ISABELLA RODRÍGUEZ
Las llamas devoraron todo lo que amaba. Mi hogar, donde crecí y fui feliz, se desmoronó. Corrí buscando a mi padre, a él no lo podía perder. Lo saqué arrastrando antes de que la casa terminara de colapsar, pero justo al atravesar la puerta, explotó, lanzándonos por los aires. Rodé en el suelo, con la cara ardiéndome y, entre gritos y súplicas, me desvanecí en la inconsciencia.
Cuando desperté, estaba en una cama de hospital intentando recordar lo que había ocurrido, recuperando fragmentos desperdigados de mi memoria, que carecían de sentido, parecían envueltos en llamas como mi hogar.
El doctor me cambió el vendaje del rostro y no fui capaz de reconocerme por ese breve momento ante el espejo. Tenía una horrible marca alrededor de mi ojo izquierdo. La carne viva me palpitaba y había perdido la ceja y las pestañas. Quise tocar mi piel marchita, como si al hacerlo, la herida se fuera a desvanecer, pero solo sentí dolor.
―Fue un milagro que solo tuvieras esa lesión… Pudiste morir ―dijo el doctor en un intento por consolarme―. Con el tiempo podemos intentar cirugías reconstructivas. Dejar tu rostro lo más parecido a como lo tenías antes.
En ese momento, recuperar mi belleza, si es que alguna vez la tuve, no tenía relevancia. ―¿Dónde está mi padre?
«Luchando por su vida», esa era la respuesta que aclaraba mis dudas.
Me quedé estática delante de su cama en cuanto lo vi rodeado de tubos y aparatos. Estaba en «shock», no podía llorar, pero eso no quitaba que estuviera horrorizada de verlo así. No había palabras para describir lo destruida que me sentía.
―Está en coma, no sabemos si… ―El doctor se detuvo, temeroso de como tomaría la noticia, pero… ¿qué podía decirme para empeorar mi ánimo? Con lo que veía era más que suficiente―. Su vida depende de cada aparato y aun así no es seguro que despierte.
―¿Pero cabe alguna posibilidad de que lo haga?
―Mínima, pero sí…
Era suficiente para mí. La cabeza me empezó a dar vueltas mientras hacía mi mejor esfuerzo para no llorar, no quería humedecer el vendaje que cubría mi rostro quemado.
Besé la mano de mi padre con suma precaución antes de salir de su habitación arrastrando los pies. No me detuve hasta que abandoné también el hospital. Al principio no sabía a dónde me llevaban mis pasos, hasta que llegué a mi hogar calcinado.
El corazón me dio un vuelco y me horroricé de lo poco que había quedado de mi vida. Mis objetos más preciados, mi ropa, y cada recuerdo estaban escondidos entre la carbonizada estructura. No pude contenerme más y comencé a llorar, consumida por la miseria. Ni siquiera recordaba cómo había ocurrido el accidente, ¿qué había provocado el fuego?
―Isabella… Sabía que te encontraría aquí cuando me llamaron del hospital. No tuviste que salir de esa forma… ―dijo mi madre detrás de mí.
―¿Qué ocurrió?
―Aún no se sabe… Simplemente todo desapareció de un día para otro. Tenerte a tu padre y a ti en el hospital ha sido demandante, así que tampoco he tenido la iniciativa de presionar a los policías por respuestas. Suficiente tengo con partirme el lomo todos los días para pagar las cuentas.
―Papá está muy mal… ―Por fin me animé a voltear hacia ella, necesitaba su consuelo antes de que me derrumbara.
―Mi niña… Tu rostro ―dijo herida y con delicadeza retiró la venda húmeda por mis lágrimas―. Mi pobre pequeña, desfigurada y marchita.
Escondí mi rostro, girándolo a modo de que solo pudiera ver mi lado derecho, el lado bueno y sano. Sus palabras no me consolaban, solo me hacían sentir más miserable.
―Ahora estoy viviendo en un pequeño departamento con tu hermana. Es lo único que podemos pagar. Todo se perdió. Tuvimos que empezar de cero. ―Usaba ese tono cargado de incertidumbre y sus manos temblorosas se apretaban en puños―. Necesitamos encontrar una solución. Tu hermana necesita ropa nueva, zapatos, todo lo que una chica joven y bonita de su edad se merece, mientras que la cuenta del hospital se está volviendo incosteable. No puedo seguir así.
―Mamá… ¿Por qué no haces que Valentina trabaje?
―¡Es una niña!
―¡Ya rebasó la mayoría de edad! ―exclamé desesperada.
Al ser la pequeña, mi madre siempre le daba un trato especial a Valentina. Mientras que yo trabajaba y estudiaba, mi hermana solo se dedicaba a salir de fiesta con sus amigas.
―Isabella… Te pido tantita consideración. Es tu hermana menor, deberías de ser más protectora con ella. ¿Planeas que la mande a cualquier empleo donde pueda ser molestada por barbajanes? Valentina es preciosa e inocente…
―¡Por favor! Valentina tiene más experiencia que tú y yo juntas, madre…
Noté como levantó la mano dispuesta a bofetearme, pero se detuvo al ver mi rostro deforme. Hubiera preferido la cachetada que percibir su lástima.
―Me tienes que ayudar, Bella… Ten tantita empatía por tu familia y por tu padre.
Tenía empatía por mi padre, pero no por Valentina. ¡No era justo!, pero parecía que no era el momento para ser justa.
―Conozco a alguien que nos puede ayudar ―agregó mi madre agachando la mirada, fiel indicio de que, lo que diría a continuación, no sería de mi agrado―. Gabriel Silva, es un hombre muy adinerado y solitario. Está buscando esposa. Desde que sufrió aquel accidente que lo dejó ciego, su familia le ha dado la espalda. Si te casas con él, puede ayudar a tu padre y cubrir los gastos médicos.
Ya había escuchado ese nombre antes, Gabriel Silva tenía mala fama, decían que era un hombre frío y arrogante, así como egoísta y ambicioso. Los rumores indicaban que cada mujer que se acercaba a él terminaba en el hospital o en el cementerio, aun así, parecía que a mi madre no le importaba mucho exponerme.
―¿Por qué yo y no Valentina? ―pregunté en un susurro.
―¡¿No te digo?! ¡Dale con Valentina! ¡Es una niña y él es un hombre mucho mayor! ―exclamó desesperada―. ¿Crees justo que la case con un hombre tan viejo para ella?
―Mamá…Yo soy dos años más grande que Valentina, no hay gran diferencia. ―Entonces lo entendí y su silencio me lo confirmó. El motivo para casarme con él no tenía que ver con mi edad―. Es por mi cara, ¿verdad? Como ese hombre es ciego, crees que no le importará que tenga el rostro deforme.
―Hazlo por tu padre… Ayúdame con sus gastos. No te pido más ―dijo en un susurro y cada palabra se me atoró en el corazón.
―¡Hablas como si casarme con ese desconocido de mala fama fuera poco! ―exclamé horrorizada. No podía ver como escondía su preferencia por Valentina detrás de una máscara de sufrimiento. ¡¿Por qué parecía la víctima y yo la malvada egoísta?!
―Isabella… Tú tienes un enorme corazón, piensa en tu padre y no condenes a tu hermana. Además, con esa cara, ¿cuándo conseguirás que un hombre se fije en ti? ¿Quieres terminar soltera? Te ofrezco la oportunidad de ser la esposa de un hombre adinerado que, a cambio, cuidará de tu padre. ¿Eso es tan malo?
¿Cómo lograba que sus palabras me hicieran sentir culpable? La maldición a la que me estaba condenando, sonaba como toda una bendición y me dejaba a mí como una malagradecida. ―Bien… Lo haré por papá…
Mamá recuperó su felicidad. Después de verme con asco y desprecio, su mirada se volvió gentil antes de estrecharme aliviada.
ISABELLA RODRÍGUEZSentada en el asiento trasero de ese lujoso Maybach color plata, movía mi pierna con nerviosismo. El chofer era como un fantasma silencioso que casualmente me veía por el espejo retrovisor. Tal vez curioso por la tela de encaje negro que cubría mis ojos y por supuesto, mi piel quemada.Valentina me había prestado uno de sus vestidos. Tuve que escoger el más conservador, pues todos eran brillosos, escotados y cortos. Al no querer verme vulgar, escogí ese negro que parecía digno de usar en un velorio, consideré que era el más adecuado para la ocasión.No hubo celebración, solo un acta de matrimonio en la mesa del comedor y el abogado del señor Silva, práctico y rápido para formalizar mi unión con su jefe. Me entregó la caja de terciopelo que guardaba mi anillo de matrimonio, y durante todo el camino no dejé de darle vueltas en mi dedo.La mansión a la que llegué era enorme e imponente, con amplios jardines y una arquitectura que presumía de riqueza y elegancia. El cho
ISABELLA RODRÍGUEZNo sé cuánto tiempo estuve viendo los camisones frente a mí, los que no eran demasiado cortos, eran escotados y los que no eran escotados ni cortos, estaban casi transparentes. ¿No había alguna pijama holgada de franela que cubriera más mi cuerpo?En ese momento la mano de Gabriel agarró la tela y sonrió. ―Buena elección para nuestra primera noche juntos.Mi cerebro explotó y mi corazón colapsó. ¿En qué momento salió del baño, que ni lo había escuchado? Tragué saliva en cuanto lo vi usando solo unos pantalones holgados. ¿Pensaba dormir con el torso descubierto, mostrándome esos horribles tatuajes y esos desagradables pero fuertes y firmes músculos, forrados de esa piel asquerosamente tersa y cálida? ¡Carajo! ¿En qué momento había comenzado a morderme el labio? ¡Vamos! ¡Concéntrate, Isabella!―¿No piensas cambiarte? ―preguntó tranquilamente mientras paseaba sus manos por la mesa de noche, organizando sus cosas con solo su tacto―. Puedes hacerlo aquí, no te veré, creo
ISABELLA RODRÍGUEZMientras deshojaba una pequeña flor silvestre del jardín, escuchaba la cantaleta de mi madre. La energía se le iba en solo quejarse y presumir de Valentina. —¡Pero basta de mí! ¿Cómo te ha ido con tu esposo? ¿Se llevan bien?—Algo así… —contesté llena de coraje.―Apuesto a que desearías que este matrimonio nunca se hubiera concretado… ―dijo con tanta lástima que me revolvió el estómago―. Pobre de mi niña. No te preocupes, mamá encontró una solución.De pronto me extendió un documento de manera sutil, mientras sus ojos nerviosos revisaban que nadie nos viera. En cuanto desdoblé las hojas me di cuenta de que era un contrato de transferencia privada de acciones del grupo Silva-Montalvo, la empresa que le pertenecía a Gabriel.—¿Qué es esto? —pregunté confundida y cubrió mi boca con una mano, temerosa de que alguien me hubiera escuchado.—Haz que lo firme… —dijo con los ojos bien abiertos.Le preste más atención al documento, especificaba que Gabriel le daría el cincuen
GABRIEL SILVAPor más que lo intenté, no lograba conciliar el sueño, estaba molesto por tener que dejarme manipular por esa mujer y tener que tolerar a su hija deforme como mi esposa. Salí de mi habitación con la plena intención de desenmascarar a Isabella y ver que tan grotesco era su rostro sin esa tela. La mansión estaba a oscuras, desde que recuperé la visión, me volví fotosensible como una de las consecuencias de mi accidente. El doctor me había indicado que gradualmente mis ojos volverían a adecuarse a la luz, mientras eso pasaba, di órdenes estrictas de no encender las luces bajo ninguna condición.Llegué hasta la habitación de Isabella, para mi suerte ya estaba dormida. Me quedé parado en el borde de la cama, viéndola con las sábanas enredadas en los pies, permitiendo que pudiera admirar su cuerpo curvilíneo. Era agradable, no podía negarlo, tenía tobillos finos y piernas torneadas. No era tan voluptuosa como su hermana, por el contrario, sus curvas le daban una apariencia re
ISABELLA RODRÍGUEZEstaba furiosa, enervada, mi corazón no empujaba sangre sino odio. Intenté abrir la puerta y salir corriendo, pero la maldita no cedía. Empujé, jalé, golpeé y parecía inamovible. ―¡¿Qué carajos…?! ―Giré iracunda hacia el mayordomo que retrocedió impresionado por mi furia―. ¡Abre la estúpida puerta! ―exigí dando un golpe en el suelo con mi tacón.―No la abras ―dijo Gabriel detrás de mí, avanzando con paso lento, disfrutando la situación―. Desde ahora cada puerta y ventana estará cerrada a cal y canto para mi encantadora y salvaje esposa.―¡Salvaje tu madre! ―exclamé aproximándome a él como un tren sin frenos. ¡No me importaba que es
GABRIEL SILVACuando recién sufrí el accidente que me dejó completamente ciego, me aferré a tener una vida normal y me sentí capaz de tomar decisiones. Mi socio, Eduardo Montalvo, insistió en que me tomara un descanso, pero me aferré con más fuerza a mi puesto. ¡Nadie me iba a decir lo que tenía que hacer!La empresa Silva-Montalvo, era la número uno en tecnología en todo el país. Se encargaba de crear no solo electrodomésticos inteligentes y fáciles de dirigir por IA, sino que también teníamos un campo dedicado para la industria y el área armamentística, teniendo contratos muy importantes con el ejército del país. De mí dependía la calidad de los circuitos y chips que se usaban. Hice tratos con intermediarios de dudosa proce
GABRIEL SILVAIntentaba mantenerme tranquilo en la estancia, revisando el reloj en la pared cada cinco minutos. ¿Por qué demonios tardaban tanto? ¿De nuevo Isabella estaba haciendo una rabieta? De pronto escuché sus risas y en cuanto levanté la mirada hacia las escaleras, vi a Guillermina a su lado, ambas se sonreían, parecía que se llevaban bastante bien.En cuanto Isabella comenzó a descender por los escalones, me quedé sin aliento. Parecía una hermosa muñeca de porcelana con ese vestido azul marino que se acentuaba en su cintura. Sus faldas amplias me permitían ver esas largas piernas a partir de las rodillas y los tirantes mantenían al descubierto sus suaves hombros.Era una criatura fascinante y divina, con su cuello adornado por d
GABRIEL SILVA―¿A dónde vas? ―preguntó mi abuela con arrogancia. Desde que había perdido la vista, sus malas caras las utilizaba con más frecuencia.―Voy por mi esposa… ―contesté apretando los dientes.―¿No escuchaste? Fue al baño… ―agregó mi tía limpiándose las uñas con desinterés―. Dime, Gabriel, ¿ya está embarazada?Me intenté mantener ecuánime y tranquilo, pero la sangre me hervía. ―Apenas nos casamos, tía.―Lo cual se me hace curioso, no habías intentado casarte con nadie, pese a las mil zorras que metías a tu mansión. Tu ceguera no fue impedimento para continuar co