CELESTE CÁRDENAS Los días siguientes fueron ajetreados y confusos, todo pasó tan rápido. En cuanto llegué al hospital me internaron, la noticia de que estaba apaleada y embarazada de gemelos, alertó al cuerpo médico. Mientras revisaban mi herida de bala y el resto de las lesiones, supe que el padre de Yolanda se había llevado a esa tal Leslie, dejando por fin en paz a Ramírez, incluso olvidándose de él, aunque no por mucho tiempo. Por la gravedad de mis heridas, fui la primera en abandonar el hospital, regresando los primeros días a casa de mi madre, quien, a su regreso al país, estaba muerta de preocupación y se aferró a ser ella quien cuidara de mí, creyendo que Zarco no sería capaz ni tendría la delicadeza suficiente, eso no evitó que él se mudara con nosotras, renuente a dejarme sola, y mi querida suegra venía a visitarnos seguido, siempre con regalos para los gemelos. Todos ansiaban su llegada. Días después María dio señales de vida. Daniel no se apartó de ella en ningún mom
ZARCO—Desde ahora no tenemos rey… El señor Esteban ha desaparecido para siempre y no tenemos ninguna obligación hacia él ni hacia sus motivaciones —dije con firmeza mientras caminaba de un lado para otro en la caballeriza, ante todos mis hombres, quienes parecían no tener problemas con mis palabras.—¿Ahora, a quién serviremos? —preguntó el capataz mientras yo veía ese alfil negro entre mis dedos, dándole vueltas con indecisión. —A la reina negra… A ella le deben obediencia. Ella manda, esté presente o no —contesté con una sonrisa—. Su palabra es ley. ¿Entendido?—¡Sí, señor! —contestaron todos al unísono, divertidos, viéndome con lástima y una sonrisa enorme, sabiendo que era hombre al agua, que ahora mi mente y corazón estaban al servicio de una sola mujer, entendiendo que ya no me quedaba nada, ninguna ambición que no fuera proteger a mi familia y a mi hermosa reina. De pronto el silencio de todos me avisó que debía de ser prudente, cuando volteé hacia la puerta, noté a Celeste,
ZARCOSus tibias manos se posaron en mis mejillas, haciendo que dirigiera de nuevo mi atención en ella, desconcertado y mareado. —Sería hipócrita de mi parte si te juzgara por lo que hiciste —dijo Celeste con melancolía—. Tú eres consciente de mi pasado y de cuánto daño causé. Arruiné la vida de todos y me esforcé por destruirlos. »No fui capaz de detener a Esteban, no lo intenté lo suficiente, tuve la esperanza de que volvería a ser el hombre bueno que conocí, pero eso nunca pasó y solo sembré dolor y miseria a mi alrededor. ¿Con qué cara puedo reclamarte algo? »Además, una mujer muy sabia me dijo un día: «Quien esté libre de pecado, que arroje la primera piedra». No pude evitar sonreír en cuanto mencionó la frase favorita de mi madre. —Si algo he aprendido en este tiempo es que nadie tiene el valor moral para juzgar a otros —agregó reflexiva, pero triste—. Nadie es completamente bueno ni malo, y si yo no fuera capaz de comprender eso, entonces no habría aprendido nada en todos e
YOLANDA VARGAS—¿Por fin me dirás lo que te ha estado torturando? —pregunté emocionada. Ramírez me había llevado hacia el lago y una vez que llegamos al puente, no pude evitar sonreír. Llevaba días comportándose extraño y distante. Tal vez era muy tonta al pensar que estaba planeando proponerme matrimonio, pero no podía evitar sentirme emocionada por la idea. Isabella ya estaba casada, María acababa de hacerlo, incluso Celeste estaba comprometida. ¿No era justo que yo también pudiera vivir ese momento especial con el hombre que consideraba el indicado? Ramírez era atractivo, exhalaba peligro y, sobre todo, parecía amarme con sinceridad. Estaba ansiosa de que ese hombre fuera mío, deseaba verlo cada mañana al despertar y sabía que era con quien deseaba tener hijos. Ya estaba lista para gritar: «¡Sí, acepto!», pero su rostro apagado y melancólico me advirtió que se trataba de otra cosa. —Yolanda… Eres una mujer maravillosa, inteligente, fuerte, astuta… Eres la clase de mujer que se
YOLANDA VARGAS—En cuanto me rehusé a cooperar con Esteban… Decidió darme un escarmiento —dijo Ramírez agachando la mirada—. No solo quiso quitarme el motivo de mi rebeldía, sino que quería dejar un mensaje claro hacia los demás. »Quise protegerte… pero llegué tarde. Tenerte entre mis brazos, desangrándote, fue la sensación más cruel y miserable que he experimentado en mi vida y supe que no quería perderte. Por eso me voy. Soy incapaz de seguir cargando con la culpa, pero tampoco tengo el valor de afrontar tu rechazo y odio al decirte la verdad.—Me vendiste… Nos vendiste… ¡Ibas a entregarnos! —exclamé horrorizada recordando lo horrible que fue estar cerca de la muerte.—No soy una buena persona, Yolanda, nunca lo he sido… pero si algo me detuvo, fuiste tú. No quería enamorarme, no quería permitir que te clavaras en mi corazón, pero cuando lo hiciste, fue tan hermoso que no quería perderme de esa sensación. »Lamento haberte mentido, también lamento lo que estuve a punto de hacer, pe
ISABELLA RODRÍGUEZLas llamas devoraron todo lo que amaba. Mi hogar, donde crecí y fui feliz, se desmoronó. Corrí buscando a mi padre, a él no lo podía perder. Lo saqué arrastrando antes de que la casa terminara de colapsar, pero justo al atravesar la puerta, explotó, lanzándonos por los aires. Rodé en el suelo, con la cara ardiéndome y, entre gritos y súplicas, me desvanecí en la inconsciencia.Cuando desperté, estaba en una cama de hospital intentando recordar lo que había ocurrido, recuperando fragmentos desperdigados de mi memoria, que carecían de sentido, parecían envueltos en llamas como mi hogar.El doctor me cambió el vendaje del rostro y no fui capaz de reconocerme por ese breve momento ante el espejo. Tenía una horrible marca alrededor de mi ojo izquierdo. La carne viva me palpitaba y había perdido la ceja y las pestañas. Quise tocar mi piel marchita, como si al hacerlo, la herida se fuera a desvanecer, pero solo sentí dolor. ―Fue un milagro que solo tuvieras esa lesión… P
ISABELLA RODRÍGUEZSentada en el asiento trasero de ese lujoso Maybach color plata, movía mi pierna con nerviosismo. El chofer era como un fantasma silencioso que casualmente me veía por el espejo retrovisor. Tal vez curioso por la tela de encaje negro que cubría mis ojos y por supuesto, mi piel quemada.Valentina me había prestado uno de sus vestidos. Tuve que escoger el más conservador, pues todos eran brillosos, escotados y cortos. Al no querer verme vulgar, escogí ese negro que parecía digno de usar en un velorio, consideré que era el más adecuado para la ocasión.No hubo celebración, solo un acta de matrimonio en la mesa del comedor y el abogado del señor Silva, práctico y rápido para formalizar mi unión con su jefe. Me entregó la caja de terciopelo que guardaba mi anillo de matrimonio, y durante todo el camino no dejé de darle vueltas en mi dedo.La mansión a la que llegué era enorme e imponente, con amplios jardines y una arquitectura que presumía de riqueza y elegancia. El cho
ISABELLA RODRÍGUEZNo sé cuánto tiempo estuve viendo los camisones frente a mí, los que no eran demasiado cortos, eran escotados y los que no eran escotados ni cortos, estaban casi transparentes. ¿No había alguna pijama holgada de franela que cubriera más mi cuerpo?En ese momento la mano de Gabriel agarró la tela y sonrió. ―Buena elección para nuestra primera noche juntos.Mi cerebro explotó y mi corazón colapsó. ¿En qué momento salió del baño, que ni lo había escuchado? Tragué saliva en cuanto lo vi usando solo unos pantalones holgados. ¿Pensaba dormir con el torso descubierto, mostrándome esos horribles tatuajes y esos desagradables pero fuertes y firmes músculos, forrados de esa piel asquerosamente tersa y cálida? ¡Carajo! ¿En qué momento había comenzado a morderme el labio? ¡Vamos! ¡Concéntrate, Isabella!―¿No piensas cambiarte? ―preguntó tranquilamente mientras paseaba sus manos por la mesa de noche, organizando sus cosas con solo su tacto―. Puedes hacerlo aquí, no te veré, creo