban por la calle mientras la señora ofrecía tisana tras tisana con diferentes sabores. Marito sentía algún relajamiento en aquella vivienda, el vacío sentido en su interior permanecía, la vida seguía siendo de color gris más divisaba una débil esperanza amarilla en el horizonte.
En el crepúsculo la curandera le solicitó entrar al dormitorio que le había asignado, el lotero endemoniado había regresado con sus peculiares gestos en su cuerpo y sería mejor estar lejos, “siempre me ha provocado repulsión ese hombre, cuando le he visto en la calle, debe ser un hombre desgraciado sobre quien pesa alguna maldición; nunca me imaginé que viviera en esta casa ni que fuera hijo de esta curandera”, pensó Marito retirándose de la sala. Entró al dormitorio, sólo había una mesa de noche sobre la cual colgaba un gran crucifijo con un jarrón de flores rojas y amarillas, la cama unipersonal estaba cubierta con un cubrecama de grandes cuadros rojos entremezclados con negros; Marito recordó a sus compañeros del frente estudiantil y las veces que habían soñado con irse a establecer campañas de combate a la montaña como ya lo habían hecho muchos partidos comunistas alrededor del mundo en su afán de seguir las indicaciones de Carlos Marx sobre que toda revolución debe ser por la vía armada para conquistar el poder y ponerlo al servicio de los pobres, “vámonos patria a caminar”, dijo una voz suave en su cerebro; -será el espíritu de Otto Rene Castillo[1] que se está apoderando de mi ser-, murmuró Marito, -aquí nadie se apodera de nadie, no hay permiso para ello-,dijo la curandera a sus espaldas con una olla humeante en sus manos, un fuerte escalofrío recorrió el cuerpo de Marito, la curandera colocó el recipiente en el pie de un extremo de la cama, -deberás acostarte para seguir con tu tratamiento-, dijo; el paciente obedeció, se retiró los zapatos seguidos de sus calcetines antes de tenderse boca arriba en la cama, -si te dejas la camisa podré dañarla con estas aguas-, advirtió la curandera, caminó hasta el crucifijo y encendió una vela teñida de rojo y amarillo, Marito la miró desconfiado mientras se quitaba la camisa, aquel ambiente lucía esotérico con olores extraños entrelazados con el silencio lúgubre de la casa, ni el lotero endemoniado era capaz de lanzar una palabra, él estaría imbuido en sus series de televisión favoritas; la curandera agarró agua con las manos para mojar la cabeza del paciente, se empapó las manos con una fragancia exótica para frotar su espalda y el tórax, -estoy haciendo una limpieza de cuerpo y alma-, dijo la mujer; Marito permaneció en silencio, había perdido la fe, no quería saber de sortilegios ni charlatanerías más debía tolerarlas por el compromiso con la familia, la curandera regó una cantidad de papeles usados alrededor de la cama para prenderles fuego en el momento, al mismo tiempo que empapaba la cabeza de un aceite y agua de varias hierbas aromáticas; Marito toleraba aquellos conjuros con la esperanza de librarse de las pastillas azules que tanto le martirizaba beber; la mujer agarró una sábana destilando agua verdosa para cubrirlo de pies a cabeza, -en unos minutos traigo tu cena, mientras tanto permanece aquí en silencio sin decir nada, así vamos avanzando en tu liberación-, dijo la mujer; Marito suspiró profundo soportando la tibieza de la manta tendida sobre su cuerpo, un hálito de pavor mezclado con esperanza cobijó la habitación, miró la imagen de cristo crucificado con desidia como sintiendo adversidad manifiesta la que se reprochó asimismo de inmediato, el crucifijo parecía tener la cabeza levantada observándolo con sus ojos de madera bajo un mechón de pelo negro que caía en forma desordenada en un rostro ensangrentado, “perdón oh Dios”, pensó Marito; la curandera entró con una cena ligera que acompañaba con un jugo de frutas licuados, se quedó en el dormitorio acompañándole mientras cenaba, -no debes tener miedo a nada, el Todopoderoso está a tu lado y te protege con sus grandes alas-, expresó la curandera, él volvió a mirarle a los ojos incrédulo, desde ya días estaba distanciado del Altísimo, resentido por la alta traición que había sufrido al encomendarle anunciar el fin del mundo y retirar esa promesa, creía que no estaba en su mente ni bajo su manto protector como esta noche afirmaba la vieja curandera, unas gruesas gotas de agua se oyeron caer sobre el techo de la modesta vivienda, -debe de ser un aguacero de verano, hacía días que no caía uno-, dijo la mujer, -la lluvia me trae tantos recuerdos imposibles de materializar esta noche-, replicó Marito mirando hacia el techo, -te recuestas pronto vas a dormirte, necesito que duermas y descanses, mañana el sol traerá una nueva luz a tu vida llenando de nueva energía tu alma y ser-, dijo la curandera soltando una bocanada de humo de un cigarro que empezó a fumar, Marito se acostó obediente, la mujer ayudó a cobijarlo con la sábana húmeda del agua verdosa, alrededor de la cama aún vagaba humo de la fogata de papel, el aguacero había recalentado el ambiente, la noche parecía estar llena de una paz carente de color.
En la mañana siguiente apareció el padre en casa de la curandera, Marito estaba sentado en la sala relajado como si el tiempo se hubiera detenido en esa morada, -¿cómo estuvo la noche?, ¿sentiste ese gran aguacero?, es producto del verano, el calor eleva las temperaturas hasta que hace llover sobre la tierra-, dijo el padre, -escuché las primeras gotas de lluvia, luego caí en un sueño profundo despertando hasta en el amanecer-, declaró Marito; la curandera sonrió complacida a mitad de la sala, -el muchacho estará bien de aquí en adelante, olvide las preocupaciones-, dijo la mujer, -ya no es necesario que tome las pastillas azules-, recordó Marito en tono de súplica, -en absoluto, si ella garantiza tu mejoría ya no estaremos insistiendo con los medicamentos-, replicó el padre sonriente, -la situación ha sido compleja con él, sin embargo hemos hecho un buen trabajo, hemos podido vencer las fuerzas del mal, su hijo está libre-, declaró la curandera; el padre agradeció los servicios esotéricos a la mujer invitando a marcharse al hijo, entregó una suma simbólica antes de salir de la casa; salieron; el sol calentaba la mañana humedecida por el aguacero de la noche anterior con una luz blanca irradiada de esperanza.
En casa, Marito comenzó a ver la vida con incertidumbre sin motivos ni angustia por vivir, aún el sentimiento de traición seguía carcomiendo la piel pero con la esperanza de resurgir como el Ave Fénix en un líder global guiando a la humanidad hacia una sociedad perfecta donde todos vivieran en hermandad sin contradicciones ni luchas de poder; la curandera lo había citado para el domingo próximo, es decir, dentro de tres días, sentía remordimiento por haber aceptado visitar una practicante de magia blanca pero una sensación de alivio invadía su ser al recordar que se estaba liberando de las pesadillas de las pastillas azules. El día antes de ir a visitar a la curandera esa ambivalencia entre ser y no ser se apoderó de su mente dominando el no ser, “será mejor desaparecer de este planeta hipócrita cabrón porque es imposible controlar tanta mente indiferente y reacia”, pensó sintiendo que el corazón golpeaba fuerte en su caja torácica tratando de salir y gritar al mundo las más crudas verdades, el plan debía ser perfecto y no debía dar lugar a desviaciones como la vez pasada cuando la muerte huyó de su presencia despavorida; con esa firme decisión caminó hasta la carretera principal en la orilla de la pequeña ciudad, necesitaba terminar con su vida para evitar seguir conjeturando en temas irrelevantes para cualquiera de los mortales pero de trascendencia universal para él, se paró en un extremo de la carretera a esperar que un cabezal de carga lo arrollara trasladándolo al mundo de los muertos; el turno esperado llegó en la vuelta que hacía la carretera, a pocos metros suyos apareció un pesado cabezal cargado de madera, -en las llantas de este quedaré aunque duela-, murmuró entre labios, hizo el intento por atravesarse pero una extraña fuerza magnética le retuvo por la espalda evitando ser arrastrado por el viento traído por el tráiler; Marito miró hacia todos lados, estaba solo, sin la compañía de nadie en aquel lugar. Quiso ir a lanzarse al gran río pero recordó que sabía nadar entre las más peligrosas corrientes y el espíritu de supervivencia inherente a los humanos evitaría por todos los medios que se pudiera ahogar, ante tanta inconveniencia para entregarse a la muerte decidió irse a un lugar lejano a deambular por el mundo mientras decidía la hoja de ruta a seguir.
Caminó siguiendo la dirección de la ciudad cabecera de su distrito, con la idea de irse a la capital del país, por algún momento se imaginó deambulando en medio de las poblaciones, habría caminado unos dos kilómetros bajo el inclemente sol olvidado de su misma existencia cuando una camioneta roja se contuvo a un lado suyo, -¿hacia dónde caminas Marito?-, preguntó curioso un tío desde el volante, a un lado suyo viajaba un amigo de infancia, -ah, voy a la ciudad cercana, como no pasaba ningún transporte público decidí venirme caminando hasta que me alcanzara uno-, mintió volviendo en sí, -súbete en la parte trasera, te vienes conmigo-, dijo el tío, obediente Marito subió en el pick up, los árboles comenzaron a correr en ambos lados de la carretera en una carrera sin norte ni horizonte, Marito reflexionó mientras iba subido en la parte trasera del vehículo, “en lugar de mendigar por las calles de la capital del país, mejor sería ir a los canales televisivos y anunciar la caída de este sistema de cosas, la llegada de un reordenamiento universal”, pensó, acarició la idea con la yema de los dedos encontrándola suave, dulce hasta lo factible, no se enteró el momento en que cruzó el centro de la ciudad, frente al parque central gritó el tío desde la cabina: -¿aquí te quedas Marito?-, él golpeó la parte superior del vehículo en señal de respuesta, bajó después de que el carro se contuvo en una esquina, agradeció con una sonrisa forzada extraída desde el fondo de sus huesos, el tío sonrió mientras lo despedía. Marito dobló hacia la derecha pasando enfrente del presidio local, “en definitiva iré a cumplir mi objetivo trazado mientras venía”, pensó, el sol calentaba las calles empedradas de aquella ciudad, él caminaba buscando la salida del sur, cruzando frente a una fábrica artesanal estaba cuando alguien pronunció su nombre a sus espaladas, “será Dios de nuevo”, pensó girando la cabeza, un compañero suyo, el chiflado, se acercaba con largos pasos, -¿hacia dónde vas esta tarde?, no es tan común ni en épocas estudiantiles verte por aquí-, preguntó el chiflado con cara de preocupación, -voy hacia la capital a convocar a los medios de comunicación e informar sobre la eminente llegada del final de los tiempos-, dijo Marito; el chiflado se llevó las manos a la cabeza desesperado, -Marito, por Dios, tú has sido un tipo inteligente, cómo se te pueden ocurrir esas delirantes ideas, el mundo termina cuando uno muere y tú estás vivo-,dijo el chiflado, -estás muy equivocado, hay realidades ocultas en lo que percibes como verdad, sólo que nunca las comprendes por tu ceguera y dureza de corazón-, replicó Marito filosófico, el chiflado lo abrazó invitándolo a caminar de regreso para poderlo hacer cambiar de opinión,-está bien, regresaré a casa, no es necesario que vayas conmigo, yo voy solo-, dijo Marito esquivando la ayuda ofrecida por el compañero de bachillerato, -como quieras, lo importante es que regreses a casa de tus padres, yo vivo en esta cuadra y estaré en mi casa-, aceptó el chiflado. Marito cambió de ruta, no contaba con aquel imprevisto, caminó unas cinco cuadras directo, luego dobló a la izquierda retomando la salida a la ciudad capital en otra dirección, sin ningún contratiempo llegó al cementerio general, allí suspiró profundo, “por fin”, pensó. Caminó sin prisa por la carretera pavimentada por espacio de media hora, era aquella una calle poco transitada a esa hora de la tarde, ningún vehículo había pasado desde que él había comenzado la caminata, llegando al desvío de un centro turístico lo alcanzó un pequeño bus de pasajeros, era un busito de la ruta de uno de los pueblos del sur, Marito hizo señas solicitando jalón, el conductor hizo parada sin renuencia alguna, subió al busito, era un carro viejo de asientos remendados y olor a podrido pero le ayudaría en sus planes definitivos; después de algún recorrido el ayudante le cobró el pasaje, Marito revisó las bolsas de su pantalón descubriendo que no llevaba un solo centavo, -no ando dinero, yo pedí jalón si se fijaron en mis gesto-, dijo Marito sin pudor alguno, el ayudante volvió a mirarlo con los ojos desorbitados, -cuando uno para un carro es porque está dispuesto a pagar-, arguyó un hombre de edad avanzada acariciando las arrugas de su cara,-mi gesto fue claro, pedí jalón-, se defendió Marito de nuevo, el pequeño bus siguió corriendo entre las curvas de la carretera, al llegar al desvío donde iniciaba una carretera asfaltada Marito solicitó al conductor parar para evitar llegar al pueblo final de la ruta, bajó agradeciendo el favor forzado, deslumbrado miró las flores colgantes de unos gigantescos árboles plantados a las orillas de la carretera, caminó unos metros, el pequeño bus se había perdido entre el paisaje dejando unas pringas de humo negro en los follajes, en el horizonte apareció un Pick up negro a toda velocidad, esperanzado Marito le hizo gestos solicitando jalón, el hombre detuvo el vehículo, -¿hacia dónde te diriges jovencito?-, interrogó jovial el hombre con semblante amable, -hacia la capital-, grito Marito desde la carretera, -con seguridad te chupaste el pasaje y quedaste a pie, voy a la ciudad del lago, si quieres sube en la parte trasera y nos vamos-, dijo el hombre, Marito miró el cielo agradecido “Dios está poniendo los elementos para facilitarme la senda”, pensó, corrió a la parte trasera del Pick up y subió, el hombre dio inicio a la marcha sobre la carretera con la intención de llegar lo antes posible al destino trazado.
Tirado en la parte trasera del Pick upMarito divisaba el paisaje absorto, se acercaba la primavera, los árboles estaban reverdecidos esperando la primera tormenta, muchas acacias a la orilla de la carretera estaban cubiertas con sus flores rojas como el fuego y muchos lirios color violeta colgaban de gigantescos Guanacaste en los cerros, de súbito como por arte de magia apareció ante su mirada la inmensidad azul del lago, Marito contempló extasiado aquel maravilloso paisaje mientras el carro corría a toda velocidad por la orilla, sin quererlo comenzó a recordar a los miembros de su familia, pronto estaría llegando el atardecer y él lejos de casa, sus padres estarían preguntándose por su inesperada ausencia junto a sus hermanos, ¿qué estaba ocurriendo con su vida para tomar esa decisión de largarse y no volver jamás?, acaso no era un rebelde sin causa o un ingenuo que seguía voces llegadas de algún lugar del infinito, la duda fue apoderándose de su ser sin poder resistir el deseo de regresar y abrazar a sus seres queridos para decirles lo mucho que los estimaba pero había corrido cientos de kilómetros lejos de casa, la vida había dado un giro inesperado en instantes presentándose con un color blanco inmaculado donde él podía colocar los colores presentados en el paisaje, el lago quedó sereno tras su espalda el Pick up subía por una carretera con curvas esporádicas entre cerros cubiertos de verdes pinos que se perdían en ambos lados, el carro se detuvo en una gasolinera, -hasta acá llegó joven, ya estamos en las orillas de la ciudad del lago, aquí creó puedes encontrar carro o un autobús de los que vienen de la ciudad industrial y que van para la capital-, dijo el hombre desde la cabina, Marito suspiró profundo deseando en lo más profundo de su corazón cambiar la realidad, aquel hombre le parecía noble, sincero, había en su expresión facial un mueca de bondad característica en las personas de aquellos pueblos, “Dios lo habrá puesto en mi camino”, pensó, quiso pedirle ayuda pero eso equivalía narrar la verdad y quedar mentiroso, desestimó esa opción, valiente sin saber que hacer bajó del carro, agradeció al hombre la ayuda prestada, el hombre sonrió compadecido, -no andes bebiendo tanto muchacho para que Dios te guíe-, dijo antes de doblar y dirigirse al centro de la ciudad.
Marito miró hacia todos lados, quiso preguntar por algún hotel en la ciudad pero recordó que andaba sin ningún centavo en las bolsas, los deseos del espectáculo noticioso sobre el fin del mundo habían desaparecido ahora la prioridad era regresar a casa con sus seres queridos, los buses de la ciudad capital hacia su región habrían pasado horas antes y ya no habría otros, sonrió al bombero de la gasolinera antes de tomar la decisión definitiva, -yo mismo me metí en este lío yo solo tendré que salir-, dijo; valiente comenzó a caminar de regreso por la orilla de la carretera pavimentada cuando el sol estaba arribando a su ocaso.
En el crepúsculo llegó a un pequeño caserío de casas humildes con bastantes árboles de acacia florecidos, la noche comenzaba a tenderse sobre su camino amenazante y con todos los desafíos que consigo trae, Marito miró el miedo, sin ningún otro remedio que enfrentarlo, con la esperanza de poder encontrar un lugar donde pasar aquella noche subió unas gradas de piedra para llegar al corredor de una vivienda, -buenas tardes-, dijo educado, -buenas tardes joven-, contestó una señora avejentada, -¿cree que puede darme un lugar en su casa?, no importa si es en el piso, parar pasar esta noche, miré que perdí el último bus para mi pueblo-, mintió, la mujer suspiró miedosa,-mira muchacho no tengo un lugar tal vez en la casa vecina aunque aquí nunca aceptamos forasteros por los peligros que tú has de conocer-, dijo la señora, “nunca he sido delincuente”, pensó Marito,-¿si puede regalarme un vaso con agua?-, interrogó resignado y con los labios tostados por la sed, la mujer fue a la cocina y regreso al instante con un vaso lleno de agua que Marito encontró dulce como la miel. Agradeció y retomó su camino. En su andar el movimiento era diferente, como si los músculos de su cuerpo se hubieran soltado o despegado entre sí, sus ojos se movían hacia todos lados descubriendo los parajes a su alrededor, la holgura se extendía hasta su pensamiento, las ideas fluían lúcidas en su cerebro, emocionado miraba las pocas estrellas que comenzaban a aparecer en el cielo como si la vida estuviera naciendo de nuevo en todo su ser; esa lucidez le permitía entender que estaba en serios aprietos sin dinero y un lugar donde pasar esa noche seguro, acostumbrado a nunca darse por vencido como en sus tiempo anteriores a la anunciación del fin del mundo, decidió hacer un nuevo intento en otra vivienda de aquel largo caserío, se acercó a una casa de bahareque con grandes macetas de helechos colgando en la fachada y amplio jardín con grandes rocas enfrente, -¿será posible que me permitan pasar la noche en esta casa?-, dijo Marito después de saludar a una pareja de jóvenes enamorados quienes estaban sentados en unos amplios sillones de madera fuera de la casa, -esta no es nuestra morada, sólo la estamos cuidando mientras la dueña hace algunas diligencias, cuando tengamos una casa seguro te albergamos con nosotros-, dijo el novio con una expresión que Marito encontró sincera y bienintencionada, -tal vez en la llantera de la entrada del pueblo te permitan alojarte, habla con el encargado y explícale tu situación-, agrego la novia, Marito agradeció la gentileza de la pareja dio la vuelta para seguir su ruta por la carretera, miró al cielo resignado, no sabía en qué momento había iniciado la aventura ni la causa que lo motivaba, el deseo de anunciar el fin del mundo comenzó a convertirse en un fantasma distante del cual quería huir para siempre, sus pasos eran ligeros y largos, tomó aire con fuerza para fortalecer sus pulmones, miró hacia atrás divisando la luna tras los empinados cerros, -vaya estas son noches de luna, por lo que mi camino estará iluminado-, dijo sonriente, pasó enfrente de la llantera pero no quiso solicitar posada demasiado rechazo había encontrado en aquellos moradores, él tan lleno de amor propio no seguiría soportando el rechazo y la desconfianza, era el único responsable de la situación por lo que debía enfrentarse a la noche, sus misterios y peligros; caminó sin vacilar por la ancha carretera muchas aves nocturnas comenzaban a revoletear en el ambiente; “avanzaré, Dios debe estar conmigo”, pensó para sí mismo.
Caminó por espacio de una media hora, la noche había cubierto la tierra y la luna brillaba en un cielo estrellado, antes de llegar a la construcción de un puente que estaría sobre un riachuelo que desembocaba en el lago, sobre la carretera a la cabecera de su región le alcanzó un carro del ejército, el carro lo iluminó de pies a cabeza conteniéndose obligado por el maltrecho paso, -¿Vas para nuestro pueblo chavalo?-, preguntó el teniente, Marito lo miró entre la luz de la luna y las luces del mismo vehículo, era un hombre joven, nunca antes lo había visto en la ciudad, “ojalá éste no sea uno de los escuadrones de la muerte que operan en este país” pensó, -desde luego, me dejo el bus de la tarde-, mintió, -entonces súbete Dios está contigo y no te deja abandonado en estos parajes a merced de la noche-, dijo el militar; Marito subió al carro moteado, lo hubieran visto sus compañeros del movimiento estudiantil hubiesen pensado que era un cómplice de los militares imperialistas vende patria pero aquel hombre había dicho algo que le revolcó las entrañas “Dios está contigo”, Marito pensó en esa posibilidad, si aquella noche era un reencuentro con él, un plan diseñado para volverlo de nuevo a sus caminos, el carro corrió por la orilla del inmenso lago, Marito pudo divisarlo bajo la luz de la luna, una blancas gaviotas aún volaban en esas horas de la noche.
En quizá unos cuarenta minutos entró en la ciudad cabecera regional, la carretera estaba despejada, permitiendo al hombre conducir a máxima velocidad, llegaron al parque central, Marito golpeó la parte superior del vehículo para indicarle que allí se quedaba, el hombre se contuvo; agradecido Marito bajo del vehículo moteado, -no tienes nada que agradecer-,dijo el militar sonriente, él creyó que aquel era un buen hombre tal vez obligado por circunstancias externas a sí mismo a pertenecer a esa despreciable institución.
La ciudad estaba vacía, una que otra persona circulaba en el parque central, recordó que a pocas cuadras de allí estaba el hostal de estudiantes donde podía irse a refugiar, pero eran como las diez de la noche, tenía que dar explicaciones de su presencia allí, era alarmarlos provocando un nuevo escándalo, mejor decidió caminar a casa de sus padres en la pequeña ciudad vecina; caminaba con pasos rápidos como llevados por el viento sabía que la travesía era un poco larga pero debía enfrentarla, nada podía pasarle pues Dios estaba con él, paso frente al hospital general, era un lugar público y bien se quedaba en la sala de emergencias, lo analizó por un instante, “en casa han de estar desesperados”, murmuró en su pensamiento, decidió irse caminando, la noche estaba iluminada por la luna, atrás fue quedando la ciudad en silencio, la carretera se abría mostrando la vereda a transitar, recordó los muertos conocidos junto a los fantasmas de la medianoche y el jinete sin cabeza narrados en el colegio, más a todos enfrentaría puesto que no iba solo por aquel camino, Dios iba con él, cada paso era un escalón más, esa noche el miedo huyó de su alma abriéndose a un espíritu libertario lleno de coraje y valor.
Después de la medianoche llegó a su pequeña ciudad, todo dormía en silencio, el caminaba como cualquier otro fantasma de los que circulaban en las fantasías infantiles, atravesó calle por calle hasta llegar a la puerta de la casa de sus padres; tocó la puerta por unos instantes, -¿eres tú?-,interrogó la voz de su padre al otro lado de la puerta, -sí, padre, soy yo-, respondió Marito con cierto temor, el padre abrió la puerta principal, -hemos estado en vigilia por ti, rogando para que seas protegido en tus caminos-, dijo el padre con voz quebrantada, -es hora de dormir, ya estoy aquí, mañana hablamos de esto-, respondió cortante Marito queriendo dar aliento y esperanza a unos seres abatidos.
[1] Otto René Castillo (1936-1967), poeta y guerrillero guatemalteco que fuera incendiado vivo por el ejército de su país en 1967.
En la mañana Marito confesó a su familia que había intentado irse a la ciudad capital del país,-en ese afán llegué hasta la ciudad del lago pero viajando a la orilla del lago recapacité sobre la locura que estaba ejecutando y decidí regresar, tuve suerte, pues todo pareció como planificado, sólo caminé de la cabecera hasta aquí-, dijo sentado a la mesa, -creo que nos vamos a volver locos contigo-, expresó el padre con cara de asustado, sus hermanos volvieron a mirarle en silencio sin querer objetar nada, -nunca más volverá a ocurrir, a partir de hoy es como si hubiera nacido de nuevo-, confesó Marito con ambas manos en la boca en actitud de juramento, -debemos confesarle a la curandera sobre ese viaje tuyo, ella tiene que saber-, dijo el padre, Marito apenas movió la cabeza en gesto afirmativo, dudaba del efecto del tratamiento de aquella mujer más reco
Sentado en los pasillos de la Universidad Nacional, Marito contemplaba el atardecer, acababa de dar los últimos retoques lingüísticos a un poema que venía tejiendo en su alma desde días atrás, se había inscrito en la carrera de Antropología en la cual había avanzado a máxima velocidad, tenía ansias por descubrir mundos diferentes aunque se vio obligado a abandonar la idea de estudiar Astronomía o cualquier otra relacionado con el espacio por la carencia de esos estudios en el país, aplicó a becas en diferentes universidades en el extranjero pero ninguna satisfizo su acuciosa intelectualidad, días atrás había reprochado la indiscreción de una ex compañera de bachillerato que encontró en la facultad de derecho de esa misma universidad, -estoy sorprendida, cómo pudiste superar tus problemas mentales e ingresar a la universidad, eso habla muy b
Llegaron a casa. -Marito ha regresado como estuvo la vez pasada mientras cursaba el último año de bachillerato-; expuso el hermano mayor a sus padres quienes tomaban la merienda vespertina en el comedor, el papá se llevó ambas manos a la cabeza acariciando su entre canoso cabello, la mamá colocó la taza de café sobre la mesa haciendo múltiples esfuerzos por contener las lágrimas, -¿habla del fin del mundo con seguridad?-, preguntó el padre con gesto de extrema preocupación dibujado en el rostro, -sí, habla de temas místicos asociándolos con el cine, la literatura y conceptos antropológicos, pero lo peor de todo son los ataques de histeria que sufre, a mí me gritó enfrente del hospital público, esa misma hazaña quiso repetir en el taxi pero al ignorarlo se calmó, opté mejor por mantenernos en silencio durante el trayecto-, narr&oacu
Marito regresó a la agencia de viajes el siguiente día después de visitar el neurólogo; durmió toda la noche con la nueva pastilla. Estuvo mirando una película en la televisión junto a sus primos antes de irse a la cama; recordó al viejo cara demacrada burlesco, se tomó la pastilla seguida de un vaso con agua, oró por primera vez en varios años a un Dios a quien poco creía y se tendió desnudo en la cama, lejos estuvo de enterarse del momento en que se quedó dormido en un sueño profundo del que despertó el siguiente día a las seis de la mañana. Sus ojos pesaban y la piel parecía arrugarse a lo largo de su cuerpo, él ignoró esas sensaciones, tomó un baño ligero, se vistió con un pantalón azul marino combinándolo con una camisa blanca a rayas azules y sus notables mocasines de plantilla suave, escuch&
Confundido, se estiró a lo largo de la cama; tiró la sábana blanca hacia un lado quedando desnudo, había dormido en forma plácida gracias a los efectos de la Dormicum, acarició sus genitales dormidos, rehusó manipularlos creyendo estar en un proceso catártico, decidió levantarse, con movimientos lentos fue al baño y se dio una ducha rápida para terminar de despabilarse, regresó a la habitación con la piel remojada; aún sin vestirse agarró un poco de vaselina y se la untó en el cabello, con un peine largo procedió a peinarse mirándose en el espejo adjunto a la puerta del baño, sonrió a sí mismo, se vistió con unos calcetines blancos, luego su camisa marrón de botones que abotonó inmediatamente, agarró un calzoncillo negro y se lo colocó al revés para alejar las malas energías, dijo, se visti
-Señor, por favor, deme otro asiento; señor, iré incomoda en este lugar, algo pasará aquí, señor escúcheme-, suplicaba la sesentona señora mientras acomodaba la pequeña maleta y tomaba el asiento del bus; el ayudante explicó que los boletos estaban enumerados y nada podía hacerse. Marito observaba la blanca cara desencajada de la mujer incapaz de controlar sus impulsos nerviosos, ella volvió a verlo con sus ojos desgarrados, Marito sonrió inspirando confianza, por fin la mujer se ubicó en el asiento de al lado; el pasillo del bus estaba siendo bien transitado por los pasajeros que buscaban donde sentarse para viajar a la ciudad del santo santuario, el sol había cubierto por completo la mañana de un agradable aire fresco, Marito regresaba a su ciudad y se negó a ser transportado por alguien de la agencia de viajes a la terminal, prefirió solicitar un taxi al h
A las cinco y treinta de la mañana del siguiente día despertó Marito asustado, unos zorzales cantaban en el solar de la casa, él se incorporó, meticuloso prestó atención para comprobar la veracidad del canto, buscó debajo de la cama sus pájaros artesanales, los extrajo y los tiró a un lado de la maleta, fue al baño para darse una ducha rápida, el agua estaba bastante fría; sin perder tiempo se vistió con la ropa que había asistido a la capacitación en la casa matriz, untó bastante vaselina en su cabello y se peinó con su estilo habitual; arregló la maleta y salió del dormitorio. La tía estaba afanada en la cocina preparando el desayuno, Marito agradeció la hospitalidad al momento que se despedía, -espera desayunar, dispones de tiempo para llegar
Marito se graduó de antropólogo con altos honores en la Universidad Nacional un año después del planificado, la neurosis depresiva sufrida en el penúltimo año fue la causa principal del retraso; bastaron tres días para que él asumiera la realidad, el forcejeo con su padre lo hizo reflexionar al despertar del sueño profundo en el que cayó después del incidente, el viejo cara demacrada desapareció de su vista, -debo recuperarme y regresar a la normalidad todo ha sido como un sueño-, dijo acostado en la cama al amanecer. Evitó causar preocupaciones a sus padres; callado, sin hablar más que lo necesario, miraba la televisión o escuchaba música variada. En el tercer día sus padres dejaron que regresara la ciudad capital a retomar sus estudios universitarios, sólo le recomendaron tomar siempre el medicamento indicado por el neurólogo. En la universida