GABRIEL SILVAMe sentí cautivado por su alegría y deslicé mi mano por la mesa hasta que alcancé el descansabrazos de su silla. Isabella era tan ligera que no me costó jalar la silla hacia mí, lo suficientemente cerca para poder posar mis manos en sus muslos, ¡cómo me encantaba verla sonrojada! Posó sus manos sobre las mías, deteniendo mi avance. —¡Gabriel! —exclamó sorprendida, haciendo mi sonrisa más grande. —Debes de hacerte a la idea de que cada noche a partir de ahora será así… —¿Cómo cajón que no cierra? —preguntó con voz temblorosa y no pude evitar reír por su ocurrencia. —Sí, supongo que es la mejor forma de decirlo. Así como yo estaba cautivado por su alegría, ella parecía sorprendida de la mía. Era cierto, en este tiempo juntos, solo habíamos hablado con ironía y nunca tuvimos oportunidad de convivir de otra forma que no fuera con hostilidad. Sin dejar de presionar mis manos contra sus muslos, se acercó lentamente, dejándome ver esos ojos curiosos que revoloteaban debajo
ISABELLA RODRÍGUEZ —Guillermina, ayuda a la señora Silva a empacar sus cosas —dijo Gabriel con esa voz metálica y no fui capaz ni siquiera de voltear hacia él. —¿Empacar? —preguntó la ama de llaves sorprendida, mientras yo podía ver la sonrisa de Valentina por el reflejo del espejo del tocador. —Sí, esta será la habitación de Valentina y su madre mientras vivan bajo mi techo… ¡Auch! ¡¿Por qué me dolían tanto sus palabras?! Mi corazón se retorcía y solo me quedaba en claro algo: Me había enamorado de él. ¡¿Por qué?! ¡No tenía ningún sentido! Era grosero, fanfarrón, narcisista, posesivo, autoritario… No éramos compatibles en nada, y, aun así, mi corazón latía desesperado en cuanto escuchaba su voz o sentía sus labios sobre los míos. Mientras apretaba mi cuaderno de dibujo contra el pecho, me inundaron las ganas de llorar. Creo que no tenía problemas en admitir a mi misma que me dolía su rechazo y que anhelaba que me deseara más de lo que deseaba a Valentina. Desde que mi herman
ISABELLA RODRÍGUEZ —Ya basta… —pedí en un susurro. Sus palabras solo me herían. —Mi niña, no quiero molestarte, pero es la realidad. ¡Es hombre! —exclamó desesperada—. Tú eres desechable, Valentina es para siempre. Él así lo quiso desde un principio y lo cumplirá. Si queremos recuperar la vida que alguna vez tuvimos, lo más conveniente es que dejes que Valentina se acerque a él. Solo tienes que quitarte del camino un par de noches, ¿entiendes? ¡Solo eso te pido! —Si él quisiera acostarse con ella, ya lo hubiera hecho —agregué furiosa, dándole a Gabriel el beneficio de la duda, tal vez incluso autoengañándome. —Isabella… No te estarás enamorando, ¿verdad? —preguntó preocupada y mi silencio contestó—. No mi niña, ese hombre no es para ti. No te quiere, ¡él quiere a Valentina y t
ISABELLA RODRÍGUEZ Recostada sobre esa fría mesa, vi como el transductor se resbalaba por mi abdomen con habilidad, mientras la mirada fría y calculadora del doctor inspeccionaba esa pantalla en blanco y negro que solo él entendía. —Ahí está… —dijo señalando una mancha negra—. Ese es el producto. Al parecer solo hay uno. Aunque no comprendí la imagen, si entendí lo que quería decirme. Estaba embarazada de Gabriel. —Por favor, no le diga a nadie… —supliqué tomando su mano, deteniendo su inspección. Sus ojos se clavaron en los míos, llenos de curiosidad. —No lo haré. Aunque quisiera, tenemos confidencialidad de médico-paciente que no puedo romper. —Gracias… —contesté confund
GABRIEL SILVA Cuando vi a Valentina por primera vez, me imaginé un millón de veces cómo sería tenerla en la cama, me obsesioné por noches enteras y casi podía imaginarme el sabor de su piel, pero… ahora mi cuerpo no estaba respondiendo como esperaba, no estaba disfrutando de su cercanía, incluso su calor se volvió molesto y sus labios sobre mi piel resultaron asquerosos. La tomé por las muñecas en cuanto sentí como tiró de mis pantalones. No sabía cómo detenerla sin delatarme. No podía decir que no era Isabella, pues se había puesto su lencería, su antifaz e incluso su perfume. No había dicho ni una sola palabra y la habitación estaba en penumbra. —Tú no eres así… ¿Dónde quedó mi esposa dócil y sumisa? —pregunté queriendo escuchar su voz, necesitaba encontrar una manera en la que no necesitara de la vista para descubrirla. Nadie podía saber que veía a la perfección y no podía dejar un secreto así de importante en manos de Valentina. Solo se río seductoramente mientras se montab
ISABELLA RODRÍGUEZ«Si no me explicas lo que ocurrió, no puedo ayudarte», había dicho Daniel, sentándose en el borde de la cama, con el ceño fruncido y su mirada clavada en mi rostro. Apreté los puños, jalé aire y solté todo.Fue como sacarme una estaca del pecho, fue doloroso, sangré, pero me liberé. Después de vomitar todo lo que cargaba, el silencio se volvió inusualmente cómodo, aunque me preocupaba que fuera la paz que antecede a la tormenta.—Aquel día dijiste que parecía una persona que necesitaba ayuda… —dije pensativa—. ¿Qué te hizo creer eso?Por un momento creí que no me había escuchado, pues seg
GABRIEL SILVANo iba a permitir que mantuvieran a Isabella encerrada en ese maldito hospital de mierda, negándome verla como si fuera una clase de criminal. Mandé a mis mejores abogados, si era necesario demoler ese lugar, lo haría. No me detendría, ni siquiera ese arrogante «doctorcito». —¿Gabriel? —Se asomó Valentina por la puerta de mi despacho. Después de lo ocurrido había mandado a la servidumbre a recoger todas las pertenencias de ese par y echarlas a la calle. Habían colmado mi paciencia—. ¿Puedo pasar?—No… ¡Largo! ¡Fuera de mi casa junto con la bruja de tu madre! Mi ofensa no pareció afectarla, por el contrario, su sonrisa seguía intacta. Avanzó hasta el escritorio y se sentó cómodamente. —Creo que deberíamos de casarnos cuanto antes… —agregó cruzándose de piernas.—¿Cómo? —Sí, divórciate de Isabella y casémonos antes de que se me note el embarazo… —contestó causándome más confusión y odio.—¿Cómo que embarazo?—¿Me dirás que no notaste cuando dejaste tu semilla en mí? —pr
ISABELLA RODRÍGUEZSalir del hospital fue complicado, había hombres ajenos al edificio en todos lados y los abogados de Gabriel abarrotaron la recepción. Después de escabullirnos al estacionamiento, Daniel nos sacó de ahí en un Civic negro, un auto normal, limpio, demasiado modesto para la clase de hombre que era, pero me daba cierta sensación de «confort». Era nuevo y agradable no estar en un auto último modelo con vestiduras de piel. Todo el camino lo hicimos en silencio y no dejé de ver por la ventana, era extraño volver a ser normal, una persona más en este mundo, pero todo cambió en cuanto llegamos al edificio donde vivía. Tuve que sacar la cabeza por la ventana para buscar el techo, pero parecía internarse en las nubes. El estacionamiento era un lugar de lujo, lleno de autos caros y elegantes, el Civic desentonaba totalmente. Al entrar a la recepción, una mujer de apariencia encantadora, similar a una azafata, nos recibió con una enorme sonrisa antes de dejarnos entrar al elev