ISABELLA RODRÍGUEZ
Mientras deshojaba una pequeña flor silvestre del jardín, escuchaba la cantaleta de mi madre. La energía se le iba en solo quejarse y presumir de Valentina. —¡Pero basta de mí! ¿Cómo te ha ido con tu esposo? ¿Se llevan bien?
—Algo así… —contesté llena de coraje.
―Apuesto a que desearías que este matrimonio nunca se hubiera concretado… ―dijo con tanta lástima que me revolvió el estómago―. Pobre de mi niña. No te preocupes, mamá encontró una solución.
De pronto me extendió un documento de manera sutil, mientras sus ojos nerviosos revisaban que nadie nos viera. En cuanto desdoblé las hojas me di cuenta de que era un contrato de transferencia privada de acciones del grupo Silva-Montalvo, la empresa que le pertenecía a Gabriel.
—¿Qué es esto? —pregunté confundida y cubrió mi boca con una mano, temerosa de que alguien me hubiera escuchado.
—Haz que lo firme… —dijo con los ojos bien abiertos.
Le preste más atención al documento, especificaba que Gabriel le daría el cincuenta por ciento de sus acciones a mi familia, específicamente a mi padre. Debía de ser una broma.
—No te será difícil… Es ciego, solo mételo entre los papeles que vaya a firmar, guía su mano. Jamás lo sabrá.
—¿Jamás? No lo sé… Esto no me gusta. No quiero hacerlo. —Le extendí el documento de vuelta, pero ella no lo recibió.
—Escúchame bien, harás lo que te pido y de buena gana. Ya me cansé de que seas tan egoísta con tu familia.
—¡¿Egoísta?! ¡¿Yo?! —Amaba a mi madre, pero a veces parecía que pensaba con los pies—. No haré esto.
—¿Quieres divorciarte de ese ciego y volver con nosotras sin el temor de dejar desamparado a tu padre? —Me tomó por los hombros y clavó su mirada en mí, como si quisiera hipnotizarme—. Con esas acciones no habrá necesidad de que siga dándonos el dinero para cubrir los gastos hospitalarios. Podríamos conseguir una verdadera casa y olvidarnos de este matrimonio por contrato. Solo tienes que hacerlo firmar.
No debía de ser muy inteligente para saber que mi matrimonio había sido una trampa para poder robarle sus acciones a Gabriel. Me sentía asqueada, aun así, guardé el documento debajo de mi blusa, causando una sonrisa llena de orgullo en mi madre. Mi conciencia me decía que no lo hiciera, pero ¿estaba dispuesta a seguir con esto y darle un hijo a ese hombre? ¡Claramente se lo merecía!
¤
GABRIEL SILVA
―Mi hija me ha dicho que las cosas han estado bien ―dijo la señora Rodríguez paseándose por el despacho, prestando más atención al librero que a mi falta de humor y paciencia.
―¿Eso le dijo? ―pregunté con una sonrisa cargada de rabia―. Difiero con su noción de lo que es «estar bien».
Pude ver como una sonrisa se formó en su rostro. ―¿Hay algún problema con mi pequeña Isabella, señor Silva?
Era fascinante ver de lo que eran capaces las personas cuando creen que nadie las ve. Sus gestos torcidos de desaprobación eran constantes, pues creían que, al ser ciego, no habría manera de que me diera cuenta. Qué equivocados estaban.
―Ella no era a quien esperaba ver entrar a mi hogar…
―No sé a qué se refiere… Me pidió a mi hija más hermosa a cambio de cuidar de mi esposo. Cumplí con su petición.
―Soy ciego, no estúpido. ―Odiaba que esa mujer se sintiera más inteligente que yo.
Antes de perder la vista, conocí a Valentina, una encantadora jovencita, vivaz y alegre. Era el centro de atención dentro del bar y durante toda la noche no pude despegar mis ojos de ella. Su belleza avasalladora me cautivó y supe que sería la clase de mujer que me encantaría mostrar ante los demás.
Hace algunos meses pude recuperar mi vista y decidí guardar el secreto, aún tenía cosas que hacer antes de mostrarme al mundo como un hombre completo, entre esas cosas deseaba que me adularan por mi gran elección al conseguirme una esposa hermosa, en cambio había llegado a mí Isabella, con esa tela en su rostro.
¡Yo había hecho una elección y la señora Rodríguez jugó sucio! ¡Estaba decidido a llenar a Valentina de lujos, comodidades y la mejor versión de mí mismo, y ahora tenía que tolerar a una mujer deforme a mi lado!
―¡Teníamos un trato! ―exclamé iracundo, golpeando en el escritorio, pero sin lograr intimidar a esa mujer abusiva.
―No falté a mi palabra, señor Silva. Isabella es la más hermosa de mis hijas, aunque tenga una lesión en su rostro, era más atractiva que Valentina. Creo que es capaz de ignorar ese pequeño detalle…
―¿Pequeño detalle? Seré la burla de todo aquel que la conozca. ¡Una mujer fea para un CEO ciego! ¡Qué humillante! Suficiente tengo que lidiar con mi discapacidad.
―Pues… si yo puedo olvidarme de demandar al hombre culpable del incendio de mi hogar, creo que usted puede aprender a amar a una mujer como Isabella. Incluso lo creo más que justo.
Sus palabras me dejaron callado. Ahora lo entendía, estaba haciendo un llamado a mi sentido de responsabilidad. La lesión en el rostro de Isabella, así como el estado de salud del señor Rodríguez, eran completamente mi culpa. ¿Había sido atrevido aspirar a tener a Valentina? ¿Era justo que me hiciera cargo de Isabella por el daño que indirectamente le causé?
―Solo necesito que Isabella me dé un hijo, cuando eso suceda, se irá de mi casa. No pienso tolerar su horrible cara y su soberbia bajo mi techo…
―¿Soberbia? ―Por primera vez vi en su rostro algo de confusión―. ¿Isabella? Está bromeando, ella es muy tierna y dócil.
―¿Tierna y dócil? Se nota que no conoce a su hija…
―Tal vez ―respondió restándole importancia―. O… usted no fue agradable. Le recuerdo que se atrapan más moscas con miel que con hiel. Ella es una gran chica, dulce, cariñosa y atenta, si es que sabe como tratarla, pero ya veo que no.
―Largo de mi casa… ―dije entre dientes. Se me había acabado las ganas de discutir.
―Mi pequeña Isabella puede ser una gran esposa si le da un tiempo. Después de todo, ambos son personas mutiladas. ¿Qué daño le hace aceptar a una mujer buena con el rostro deforme cuando ni siquiera lo puede ver?
―¡Fuera! ―grité furioso, no necesitaba clases de ética ni aprender a sentir lástima por alguien más.
GABRIEL SILVAPor más que lo intenté, no lograba conciliar el sueño, estaba molesto por tener que dejarme manipular por esa mujer y tener que tolerar a su hija deforme como mi esposa. Salí de mi habitación con la plena intención de desenmascarar a Isabella y ver que tan grotesco era su rostro sin esa tela. La mansión estaba a oscuras, desde que recuperé la visión, me volví fotosensible como una de las consecuencias de mi accidente. El doctor me había indicado que gradualmente mis ojos volverían a adecuarse a la luz, mientras eso pasaba, di órdenes estrictas de no encender las luces bajo ninguna condición.Llegué hasta la habitación de Isabella, para mi suerte ya estaba dormida. Me quedé parado en el borde de la cama, viéndola con las sábanas enredadas en los pies, permitiendo que pudiera admirar su cuerpo curvilíneo. Era agradable, no podía negarlo, tenía tobillos finos y piernas torneadas. No era tan voluptuosa como su hermana, por el contrario, sus curvas le daban una apariencia re
ISABELLA RODRÍGUEZEstaba furiosa, enervada, mi corazón no empujaba sangre sino odio. Intenté abrir la puerta y salir corriendo, pero la maldita no cedía. Empujé, jalé, golpeé y parecía inamovible. ―¡¿Qué carajos…?! ―Giré iracunda hacia el mayordomo que retrocedió impresionado por mi furia―. ¡Abre la estúpida puerta! ―exigí dando un golpe en el suelo con mi tacón.―No la abras ―dijo Gabriel detrás de mí, avanzando con paso lento, disfrutando la situación―. Desde ahora cada puerta y ventana estará cerrada a cal y canto para mi encantadora y salvaje esposa.―¡Salvaje tu madre! ―exclamé aproximándome a él como un tren sin frenos. ¡No me importaba que es
GABRIEL SILVACuando recién sufrí el accidente que me dejó completamente ciego, me aferré a tener una vida normal y me sentí capaz de tomar decisiones. Mi socio, Eduardo Montalvo, insistió en que me tomara un descanso, pero me aferré con más fuerza a mi puesto. ¡Nadie me iba a decir lo que tenía que hacer!La empresa Silva-Montalvo, era la número uno en tecnología en todo el país. Se encargaba de crear no solo electrodomésticos inteligentes y fáciles de dirigir por IA, sino que también teníamos un campo dedicado para la industria y el área armamentística, teniendo contratos muy importantes con el ejército del país. De mí dependía la calidad de los circuitos y chips que se usaban. Hice tratos con intermediarios de dudosa proce
GABRIEL SILVAIntentaba mantenerme tranquilo en la estancia, revisando el reloj en la pared cada cinco minutos. ¿Por qué demonios tardaban tanto? ¿De nuevo Isabella estaba haciendo una rabieta? De pronto escuché sus risas y en cuanto levanté la mirada hacia las escaleras, vi a Guillermina a su lado, ambas se sonreían, parecía que se llevaban bastante bien.En cuanto Isabella comenzó a descender por los escalones, me quedé sin aliento. Parecía una hermosa muñeca de porcelana con ese vestido azul marino que se acentuaba en su cintura. Sus faldas amplias me permitían ver esas largas piernas a partir de las rodillas y los tirantes mantenían al descubierto sus suaves hombros.Era una criatura fascinante y divina, con su cuello adornado por d
GABRIEL SILVA―¿A dónde vas? ―preguntó mi abuela con arrogancia. Desde que había perdido la vista, sus malas caras las utilizaba con más frecuencia.―Voy por mi esposa… ―contesté apretando los dientes.―¿No escuchaste? Fue al baño… ―agregó mi tía limpiándose las uñas con desinterés―. Dime, Gabriel, ¿ya está embarazada?Me intenté mantener ecuánime y tranquilo, pero la sangre me hervía. ―Apenas nos casamos, tía.―Lo cual se me hace curioso, no habías intentado casarte con nadie, pese a las mil zorras que metías a tu mansión. Tu ceguera no fue impedimento para continuar co
ISABELLA RODRÍGUEZ Logré mi objetivo, llegar al puente y admirar el lago sentada en el barandal, mientras movía mis pies, balanceándolos arrítmicos. Mi mano descansaba sobre mi regazo, tenía ampollas y estaba enrojecida. Me dejé llevar por mi odio y mi frustración. Nunca me ha gustado sentir que alguien más tiene poder sobre mí. Otro motivo por el cual detestaba a Gabriel, pero por lo menos él estaba pagando la hospitalización de mi padre, en cambio Mauricio, solo era un pretencioso, egoísta e insoportable. Suspiré con melancolía, solo deseaba ver el momento en el que me llamaran para irnos de aquí, en cambio, escuché el bastón de Gabriel golpeando en el barandal del puente. ―¿Cómo me encontraste? ―pregunté desconcertada. ―No hay nada que los sirvientes no digan por el precio
GABRIEL SILVA—¿Se está tomando las pastillas? —pregunté en cuanto la ama de llaves entró a mi habitación. Con actitud apesadumbrada y tronándose los dedos, Guillermina respondió: —Sí, señor. En cuanto entré a su habitación escondió el medicamento detrás de ella, pero vi justo cuando se pasó la pastilla. ¿Quiere que la traiga?—Cuanto antes —respondí con la mirada perdida por la ventana. Isabella se había atrevido a jugar sucio conmigo, si deseaba evitar embarazarse de mí, recibiría lo contrario. De nada me servía tenerla aquí, sino me daría un hijo. Esa noche aprendería a obedecer y nueve meses después entendería que yo siempre obtengo lo que quiero. Escuché sus livianos pasos acercarse, Guillermina la procuraba como si fuera una hija e incluso parecía tenerle lástima. Por fin mi tierna ama de llaves se daba cuenta del monstruo que había crecido dentro de mí. Cuando giré para enfrentarme a mi esposa rebelde y caprichosa, no tuve palabras. Aunque la habitación estaba en penumbras,
GABRIEL SILVADesperté olfateando ese delicioso olor a sandía, era como esos dulces que comía de niño, no pude evitar sonreír antes de abrir los ojos y encontrarme con esa maraña de cabello negro sobre mi pecho. En algún punto de la noche, Isabella se acurrucó sobre mí, haciendo a un lado el odio que me tenía. Jugué con sus cabellos, activando de nuevo ese delicioso aroma mientras que mi otra mano hacía pequeños círculos en su menudo hombro. Me sentía fascinado y eso me hacía sentir culpable. ¡¿En qué demonios estaba pensando?! Ella solo era el recipiente de mi futuro hijo, nada más. Una vez que el niño no la necesitara, yo tampoco. Incluso podría prescindir de ella si contrataba a alguna niñera que cuidara a niños recién nacidos. Con cuidado de no despertarla, la acomodé a un lado y de nuevo me sentí débil y tonto, solo verla de esa forma, acurrucada con las sábanas enredadas en su cuerpo me impulsaba a regresar a su lado. ¡Carajo! ¡Piensa, Gabriel, piensa! Dentro de mi frustració