GABRIEL SILVA
Intentaba mantenerme tranquilo en la estancia, revisando el reloj en la pared cada cinco minutos. ¿Por qué demonios tardaban tanto? ¿De nuevo Isabella estaba haciendo una rabieta? De pronto escuché sus risas y en cuanto levanté la mirada hacia las escaleras, vi a Guillermina a su lado, ambas se sonreían, parecía que se llevaban bastante bien.
En cuanto Isabella comenzó a descender por los escalones, me quedé sin aliento. Parecía una hermosa muñeca de porcelana con ese vestido azul marino que se acentuaba en su cintura. Sus faldas amplias me permitían ver esas largas piernas a partir de las rodillas y los tirantes mantenían al descubierto sus suaves hombros.
Era una criatura fascinante y divina, con su cuello adornado por d
GABRIEL SILVA―¿A dónde vas? ―preguntó mi abuela con arrogancia. Desde que había perdido la vista, sus malas caras las utilizaba con más frecuencia.―Voy por mi esposa… ―contesté apretando los dientes.―¿No escuchaste? Fue al baño… ―agregó mi tía limpiándose las uñas con desinterés―. Dime, Gabriel, ¿ya está embarazada?Me intenté mantener ecuánime y tranquilo, pero la sangre me hervía. ―Apenas nos casamos, tía.―Lo cual se me hace curioso, no habías intentado casarte con nadie, pese a las mil zorras que metías a tu mansión. Tu ceguera no fue impedimento para continuar co
ISABELLA RODRÍGUEZ Logré mi objetivo, llegar al puente y admirar el lago sentada en el barandal, mientras movía mis pies, balanceándolos arrítmicos. Mi mano descansaba sobre mi regazo, tenía ampollas y estaba enrojecida. Me dejé llevar por mi odio y mi frustración. Nunca me ha gustado sentir que alguien más tiene poder sobre mí. Otro motivo por el cual detestaba a Gabriel, pero por lo menos él estaba pagando la hospitalización de mi padre, en cambio Mauricio, solo era un pretencioso, egoísta e insoportable. Suspiré con melancolía, solo deseaba ver el momento en el que me llamaran para irnos de aquí, en cambio, escuché el bastón de Gabriel golpeando en el barandal del puente. ―¿Cómo me encontraste? ―pregunté desconcertada. ―No hay nada que los sirvientes no digan por el precio
GABRIEL SILVA—¿Se está tomando las pastillas? —pregunté en cuanto la ama de llaves entró a mi habitación. Con actitud apesadumbrada y tronándose los dedos, Guillermina respondió: —Sí, señor. En cuanto entré a su habitación escondió el medicamento detrás de ella, pero vi justo cuando se pasó la pastilla. ¿Quiere que la traiga?—Cuanto antes —respondí con la mirada perdida por la ventana. Isabella se había atrevido a jugar sucio conmigo, si deseaba evitar embarazarse de mí, recibiría lo contrario. De nada me servía tenerla aquí, sino me daría un hijo. Esa noche aprendería a obedecer y nueve meses después entendería que yo siempre obtengo lo que quiero. Escuché sus livianos pasos acercarse, Guillermina la procuraba como si fuera una hija e incluso parecía tenerle lástima. Por fin mi tierna ama de llaves se daba cuenta del monstruo que había crecido dentro de mí. Cuando giré para enfrentarme a mi esposa rebelde y caprichosa, no tuve palabras. Aunque la habitación estaba en penumbras,
GABRIEL SILVADesperté olfateando ese delicioso olor a sandía, era como esos dulces que comía de niño, no pude evitar sonreír antes de abrir los ojos y encontrarme con esa maraña de cabello negro sobre mi pecho. En algún punto de la noche, Isabella se acurrucó sobre mí, haciendo a un lado el odio que me tenía. Jugué con sus cabellos, activando de nuevo ese delicioso aroma mientras que mi otra mano hacía pequeños círculos en su menudo hombro. Me sentía fascinado y eso me hacía sentir culpable. ¡¿En qué demonios estaba pensando?! Ella solo era el recipiente de mi futuro hijo, nada más. Una vez que el niño no la necesitara, yo tampoco. Incluso podría prescindir de ella si contrataba a alguna niñera que cuidara a niños recién nacidos. Con cuidado de no despertarla, la acomodé a un lado y de nuevo me sentí débil y tonto, solo verla de esa forma, acurrucada con las sábanas enredadas en su cuerpo me impulsaba a regresar a su lado. ¡Carajo! ¡Piensa, Gabriel, piensa! Dentro de mi frustració
GABRIEL SILVAMe sentí cautivado por su alegría y deslicé mi mano por la mesa hasta que alcancé el descansabrazos de su silla. Isabella era tan ligera que no me costó jalar la silla hacia mí, lo suficientemente cerca para poder posar mis manos en sus muslos, ¡cómo me encantaba verla sonrojada! Posó sus manos sobre las mías, deteniendo mi avance. —¡Gabriel! —exclamó sorprendida, haciendo mi sonrisa más grande. —Debes de hacerte a la idea de que cada noche a partir de ahora será así… —¿Cómo cajón que no cierra? —preguntó con voz temblorosa y no pude evitar reír por su ocurrencia. —Sí, supongo que es la mejor forma de decirlo. Así como yo estaba cautivado por su alegría, ella parecía sorprendida de la mía. Era cierto, en este tiempo juntos, solo habíamos hablado con ironía y nunca tuvimos oportunidad de convivir de otra forma que no fuera con hostilidad. Sin dejar de presionar mis manos contra sus muslos, se acercó lentamente, dejándome ver esos ojos curiosos que revoloteaban debajo
ISABELLA RODRÍGUEZ —Guillermina, ayuda a la señora Silva a empacar sus cosas —dijo Gabriel con esa voz metálica y no fui capaz ni siquiera de voltear hacia él. —¿Empacar? —preguntó la ama de llaves sorprendida, mientras yo podía ver la sonrisa de Valentina por el reflejo del espejo del tocador. —Sí, esta será la habitación de Valentina y su madre mientras vivan bajo mi techo… ¡Auch! ¡¿Por qué me dolían tanto sus palabras?! Mi corazón se retorcía y solo me quedaba en claro algo: Me había enamorado de él. ¡¿Por qué?! ¡No tenía ningún sentido! Era grosero, fanfarrón, narcisista, posesivo, autoritario… No éramos compatibles en nada, y, aun así, mi corazón latía desesperado en cuanto escuchaba su voz o sentía sus labios sobre los míos. Mientras apretaba mi cuaderno de dibujo contra el pecho, me inundaron las ganas de llorar. Creo que no tenía problemas en admitir a mi misma que me dolía su rechazo y que anhelaba que me deseara más de lo que deseaba a Valentina. Desde que mi herman
ISABELLA RODRÍGUEZ —Ya basta… —pedí en un susurro. Sus palabras solo me herían. —Mi niña, no quiero molestarte, pero es la realidad. ¡Es hombre! —exclamó desesperada—. Tú eres desechable, Valentina es para siempre. Él así lo quiso desde un principio y lo cumplirá. Si queremos recuperar la vida que alguna vez tuvimos, lo más conveniente es que dejes que Valentina se acerque a él. Solo tienes que quitarte del camino un par de noches, ¿entiendes? ¡Solo eso te pido! —Si él quisiera acostarse con ella, ya lo hubiera hecho —agregué furiosa, dándole a Gabriel el beneficio de la duda, tal vez incluso autoengañándome. —Isabella… No te estarás enamorando, ¿verdad? —preguntó preocupada y mi silencio contestó—. No mi niña, ese hombre no es para ti. No te quiere, ¡él quiere a Valentina y t
ISABELLA RODRÍGUEZ Recostada sobre esa fría mesa, vi como el transductor se resbalaba por mi abdomen con habilidad, mientras la mirada fría y calculadora del doctor inspeccionaba esa pantalla en blanco y negro que solo él entendía. —Ahí está… —dijo señalando una mancha negra—. Ese es el producto. Al parecer solo hay uno. Aunque no comprendí la imagen, si entendí lo que quería decirme. Estaba embarazada de Gabriel. —Por favor, no le diga a nadie… —supliqué tomando su mano, deteniendo su inspección. Sus ojos se clavaron en los míos, llenos de curiosidad. —No lo haré. Aunque quisiera, tenemos confidencialidad de médico-paciente que no puedo romper. —Gracias… —contesté confund