Unas horas antes…
Pueblo de Imlil, Marruecos.
—Samara… Deberías apresurarte… No te preocupes por las verduras, al fin y al cabo, ya no necesitas detenerte por esto.
Samara observó a Hagar, mientras sus manos temblaban del miedo.
—Estoy muerta del miedo… no puedo evitar pensar que este hombre pueda verme en cualquier momento.
—Esto será muy rápido, además, Jalil estará contigo, vete ahora…
Samara frunció sus labios. Las ganas de llorar se le acumularon en la garganta al saber que su amiga de infancia, Hagar, ya no estaría en su vida a partir de ahora.
Sin embargo, aquí ella no se estaba despidiendo porque quisiera irse su pueblo natal, ahora mismo estaba huyendo de su Padre Alí, porque en este punto, su vida dependía de esto.
Hace un par de meses su madre, Fátima, había fallecido en su propia casa, y Alí ni siquiera había dado una sepultura digna para su madre.
Samara vivía en el pueblo de Imlil. Había un pequeño puesto de verduras que desde que era niña transcurrió con su madre y en el cual trabajaron para ganarse la vida.
Aunque fue a un centro educativo rural, con apenas 5 niños de diferentes edades, Fátima siempre la instruía desde casa, enseñándole a desarrollar muy bien el idioma inglés. Aunque en sus recuerdos, siempre lo manejó bien.
Durante todo este tiempo habían aguantado todo tipo de abusos de parte de su padre Alí; su madre siempre le recordaba que debían tener fe de que él cambiaría, pero ese día nunca llegó a pesar de que hacían sus rezos.
Prácticamente, los golpes y las ofensas eran su pan diario.
Hagar fue su primer y única amiga, y Samara recordaba vagamente que al principio le había costado comunicarse en su lengua materna, pero no sabía por qué.
Samara abrazó a Hagar mientras las lágrimas salieron de sus ojos sin poderlas contener.
—Voy a extrañarte tanto…
—Serás muy feliz a partir de ahora… ya lo verás, Jalil es un buen chico, y te ama como nadie.
Samara asintió, y entre ambas se limpiaron sus mejillas.
—Espero volver a verte…
Samara miró su pequeño puesto de verduras, el mismo que utilizó Fátima año tras año y donde la vio llorar en desesperación por cosas que, en aquellos momentos, no podía entender.
Su madre había sido muy mística en muchas ocasiones, pero ahora sabía que lo más seguro es que, ella misma la había frenado para escapar de su padre.
Caminando rápido y cubriéndose el rostro, se apresuró para ir hasta el terminal de transporte donde se encontraría con Jalil.
Aunque ella cumpliría 20 en unos meses, Jalil apenas le llevaba dos años de diferencia. También era inexperto, con una familia rígida, pero compartía los mismos sueños que ella de vivir una vida tranquila y libre.
Por eso se irían a la ciudad principal de Marruecos, en Rabat, donde encontrarlos sería muy difícil para ambas familias. Probarían suerte y tratarían de reunir los recursos necesarios para irse a Francia, un país en el que no se sintieran perseguidos.
Tomó su pequeño teléfono en sus manos, reparando que era las nueve de la mañana, justo como Jalil lo había planeado, y cuando pasaron cinco minutos más, ella comenzó a preocuparse sin dejar de mirar a todas partes con desesperación.
Ella comenzó a caminar para meterse en la fila, y rebuscó el dinero que tenía para el pasaje de ambos. La fila iba andando de un paso, y cuando llegó a la puerta del auto bus, una mano brusca la haló sacándola de la fila.
Sus ojos se abrieron cuando vio a Alí junto a tres hombres más que apretaban los hombros de Jalil.
Su garganta se secó mientras los ojos de Jalil, solo la miraban con señal de que se sentía culpable de este suceso.
—Camina sin hacer escándalos… porque tú noviecito sufrirá las consecuencias si haces algo estúpido…
Samara asintió rápido ante la amenaza y comenzó a caminar, hasta que tanto Alí como los tres hombres desconocidos, tomaron la dirección de los callejones. Y en cuanto la gente dejó de transcurrir el lugar, ella como Jalil fueron pegados a la pared con brusquedad.
—Lo siento mucho, Sam… este maldito nos descubrió…
Ella negó rápidamente, pero de inmediato Alí vino a propiciarle un golpe en el estómago a Jalil que lo dejó sin aire. Incluso hizo que se tirara al suelo del dolor.
—¡Noooo!, ¡Papá, no…!
Ella se echó al suelo para ayudar a Jalil, pero los brazos de su padre la alzaron como a una muñeca de trapo.
—No sabía que tenías tanto deseo de ir a la ciudad… me lo hubiese dicho, ¡Hija m*****a!
Una abofeteada fue estampada en su mejilla que la aturdió al instante, y tuvo que quedarse quieta para mantener el equilibrio y esperar que se recuperara de golpe.
Escuchó como Jalil insultó a su padre, pero estos tres hombres, comenzaron a golpearlo sin piedad.
Iban a matarlo si continuaban.
—¡Alí… por favor! ¡No, deténganse! Haré lo que digas, por favor, no…
Alí alzó la mano indicándoles a esos hombres que se detuvieran mientras Jalil soltaba una bocanada de sangre por la boca.
—Bien, princesita de papá, como quieres ir tanto a la ciudad, aquí voy a proponerte un cambio.
—¡No…! No aceptes nada de este hombre, Sam… él no… —su novio intentó intervenir, pero su cuello fue atajado y uno de esos hombres de Alí, comenzó a apretarlo mientras Samara se sumió en el desespero.
—¡Alí! —ella gritó aterrada.
—Vas a venir conmigo a la ciudad, Samara, vendrás por las buenas, porque en cuanto vea que te pongas rebelde, daré la orden para que maten a este bueno para nada.
Ella asintió rápidamente con las lágrimas en sus mejillas.
—Haré lo que me digas, lo haré, pero suéltenlo que van a matarlo.
Jalil fue soltado a piso y ella se apresuró en ir al suelo para tomar su rostro.
—¡Jalil…!
El chico tosió llenando su rostro con un poco de sangre, pero ella se apresuró a abrazarlo.
—Perdóname, Sam… perdóname…
Estos hombres rebuscaron en su ropa y en su mochila, y los despojaron del dinero que habían reunido con tanto sacrificio.
Alí se reía como un demonio mientras guardaba el dinero, luego sin más la despegó de Jalil, que quedó tendido en el suelo, entre tanto su propio padre se la llevaba del lugar.
Samara se giró llevando los ojos al lugar de su novio, que apenas se estaba levantando del suelo, y solo pensó que, quizás, esta era la última vez que iba a verlo…
Todo quedaba en esa mirada, sus sueños, la esperanza de ser libre, y sobre todo la ilusión de tener una vida en paz…
***
—¿A dónde vamos? Tengo derecho de saberlo, papá… —Samara volvió a preguntar mientras vio como el rostro de Alí se contrajo fastidiado.
—Te dije que iba a complacer a mi princesa, ¿No es así…? Si estabas pensando huir a Rabat, pues iremos a Rabat.
Samara fue metida con fuerza en el auto, mientras que un hombre abrió a su derecha, y Alí quedando a su izquierda para dejarla en el medio.
De un momento a otro el auto comenzó a andar y en un tiempo prolongado de media hora, estaban comenzando a andar por la carretera de viaje.
Samara limpió sus lágrimas al pensar y rezar todo el tiempo por Jalil, esperaba que se encontrara bien, y que alguien pudiera curar sus heridas.
Podía escuchar en su mente a la madre de Jalil cuando volviera a su casa, repitiéndole que esto le pasaba por estar metiéndose con una mujer desgraciada. Ella nunca había estado de acuerdo en su relación, solo por el hecho de que fuera hija de un hombre que no agradaba a nadie en su pueblo.
Alí no solo era un borracho, sino un hombre que tenía la fama de jugador, y un hombre adúltero.
Eran la una de la tarde y ahora que sus ojos se apretaron para restregarlos, supo que estaban entrando a la ciudad porque todo comenzó a aparecer frente a ella.
Samara se agitó un poco, esta era la primera vez que venía a Rabat, así que la gran ciudad solo hizo que sus ojos se deslumbraran.
—Quédate aquí… mandaré a alguien por ti a la hora acordada...
Entonces Alí asintió y se apresuró en abrir la puerta para sacar a Samara del auto. No se despidió, solo la tomó del brazo y ella se resistió por un momento.
—¿Por qué no me dice a dónde vamos?
Alí se regresó para tomar su brazo de nuevo, pero esta vez lo apretó hasta que Samara gimió de dolor.
—Vamos a descansar en un hotel, aquí cerca, te recuerdo que, si haces un mal movimiento, Jalil estará muerto en un abrir y cerrar de ojos.
Cuando entraron a la habitación, el hombre prendió la televisión, mientras Samara se sentaba en un sofá y miraba todo alrededor. Tenía una horrible sensación en el pecho, y solo pensó que su padre no tendría buenas intenciones con ella.
Nunca las había tenido.
Siempre se preguntó cuál era la causa para que no sintiera ningún apego hacia ella.
—¿Qué vas a hacer conmigo?
El hombre no se inmutó y continuó viendo la televisión. Y cuando ella volvió a preguntarle le dio un golpe a la cama y se levantó.
—¡Déjame en paz! —su padre dio un portazo, y se aseguró de cerrar la puerta con la llave para evitar que pudiera escapar.
Aunque Samara supo que no se iría demasiado lejos. Alí siempre fue un hombre astuto, y que ella estuviera en sus garras ahora, era la prueba de ello.
Se levantó del sofá y luego se arrodilló en el suelo colocando los codos en la cama.
—Padre de todo… ayúdame… —las lágrimas comenzaron a bajar, y sus sollozos aumentaron.
Samara dio rienda suelta a su llanto. No dijo más palabras en su oración, pero ahora ni siquiera podía explicar el miedo que sentía.
Quería quedarse dormida, ahora muerta de hambre, solo para querer despertar, y ver a su madre Fátima diciéndole que saldrían de esta como siempre lo hacían.
—¡Levántate! —su cuerpo fue sacudido de forma precipitada, y cuando sus ojos se abrieron, la habitación estaba algo oscura, iluminada solo por el televisor prendido.
Tenía las lágrimas secas en su cara, y cuando vio a Alí frente a ella, se apresuró en colocarse el velo.
—¿Qué sucede?
—Debemos irnos… —él haló su brazo sin dejar que al menos se adaptara en su despertar repentino, pero se detuvo al que se encontraba descalza.
—Espera… estoy descalza…
Su padre soltó un bufido fastidiado, instándola a que se apurara.
—Alí… ¿A dónde vamos? Por favor, tengo miedo…
Alí siguió caminando, hasta que llegaron a la esquina, donde había un letrero de comida rápida.
Allí estaba ese auto de nuevo, con los mismos hombres con los que llegó a la ciudad.
Sus pies se detuvieron, pero ahora su padre no estaba sujetándola.
—Es hora de irnos… aquí tienes tu parte…
El cuerpo de Samara comenzó a temblar cuando vio que había muchos billetes en las manos de su padre, y este los contaba con rapidez.
No supo por qué su cuerpo se pegó a él, es como si de cierta forma hubiese buscado protección.
De un momento a otro, la mano de uno de los tres hombres la sujetó, y ella quitó el brazo como si su toque la hubiese quemado.
—Si no quieres que te toque… entra al auto.
Samara negó y luego buscó la mirada de Alí.
—¿Papá? —el hombre giró con evidente rabia, y luego negó.
—Ya deja de decirme así… no soy tu maldito padre…
Ella abrió los ojos totalmente impactados, intentando decirle alguna cosa.
—¿Qué? ¿Qué estás diciendo? Por favor, no me dejes con ellos…
Alí despegó sus manos de su chaqueta, y la sacudió con fuerza.
—Ahora todo depende de ti… gánate la vida tu sola...
Samara estaba aterrada y muy decepcionada. El auto se movía, los hombres solo hablaban en secreto, y ella intentó trasladar su mente con los ojos cerrados, aquel momento cuando Jalil le dijo por primera vez que huirían. En ese momento sonrió, recordaba la magnitud de su alegría, después de dos semanas en que su madre había soltado su mano para siempre. Recordó como Jalil la abrazó, y también como la llamó “bonita”. Su corazón se había calentado, incluso hablaron de que tendrían tres hijos cuando llegaran a Francia, y que vivirían en Marsella, cerca del puerto. —Vamos, anda… —la voz del hombre a su lado la hizo abrir los ojos. Se dio cuenta de que el auto estaba detenido, y que estaban en un gran estacionamiento. Se apresuró a seguir al hombre, y luego se detuvo cuando vio una construcción enorme por detrás, que destilaba humo, luces, y música amortiguada por sus paredes. —Es mejor que camines, Alí me dijo que te recordara, que si hacia un mal movimiento, tu novio sería carne p
El cuerpo de Samara se congeló. Todo su sistema se detuvo, incluso las lágrimas que no había dejado de derramar cuando se vio en un espejo allá adentro, sabiendo que su inocencia sería subastada, se estancaron dentro de sus ojos. Hubo un silencio en todo el club. La música se detuvo, las voces de abucheo disminuyeron, y la voz entusiasmada de esta mujer que estaba vendiéndola, simplemente se apagó después de que ese hombre con el que ella había cruzado miradas hace un momento, había lanzado una oferta magnánima. Imposible de creer. Samara ni siquiera sabía cuánto era un millón de dólares, como tampoco sabía cuál sería su destino a partir de ahora. Ella no pudo evitar girar para ver a los hombres viejos que habían estado pujando por ella, y fue imposible no estremecerse entera de solo pensar lo que podía esperarle si caía en unas manos como esas. —¡¡¡Tenemos a un ganador!!! —Sam saltó de nuevo cuando la mujer mayor dio un grito, y señaló a este hombre alto de traje negro, que se v
—André… Es tu abuelo, Pierre… ha tenido un infarto… —No… —André sintió una puntada muy fuerte en el pecho, mientras su brazo se extendió a alguna parte para sostenerse, pero su amigo Connor llegó pronto a su sitio. —¡André! —Connor llegó a él, pero el millonario intentó preguntar. —¿Está vivo? —tanto Connor como Samara se quedaron estáticos ante la pregunta, y André esperó esos segundos como la eternidad. —Estamos en el hospital… dicen que están en reanimación… él estaba bien… lo estaba, no sé lo que ha pasado, André… La mandíbula del hombre tembló en demasía. Pierre era su vida. —Se pondrá bien… —gesticuló con dureza mientras se arregló el traje—. Saldré en cuanto antes para Francia, mi abuelo estará bien… lo sé. Francois aceptó su afirmación, y se despidió mientras André escuchaba al fondo como el llanto de algunas mujeres entraba por sus oídos. Tal vez René, su madre y Lucie, su hermana, estaba allí con su padre. Su mente se puso en blanco, y mirando la pantalla, bloqueó el
Samara estaba de rodillas frente a su cama, dando gracias por haber encontrado a un hombre como a Connor. Este le había prometido que podía descansar, y que mañana la dejaría en un lugar seguro, con algo de dinero. Entrar a esta habitación fue un descanso para sus hombros, había comido todo lo de la bandeja que él le puso en su frente, y con lágrimas en sus ojos, no dejó de arrodillarse para agradecer a Alá por su rescate. En estos momentos no tenía nada que le perteneciera, a excepción de su documentación. Ni siquiera el teléfono en donde podría haberse comunicado con Jalil o Hagar. Pero el que estos hombres la hubiesen sacado de las garras de la mirada de esos viejos árabes, había sido solo un milagro. Aún no había terminado su oración, cuando la puerta del exterior se abrió, y escuchó unos pasos fuera de la habitación. Debía ser Connor, así que se levantó caminando muy rápido hacia el exterior. —¿Samara? —ella escuchó a Connor e intentó sonreír cuando estuvo llegando, pero sus
Samara parpadeó varias veces cuando Connor la movió de forma sutil y le susurró algo que ella no pudo entender a la primera. Se restregó los ojos y trató de levantarse rápido, la mañana había llegado, y la claridad en su habitación se lo comprobó. —Es hora de irnos, Samara… —escuchó, y su latido pasivo, pasó en un segundo a uno rápido ante la información. Ella asintió y se apresuró en levantarse, pero cuando dio dos pasos detrás de Connor, y miró su cuerpo, se dio cuenta de que aún tenía la misma ropa que cargaba desde ayer. —Señor…, espere… —Connor se devolvió para mirarla—. Esta ropa… creo que no es adecuada para salir a ningún sitio… me avergonzaría mucho. Él asintió mientras se rascó la cabeza entendiendo el punto, además de que André no quería atraer miradas innecesarias. —Déjame arreglar algo ¿De acuerdo?… ahora, sal a la sala, André te está esperando y no olvides lo que hablamos por la noche. —De acuerdo —ella aceptó mientras lo vio salir de la habitación. Samara se qued
Samara y André se subieron a un auto amplio fuera del hotel, mientras Connor tomó el asiento delantero, cerca del conductor. Ahora ella tenía un vestido de lino, que la hacía ver más niña, mientras su cabello estaba envuelto en una bufanda. André detalló que Samara miraba por la ventana, y luego pensó que este atuendo no podía ser el indicado para presentarla a su familia. Entonces comenzó… —Según la información que daremos, eres de Estados Unidos… no puedes llevar esa ropa en Francia, debemos buscar algo mejor para ti antes de encontrarnos con mi familia… —Samara se giró hacia André y luego asintió. —¿Cuáles son los nombres de tus familiares? —ella preguntó interesada, y él pensó que esto era importante, aunque la conversación no era su punto fuerte. —Pierre es mi abuelo… lo más importante en esta vida para mí, y por el cual estamos haciendo esto… —Samara asintió—. Francois es mi padre, es un poco entrometido, pero es lo que tenemos, René es mi madre y Lucie es mi hermana menor.
Ella dio un suspiro largo cuando levantando el rostro hacia André quiso llorar, pero también sabía por Connor que a este hombre le fastidiaba la debilidad. —Por favor… deme la oportunidad… Lo haré bien, créame… André le hizo un ademán con la mano, y mantuvo el silencio durante el resto de camino. En unos minutos estuvieron en el aeropuerto, y aunque pasaron por lugares privados, Samara fue detenida cuando mostró sus documentos. —¿Viaja con este hombre? —André tenía pegado su móvil a la oreja, pero se detuvo al escuchar la pregunta del hombre de la policía del aeropuerto. —¿No me ve? ¡Por supuesto que ella viaja conmigo! —Pero la presentación dice que se dirigen a Francia, y ella no tiene visa… ¿Acaso la están obligando? —el hombre de seguridad se dirigió a Samara y ella negó rápido. —El señor… —dudó por un momento y luego se armó de valor—. André es mi novio… El cuerpo de André se congeló cuando lo escuchó de su boca, pero trató de reponerse muy rápido quitando el móvil de su c
André pasó al baño privado del avión, y rápidamente mojó su rostro. Se sentía un poco cansado, pero sobre todo tenso. Llevó la mirada a las marcas que tenía en la mano y luego estiró sus dedos. No sabía cómo iba a poder contener su ansia en estas dos semanas en Francia; esta tensión solo se la quitaba el sexo, y él estaba acostumbrado a tenerlo a diario. Mojó su cuello y luego se pasó la mano por el pelo para tratar de acomodarlo. Iba a poder con todo esto, con este juego, con la mentira, y sobre todo en salir ileso de su familia, y de… una tonta a su lado. Salió del baño y cuando llegó a su puesto, Connor estaba dando su más grande sonrisa hacia Samara. —Son buenas personas… —dijo al final, mientras André tomó asiento. —No le devuelvas la sonrisa a este maldito… si no quieres tener problemas con Kamile —ordenó André señalando a Samara y la sonrisa de la chica se apagó al instante. —No, señor Roussel, solo estábamos… —No importa… —Cortó André mientras obtuvo una mirada seria d