Celeste atravesó las rejas del gran edificio gris y triste. Los guardias de la entrada la saludaron con un asentimiento en la cabeza, no necesitaron pedirle su identificación, todos los empleados de la cárcel estaban acostumbrados a ver a la jovencita a veces más de una vez al mes.
-¡Hola linda!- saludó una de las empleadas más antiguas del lugar.
-Mari...- sonrió resplandeciente la joven, acercando al mostrador un gran tupper de plástico- Esta vez son de limón, sé que las de chocolate de la última vez no te cayeron muy bien.
-Eres un ángel querida, dale pasá, tu papá ya está esperando ansioso en la sala de visitas.
La joven pasó a través de la segunda reja, se dejó revisar como protocoloco por los guardias que le sonrieron y entró a la sala de visitas. Allí había muchas mesas pequeñas con una silla de cada lado. Había muchas familias visitando a los presos. Esposas, madres, familias enteras con sus hijos.
Celeste buscó con sus grandes ojos pintados como el cielo a su padre, sonrió aún más al verlo sentado cerca de la ventana, con su cabellera canosa peinada pulcramente hacia atrás y su camisa bien planchada.
-¡Papá!- gritó corriendo hacia él y lo abrazó con fuerza. Los guardias no impidieron el contacto físico que estaba prohibido. Todos sabían que solo se tenían el uno para el otro y le habían tomado cariño a la joven, la habían visto crecer hasta convertirse en una mujer.
-Mi pequeña. ¿Cómo has estado?.
Aunque dolía, ambos soltaron el abrazo y se sentaron enfrentados.
-¡Bien! Mira te traje de tus favoritas- exclamó deslizando por la mesa un envoltorio de papel madera con masas de vainilla con chocolate.
El hombre sonrió con cariño al sentir el exquisito aroma. Tomó entre sus viejas manos las masas que su hija siempre le traía en cada visita. La observó en silencio, su niña había crecido tanto y él se había perdido todo, su sonrisa se borró de golpe.
-¿Qué pasó papá? ¿Ya no te gustan?
-Me encanta todo lo que cocinas, pequeña- sonrió con melancolía- ¿Sabes que no tienes que venir cada mes a visitarme, verdad?
-Pero yo quiero hacerlo- protestó- Ya hablamos de esto papá.
-No quiero que uses tu dinero en mí, ¿Está bien? prométeme eso.
Celeste se cruzó de brazos enojada.
"Ahí está otra vez" pensó con fastidio.
-¡Un buen abogado puede sacarte de aquí! ¡Déjame pagarlo!
-Quiero que uses ese dinero para tí, para lo que tú quieras, no sé, estudiar algo, tener un mejor departamento, una mejor vida que tu padre.
Celeste se levantó de golpe del asiento, tragándose sus lágrimas de impotencia.
-Vas a salir de aquí cueste lo que me cueste, no fue tu culpa ¡Estás encerrado por el crimen que alguien más cometió!- protestó sin poder contener más las lágrimas.
Su padre quiso seguir discutiendo, pero siempre era lo mismo y esta vez no quería que la visita terminara con ambos enojados. Su amada hija era igual que su difunta esposa, cuando una idea se le metía en la cabeza, luchaba hasta conseguirlo, no importa qué. El hombre tan solo quería que esa misma energía la usara para ella y no estuviera estancada con él en algo que no era su culpa.
El hombre suspiró pesadamente- Prométeme que vas a cuidarte más, pequeña, que vas a estudiar o quizás hasta encontrar a alguien con quien compartir tu vida. ¡Sueño con que algún día aparescas con un hombre a visitarme!
Celeste rió más relajada. -Todos son iguales, pa, cuando les hablo de noviazgo o vivir juntos, siempre salen corriendo asustados- hizo un puchero.
-Ya va a llegar cariño, debes tener paciencia- exclamó acariciando su mejilla- ahora vete- ¿No debes ir a trabajar?
La joven besó la mejilla de su padre como siempre hacía antes de irse- Te amo pa, cuidate ¿Si?
-Tú también, saludos a tus amigos y diles que gracias por cuidarte-
-Siempre se los digo- exclamó guiñando el ojo.
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Celeste caminó apresurada por el estrecho pasillo de los vestidores, observó con una amplia sonrisa la puerta vieja y gastada que tenía un cartel color cielo y con brillos plateados que decía en letras doradas "Ángel".
Entró a su pequeño vestidor, aquel que había sido suyo desde sus 18 años, cada esquina gritaba su nombre, el espejo lleno de fotografías junto a sus amigos y su padre, y una sola con su mamá cuando ella era tan solo una bebé. Sus plantas de interior, su perchero con cientos de vestuarios blancos con brillos y plumas y su pequeña mesita con sus cientos de maquillajes que había acumulado en los últimos 10 años. Muchos estaban vencidos, rotos o viejos, pero no era capaz de tirarlos, todos le recordaban a algo.
-¿Cómo estaba tu papá?
-¡Tati!- chilló la joven agarrándose la remera a la altura del corazón- Me asustaste. Te dije que no te escondas en mi vestuario.
Un jovencito de 19 años salió de entre sus ropas con una boa blanca alrededor de su cuello y una galera del mismo color, haciendo un acting teatresco que hizo reír a su tía postiza.
-Perdón- dijo apenado quitándose el disfráz.- Me estaba escondiendo de mi hermana, hoy se levantó con el pie izquierdo.
Celeste comenzó a quitarse su ropa sin avergonzarse del chico. Él simplemente le dio la espalda para darle privacidad.
-Es que son fechas de exámenes finales y Kristal quiere que le muestres las notas. Ella solo quiere ver que su dinero haya valido la pena- dijo divertida.
El chico bufó- Me trata como a su hijo. Ella es…- No pudo terminar de hablar porque una tos ronca y dolorosa lo invadió.
Celeste se volteó alarmada tomando a su sobrino postizo de los hombros y lo sentó en su banqueta, masajeando en círculos su espalda. La tos no paró y los ojos del chico comenzaron a lagrimear y su piel se volvió roja.
Celeste comenzó a revisar los bolsillos del buzo del menor- ¿Y el inhalador? -preguntó cuando no lo encontró. El joven negó con la cabeza sin dejar de toser.
Celeste tomó una botella de agua de su pequeña heladerita y se la acercó. Poco a poco tomó todo el contenido hasta que pudo calmarse y respirar produnfamente llenando sus pulmones de aire otra vez.
-¿Estás bien Tati? - Preguntó preocupada, hacía meses que no tosía así y había llegado a creer que la enfermedad no iba a regresar jamás.
-Si, mejor- dijo con la voz ronca.
-¿Y tu medicamento? ¿Por qué no lo tienes encima? Sabes que por cualquier emergencia…
-No pude comprar uno nuevo- exclamó avergonzado, mordiéndose el labio inferior.
-Pero ¿Y el dinero que te dí de mi última paga?
-No le digas a mi hermana, pero me aumentaron la cuota de la universidad y además tuve que comprar unos nuevos apuntes.
Celeste peinó su cabello oscuro con cariño- ¿Porque no me dijiste? Sabes que podría habértelo comprado, si te hubiese pasado algo yo…
-No quería que gastes más en mi, ya demasiado me ayudas con los demás medicamentos.
-Sabes que daría hasta un riñon por ti, tonto. - dijo golpeando su nariz con cariño- No te preocupes, voy a conseguir el dinero para tu medicina ¿Está bien?- El joven asintió avergonzado- Tan solo no le digas a Kristal, sabes que no le gusta que te pague las cosas. Es nuestro secreto ¿Está bien?- dijo extendiendo su dedo meñique en complot.
El chico entrelazó su dedo meñique con el de su tía postiza sellando la promesa.
-Nuestro secreto-
Celeste sonrió ampliamente. Para ella el muchacho era como un hermanito menor. Le había cambiado los pañales, había escuchado sus primera palabras y había estado presente el día de su graduación. Si algo le pasaba jamás se lo perdonaría.
-Bien ahora ve con tu hermana y muestrale las notas.
-Pero…
-Es parte del trato- exclamó empujándolo hacia la puerta y dándole un golpe en la nalga.
El chico puso los ojos en blanco y salió de allí cabizbajo, sabiendo que su hermana no iba a tomar a gracia su exámen desaprobado que había estado tratando de ocultar.
Celeste rio de los pucheros del joven, pero cuando la puerta se cerró su sonrisa se borró y cayó pesadamente en la banqueta cubriendo su rostro entre sus manos.
¿Cómo iba a conseguir ese dinero?
Su sueldo no era malo, pero con el alquiler de su pequeño departamento, los gatos de su vida, la ayuda mensual a Tati y el ahorro para el abogado de su padre, casi no le quedaba nada para emergencias. A veces las propinas que ganaba en la noche de trabajo eran las que la salvaban de tener que pedir prestado a su jefe o a su amiga si necesitaba dinero extra.
Se terminó de vestir sin mucho entusiasmo y salió hacia el pasillo. Saludó a las demás bailarinas que ya habían terminado sus shows y atravesó la sección de privados que en sus 10 años jamás había pisado del otro lado de las puertas.
Esa zona exclusiva donde los hombres más adineradores se podían dar el gusto de recibir un baile privado de las mujeres más hermosas del bar o más bien de toda la ciudad.
Claro que ella no era una de las suertudas. Cada sábado por la noche tenía la esperanza de que esa vez sí sería su noche de suerte, un hombre la vería y la señalaría. Pero eso jamás pasó. Los ojos dibujados con signos de dólares de aquellos viejos empresarios siempre se posaban en los hermosos cuerpos de sus compañeras. Celeste se sentía como la sombra sin gracia que envejecía cada vez más y la oportunidad de ser seleccionada se sentía más y más imposible.
Una risita tonta y empalagosa la sacó de sus pensamientos. La joven vio cómo la nueva bailarina se reía de algún chiste sin gracia del hombre que estaba junto a ella y del que estaba colgada como un koala.
¿Scarlet? ¿Rubí? ¿Diamante? No recordaba su apodo, pero sí su belleza juvenil, sus pómulos altos, su mirada felina y su larga cabellera rojiza hasta la cintura que hacían que su cabello rubio sin gracia y apagado fuera un chiste. La pelirroja abrió la puerta de uno de los privados y dejó pasar al hombre de traje que no había que ser muy lista para saber que estaba forrado en dinero.
La pelirroja le envió a Celeste una sonrisa de victoria y cerró la puerta detrás de sí.
La rubia sintió cómo la envidia y los celos enrojecían su rostro blanquecino.
-Es una…-
No pudo terminar de insultarla cuando la voz de su jefe a su espalda la hizo saltar del susto.
-¿Ya estás lista?
-Por Dios Dany, si alguien más me asusta hoy…
-¿Estás bien?- preguntó preocupado al notar su rostro tenso. Él siempre se preocupaba por ella y la conocía a la perfección.
-Ya sabes, problemas de dinero- exclamó mientras caminaba junto a su jefe por el pasillo.
-Sabes que si necesitas dinero puedo darte sin que tengas que devolverlo.
-Lo sé Dany, ¿Pero y si me consigues un baile privado? Ya sabes… de algún nuevo cliente, podrías convencerlo de que yo….
-No- la interrumpió sécamente.
-Pero Dany….
-Si necesitas el dinero, mi oferta está disponible- dijo con fastidio, dando por concluída la charla.
Antes de que Celeste pudiera protestar dio media vuelta y desapareció por el pasillo. La joven suspiró pesadamente, discutir con Dany era como hablar con una pared, era tan cerrado que era dificil hacerle cambiar de opinión y convenverlo de que estaba equivocado.
-Si tan solo alguien me viera…- Susurró para sí, sabiendo que sus problemas se acabarían si pudiera ganar unos cientos de dólares por una noche con algún viejo necesitado.
Apenas podía verse la cabellera negra de Thomas de Anchorena por sobre la pila de expedientes que se acumulaban en su escritorio. Había pasado todo el día hasta que bajó el sol revisando las ganancias del mes de la nueva sucursal automotriz que había inaugurado en Argentina de su empresa “AM” y que sus padres le habían confiado al 100 por ciento para que él se hiciera cargo y demostrara que era un líder nato. Por ello, todo tenía que cerrar perfecto. Escuchar los golpecitos en su puerta sólo incrementó su nerviosismo y sus ganas de mandar todo a la mierda. Ignoró el llamado, quizás la persona que estaba del otro lado entendería la indirecta y se marcharía sin insistir. La puerta se abrió de golpe arruinando su paz. -¡Lo siento señor de Anchorena! ¡Trate de detenerlo!- gritó su secretaria. Thomas no tuvo que asomarse por sobre los papeles para saber que Bruno había sido el descarado que había entrado a su oficina sin permiso. -Está bien Nancy, no te preocupes, pero la próxima lla
“¿Cuanto por un privado?”“Realmente no lo había pensado, en realidad jamás creí que llegaría tan lejos.” Pensó la rubia. -¿Qué tal unos 500 dólares muñeca?- preguntó suavemente aquel misterioso hombre, quien no había alejado sus ojos jade del ángel. La joven no pudo evitar que su rostro se contorsionara en una expresión de incredulidad al escuchar ese monto, estaba segura que sus compañeras no cobraban tanto la hora de baile privado.Sentía que lo estaba estafando si aceptaba esa oferta, quizás era un sujeto ingenuo o hasta desesperado, pero el rostro del hombre demostraba seguridad, como si para él solo fuera un vuelto y quizás la ingenua era ella. -¿Qué dices?- insistió Thomas extendiendo su mano hacia la rubia, deseando agarrarla y no soltarla más, temiendo recibir un “no” por respuesta. Celeste observó la palma extendida hacia ella y solo pudo pensar en Tati y en sus medicamentos, acercó lentamente su pequeña mano hacia la de quien sería su primer cliente, pero sus dedos no l
Celeste y su jefe se quedaron por un segundo mirando la puerta abierta por donde había salido aquel hombre que había irrumpido en sus vidas como un tsunami que arrastró con toda su tranquilidad. -¿Porque hiciste eso?- finalmente habló la rubia, con el rostro rojo de la vergüenza y la impotencia. Su jefe se giró hacia ella aun con el ceño fruncido, pero lo aflojó a una mirada pasiva cuando vio aquellos ojos celestes que jamás habían sido suyos porque siempre había sido un cobarde. -No tienes porque hacer esto, Celeste…- dijo mucho más tranquilo, volviendo en sí. -Necesito el dinero…-Sabes que yo…-Dany…- lo interrumpió- No quiero escuchar más que tu puedes ayudarme- exclamó furiosa, luego miró como su jefe bajaba la mirada y suspiró agotada- Sabes que jamás voy a poder compensar todo lo que tú y tu padre me han ayudado todos estos años, han sido mis ángeles de la guarda junto con Kristal, pero ya no soy una niña sin hogar- dijo con un tono dulce, acercándose más a su viejo amigo-
La semana pasó como si el tiempo se hubiera estirado más de la cuenta, fue eterno. Aunque cuanto más se acercaba el sábado, más nerviosa se ponía por lo inminente del encuentro con su primer cliente. Ese día había llegado más temprano que de costumbre, no solo porque no había visitado a su padre, sino porque necesitaba estar perfecta para Thomas, para que no se arrepíntiera de su segunda oportunidad. -Tati… sé que estás ahí, si quieres asustarme vas a tener que buscar otra menera- exclamó mientras se risaba las puntas de su largo cabello. Escuchó un bufido detrás suyo y vio a través del espejo cómo su querido sobrino salía de entre sus disfraces en el perchero móvil. -¿Cómo te fue en la universidad esta semana?- preguntó Celeste. -Bien, no he quitado la vista de los libros, cuando Kristal se enteró de mis bajas notas, casi me mata- brufó sentándose en uno de los taburetes. La joven rió y se volteó hacia el muchacho, pudo ver las ojeras oscuras debajo de sus ojos negros y sintió
-¿Que debo hacer para poder tocarte?- No quiso sonar desesperado, pero no pudo evitarlo- Puedo pagarte lo que desees por una noche en mi apartamento, solos tu y yo. ¿Que dices?- preguntó deslizándose hasta el suelo por el caño, sintiéndose ofendida por la propuesta. -Ya sabes... no quiero que el idiota de tu jefe nos interrumpa- susurró el joven apuesto a su oído. Celeste retrocedió con el ceño fruncido. -Escucha... yo no soy una prostituta, soy una bailarina, no te confundas- dijo intentando sonar firme, pero no pudo evitar que su voz temblara al final. El ángel ajó del pequeño escenario y dio media vuelta, dispuesta a irse, sintiendo las lágrimas amargas correr por su rostro que podía sentir que venían directamente de su corazón roto. "¿Realmente creí que este hombre rico quería algo serio conmigo?" -Espera ángel…Thomas se abalanzó hacia adelante y la tomó del brazo, temiendo perderla para siempre. Una sensación de pánico lo abrumó al sentir que la perdería por ser un idiot
Celeste ya no sabía que era peor, sus fines de semanas caóticos o sus días de semana solitarios que daban mucho a que pensar. Ya había limpiado la casa unas 100 veces para distraer su mente y ya nada había que hacer. Frustrada, se acostó boca arriba en su viejo sillón con las piernas contra la pared y su largo cabello rubio cayendo como una cascada hacia el suelo. “¿Y si adopto un cachorro?” Pensó a sus adentros. “No no, eso no va a solucionar tu mal de amor” Le dijo la vocecita de su cabeza. La rubia tomó uno de los almohadones y cubrió su cara con fuerza mientras gritaba con ganas, muchas ganas contenidas. Primero la salud de Tati, luego el dinero, después aquel joven apuesto que solo quería jugar con ella ¡Y ahora la confesión abrupta de su jefe! Había pedido tantas veces algo de emoción en su vida sin saber los peligros de pedir algo de manera tan frívola. -¿Que voy a hacer ahora?-Sollozó. Luego de varios días después del accidente en el vip del bar y con la mente m
Celeste tenía que dejar de preguntarle al universo que más le deparaba en su destino, porque con el beso de Danny había marcado el cartón lleno. -Ten, toma este nuevo trago que está de moda, te da un golpe que se te va lo triste- exclamó Kristal, deslizándole un vaso de vidrio hacia las manos de la rubia, quien, sin chistar, tomó el trago de una sola zancada. La bebida le quemó la garganta y le calentó el pecho, pero su angustia seguía ahí, arraigada en lo más profundo de su ser. -Nena… ya deja esa cara larga, sos joven, tenes el mundo por delante ¡Ponele un poco de onda! Celeste estuvo a punto de decir con su lengua afilada que las palabras de aliento que le estaba dando eran vacías y parecían sacadas de una revista barata, cuando una presencia se asomó al costado de la barra. -Buenas noches, el mejor whisky que tengas ¿y para la señorita…?Kristel miró divertida a su amiga y levantó sus cejas animándola a que aceptar un trago del desconocido que a decir verdad estaba muy guapo.
-Krys… ¿Sabes dónde está Cele? La mujer ya estaba cansada de estos interrogatorios inesperados que la tomaban desprevenida, lo bueno es que estaba aprendiendo a ocultar su nerviosismo y mentir sin que su ojo comenzara a titilar o sus manos sudaran. -No se sentía bien y se fue a casa antes- dijo mientras limpiaba el borde de un vaso de cristral, alejando su mirada de la de su jefe. Sin decir más nada, Danny se dio media vuelta hacia la salida. -¿A dónde vas?- preguntó en pánico. -A ver si necesita algo…-Me dijo que no la mlestaran, que no quería visitas. Danny se volteó hacia ella con molestia y preocupación en su rostro, haciendo suspirar a Kristal. -Danny… Déjala respirar un poco, dale su espacio ¿Está bien?- casi que suplicó. El hombre estuvo a punto de discutirle, pero por primera vez recapacitó, recordando lo que había ocurrido en casa de Celeste. -Si sabes algo de ella me avisas- le ordenó volviendo a su oficina. Apenas se fue, Kristal pudo volver a respirar. —Celeste