Una semana más transcurrió con normalidad. Mía se había recuperado por completo de su tobillo, sin embargo, no era el recuerdo del dolor físico lo que le seguía molestando, sino las palabras que Dereck le dijo esa noche.
—¿Quién se cree que es? —preguntó en voz alta sin poder contenerse. Se encontraba intentando estudiar el idioma para el que serviría como traductora. Ella no tenía ningún problema en hablar fluidamente el Italisio, pero prefirió darle un repaso, solo por las dudas.
—¿Con quién peleas ahora?
Cassandra había entrado a la habitación y la vio hablar sola, lo que le causó gracia.
—Con nadie —dijo más calmada.
—Apuesto a que estabas pensando en Dereck otra vez. No quisiste decirme qué sucedió esa noche que te trajo en brazos.
Mía rodó los ojos, quiso reservarse lo que había ocurrido, porque de todos modos se habría sentido muy avergonzada.
—No fue nada, ya te dije. Solo me caí y me ayudó a llegar.
—Con el block que habías botado a la basura —añadió la morena cruzándose de brazos.
El block había permanecido cerrado desde esa noche, Mía lo dejó sobre la mesa de noche y ahí seguía, como un corazón delator, pulsando los latidos de la verdad que no deseaba admitir.
Que le hervía la sangre al pensar en lo que él le dijo porque sabía que tenía razón. Por supuesto que para ella era importante lo que había ahí, porque se trataban de sus dibujos, del rostro hermoso que la tenía obsesionada.
Mía suspiró y se hizo la desentendida.
—Ay, haces una tormenta de un vaso de agua. No ocurrió nada.
—Pero hoy quizá si pasen cosas —le bromeó—. Hoy te vas de viaje.
Aquello le recordó a Mía que todavía no había terminado de hacer la maleta. Se apresuró a sacar el gran baúl que llevaría y comenzó a guardar todo de manera desordenada. Cassandra se echó a reír, al final le ofreció su ayuda y así acabaron más rápido.
Cuando estuvo lista, salió corriendo por el pasillo arrastrando las rueditas del enorme baúl por el suelo de madera. El ruido que hacía era tan escandaloso que fue inevitable que todos se asomaran para ver de qué se trataba.
Mía intentó ignorar las miradas curiosas y las burlas; algunas disimuladas, otras no tanto; y se dirigió a la zona del estacionamiento donde ya los estaba esperando el autobús de la universidad que los llevaría hasta el aeropuerto.
Suspiró pesadamente al ver el montón de deportistas cantando y riéndose como unos monos desquiciados. Cassandra la había acompañado hasta allí; le apretó los hombros con fuerza cuando vio todo eso.
—Buena suerte —le dijo.
—Creo que necesitaré mucho más que eso. No sé cómo voy a sobrevivir.
Mía avanzó con paso decidido hasta el autobús, donde también había varias porristas novias de los jugadores despidiéndose de ellos.
Usualmente ellas solían acompañarlos en los partidos, pero eran demasiadas personas y la universidad no podía costear tanta gente. Así que solo serían los chicos, el entrenador, un profesor voluntario y Mía; la traductora.
—Muy bien muchachos, suban al autobús por favor —ordenó el profesor Moritz.
Mía todavía no había visto a Dereck, por un momento creyó que él cumpliría lo que ella le había pedido: que no fuese.
Sin embargo, eso rápidamente se disipó cuando lo vio venir tomado de la mano de Ginger. La chica se guindó de su cuello y le estampó un gran beso en los labios. Él desplazó las manos más abajo de sus caderas, posó los dedos en sus glúteos y los apretó sin ninguna vergüenza.
Mía volteó la mirada hacia otro lado, molesta y dolida por verlo tan acaramelado con Ginger, a la que ella llamaba “cariñosamente”: “Esa bruja”.
Giró los ojos hasta ponerlos en blanco y avanzó.
«Si les demuestro que me importa, solo seguirán incomodándome», pensó.
—Buenos días, profesor Moritz, ¿dónde dejo mi maleta?
—Déjala aquí, algunos chicos se encargarán de meterla en el autobús.
Mía obedeció y se subió al autobús justo cuando Dereck había levantado la mirada. Él sabía que ella estaba ahí desde el primer momento en que pisó el campo, pero la evitó a toda costa, porque sabía que ese viaje iba a ser lo más difícil que haría en su vida. Poner a raya el instinto y el deseo de reclamo de su mate se le estaba haciendo cada vez más imposible.
Ginger le tomó del rostro al darse cuenta de que su mirada estaba puesta en otro lado.
—Te voy a extrañar —le dijo con una sonrisa.
—Yo también.
Dereck la tenía bien sujeta entre sus brazos, le acarició la mejilla y volvió a besarla, sin embargo, no podía sentir nada y eso lo frustraba.
—Espero que lo que hicimos anoche te sirva para recordarme estas dos semanas lejos de mí —coqueteó Ginger recordando la noche apasionada que él le había dado.
Dereck había buscado acostarse con ella una vez más con el afán de sacarse a Mía de la cabeza, pero por mucho que lo intentase, era imposible. Su lobo solo quería a una mujer para reclamarla como suya y no era la pelirroja que tenía en frente. No obstante, terco como solo él podía ser, le dijo:
—Sin duda, pero siempre podrías enviarme algo, ya sabes, para no perder la costumbre —le guiñó un ojo.
Se despidieron y finalmente subió al autobús.
Mía había escogido el asiento de adelante, así que sus miradas se encontraron cuando él pasó por su lado. La castaña miró inmediatamente hacia la ventana haciendo caso omiso de esa tensión que sentía cada vez que lo tenía cerca.
Diez minutos después, el autobús ya estaba en camino hacia el aeropuerto internacional de Oakwood Lane. Mía se puso sus audífonos para ahogar los cánticos y porras del equipo mientras viajaban, no obstante, ni siquiera la música más fuerte era capaz de apagar sus pensamientos hacia Dereck.
En varias ocasiones quiso voltear hacia donde él se encontraba, mas, no lo hizo.
Cuando llegaron al aeropuerto se bajaron en mancha hacia la zona de embarque, cada uno con sus maletas. Mía fue la última en bajarse, se asomó al maletero del carro para sacar su baúl, pero se dio con la sorpresa de que no estaba.
—¿Cómo puede ser? ¿Está seguro, profesor Moritz?
—No sé qué pasó, yo les dije a los chicos que la pusieran. ¡Pablo, Gale! —llamó.
Los dos chicos ya venían aguantándose la risa. Mía supo que no había sido ningún error. Ellos lo hicieron a propósito.
—Diga, profesor.
—Les pedí que guardasen la maleta de la señorita Sullivan, ¿dónde está?
—¿No está allí? Le juro que la pusimos —aseguró Pablo con una fingida seriedad.
—Pues debieron equivocarse porque no está —dijo el Profesor con molestia.
Ellos se encogieron de hombros y regresaron junto con el resto del equipo. Moritz miró a Mía sin saber qué decirle.
—¿En serio no va a hacerles nada? ¡Lo hicieron a propósito!
—Lo siento, pero tenemos que irnos ahora.
Mía gruñó sintiendo una enorme furia apoderarse de su ser. Si ellos pensaban hacerle la vida imposible estaban muy equivocados.
—Está bien, vamos.
Una hora después todo el equipo estaba abordando el avión. Mía se sintió aliviada de que le había tocado en un asiento sola, pues a su lado no había nadie. Sin embargo, aquello le duró poco.
—Jones, pásate para este asiento, y… tú, Hawk, siéntate acá —ordenó el entrenador señalando el que se encontraba vacío al lado de Mía.
—¡¿Qué?! —protestó la chica—, pero…
—¿Acaso estás pagando por dos asientos? —le cuestionó el entrenador.
Mía no pudo protestar. Se sentó de nuevo con los brazos cruzados. El viaje demoraría nueve horas. Nueve horas en los que tendría que soportar tener a Dereck a su lado.
El deportista llegó con su bolso de mano, luego de guardarlo arriba, se sentó a su lado con un gran suspiro.
—No creas, que a mí tampoco me encanta esto.
—Pues habla con tu entrenador para que nos ponga en sitios diferentes.
—No se puede, el avión está lleno, por eso nos cambió de asiento.
Dereck sentía que todo eso no era más que una broma cruel del destino. Cerró los ojos e hizo el amago de fingir que dormía, pero era imposible hacer caso omiso al hecho de que la tenía tan cerca. Sus dedos se rozaron sin querer en un momento y eso aceleró los latidos de su corazón.
Su lobo interior estaba luchando por soltar las cadenas que le había puesto. En ese momento casi pierde el control. Sus garras emergieron y sus ojos cambiaron de color en un instante.
Mía estaba a su lado, pero no se percató de nada hasta que Dereck gruñó por lo bajo y se encogió sobre sí mismo en el asiento.
—¿Te sucede algo? —preguntó con nerviosismo. Lo único que se le ocurría a ella era que él le tenía miedo a volar.
El avión despegó y Dereck seguía en la misma posición. Le convenía que Mía pensase que se trataba de un pavor a las alturas y no que estaba perdiendo el control de su lobo al estar tan cerca de ella.
—Sí, estoy bien —consiguió decir, pero esa era una vil mentira.
De repente sintió las manos de Mía sobre su espalda, pensó que aquello terminaría por derrumbar sus defensas, pero, para su sorpresa, las caricias de la castaña en su espalda le devolvieron la calma que necesitaba.
Sus garras se retrajeron y los ojos retornaron a su típico tono ambarino. Lentamente levantó la cabeza y se encontró con la mirada preocupada de la chica.
—¿Necesitas una bolsita o algo así? No quiero que me vayas a vomitar.
Él bufó, pero no de manera despectiva, sino con una genuina sonrisa.
—No voy a vomitar, tranquila.
—Bueno.
Inmediatamente, Mía se acurrucó en su asiento y, sin pensarlo, abrió la ventana para contemplar el paisaje que se desplegaba afuera. La tranquilidad del viaje la envolvió, y sin advertirlo, cayó en un profundo sueño. Mientras su respiración era serena y apacible, Dereck no pudo evitar fijar su mirada en ella.
En ese instante, en el silencio del compartimento donde nadie podría cuestionar sus pensamientos, observó a Mía dormir y una cálida sensación llenó su pecho. Sus corazones latían al unísono, y el vínculo entre ellos, ese lazo de luna del que él era consciente, anhelaba conectarse.
—Lo siento, pero no puedo seguir adelante con esto, ni contigo ni conmigo mismo —susurró en un murmullo apenas audible.
Con sumo cuidado, tomó una manta y la arropó. Luego, se volvió para encontrar su propio sueño, dejando atrás un dilema que, en ese momento, parecía imposible de resolver.
Mía se despertó con una tibia manta sobre su cuerpo. Se levantó con un brinco sintiéndose un poco desorientada, no sabía de dónde había salido esa manta, y tampoco vio al deportista odioso que se suponía, debía estar sentado a su lado.Por un momento pensó que quizá se había dormido de más, que todos se habían bajado y la dejaron sola en el avión que ya estaba de regreso a Oakwood Lane. Pero el miedo se le disipó al ponerse de pie y descubrir que todo el equipo seguía allí y estaban dormidos.Se asomó por la ventana del avión y se dio cuenta de que todavía faltaba para aterrizar. Era de noche y se podía observar la luna en su fase creciente. Dentro de poco iba a ser luna llena.La vista era realmente espectacular, se quedó embobada observando el paso entre las nubes y abrió la boca maravillada al observar tantas estrellas en el cielo.—Majestuoso, ¿verdad?La voz grave de Dereck le hizo dar un respingo. En su intento por levantarse terminó golpeándose la cabeza con el techo del avión.
Dereck parecía una sombra en la oscuridad, acechando el sueño de Mía, como un loco acosador. Él sabía que lo que estaba haciendo no estaba bien, pero en las noches de luna se le hacía más complicado controlar a su lobo interior.Después de que ella se despertó, prefirió regresar a su habitación. Sus compañeros de equipo roncaban escandalosamente después de haberse bebido una botella entera de ron. Ni siquiera sabía de dónde la habían sacado. Giró los ojos e intentó conciliar el sueño en la cama que le asignaron. No obstante, se mantuvo despierto hasta el día siguiente.Ese mismo día tendrían un partido inaugural contra la universidad local, así que debía prepararse y despertar a sus amigos si quería tener alguna oportunidad de ganar.El entrenador parecía tener el mismo pensamiento, pues fue muy puntual a las seis de la mañana a tocar todas las puertas de los chicos. Media hora después, casi todos ellos estaban listos, aunque somnolientos.Mía se asomó con la misma ropa de la noche an
—¡Cachorra! ¡Sabemos que estás aquí! —canturreó Lupari. El hombre lobo había estado siguiendo el rastro del aroma de la castaña, ignorando el hecho de que estaba acompañada de Dereck. Debido a que él se acababa de duchar, había ocultado todo su olor al olfato de los lobos que querían cobrarse la victoria de los extranjeros. Lupari pertenecía a una manada que se hacía llamar “garra plateada”, y eran especialmente conocidos por ser hostiles con cualquier hombre lobo que no perteneciera a su territorio. Mía abrió los ojos con sorpresa y miró a Dereck buscando alguna respuesta. Estaba segura de que era a ella a quien buscaban, pero no comprendió por qué le decían de esa manera. —¿Es conmigo? —preguntó. Dereck se giró y le cubrió la boca con la mano entera. —¡Shh! No hables —susurró. Si se hubiera encontrado solo, tal vez no hubiese dudado en enfrentarlos, pero ellos eran tres y él, siendo un lobo sin manada, era mucho más débil ante tres Betas sedientos de venganza. Dereck arrastró a
Mía regresó esa misma tarde al hotel, por fortuna no había tenido que aguantarse los cuestionamientos de los chicos del equipo sobre por qué estaba con la ropa toda empapada, pues ellos se habían ido antes. Se metió a su habitación y se quitó la ropa nueva que había comprado. Mientras la exprimía en el lavabo no dejaba de pensar en todo lo ocurrido en los vestidores. Las voces de aquellos sujetos llamándola “cachorra” le provocaban escalofríos, sin embargo, lo que la tenía cabezona no era eso, sino lo que había sucedido después con Dereck. —¿Qué me pasa con él? ¿Por qué no puedo alejarme? —se preguntó en voz alta. Estaba confundida; los sentimientos parecían una tormenta caótica dentro de su pecho. Lo que él le provocaba cada vez que lo tenía cerca era algo que no podía explicar. Su pulso se aceleraba y las piernas le temblaban como gelatina; pero no era solo la atracción física, había algo más, como si de alguna forma Mía lo conociese de toda la vida. Como si supiera que no habría
El campeonato internacional de futbol entre universidades siguió transcurriendo con normalidad. El equipo de “los vampiros” todavía no había jugado su próximo partido, pues debía esperar a que los otros colegios pasasen a la siguiente fase del juego. A Dereck le preocupaba pensar que en cualquier momento tendría que volverse a enfrentar al equipo de Lupari. Se hacían llamar “Guerrieri dell'Università”, que en idioma Italisio significaba “los guerreros de la universidad”. Mientras los días pasaban, se había encargado de evitarlos a toda costa, pero el día se acercaba sin que pudiese detenerlo, al igual que la luna llena. Para él no había sido un problema controlar su transformación, incluso bajo la influencia del gran astro dado por la diosa luna, sin embargo, nada es eterno, y ahora que su mente y su cuerpo estaban agitados, también temía perder la capacidad de mantener a raya su lobo interior. La tarde anterior sería el partido definitorio. Si los Guerrieri ganaban, se tendrían que
El corazón de Mía latía tan rápido que estaba segura de que se saldría de su pecho. Corrió por el pasillo, pero se detuvo a la mitad al darse cuenta de que Dereck no iba tras ella. Por primera vez sintió un verdadero miedo de que a él le sucediese algo malo. Tomó aire y se limpió las lágrimas, estaba dispuesta a volver cuando escuchó a los tres chicos salir corriendo despavoridos. Entonces pensó lo peor; o él les había hecho algo terrible, o ellos lo habían lastimado. Se apresuró a volver y entonces lo encontró apoyado sobre el lavabo como si estuviese sufriendo. Dereck volteó a mirarla y en el momento en que le habló, ella supo que tenía que abrazarlo. No entendía muy bien los mensajes que le daba su propio cuerpo, solo estaba segura de que él la necesitaba en ese momento. Lo rodeó con sus brazos y apoyó la cara contra su pecho. Los latidos de Dereck se regularon casi al instante. Mía era su paz, mía era todo lo que él necesitaba para volver a estar en control. Ella sintió los bra
La habitación en la que se encontraban se convirtió en un remanso de emociones, impregnado de una atmósfera embriagadora de romance. Mía y Dereck se hallaban inmersos en un silencio cargado de significado, donde cada mirada sostenida encendía la chispa de una conexión profunda. La tensión entre ellos era tangible, como si la habitación entera se hubiera impregnado con la electricidad de su complicidad. Sus corazones latían al unísono bailando al compás de una melodía secreta que solo ellos podían escuchar. En el aire flotaba un deseo inmenso, un anhelo que se expandía como un huracán contenido a punto de desatar su furia. Cada gesto, cada suspiro, parecía un preludio a la erupción de sentimientos que los consumía. Mía podía percibir la mirada ardiente de Dereck, la intensidad de sus ojos que la recorría con una calidez inconfundible. Era como si en aquel momento el mundo se hubiera detenido para concederles un espacio donde solo existían ellos dos. El magnetismo entre ambos era inneg
Mía se despertó la mañana siguiente con una sensación renovada. Abrió los ojos con lentitud y se vio envuelta en las sábanas de la habitación de hotel entretanto miraba hacia la ventana. Los recuerdos lujuriosos de la noche anterior azotaron su mente, las caricias de Dereck todavía estaban impregnadas en su piel, al igual que su delicioso aroma cítrico. Ahora su piel ya no solo tenía ese olor a lavanda y chocolate, pues se había mezclado con el de él. Suspiró y sintió cómo su piel se erizaba, creyendo que todo eso seguía siendo parte de un sueño, pues cuando se dio vuelta, él no estaba a su lado. No obstante, las dudas se despejaron cuando se incorporó sobre la cama y descubrió que seguía desnuda. En ese momento escuchó la ducha del baño abrirse y entonces su corazón se aceleró. «¿De verdad lo hemos hecho?», se preguntó en su cabeza, a la vez que se ponía de pie con un salto. El efecto del alcohol se le había pasado, así que toda la vergüenza que había suprimido anoche le llegó de