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CAPÍTULO 6: PRIMERA NOCHE EN ITALISIA

Mía se despertó con una tibia manta sobre su cuerpo. Se levantó con un brinco sintiéndose un poco desorientada, no sabía de dónde había salido esa manta, y tampoco vio al deportista odioso que se suponía, debía estar sentado a su lado.

Por un momento pensó que quizá se había dormido de más, que todos se habían bajado y la dejaron sola en el avión que ya estaba de regreso a Oakwood Lane. Pero el miedo se le disipó al ponerse de pie y descubrir que todo el equipo seguía allí y estaban dormidos.

Se asomó por la ventana del avión y se dio cuenta de que todavía faltaba para aterrizar. Era de noche y se podía observar la luna en su fase creciente. Dentro de poco iba a ser luna llena.

La vista era realmente espectacular, se quedó embobada observando el paso entre las nubes y abrió la boca maravillada al observar tantas estrellas en el cielo.

—Majestuoso, ¿verdad?

La voz grave de Dereck le hizo dar un respingo. En su intento por levantarse terminó golpeándose la cabeza con el techo del avión.

Volteó a verlo con ojos asesinos; él estaba aguantándose la risa.

—¿De dónde saliste?

—Estaba en el baño —explicó.

—Oh —susurró sin saber qué decirle en realidad. De pronto el estómago le gruñó. El ruido fue tan evidente que incluso aunque Dereck no hubiera sido un hombre lobo, de todas formas, lo habría escuchado. Las mejillas de Mía se enrojecieron.

—Hace un rato pasó la azafata con el carrito de comida.

—¿Por qué no me despertaste? —se quejó.

—Porque te guardé un plato —dijo sacando la bandeja todavía bien sellada y calientita.

Mía abrió los ojos con sorpresa, el comportamiento tan cambiante de Dereck hacia ella la confundía y eso solo avivaba los sentimientos en su corazón.

—Gracias. —Sonrió.

Dereck le entregó la bandeja y se acomodó para que pudiese comer. La chica abrió la bandeja y el olor a comida le provocó más ruidos de hambre. Mía se sonrojó y con disimulo comenzó a llenarse la boca. La comida no era la cosa más deliciosa del mundo, pero cuando se tiene hambre, todo pasa.

Dereck se concentró en un juego en su celular, pero de rato en rato miraba de reojo la forma en la que ella disfrutaba del platillo y eso le hizo esbozar una sonrisa.

Mía no fue ajena a aquella expresión, sin embargo, la había malinterpretado.

—¿Te estás burlando de mí? —cuestionó con una mejilla llena de carne.

Dereck la vio con una ceja enarcada y ahora sí que no pudo aguantarse la risa.

—No, para nada.

—¡Lo estás haciendo! —reclamó ella—. Seguramente has sido tú el del plan de dejarme sin mi maleta —acusó.

—¿Tus maletas? ¿De qué hablas?

Él realmente no tenía idea de a lo que ella se refería, pero no le costó mucho deducir que eso debía ser otra de las bromas de sus amigos humanos. A veces extrañaba estar entre los de su especie. Le sería todo más fácil si así fuera.

—Claro, hazte el desentendido —reclamó Mía cerrando el cuenco vacío de la comida.

—Te juro que no sé de lo que estás hablando —le dijo con una voz grave y baja. Mía se estremeció y de nuevo los nervios volvieron a ella.

Toda la valentía que le había demostrado se esfumó en un segundo. Dejó de mirarlo a los ojos, sin embargo, Dereck lo percibió. Una vez más, el deseo por acercarse y robarle un beso se hizo presente en él.

El chico la miró fijamente y ella no pudo aguantar más las ganas de volver a fijar sus ojos en los de él. Ambos se mantuvieron la mirada, sin darse cuenta se estaban acercando, hasta que estuvieron a escasos centímetros del otro.

De improvisto el avión dio un sacudón y comenzó a temblar como si estuviese en medio de un terremoto. Por los altavoces anunciaron que se trataba de una turbulencia, y pidieron regresar a los asientos y abrocharse el cinturón.

Dereck estaba calmado, no obstante, Mía era un manojo de nervios. Cerró los ojos y apretó con fuerza el mango del asiento, a la vez que algunos pequeños grititos escapaban de sus labios cada vez que se sacudía con violencia el avión.

Ella no se había dado cuenta, pero estaba clavando sus uñas en la mano de Dereck. Él solo sentía una ligera presión; pues las uñas de mía jamás serían capaces de penetras su piel. Aun así, no le dijo nada y simplemente la dejó hacerlo, si eso la ayudaba a calmarse, entonces dejaría que le enterrase hasta los dientes.

El avión continúo balanceándose por un buen rato, Mía no podía abrir los ojos porque se sentía aterrada, estaba segura de que había desarrollado una nueva fobia y se prometió a su misma que no volvería a subirse a una cosa de esas.   Sin que se diera cuenta, Dereck puso su mano sobre la suya y eso la ayudó a quedarse profundamente dormida. Poco a poco su cuerpo cayó como un peso muerto, recostada en los brazos de Dereck. Él veló su sueño y acarició su cabello sintiendo una fuerte presión en el pecho.

Sabía que entre más pasase tiempo con ella, más duro se le iba a hacer alejarse. Una vez más olvidó sus promesas, cerró los ojos y él también cayó rendido.

Tres horas después el avión aterrizó en el aeropuerto internacional de Italisia. Dereck se levantó antes que ella para que no se diese cuenta de que había estado abrazándola todo ese rato.

Cuando mía abrió los ojos se halló sola y se sintió de alguna forma, abandonada. Dereck no estaba por ninguna parte. Suspiró y tomó solo el bolso de mano que era lo único que había podido llevar, siguió a las demás personas que desembarcaban el avión. Todavía era de noche, así que corría un viento gélido que daba la sensación de cortar la piel.

Los jugadores del equipo “los vampiros”, se bajaron del avión junto con el entrenador y el profesor, quienes eran los encargados de liderarlos. A Dereck le gustaba pensar que era una burla del destino ponerle ese nombre a su equipo de fútbol, pero lo aceptaba con gusto si así podía llevar una vida normal.

El vaho de sus alientos podía verse cada vez que exhalaban o hablaban. De inmediato sacaron sus abrigos, excepto Mía que no tenía maleta.

Pablo y Anton se reían frente a ella sin que les importase, mientras que Mía frotaba sus brazos titiritando como un pollito mojado.

Dereck giró los ojos, se quitó la chaqueta y la puso sobre sus hombros sin pedirle permiso.

—¿Qué haces? —cuestionó Mía.

—Estás temblando, déjate ayudar.

—No necesito tu lástima —espetó mirándolo con desprecio. Mía no estaba dispuesta a dejarse humillar por ninguno de ellos. La desconfianza se había apoderado de ella, y ya no creía en las palabras de Dereck por muy sinceras que pareciesen.

—Ay Dereck, ¿haciendo actos de caridad? —protestó Pablo echándose a reír.

—Si le da un resfriado y se queda ronca nos quedamos sin traductora —argumentó. Eso fue suficiente para que sus amigos se quedasen callados y no volvieran a cuestionar sus actos.

A pesar de lo que había dicho y de que se estaba congelando de frío, Mía se rehusaba a ponerse la chaqueta del futbolista.

—Eso déjalo para tu novia —respondió apartando la prenda de ropa.

Avanzó hasta donde se encontraba el profesor y el entrenador y dejó a Dereck y al resto del equipo atrás. El profesor Moritz la vio con preocupación.

—De verdad te vas a congelar de frío, señorita Sullivan, ¿Por qué mejor no acepta un abrigo de alguno de los muchachos?

—No se preocupe profesor, mejor lleguemos pronto al hotel, yo puedo conseguir un abrigo en alguna tienda.

El profesor asintió, no tenía idea de que la chica contaba con un gran capital de dinero en el bolsillo. Por esa razón Mía no estaba preocupada por la pérdida de su maleta, aunque no estaba en sus planes hacer compras en Italisia.

Enseguida usaron sus dotes con el idioma para ubicarse y conseguir un taxi. La chica le habló con tanta fluidez al hombre que este pensó que era nativa.

Consiguieron cinco autos pues eran demasiados como para entrar todos en uno solo, y estos los llevaron hasta el hotel que la universidad ya había contratado. Quedaba a unas pocas cuadras del estadio donde se llevarían acabo los juegos, así que el transporte no iba a ser un problema.

Una vez ahí, Mía quiso salir a conseguirse el abrigo, tenía la piel como de gallina y sus dedos se estaban congelando, pues el clima en el país en esa época del año era implacable. No obstante, a esa hora no había ni una sola tienda cercana.

Era la única que tenía una habitación solo para ella sola, así que, al ver que no iba a poder abrigarse esa noche, decidió irse de una vez a la habitación para calentarse un poco.

Mía hizo a un lado la cortina y miró a través del vidrio cerrado de la ventana. Los jugadores se estaban organizando en sus respectivas habitaciones, ya los profesores se habían metido en la suya; y entonces vio a Pablo, Anton y Gale salir corriendo con una botella de alcohol entre la ropa. Giró los ojos con fastidio y prefirió echarse a dormir de una vez.

La calefacción de la habitación estaba haciendo efecto, su cuerpo se calentó, así que se metió entre las sábanas con la misma ropa que traía puesta y cerró los ojos.

Cayó en los brazos de Morfeo bastante pronto, sin embargo, sus sueños eran caóticos. Un par de ojos rojos la observaban desde lo profundo del bosque y el gruñido gutural de lo que parecía una bestia le hacía temblar hasta los huesos. Su corazón se aceleró de verdad, incapaz de procesar que todo eso era una pesadilla.

En plena madrugada Mía se despertó con el sudor chorreándole por la frente y el pulso agitado. Por un breve segundo en el que todavía su vista no se adaptaba a la oscuridad, tuvo la sensación de ver una silueta oculta por las sombras de la noche en una esquina del cuarto.

El pánico la invadió, retrocedió asustada y como pudo encendió la lámpara de noche que estaba a su lado. Con la llegada de la luz comprobó que solo estaba adormitada, pues ahí no había nadie.

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