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Capítulo 2 Thomas de Anchorena

Apenas podía verse la cabellera negra de Thomas de Anchorena por sobre la pila de expedientes que se acumulaban en su escritorio. Había pasado todo el día hasta que bajó el sol revisando las ganancias del mes de la nueva sucursal automotriz que había inaugurado en Argentina de su empresa “AM” y que sus padres le habían confiado al 100 por ciento para que él se hiciera cargo y demostrara que era un líder nato. Por ello, todo tenía que cerrar perfecto. 

Escuchar los golpecitos en su puerta sólo incrementó su nerviosismo y sus ganas de mandar todo a la m****a.

Ignoró el llamado, quizás la persona que estaba del otro lado entendería la indirecta y se marcharía sin insistir. 

La puerta se abrió de golpe arruinando su paz. 

-¡Lo siento señor de Anchorena! ¡Trate de detenerlo!- gritó su secretaria. 

Thomas no tuvo que asomarse por sobre los papeles para saber que Bruno había sido el descarado que había entrado a su oficina sin permiso. 

-Está bien Nancy, no te preocupes, pero la próxima llama a seguridad- dijo con tranquilidad y sin sacar los ojos de los papeles. 

-Sí señor- exclamó mirando con furia a Bruno, quien levantó sus manos con inocencia. 

-Amigo querido…- exclamó acercándose a Thomas rodeando con cuidado la pila de papeles. 

-Te dije mil veces que no soy tu amigo, Señor De Anchorena para tí- dijo sin levantar la vista- 

-Perdón jefecito- Bruno frunció el ceño con fastidio- ¿Vas a dejar de mirar esos aburridos papeles y prestarme un poco de atención?

-Apuesto mi empresa a que lo que vas a decir no es tan relevante como para que deje de leer estos papeles. 

-Eres tan cruel. 

-Gracias… 

-Thomas…

-¿No terminó el horario laboral?- exclamó con fastidio, finalmente levantando sus ojos verdosos hacia su empleado y según Bruno, su amigo.- ¿Por qué no vas a hacer lo que sea que haces después del trabajo?

-¡A eso vine!- chilló exasperado, sentándose sobre unos papeles sin cuidado. 

-¡Cuidado con eso! es importante- gruñó quitando los papeles del trasero de Bruno. 

-¿No vas a preguntar a qué vine?- dijo haciendo un puchero. 

-¿Si te pregunto te vas a ir?

-No sin tí, cariño. 

Thomás puso los ojos en blanco, a veces se preguntaba cuando había estado tan demente como para contratar a alguien tan descarado como Bruno y porque aún no lo había echado a la calle. 

-Tu, yo, alcohol, gente desesperada por nuestra atención ¿Qué tal?

-Vete de una vez. 

-¡Thomas!- Chilló como un niño pequeño, solo le faltaba tirarse al suelo y patalear. 

-Tengo que terminar el cierre del mes para asegurarme de que las ganancias sean más altas que las de CC Motors. 

-Otra vez con eso, ¿Porque no se miden los penes y ya? Estoy harto de escuchar CC Motors esto… CC motors lo otro. 

-Son la competencia- Gruñó. 

-Bueno, ya basta- exclamó Bruno, cerrando la Notebook de su jefe sobre sus dedos. 

-¡Ey!

-¡O vienes conmigo o le entrego tus archivos a la competencia!

-No serías capaz. ..

-Cariño, no tienes ni idea- dijo guiñando un ojo descaradamente. 

Thomas estuvo a punto de darle un buen golpe en su rostro burlón, pero respiró por la nariz tres veces y finalmente se levantó de su asiento. Tal vez beber un rato y descansar la vista no le vendría mal, luego retomaría con los asuntos por la mañana. 

—-

-No puedo creer que me hayas traido a un antro de strippers- se quejó Thomas por enésima vez en la noche. 

-Por favor ¡Es lo que está de moda! Se nota que no sales hace años. Además es un lugar muy exclusivo, deberías estar agradecido que consegui una mesa disponible un sábado a la noche. 

Thomas puso los ojos en blanco con fastidio. Le zumbaban los oídos, el ruido de la música era insoportable y todos gritaban más fuerte para hacerse escuchar sobre la música. Había dejado de escuchar a Bruno hacía media hora, a él tampoco parecía importarle, solo hablaba y hablaba de él como si nada más importara y fuera el centro del mundo. 

Estaba a punto de levantarse e irse de allí cuando las luces se apagaron, la música cesó y todos mantuvieron un silencio espectante.

-¿Qué está pasando?- susurró con curiosidad. 

-Empieza el show- Sonrió Bruno con entusiasmo. 

Thomas se acomodó en su asiento, no quería irse sin saber a qué se refería con “el show”, aunque podía imaginar que podría ser. Algun espectáculo grotesco, mujeres desnudas o cosas así. No es que no le gustaran las mujeres, pero en su mente solo había lugar para números, estadísticas y ganarle al maldito de César Cáceres dueño de CC Motors. Cada segundo que pasaba dentro de ese bar de mala muerte y con muy mal gusto en decoración era ventaja para su enemigo. 

La penumbra del bar fue reemplazada por una ténue luz azulada que iluminó un pequeño escenario que atravesaba el bar. En medio había un caño plateado que esperaba con ansias ser usado y que no había notado hasta ese momento. 

Los oídos de Thomas se llenaron de una suave música que podría describirse como clasica, dulce y estilo fantástico. Las cortinas oscuras que estaban al final del largo escenario llamaron su atención cuando se movieron como si danzaran y de entre los pliegues de la tela una pierna blanca como la luna vestida con una media suave, transparente y con incrustaciones como diamantes danzaba con delicadeza. 

El azabache nunca sintió tantas ganas de conocer la identidad de una mujer como en ese momento. Deseaba ver el cuerpo completo de la dueña de esa delicada y delgada pierna. Miró con atención ese carnoso y jugoso muslo, sin darse cuenta de que Bruno lo miraba con una expresión divertida, se moría por sacarle una foto a su jefe para guardar para siempre su expresión desencajada, pero sabía que lo asesinaría si lo hiciera. 

La música aumentó su ritmo invadiendo e imnotizando sus sentidos, pero ni la música, ni el alcohol en sangre fueron tan afrodizíacos como la mujer dueña de esas piernas. Desde detrás del telón salió un ángel caído del cielo. 

No se sorprendió cuando desde los parlantes pidieron que le dieran un aplauso a “Ángel” la joven de cabellos rubios como el oro, sonrisa amplia de dientes perlados y ojos celestes como el mismísimo cielo que caminó hacia el caño como si se deslizara por suaves nubes esponjosas.  

Tomó entre sus delicadas y pequeñas manos el grueso caño y Thomás sintió su cuerpo tensarse, no pudo evitar preguntarse cómo se sentirían esos suaves dedos en su cuerpo y sintió envidia por ese caño. 

Jamás había visto bailar a alguien de esa forma, era como si volara y las alas blancas que se abrían detrás de su espalda se movían con gracia mientras giraba alrededor del caño en posiciones complicadas pero delicadas y provocadoras. 

Escuchó suspiros masculinos alrededor suyo, aunque creyó sentir que su boca también liberó una exclamación hambrienta y deseosa. 

“Mirame” dijo hacia sus adentros, clavando sus ojos negros de pupilas dilatadas en el pequeño rostro del ángel. Suplicó una y otra vez que lo mirara, y como si la joven bailarina hubiese sentido su hambrienta mirada, sus zafiros se cruzaron con sus onix en un encuentro explosivo. 

Fue tan solo un milisegundo, pero para Thomas fue suficiente para que su corazón latiera con fuerza, volviendo a la vida luego de años de estar dormido, apagado y frío como un cubo de hielo. Ahora en su pecho había calor y hasta miedo por lo que ese ángel pudiera hacerle a su perfecta y controlada vida. 

De repente la música cesó ¿Tan rápido? necesitaba más, no podía ser solo eso el show, había sido muy corto y no se sentía satisfecho. 

Vio por el rabillo del ojo que su compañero de bebidas saludaba a algunos amigos a los que no tenía interés en conocer y vio en eso su oportunidad de huir. 

-Thomas, te molesta si…

-Ve con ellos- exclamó con desinterés mientras se levantaba sin dejar de fijar sus ojos verdes en el Ángel que se inclinaba agradecida por los aplaudos de los hombres que la observaban igual que él. Sintió celos, ese Ángel tenía que ser de él y de nadie más. 

Thomas avanzó por entre las mesas sin dejar de observarla como un animal hambriento, ella aún no lo había notado, pero él haría que lo hiciera y que esos ojos no miraran a nadie más. 

Bruno observó con curiosidad la escena, jamás había visto a su jefe tan enfocado en algo que no fuera su trabajo. 

“No puedo perderme de esto” Pensó sin dejar de observarlo desde lejos. 

El Ángel saludó desde lejos a su público, tirando besos y guiños, muchos de ellos eran caras conocidas, hombres solteros o con problemas en el paraíso que asistían sin falta cada sábado a contemplar su baile con sus ojos llenos de deseos o perversiones. ¡Pero no lo suficiente como para elegirla para un baile privado! 

Estaba a punto de dar media vuelta y dejar el escenario para la siguiente bailarina cuando sus ojos se movieron por sí solos con un magnetismo incontrolable hacia el frente, encontrándose con un hombre que nunca antes había visto en el bar y que parecía decidido en ir hasta donde estaba ella. 

Celeste se quedó congelada en su lugar, sin poder esquivar esos ojos jade almendraros que le hicieron temblar de pies a cabeza como si fuera una colegiala a punto de tener su primer encuentro sexual. 

Ese hombre no era como los que solían concurrir al bar, usualmente eran hombres con mucho dinero pero no muy agraciados, además de que la mayoría eran mayores de 60 años. Celeste estaba segura de que ese hombre no tenía más de cuarenta años y no entendía qué hacía allí, podía hacer que cualquier mujer le bailara y gratis. 

Cuando el misterioso y apuesto joven se acercó al borde del escenario como si el ángel fuera lo más hermoso que admirar en la habitación, la joven se agachó con delicadeza, levantando sus alas artificiales a los cortados de su cuerpo con la luz azulada brillando alrededor suyo como un aura mística e idílica. 

Para Thomas esa imagen fue de ensueño, no podía ser real, esa mujer no podía ser de este mundo. 

-Ángel… ¿Cuánto por un privado contigo? 

El aliento de la joven se cortó y sus ojos celeste temblaron. Por fin había llegado lo que tanto había deseado. 

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