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CAPÍTULO 5: UN VIAJE PARA OLVIDAR

Una semana más transcurrió con normalidad. Mía se había recuperado por completo de su tobillo, sin embargo, no era el recuerdo del dolor físico lo que le seguía molestando, sino las palabras que Dereck le dijo esa noche.

—¿Quién se cree que es? —preguntó en voz alta sin poder contenerse. Se encontraba intentando estudiar el idioma para el que serviría como traductora. Ella no tenía ningún problema en hablar fluidamente el Italisio, pero prefirió darle un repaso, solo por las dudas.

—¿Con quién peleas ahora?

Cassandra había entrado a la habitación y la vio hablar sola, lo que le causó gracia.

—Con nadie —dijo más calmada.

—Apuesto a que estabas pensando en Dereck otra vez. No quisiste decirme qué sucedió esa noche que te trajo en brazos.

Mía rodó los ojos, quiso reservarse lo que había ocurrido, porque de todos modos se habría sentido muy avergonzada.

—No fue nada, ya te dije. Solo me caí y me ayudó a llegar.

—Con el block que habías botado a la basura —añadió la morena cruzándose de brazos.

El block había permanecido cerrado desde esa noche, Mía lo dejó sobre la mesa de noche y ahí seguía, como un corazón delator, pulsando los latidos de la verdad que no deseaba admitir.

Que le hervía la sangre al pensar en lo que él le dijo porque sabía que tenía razón. Por supuesto que para ella era importante lo que había ahí, porque se trataban de sus dibujos, del rostro hermoso que la tenía obsesionada.

Mía suspiró y se hizo la desentendida.

—Ay, haces una tormenta de un vaso de agua. No ocurrió nada.

—Pero hoy quizá si pasen cosas —le bromeó—. Hoy te vas de viaje.

Aquello le recordó a Mía que todavía no había terminado de hacer la maleta. Se apresuró a sacar el gran baúl que llevaría y comenzó a guardar todo de manera desordenada. Cassandra se echó a reír, al final le ofreció su ayuda y así acabaron más rápido.

Cuando estuvo lista, salió corriendo por el pasillo arrastrando las rueditas del enorme baúl por el suelo de madera. El ruido que hacía era tan escandaloso que fue inevitable que todos se asomaran para ver de qué se trataba.

Mía intentó ignorar las miradas curiosas y las burlas; algunas disimuladas, otras no tanto; y se dirigió a la zona del estacionamiento donde ya los estaba esperando el autobús de la universidad que los llevaría hasta el aeropuerto.

Suspiró pesadamente al ver el montón de deportistas cantando y riéndose como unos monos desquiciados. Cassandra la había acompañado hasta allí; le apretó los hombros con fuerza cuando vio todo eso.

—Buena suerte —le dijo.

—Creo que necesitaré mucho más que eso. No sé cómo voy a sobrevivir.

Mía avanzó con paso decidido hasta el autobús, donde también había varias porristas novias de los jugadores despidiéndose de ellos.

Usualmente ellas solían acompañarlos en los partidos, pero eran demasiadas personas y la universidad no podía costear tanta gente. Así que solo serían los chicos, el entrenador, un profesor voluntario y Mía; la traductora.

—Muy bien muchachos, suban al autobús por favor —ordenó el profesor Moritz.

Mía todavía no había visto a Dereck, por un momento creyó que él cumpliría lo que ella le había pedido: que no fuese.

Sin embargo, eso rápidamente se disipó cuando lo vio venir tomado de la mano de Ginger. La chica se guindó de su cuello y le estampó un gran beso en los labios. Él desplazó las manos más abajo de sus caderas, posó los dedos en sus glúteos y los apretó sin ninguna vergüenza.

Mía volteó la mirada hacia otro lado, molesta y dolida por verlo tan acaramelado con Ginger, a la que ella llamaba “cariñosamente”: “Esa bruja”.

Giró los ojos hasta ponerlos en blanco y avanzó.

«Si les demuestro que me importa, solo seguirán incomodándome», pensó.

—Buenos días, profesor Moritz, ¿dónde dejo mi maleta?

—Déjala aquí, algunos chicos se encargarán de meterla en el autobús.

Mía obedeció y se subió al autobús justo cuando Dereck había levantado la mirada. Él sabía que ella estaba ahí desde el primer momento en que pisó el campo, pero la evitó a toda costa, porque sabía que ese viaje iba a ser lo más difícil que haría en su vida. Poner a raya el instinto y el deseo de reclamo de su mate se le estaba haciendo cada vez más imposible.

Ginger le tomó del rostro al darse cuenta de que su mirada estaba puesta en otro lado.

—Te voy a extrañar —le dijo con una sonrisa.

—Yo también.

Dereck la tenía bien sujeta entre sus brazos, le acarició la mejilla y volvió a besarla, sin embargo, no podía sentir nada y eso lo frustraba.

—Espero que lo que hicimos anoche te sirva para recordarme estas dos semanas lejos de mí —coqueteó Ginger recordando la noche apasionada que él le había dado.

Dereck había buscado acostarse con ella una vez más con el afán de sacarse a Mía de la cabeza, pero por mucho que lo intentase, era imposible. Su lobo solo quería a una mujer para reclamarla como suya y no era la pelirroja que tenía en frente. No obstante, terco como solo él podía ser, le dijo:

—Sin duda, pero siempre podrías enviarme algo, ya sabes, para no perder la costumbre —le guiñó un ojo.

Se despidieron y finalmente subió al autobús.

Mía había escogido el asiento de adelante, así que sus miradas se encontraron cuando él pasó por su lado. La castaña miró inmediatamente hacia la ventana haciendo caso omiso de esa tensión que sentía cada vez que lo tenía cerca.

Diez minutos después, el autobús ya estaba en camino hacia el aeropuerto internacional de Oakwood Lane. Mía se puso sus audífonos para ahogar los cánticos y porras del equipo mientras viajaban, no obstante, ni siquiera la música más fuerte era capaz de apagar sus pensamientos hacia Dereck.

En varias ocasiones quiso voltear hacia donde él se encontraba, mas, no lo hizo.

Cuando llegaron al aeropuerto se bajaron en mancha hacia la zona de embarque, cada uno con sus maletas. Mía fue la última en bajarse, se asomó al maletero del carro para sacar su baúl, pero se dio con la sorpresa de que no estaba.

—¿Cómo puede ser? ¿Está seguro, profesor Moritz?

—No sé qué pasó, yo les dije a los chicos que la pusieran. ¡Pablo, Gale! —llamó.

Los dos chicos ya venían aguantándose la risa. Mía supo que no había sido ningún error. Ellos lo hicieron a propósito.

—Diga, profesor.

—Les pedí que guardasen la maleta de la señorita Sullivan, ¿dónde está?

—¿No está allí? Le juro que la pusimos —aseguró Pablo con una fingida seriedad.

—Pues debieron equivocarse porque no está —dijo el Profesor con molestia.

Ellos se encogieron de hombros y regresaron junto con el resto del equipo. Moritz miró a Mía sin saber qué decirle.

—¿En serio no va a hacerles nada? ¡Lo hicieron a propósito!

—Lo siento, pero tenemos que irnos ahora.

Mía gruñó sintiendo una enorme furia apoderarse de su ser. Si ellos pensaban hacerle la vida imposible estaban muy equivocados.

—Está bien, vamos.

Una hora después todo el equipo estaba abordando el avión. Mía se sintió aliviada de que le había tocado en un asiento sola, pues a su lado no había nadie. Sin embargo, aquello le duró poco.

—Jones, pásate para este asiento, y… tú, Hawk, siéntate acá —ordenó el entrenador señalando el que se encontraba vacío al lado de Mía.

—¡¿Qué?! —protestó la chica—, pero…

—¿Acaso estás pagando por dos asientos? —le cuestionó el entrenador.

Mía no pudo protestar. Se sentó de nuevo con los brazos cruzados. El viaje demoraría nueve horas. Nueve horas en los que tendría que soportar tener a Dereck a su lado.

El deportista llegó con su bolso de mano, luego de guardarlo arriba, se sentó a su lado con un gran suspiro.

—No creas, que a mí tampoco me encanta esto.

—Pues habla con tu entrenador para que nos ponga en sitios diferentes.

—No se puede, el avión está lleno, por eso nos cambió de asiento.

Dereck sentía que todo eso no era más que una broma cruel del destino. Cerró los ojos e hizo el amago de fingir que dormía, pero era imposible hacer caso omiso al hecho de que la tenía tan cerca. Sus dedos se rozaron sin querer en un momento y eso aceleró los latidos de su corazón.

Su lobo interior estaba luchando por soltar las cadenas que le había puesto. En ese momento casi pierde el control. Sus garras emergieron y sus ojos cambiaron de color en un instante.

Mía estaba a su lado, pero no se percató de nada hasta que Dereck gruñó por lo bajo y se encogió sobre sí mismo en el asiento.

—¿Te sucede algo? —preguntó con nerviosismo. Lo único que se le ocurría a ella era que él le tenía miedo a volar.

El avión despegó y Dereck seguía en la misma posición. Le convenía que Mía pensase que se trataba de un pavor a las alturas y no que estaba perdiendo el control de su lobo al estar tan cerca de ella.

—Sí, estoy bien —consiguió decir, pero esa era una vil mentira.

De repente sintió las manos de Mía sobre su espalda, pensó que aquello terminaría por derrumbar sus defensas, pero, para su sorpresa, las caricias de la castaña en su espalda le devolvieron la calma que necesitaba.

Sus garras se retrajeron y los ojos retornaron a su típico tono ambarino. Lentamente levantó la cabeza y se encontró con la mirada preocupada de la chica.

—¿Necesitas una bolsita o algo así? No quiero que me vayas a vomitar.

Él bufó, pero no de manera despectiva, sino con una genuina sonrisa.

—No voy a vomitar, tranquila.

—Bueno.

Inmediatamente, Mía se acurrucó en su asiento y, sin pensarlo, abrió la ventana para contemplar el paisaje que se desplegaba afuera. La tranquilidad del viaje la envolvió, y sin advertirlo, cayó en un profundo sueño. Mientras su respiración era serena y apacible, Dereck no pudo evitar fijar su mirada en ella.

En ese instante, en el silencio del compartimento donde nadie podría cuestionar sus pensamientos, observó a Mía dormir y una cálida sensación llenó su pecho. Sus corazones latían al unísono, y el vínculo entre ellos, ese lazo de luna del que él era consciente, anhelaba conectarse.

—Lo siento, pero no puedo seguir adelante con esto, ni contigo ni conmigo mismo —susurró en un murmullo apenas audible.

Con sumo cuidado, tomó una manta y la arropó. Luego, se volvió para encontrar su propio sueño, dejando atrás un dilema que, en ese momento, parecía imposible de resolver.

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