Mía se fue a su dormitorio esa noche sintiendo un nudo en la garganta y una creciente incomodidad en su estómago. Se sintió envalentonada cuando arrojó el cuaderno a la basura, pero ahora se estaba arrepintiendo de esa decisión.
Su compañera de cuarto estaba dormida, así que se levantó con pesadumbre y se asomó a la ventana. Todo se encontraba en completa oscuridad. Lo único que se escuchaba era el canto de los grillos y alguno que otros faroles encendidos que zumbaban con intensidad. Mía sabía que salir a esa hora del campus era una total imprudencia, pero las ganas de recuperar su cuadernillo apremiaban. Lo meditó durante varios minutos.
Al final su ansiedad se sobrepuso por encima del sentido común. Se cambió de ropa a toda prisa y salió de la habitación sin despertar a Cassandra.
Los pasillos de los dormitorios estaban oscuros y desolados a esa hora; a decir verdad, a Mía le causaban un terror que le helaba los huesos. Tragó en seco e intentó no pensar en historias de fantasmas, o en la lección que había hablado esa mañana el profesor sobre los hombres lobo.
Aceleró el paso hasta que finalmente llegó a la zona del jardín de la universidad donde había arrojado el block de dibujos. El ambiente se sentía tan pesado que era capaz de ver el vaho de su aliento. Una ligera neblina flotaba etérea por todo el campo.
—Debo estar loca —susurró para sí misma.
Sintió que se iba a demorar una eternidad en llegar hasta el cesto de la basura, pero finalmente consiguió acercarse. Tuvo miedo de que al asomarse no estuviese allí el cuaderno. Iluminó con la linterna de su celular y soltó un suspiro de alivio cuando lo vio.
Metió la mano como en cámara lenta, y todo iba fantástico, hasta que Mía escuchó un ruido extraño justo al frente de donde se encontraba. De pronto un escalofrío le recorrió la espalda, estaba segura de que la estaban observando. Se incorporó con el cuadernillo en la mano y retrocedió sin apartar sus ojos del lugar de donde provenía el ruido.
Mía estaba muy segura de que ese era el sitio. Su cuerpo comenzó a temblar y la invadió el miedo, pero algo le dijo que salir corriendo podía ser mucho peor.
Entonces soltó un suspiro ahogado cuando, de improvisto, un par de luces de color rojo intenso emergieron de la nada. Ella no estaba segura, pero le pareció que aquello eran un par de ojos mirándola con intensidad.
Retrocedió más y fue ahí que escuchó una especie de gruñido aterrador. No pudo evitarlo más, pegó un fuerte grito y salió corriendo despavorida, sin embargo, los gruñidos y rugidos no se detenían, por el contrario, estaban mucho más cerca de ella.
Fue incapaz de voltear, tenía mucho miedo de girarse y ver a un monstruo aterrador a punto de devorarla. Abrió la puerta del comedor de golpe y entró a toda velocidad con la esperanza de esconderse detrás de alguna mesa, pero eso se acabó tan pronto como se dio cuenta de que no iba a poder ocultarse ahí.
Las pisadas la seguían y el rugido se volvía cada vez más cercano. Casi con lágrimas en los ojos, decidió tomar el camino hacia la cancha de futbol. Corrió por las escaleras y casi se cae de bruces contra estas, sin embargo, al llegar al final, tropezó con el borde y terminó torciéndose el tobillo y aterrizando con las manos en el suelo.
Mía se giró con la respiración agitada y el horror pintado en su rostro. Los ojos rojos se asomaron en la entrada oscura de donde ella había venido hace unos segundos, a la vez que los rugidos se escucharon atronadores en sus orejas.
Cerró los ojos, segura de que eso sería lo último que vería, pero entonces, los rugidos se apagaron y fueron reemplazados por sonoras carcajadas.
Le costó abrir los ojos de nuevo, no obstante, se obligó a mirar solo para descubrir que nunca hubo tal monstruo. Medio equipo de futbol estaba muerto de la risa, mientras imitaban su pose de terror.
Dereck se encontraba entre ellos, viendo con angustia el sufrimiento de Mía y lo aterrada que estaba al pensar que una bestia la perseguía. Sin embargo, no hizo absolutamente nada por prevenirla o protegerla.
El rugido provenía de un altavoz en el celular de Gale, y los ojos rojos no eran más que dos luces led que se había puesto Anton para simular.
—¡No puedo creer que se lo creyera! —se burló Pablo. Todos los demás se echaron a reír.
Incluso Ginger estaba ahí.
—Su grito fue espectacular, lo grabé todo —dice otro de ellos.
Mía los miraba con resentimiento, pero a quien más miró con odio fue a Dereck. No le dijo nada, el dolor que estaba sintiendo en ese momento en el tobillo no la dejaba pensar.
Se aguantó el bullying mientras intentaba ponerse de pie. Fue ahí cuando él decidió intervenir.
—¿Qué haces? —le criticó Ginger.
—Se ha lastimado, la broma ya terminó.
Dereck le tendió la mano, pero Mía, orgullosa como era, la rechazó. Se quejó mientras usaba su propia fuerza para ponerse de pie.
—¡Déjala, Dereck! —exclamó Pablo.
—¿Acaso quieres que la directora nos suspenda el viaje por hacerle una broma a nuestra traductora oficial?
—¡¿Qué?! —exclamó Ginger—, ¿cómo que traductora? No me dijiste que ella iba a ir.
—No fue una decisión que haya tomado yo —se defendió, pero era obvio que a Ginger no le agradaba esa idea.
—Oh, entonces por eso has hecho todo esto, para lesionarme e impedir que vaya —habló Mía por primera vez.
Sus amigos se burlaron de nuevo y eso le hizo hervir la sangre a la castaña que ya no podía soportar ni un segundo más allí. Hizo el amago de caminar, pero su pie pulsó con intensidad provocándole un dolor agudo.
En ese mismo momento Dereck la tomó en sus brazos y la cargó para llevarla a la enfermería. Los chicos protestaron, mas, él hizo caso omiso.
—¡¿Qué estás haciendo?! ¡Bájame! —ordenó Mía.
—Sí, ya la oíste, que se las arregle sola —dijo Ginger poniendo los ojos en blanco.
—No voy a permitir que se queje y nos arruine el viaje, ya dejen de quejarse. Solo la llevaré a la enfermería.
El deportista avanzó con la chica a pesar de sus protestas, mientras los demás estudiantes se quedaban atrás. Mía comenzó a golpearlo en la espalda en un ridículo intento por liberarse, pero era obvio que la fuerza de Dereck la sobrepasaba.
—Ya déjame ir, ya puedes dejar de fingir tus amigos no están.
Dereck soltó un bufido y esbozó una media sonrisa que a ella le aceleró el corazón.
—¿Quién te dijo que estoy fingiendo?
—¡Ja! Sí claro, ¿me vas a hacer creer que te importo?
—Por supuesto que no, pero no soy un desalmado —aseguró—. Además, es tu culpa, ¿quién sale en medio de la noche a buscar algo en la basura?
Él no había pasado por alto que ella había querido recuperar el cuaderno que desechó esa tarde. De hecho, la única razón por la que estaba por los alrededores era porque estaba esperando el momento adecuado para sacar el block de allí. No obstante, la tarea se le dificultó cuando sus amigos aparecieron y le ofrecieron tomarse unos tragos escondidos en el bosque. Cuando la vieron ahí se les ocurrió la idea de asustarla y él no pudo evitarlo.
—¡¿Mi culpa?! ¡Arg! ¡Eres…! —refunfuñó la castaña sin completar la frase.
Llegaron a la enfermería, que siempre se encontraba con las luces encendidas. El muchacho tocó la puerta y de inmediato una amable mujer les abrió.
—¡Oh! ¿Qué ocurrió?
—Nada, solo un pequeño accidente, una torcedura de tobillo —se apresuró a decir Dereck.
—Déjela sobre la camilla, la revisaré ahora mismo.
Así obedeció, la recostó con sumo cuidado haciendo un enorme esfuerzo por ignorar todas esas emociones intensas que no se permitía sentir. El calor del cuerpo de Mía contra el suyo lo enloquecía, y no podía evitar sentirse mal por haber permitido que se lastimara. Dereck sentía los ojos marrones de la chica sobre él, pero evitaba su mirada todo lo posible.
Mientras la enfermera preparaba los primeros auxilios, él le susurró al oído:
—No vayas a contar lo que pasó.
—O si no, ¿qué? —retó.
—Lo lamentarás —amenazó, aunque en el fondo él sabía que solo eran palabras vacías. Jamás le haría algún daño y mucho menos permitiría que la bola de inmaduros de su equipo le hicieran algo más grave que una simple broma.
Mía tragó en seco y, a pesar de que Dereck no lo decía en serio, esa mirada tenebrosa y su voz profunda le hicieron sentir que sí.
La enfermera le revisó el tobillo a Mía, luego de un examen físico exhaustivo, llegó a la conclusión de que no se había roto nada, ni tampoco había algún esguince. Le puso una crema para la inflamación y le vendó de todos modos.
—Con este justificativo podrás faltar a clase por los próximos dos días mientras te recuperas.
—Muchas gracias.
—¿Puedes caminar?
—Eso creo…
—Yo te llevaré al dormitorio —ofreció Dereck.
La enfermera sonrió pensando en lo guapo que era el muchacho, y lo afortunada que era ella porque un hombre así estuviera cuidándola.
—Bien, pero solo hasta la entrada —recordó señalándole con el dedo, pues estaba prohibido en el campus que los hombres se metiesen a las habitaciones de las chicas y viceversa.
Dereck asintió, se descruzó de brazos y volvió a cargar a Mía. Ambos salieron de la enfermería y se dirigieron al ala este donde se encontraba su habitación.
No importaba que él se estuviese comportando como un completo imbécil, Mía seguía sintiendo su corazón acelerado cada vez que lo tenía cerca; una sensación agobiante le oprimía el pecho cuando se alejaba de Dereck, era como si no pudiese estar apartada por mucho tiempo y eso la enloquecía.
«¿Qué tienes de especial que no puedo dejar de pensar en ti?», se preguntaba en su mente.
Mantuvo la mirada fija en ese perfecto rostro de ángel caído que tenía hasta que se detuvo frente a la puerta de su dormitorio y tocó.
Cassandra abrió la puerta aún somnolienta, pero se despabiló en un instante cuando vio lo que tenía en frente.
—¿Mía?
Dereck la dejó en el suelo de pie y enseguida Cassandra le tendió la mano.
—Oh, por cierto —dijo antes de darse media vuelta. Sacó la libreta que se había caído al suelo durante su huida y se la arrojó a las manos—. La próxima vez, lo que va a la basura, se queda en la basura; a menos que pienses que lo que está ahí vale lo suficiente como para rescatarlo.
¡Hola mis amores! Bienvenidos a esta nueva historia :D espero que también la disfruten y no se olviden de dejarme sus reseñas y comentarios para saber qué les parece esta novelita.
Una semana más transcurrió con normalidad. Mía se había recuperado por completo de su tobillo, sin embargo, no era el recuerdo del dolor físico lo que le seguía molestando, sino las palabras que Dereck le dijo esa noche.—¿Quién se cree que es? —preguntó en voz alta sin poder contenerse. Se encontraba intentando estudiar el idioma para el que serviría como traductora. Ella no tenía ningún problema en hablar fluidamente el Italisio, pero prefirió darle un repaso, solo por las dudas.—¿Con quién peleas ahora?Cassandra había entrado a la habitación y la vio hablar sola, lo que le causó gracia.—Con nadie —dijo más calmada.—Apuesto a que estabas pensando en Dereck otra vez. No quisiste decirme qué sucedió esa noche que te trajo en brazos.Mía rodó los ojos, quiso reservarse lo que había ocurrido, porque de todos modos se habría sentido muy avergonzada.—No fue nada, ya te dije. Solo me caí y me ayudó a llegar.—Con el block que habías botado a la basura —añadió la morena cruzándose de b
Mía se despertó con una tibia manta sobre su cuerpo. Se levantó con un brinco sintiéndose un poco desorientada, no sabía de dónde había salido esa manta, y tampoco vio al deportista odioso que se suponía, debía estar sentado a su lado.Por un momento pensó que quizá se había dormido de más, que todos se habían bajado y la dejaron sola en el avión que ya estaba de regreso a Oakwood Lane. Pero el miedo se le disipó al ponerse de pie y descubrir que todo el equipo seguía allí y estaban dormidos.Se asomó por la ventana del avión y se dio cuenta de que todavía faltaba para aterrizar. Era de noche y se podía observar la luna en su fase creciente. Dentro de poco iba a ser luna llena.La vista era realmente espectacular, se quedó embobada observando el paso entre las nubes y abrió la boca maravillada al observar tantas estrellas en el cielo.—Majestuoso, ¿verdad?La voz grave de Dereck le hizo dar un respingo. En su intento por levantarse terminó golpeándose la cabeza con el techo del avión.
Dereck parecía una sombra en la oscuridad, acechando el sueño de Mía, como un loco acosador. Él sabía que lo que estaba haciendo no estaba bien, pero en las noches de luna se le hacía más complicado controlar a su lobo interior.Después de que ella se despertó, prefirió regresar a su habitación. Sus compañeros de equipo roncaban escandalosamente después de haberse bebido una botella entera de ron. Ni siquiera sabía de dónde la habían sacado. Giró los ojos e intentó conciliar el sueño en la cama que le asignaron. No obstante, se mantuvo despierto hasta el día siguiente.Ese mismo día tendrían un partido inaugural contra la universidad local, así que debía prepararse y despertar a sus amigos si quería tener alguna oportunidad de ganar.El entrenador parecía tener el mismo pensamiento, pues fue muy puntual a las seis de la mañana a tocar todas las puertas de los chicos. Media hora después, casi todos ellos estaban listos, aunque somnolientos.Mía se asomó con la misma ropa de la noche an
—¡Cachorra! ¡Sabemos que estás aquí! —canturreó Lupari. El hombre lobo había estado siguiendo el rastro del aroma de la castaña, ignorando el hecho de que estaba acompañada de Dereck. Debido a que él se acababa de duchar, había ocultado todo su olor al olfato de los lobos que querían cobrarse la victoria de los extranjeros. Lupari pertenecía a una manada que se hacía llamar “garra plateada”, y eran especialmente conocidos por ser hostiles con cualquier hombre lobo que no perteneciera a su territorio. Mía abrió los ojos con sorpresa y miró a Dereck buscando alguna respuesta. Estaba segura de que era a ella a quien buscaban, pero no comprendió por qué le decían de esa manera. —¿Es conmigo? —preguntó. Dereck se giró y le cubrió la boca con la mano entera. —¡Shh! No hables —susurró. Si se hubiera encontrado solo, tal vez no hubiese dudado en enfrentarlos, pero ellos eran tres y él, siendo un lobo sin manada, era mucho más débil ante tres Betas sedientos de venganza. Dereck arrastró a
Mía regresó esa misma tarde al hotel, por fortuna no había tenido que aguantarse los cuestionamientos de los chicos del equipo sobre por qué estaba con la ropa toda empapada, pues ellos se habían ido antes. Se metió a su habitación y se quitó la ropa nueva que había comprado. Mientras la exprimía en el lavabo no dejaba de pensar en todo lo ocurrido en los vestidores. Las voces de aquellos sujetos llamándola “cachorra” le provocaban escalofríos, sin embargo, lo que la tenía cabezona no era eso, sino lo que había sucedido después con Dereck. —¿Qué me pasa con él? ¿Por qué no puedo alejarme? —se preguntó en voz alta. Estaba confundida; los sentimientos parecían una tormenta caótica dentro de su pecho. Lo que él le provocaba cada vez que lo tenía cerca era algo que no podía explicar. Su pulso se aceleraba y las piernas le temblaban como gelatina; pero no era solo la atracción física, había algo más, como si de alguna forma Mía lo conociese de toda la vida. Como si supiera que no habría
El campeonato internacional de futbol entre universidades siguió transcurriendo con normalidad. El equipo de “los vampiros” todavía no había jugado su próximo partido, pues debía esperar a que los otros colegios pasasen a la siguiente fase del juego. A Dereck le preocupaba pensar que en cualquier momento tendría que volverse a enfrentar al equipo de Lupari. Se hacían llamar “Guerrieri dell'Università”, que en idioma Italisio significaba “los guerreros de la universidad”. Mientras los días pasaban, se había encargado de evitarlos a toda costa, pero el día se acercaba sin que pudiese detenerlo, al igual que la luna llena. Para él no había sido un problema controlar su transformación, incluso bajo la influencia del gran astro dado por la diosa luna, sin embargo, nada es eterno, y ahora que su mente y su cuerpo estaban agitados, también temía perder la capacidad de mantener a raya su lobo interior. La tarde anterior sería el partido definitorio. Si los Guerrieri ganaban, se tendrían que
El corazón de Mía latía tan rápido que estaba segura de que se saldría de su pecho. Corrió por el pasillo, pero se detuvo a la mitad al darse cuenta de que Dereck no iba tras ella. Por primera vez sintió un verdadero miedo de que a él le sucediese algo malo. Tomó aire y se limpió las lágrimas, estaba dispuesta a volver cuando escuchó a los tres chicos salir corriendo despavoridos. Entonces pensó lo peor; o él les había hecho algo terrible, o ellos lo habían lastimado. Se apresuró a volver y entonces lo encontró apoyado sobre el lavabo como si estuviese sufriendo. Dereck volteó a mirarla y en el momento en que le habló, ella supo que tenía que abrazarlo. No entendía muy bien los mensajes que le daba su propio cuerpo, solo estaba segura de que él la necesitaba en ese momento. Lo rodeó con sus brazos y apoyó la cara contra su pecho. Los latidos de Dereck se regularon casi al instante. Mía era su paz, mía era todo lo que él necesitaba para volver a estar en control. Ella sintió los bra
La habitación en la que se encontraban se convirtió en un remanso de emociones, impregnado de una atmósfera embriagadora de romance. Mía y Dereck se hallaban inmersos en un silencio cargado de significado, donde cada mirada sostenida encendía la chispa de una conexión profunda. La tensión entre ellos era tangible, como si la habitación entera se hubiera impregnado con la electricidad de su complicidad. Sus corazones latían al unísono bailando al compás de una melodía secreta que solo ellos podían escuchar. En el aire flotaba un deseo inmenso, un anhelo que se expandía como un huracán contenido a punto de desatar su furia. Cada gesto, cada suspiro, parecía un preludio a la erupción de sentimientos que los consumía. Mía podía percibir la mirada ardiente de Dereck, la intensidad de sus ojos que la recorría con una calidez inconfundible. Era como si en aquel momento el mundo se hubiera detenido para concederles un espacio donde solo existían ellos dos. El magnetismo entre ambos era inneg