ISABELLA RODRÍGUEZ
Sentada en el asiento trasero de ese lujoso Maybach color plata, movía mi pierna con nerviosismo. El chofer era como un fantasma silencioso que casualmente me veía por el espejo retrovisor. Tal vez curioso por la tela de encaje negro que cubría mis ojos y por supuesto, mi piel quemada.
Valentina me había prestado uno de sus vestidos. Tuve que escoger el más conservador, pues todos eran brillosos, escotados y cortos. Al no querer verme vulgar, escogí ese negro que parecía digno de usar en un velorio, consideré que era el más adecuado para la ocasión.
No hubo celebración, solo un acta de matrimonio en la mesa del comedor y el abogado del señor Silva, práctico y rápido para formalizar mi unión con su jefe. Me entregó la caja de terciopelo que guardaba mi anillo de matrimonio, y durante todo el camino no dejé de darle vueltas en mi dedo.
La mansión a la que llegué era enorme e imponente, con amplios jardines y una arquitectura que presumía de riqueza y elegancia. El chofer me abrió la puerta y me ofreció su mano para ayudarme a bajar del auto, manteniendo su mirada prendada del encaje que cubría mi rostro.
El mayordomo me recibió con una reverencia antes de abrir la puerta para mí. El recibidor estaba oscuro, pues tenía todas las luces apagadas, ¿era porque mi esposo estaba ciego? Entonces me di cuenta: ¿qué sentido tenía arreglarme? ¡¿Qué sentido tenía esconder mi rostro?! Era obvio que no lo vería jamás.
Completamente quieta e intentando agudizar la mirada, quise ver más allá de lo que la oscuridad me permitía, hasta que una voz grave y firme me tomó por sorpresa: ―Bienvenida a mi hogar, Isabella… ―Escuché desde lo alto de las escaleras.
Para ser sincera, me esperaba a un hombre desagradable, tal vez deforme por el accidente en el que perdió la vista, por lo menos alguien muy viejo como lo hacía ver mi madre, pero, por el contrario, me encontré un hombre atractivo, pulcro y elegante. Portaba unos lentes negros y redondos que cubrían sus ojos mientras sus manos largas y delgadas, como las de un pianista, descansaban sobre su bastón. Tenía una actitud segura y autoritaria, su presencia no era diezmada por su discapacidad.
No supe cuánto tiempo permanecí en silencio, viéndolo fijamente entre la penumbra, pero me puse nerviosa, ¡tenía que contestar algo ya! ―Gracias ―mi voz salió temblorosa, como si tuviera un gallo desafinado atorado en la garganta.
Descendió las escaleras, guiado por mi voz. Se plantó delante de mí y tuve que alzar la cara para poder verlo. Era más alto de lo que esperaba. Me percaté de que era un hombre que no rebasaba los cuarenta, pero tampoco estaba tan cerca de los veinte.
Le entregó su bastón al mayordomo que permanecía como una estatua entre la oscuridad, y sus manos se acercaron a tientas. Me sentí cautivada por los ángulos de su cara, ese mentón fuerte y barba corta. Sus manos se posaron en mis hombros y se inclinó lentamente hacia mí. Tragué saliva, nerviosa, en cuanto su nariz comenzó a acariciar la piel de mi cuello, olfateándome, terminando en el ángulo de mi mandíbula.
Agradecía su ceguera, porque sabía que mis mejillas sonrojadas se podían ver a través de la oscuridad, como si mi vergüenza fuera fluorescente.
Sus manos subieron por mis mejillas y al notar la tela en mi rostro, noté como sus espesas cejas se fruncieron, desconcertado. Entonces toda la magia se derrumbó. Retrocedí, temerosa de que quisiera descubrir mi rostro marchito y sus manos recorrieran mi piel retorcida. Esta herida estaba acabando con la poca autoestima que aún me quedaba.
―No te haré daño… ―dijo apretando los dientes, molesto por mi rechazo―. ¿Cómo podría herirte? Ni siquiera puedo verte.
―Yo… No… No quise…
―Te llevarán a nuestra habitación, desde ahora este será tu hogar. Sé una buena chica, compórtate con prudencia y todo saldrá bien.
Eso sonaba a una amenaza. ¿A qué se refería con «ser una buena chica»? No era una mascota, era su esposa. No tenía que hablarme así… o ¿sí? ¿En qué me había metido?
¤
La habitación estaba en penumbras como toda la casa, el mayordomo dejó mi pequeña mochila y mi guitarra en un rincón. Amaba la música gracias a mi padre y, como regalo de bodas, mi madre accedió a comprarme lo que yo quisiera antes de partir. No tuve que pensarlo, esa guitarra negra de caoba con cuerdas de acero ultrafinas me sedujo.
―Por favor, señora Silva, le voy a pedir que sea prudente con usar eso ―dijo el mayordomo apenado. No parecía tener el afán de molestarme―. Al señor Silva le gusta el silencio.
¿Hablaba en serio? Yo, amante de la música, ¿me había casado con un hombre que prefiere el silencio? Mi suerte empeoraba.
Después de que el mayordomo me dejara a solas con mi frustración, me dediqué a inspeccionar la habitación. La cama era enorme y cómoda, el clóset estaba lleno de ropa de marca, demasiado cara para mi gusto. Al lado de la ropa que suponía era para mí, se encontraban los trajes de Gabriel, ordenados meticulosamente.
El golpeteo de su bastón me avisó que ya estaba en la puerta, entró con la frente en alto y ese gesto frío. ―Necesito que me ayudes a tomar un baño…
Se me fue el aire, se me cayó el corazón, se me retorció el estómago y casi me desmayo. ¡¿Hablaba en serio?! Bien… era discapacitado y yo su nueva esposa, era de esperarse que le ayudara a algunas cosas, pero… ¿bañarse? ―Ah… ¿cómo…?
No terminé de hablar cuando ese hombre comenzó a quitarse el saco y desanudar su corbata. Palidecí, ¿no era muy pronto para verlo desnudo? Desvíe la mirada queriendo ser educada, pero… ¿tenía sentido? Después de todo él no me vería, podía verlo sin sentir remordimiento.
Me mordí el labio inferior y me animé a echar un vistazo. Tenía el torso desnudo y lucía una piel tersa que cubría cada músculo. Me sentí maravillada por su conformación, era atlético y de nuevo me tropecé con otra discordancia. ¡Odiaba a los hombres tatuados! No me gustaba ver la piel llena de tinta y en el caso de Gabriel, tenía el pecho tatuado. Tenía una brújula sobre el corazón y lo que parecía una feroz pantera rugiendo.
Tenía que admitir que, sin esa ropa, parecía más un motociclista rebelde que un ejecutivo importante. Tragué saliva, el calor en la habitación era apabullante o ¿solo se trataba de mí? En cuanto desabotonó sus pantalones, tuve que cubrir mi rostro con ambas manos, esto se estaba volviendo una misión imposible.
―¿Isabella? ―preguntó con voz firme y me hizo brincar―. El baño es la puerta negra de la izquierda…
Empecé a hiperventilar mientras me acercaba hacia él, con la mirada clavada en el techo, luchando por no verlo desnudo. Estiré mi mano para alcanzarlo y mis dedos tocaron algo caliente y suave que me hizo sonrojar aún más. Cuando su mano se posó encima de la mía me di cuenta de que estaba apoyada sobre su pecho. Con gentileza me hizo girar hasta darle la espalda y posó su mano sobre mi hombro, esperando a que lo guiara.
Llevarlo hacia el baño hubiera sido pan comido si su mano no se hubiera deslizado hacia mi cintura. Quería llorar y gritar, mis nervios estaban destrozados.
―¿Necesitas algo más? ―pregunté nerviosa después de ayudarlo a entrar en la tina, manteniendo la mirada en su rostro y luchando por no bajarla. Me percaté de su estúpida sonrisa, ¡Estaba disfrutando hacerme sufrir! ¡Maldito!
―Puedo solo… ―contestó con tranquilidad.
¡Si podía bañarse solo, ¿no podía llegar al baño también solo?! ¡Maldito perro desvergonzado! Di media vuelta con el rostro completamente enrojecido no sin antes arrugar mi nariz y mostrarle mi lengua. Justo al llegar a la puerta lo volví a escuchar, su voz sonaba divertida. ¡¿Qué le parecía tan gracioso?!
―En el clóset hay algunos camisones de seda, escoge el que quieras. Toda la ropa es para ti ―dijo con la mirada perdida.
―Gracias… ―refunfuñé antes de dejarlo solo en el baño.
ISABELLA RODRÍGUEZNo sé cuánto tiempo estuve viendo los camisones frente a mí, los que no eran demasiado cortos, eran escotados y los que no eran escotados ni cortos, estaban casi transparentes. ¿No había alguna pijama holgada de franela que cubriera más mi cuerpo?En ese momento la mano de Gabriel agarró la tela y sonrió. ―Buena elección para nuestra primera noche juntos.Mi cerebro explotó y mi corazón colapsó. ¿En qué momento salió del baño, que ni lo había escuchado? Tragué saliva en cuanto lo vi usando solo unos pantalones holgados. ¿Pensaba dormir con el torso descubierto, mostrándome esos horribles tatuajes y esos desagradables pero fuertes y firmes músculos, forrados de esa piel asquerosamente tersa y cálida? ¡Carajo! ¿En qué momento había comenzado a morderme el labio? ¡Vamos! ¡Concéntrate, Isabella!―¿No piensas cambiarte? ―preguntó tranquilamente mientras paseaba sus manos por la mesa de noche, organizando sus cosas con solo su tacto―. Puedes hacerlo aquí, no te veré, creo
ISABELLA RODRÍGUEZMientras deshojaba una pequeña flor silvestre del jardín, escuchaba la cantaleta de mi madre. La energía se le iba en solo quejarse y presumir de Valentina. —¡Pero basta de mí! ¿Cómo te ha ido con tu esposo? ¿Se llevan bien?—Algo así… —contesté llena de coraje.―Apuesto a que desearías que este matrimonio nunca se hubiera concretado… ―dijo con tanta lástima que me revolvió el estómago―. Pobre de mi niña. No te preocupes, mamá encontró una solución.De pronto me extendió un documento de manera sutil, mientras sus ojos nerviosos revisaban que nadie nos viera. En cuanto desdoblé las hojas me di cuenta de que era un contrato de transferencia privada de acciones del grupo Silva-Montalvo, la empresa que le pertenecía a Gabriel.—¿Qué es esto? —pregunté confundida y cubrió mi boca con una mano, temerosa de que alguien me hubiera escuchado.—Haz que lo firme… —dijo con los ojos bien abiertos.Le preste más atención al documento, especificaba que Gabriel le daría el cincuen
GABRIEL SILVAPor más que lo intenté, no lograba conciliar el sueño, estaba molesto por tener que dejarme manipular por esa mujer y tener que tolerar a su hija deforme como mi esposa. Salí de mi habitación con la plena intención de desenmascarar a Isabella y ver que tan grotesco era su rostro sin esa tela. La mansión estaba a oscuras, desde que recuperé la visión, me volví fotosensible como una de las consecuencias de mi accidente. El doctor me había indicado que gradualmente mis ojos volverían a adecuarse a la luz, mientras eso pasaba, di órdenes estrictas de no encender las luces bajo ninguna condición.Llegué hasta la habitación de Isabella, para mi suerte ya estaba dormida. Me quedé parado en el borde de la cama, viéndola con las sábanas enredadas en los pies, permitiendo que pudiera admirar su cuerpo curvilíneo. Era agradable, no podía negarlo, tenía tobillos finos y piernas torneadas. No era tan voluptuosa como su hermana, por el contrario, sus curvas le daban una apariencia re
ISABELLA RODRÍGUEZEstaba furiosa, enervada, mi corazón no empujaba sangre sino odio. Intenté abrir la puerta y salir corriendo, pero la maldita no cedía. Empujé, jalé, golpeé y parecía inamovible. ―¡¿Qué carajos…?! ―Giré iracunda hacia el mayordomo que retrocedió impresionado por mi furia―. ¡Abre la estúpida puerta! ―exigí dando un golpe en el suelo con mi tacón.―No la abras ―dijo Gabriel detrás de mí, avanzando con paso lento, disfrutando la situación―. Desde ahora cada puerta y ventana estará cerrada a cal y canto para mi encantadora y salvaje esposa.―¡Salvaje tu madre! ―exclamé aproximándome a él como un tren sin frenos. ¡No me importaba que es
GABRIEL SILVACuando recién sufrí el accidente que me dejó completamente ciego, me aferré a tener una vida normal y me sentí capaz de tomar decisiones. Mi socio, Eduardo Montalvo, insistió en que me tomara un descanso, pero me aferré con más fuerza a mi puesto. ¡Nadie me iba a decir lo que tenía que hacer!La empresa Silva-Montalvo, era la número uno en tecnología en todo el país. Se encargaba de crear no solo electrodomésticos inteligentes y fáciles de dirigir por IA, sino que también teníamos un campo dedicado para la industria y el área armamentística, teniendo contratos muy importantes con el ejército del país. De mí dependía la calidad de los circuitos y chips que se usaban. Hice tratos con intermediarios de dudosa proce
GABRIEL SILVAIntentaba mantenerme tranquilo en la estancia, revisando el reloj en la pared cada cinco minutos. ¿Por qué demonios tardaban tanto? ¿De nuevo Isabella estaba haciendo una rabieta? De pronto escuché sus risas y en cuanto levanté la mirada hacia las escaleras, vi a Guillermina a su lado, ambas se sonreían, parecía que se llevaban bastante bien.En cuanto Isabella comenzó a descender por los escalones, me quedé sin aliento. Parecía una hermosa muñeca de porcelana con ese vestido azul marino que se acentuaba en su cintura. Sus faldas amplias me permitían ver esas largas piernas a partir de las rodillas y los tirantes mantenían al descubierto sus suaves hombros.Era una criatura fascinante y divina, con su cuello adornado por d
GABRIEL SILVA―¿A dónde vas? ―preguntó mi abuela con arrogancia. Desde que había perdido la vista, sus malas caras las utilizaba con más frecuencia.―Voy por mi esposa… ―contesté apretando los dientes.―¿No escuchaste? Fue al baño… ―agregó mi tía limpiándose las uñas con desinterés―. Dime, Gabriel, ¿ya está embarazada?Me intenté mantener ecuánime y tranquilo, pero la sangre me hervía. ―Apenas nos casamos, tía.―Lo cual se me hace curioso, no habías intentado casarte con nadie, pese a las mil zorras que metías a tu mansión. Tu ceguera no fue impedimento para continuar co
ISABELLA RODRÍGUEZ Logré mi objetivo, llegar al puente y admirar el lago sentada en el barandal, mientras movía mis pies, balanceándolos arrítmicos. Mi mano descansaba sobre mi regazo, tenía ampollas y estaba enrojecida. Me dejé llevar por mi odio y mi frustración. Nunca me ha gustado sentir que alguien más tiene poder sobre mí. Otro motivo por el cual detestaba a Gabriel, pero por lo menos él estaba pagando la hospitalización de mi padre, en cambio Mauricio, solo era un pretencioso, egoísta e insoportable. Suspiré con melancolía, solo deseaba ver el momento en el que me llamaran para irnos de aquí, en cambio, escuché el bastón de Gabriel golpeando en el barandal del puente. ―¿Cómo me encontraste? ―pregunté desconcertada. ―No hay nada que los sirvientes no digan por el precio