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Capítulo 5: Cuestión de orgullo

GABRIEL SILVA

Por más que lo intenté, no lograba conciliar el sueño, estaba molesto por tener que dejarme manipular por esa mujer y tener que tolerar a su hija deforme como mi esposa. Salí de mi habitación con la plena intención de desenmascarar a Isabella y ver que tan grotesco era su rostro sin esa tela. 

La mansión estaba a oscuras, desde que recuperé la visión, me volví fotosensible como una de las consecuencias de mi accidente. El doctor me había indicado que gradualmente mis ojos volverían a adecuarse a la luz, mientras eso pasaba, di órdenes estrictas de no encender las luces bajo ninguna condición.

Llegué hasta la habitación de Isabella, para mi suerte ya estaba dormida. Me quedé parado en el borde de la cama, viéndola con las sábanas enredadas en los pies, permitiendo que pudiera admirar su cuerpo curvilíneo. Era agradable, no podía negarlo, tenía tobillos finos y piernas torneadas. No era tan voluptuosa como su hermana, por el contrario, sus curvas le daban una apariencia refinada, tenía la elegancia de un cisne.

Su rostro era agradable sin esa tela cubriéndolo, sus labios rosas entreabiertos y su nariz respingada le daban armonía a su cara. En comparación, Valentina tenía una apariencia vulgar mientras que Isabella era como una fina muñeca de porcelana, delicada y encantadora.

Solo faltó que girara sobre la cama para que cada pensamiento condescendiente desapareciera, mostrándome esa grotesca lesión en su rostro; su carne nudosa y rojiza, su ceja despoblada y esas pestañas que apenas comenzaban a crecer. El horror y el desagrado regresaron a mí.

¿Cómo podía aceptarla en mi vida como esposa? Estaba deforme, su rostro era un caos. Esa lesión me revolvía el estómago y no podía permitir que todos los que me conocían supieran que mi esposa era tan horrible.

Asqueado, retrocedí, no podía seguir viendo esa herida. Di media vuelta y antes de abandonar la habitación, me percaté de unos papeles enrollados sobre la mesita de noche. Parecían importantes y mi curiosidad pudo más que mi prudencia. Al inspeccionarlos me di cuenta de lo que se trataba. Era un contrato de transferencia privada de acciones, este documento le entregaría el cincuenta por ciento de mis acciones de la empresa al señor Rodríguez, solo hacía falta mi firma para que fuera válido.

¿Isabella planeaba abusar de mi condición? ¿Estaba confabulada con su madre? ¡Maldita quemada! ¡¿Cómo podía atreverse a hacer algo así?! ¡Tal vez la mitad de su rostro se veía como un ángel, pero la otra mitad representaba fielmente el demonio que en realidad era! Las cosas no se quedarían así, de eso estaba seguro. Madre e hija sabrían que conmigo no se pueden meter.

¤

Esperé paciente en el comedor, le pedí a todos los sirvientes que nos dieran privacidad. La mesa estaba vacía, solo tenía frente a mí las hojas que había encontrado. En mi cabeza ya había formulado miles de maneras de enfrentarla. Con esto podía destrozarla a ella y a su familia por intentar abusar de un hombre discapacitado. Era lo que necesitaba para hacer que la señora Rodríguez se arrepintiera de la treta que me puso.

Mi límite de enojo estaba a la par que mi paciencia, era una bestia lista para atacar en cuanto esa niña atravesara las puertas del comedor. Escuché sus pasos acercarse y deslizó ambas hojas de la puerta, entonces la vi, con un short de mezclilla dejando al descubierto sus largas piernas mientras que una blusa de seda blanca bastante holgada escondía su torso. Su cabello suelto caía como una castada negra sobre sus hombros y aunque tenía esa tela cubriendo su herida, no le restaba elegancia y belleza, incluso le agregaba misterio y atracción.

En cuanto me vio a la cabeza del comedor, se quedó petrificada, parecía cavilar la posibilidad de regresar sobre sus pasos, creyendo que no me había dado cuenta de su presencia gracias a mi aparente ceguera.

―Isabella… Sé que estás aquí. Soy ciego, no tonto ―dije conteniendo mi furia y ofreciendo una sonrisa rígida―. Ven aquí.

―¿Qué ocurre? ―preguntó en un susurro, parecía un cervatillo asustado, renuente a sentarse a mi lado.

―¿Te sentiste muy inteligente al confabular con tu madre en mi contra? ―Lancé las hojas hacia el frente, desparramándolas por todo lo largo del comedor.

Las finas manos de Isabella tomaron los papeles con sorpresa. Sus labios pintados de rojo se entreabrieron. ―¿Cómo…?

―¿Cómo los conseguí? ―completé su pregunta―. ¿Tiene sentido explicar cómo te descubrí? Mi abogado revisó cada hoja. ¡Tú y tu madre no tendrán ni un solo centavo de mí! ¡¿Cómo lograrías que firmara ese documento?! ¡Eres una vil interesada como todas las mujeres que se acercan a mí! ¡Esto es suficiente para exigir el divorcio y retirar mi ayuda! ¡Este error te costará la vida de tu padre, de eso me aseguraré! ¡Ningún hospital querrá recibirlo!

Aunque esa tela no me permitía ver sus ojos del todo, el color azul de sus iris parecía atravesarlo y clavarse en mí, silenciándome. Vi odio e indignación, sus mandíbulas se apretaron con fuerza y su respiración se volvió pausada. ―Si su abogado es tan inteligente y reviso estos estúpidos papeles con tanta minuciosidad, entonces… ¿cómo no vio esto?

Tomó una de las hojas y la arrojó de vuelta. Por la parte de atrás había una clase de carta a su madre, no la leí frente a ella, pues no quería delatar mi condición, pero comprendí que esos rayones invalidaban el documento.

―No pensaba hacer un acto tan atroz. No soy una persona rica, no nací en cuna de oro y sí, me gusta el dinero, ¡por favor! ¿A quién no le gusta y más cuando tiene un familiar en el hospital?, pero no te iba a hacer firmar ese documento. En cambio, escribí mi respuesta al plan de mi madre detrás de este.

»Pero… ¿Sabes qué? ¡Haz lo que quieras hacer! Si necesitabas un motivo para acabar con este matrimonio que nunca quisiste e irte detrás de mi hermana, ahí lo tienes.

»Y descuida, quédate con tu maldito dinero. No quiero nada de ti. ¡Podrías decirle a mi madre que te presente a Valentina, tal y como querías! Agita un par de billetes ante sus ojos y será la esposa abnegada y dócil que deseas. Tu cartera puede satisfacerla, se le olvidará que eres ciego, créeme… te queda mejor alguien como ella.

Me quedé congelado, jamás una mujer se había mostrado tan altanera. Noté que delicadas lágrimas resbalaban por sus mejillas y caían de su mentón. La tela que cubría sus ojos parecía húmeda, pero no le restaba fuerza a su voz. ―Isabella… ―No sabía que decir, pero no parecía tener intenciones de escucharme.

Se quitó el anillo de bodas y lo dejó con un manazo en la mesa, antes de dar media vuelta y salir del comedor. Justo en la puerta se detuvo y volteó hacia atrás, aún iracunda. ―Hazme el favor de enviarle la demanda por abuso de confianza a mi madre. Con respecto al divorcio, después paso a firmarlo.

Tomé mi bastón, fingiendo aun la torpeza de alguien ciego, cuando en realidad deseaba arrancarme el disfraz y detenerla. Estaba furioso, pero comprendí que no era la culpable. Cuando salí del comedor, la vi corriendo hacia la entrada principal. ¿A dónde iba? ¿En verdad intentaba huir de mí?

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