Capítulo 2

Unas horas antes…

Pueblo de Imlil, Marruecos.

—Samara… Deberías apresurarte… No te preocupes por las verduras, al fin y al cabo, ya no necesitas detenerte por esto.

Samara observó a Hagar, mientras sus manos temblaban del miedo. 

—Estoy muerta del miedo… no puedo evitar pensar que este hombre pueda verme en cualquier momento.

—Esto será muy rápido, además, Jalil estará contigo, vete ahora…

Samara frunció sus labios. Las ganas de llorar se le acumularon en la garganta al saber que su amiga de infancia, Hagar, ya no estaría en su vida a partir de ahora.

Sin embargo, aquí ella no se estaba despidiendo porque quisiera irse su pueblo natal, ahora mismo estaba huyendo de su Padre Alí, porque en este punto, su vida dependía de esto.

Hace un par de meses su madre, Fátima, había fallecido en su propia casa, y Alí ni siquiera había dado una sepultura digna para su madre.

Samara vivía en el pueblo de Imlil. Había un pequeño puesto de verduras que desde que era niña transcurrió con su madre y en el cual trabajaron para ganarse la vida.

Aunque fue a un centro educativo rural, con apenas 5 niños de diferentes edades, Fátima siempre la instruía desde casa, enseñándole a desarrollar muy bien el idioma inglés. Aunque en sus recuerdos, siempre lo manejó bien.

Durante todo este tiempo habían aguantado todo tipo de abusos de parte de su padre Alí; su madre siempre le recordaba que debían tener fe de que él cambiaría, pero ese día nunca llegó a pesar de que hacían sus rezos.

Prácticamente, los golpes y las ofensas eran su pan diario.

Hagar fue su primer y única amiga, y Samara recordaba vagamente que al principio le había costado comunicarse en su lengua materna, pero no sabía por qué.

Samara abrazó a Hagar mientras las lágrimas salieron de sus ojos sin poderlas contener.

—Voy a extrañarte tanto…

—Serás muy feliz a partir de ahora… ya lo verás, Jalil es un buen chico, y te ama como nadie.

Samara asintió, y entre ambas se limpiaron sus mejillas.

—Espero volver a verte…

Samara miró su pequeño puesto de verduras, el mismo que utilizó Fátima año tras año y donde la vio llorar en desesperación por cosas que, en aquellos momentos, no podía entender.

Su madre había sido muy mística en muchas ocasiones, pero ahora sabía que lo más seguro es que, ella misma la había frenado para escapar de su padre.

Caminando rápido y cubriéndose el rostro, se apresuró para ir hasta el terminal de transporte donde se encontraría con Jalil.

Aunque ella cumpliría 20 en unos meses, Jalil apenas le llevaba dos años de diferencia. También era inexperto, con una familia rígida, pero compartía los mismos sueños que ella de vivir una vida tranquila y libre.

Por eso se irían a la ciudad principal de Marruecos, en Rabat, donde encontrarlos sería muy difícil para ambas familias. Probarían suerte y tratarían de reunir los recursos necesarios para irse a Francia, un país en el que no se sintieran perseguidos.

Tomó su pequeño teléfono en sus manos, reparando que era las nueve de la mañana, justo como Jalil lo había planeado, y cuando pasaron cinco minutos más, ella comenzó a preocuparse sin dejar de mirar a todas partes con desesperación.

Ella comenzó a caminar para meterse en la fila, y rebuscó el dinero que tenía para el pasaje de ambos. La fila iba andando de un paso, y cuando llegó a la puerta del auto bus, una mano brusca la haló sacándola de la fila.

Sus ojos se abrieron cuando vio a Alí junto a tres hombres más que apretaban los hombros de Jalil.

Su garganta se secó mientras los ojos de Jalil, solo la miraban con señal de que se sentía culpable de este suceso.

—Camina sin hacer escándalos… porque tú noviecito sufrirá las consecuencias si haces algo estúpido…

Samara asintió rápido ante la amenaza y comenzó a caminar, hasta que tanto Alí como los tres hombres desconocidos, tomaron la dirección de los callejones. Y en cuanto la gente dejó de transcurrir el lugar, ella como Jalil fueron pegados a la pared con brusquedad.

—Lo siento mucho, Sam… este maldito nos descubrió…

Ella negó rápidamente, pero de inmediato Alí vino a propiciarle un golpe en el estómago a Jalil que lo dejó sin aire. Incluso hizo que se tirara al suelo del dolor.

—¡Noooo!, ¡Papá, no…!

Ella se echó al suelo para ayudar a Jalil, pero los brazos de su padre la alzaron como a una muñeca de trapo.

—No sabía que tenías tanto deseo de ir a la ciudad… me lo hubiese dicho, ¡Hija m*****a!

Una abofeteada fue estampada en su mejilla que la aturdió al instante, y tuvo que quedarse quieta para mantener el equilibrio y esperar que se recuperara de golpe.

Escuchó como Jalil insultó a su padre, pero estos tres hombres, comenzaron a golpearlo sin piedad.

Iban a matarlo si continuaban.

—¡Alí… por favor! ¡No, deténganse! Haré lo que digas, por favor, no…

Alí alzó la mano indicándoles a esos hombres que se detuvieran mientras Jalil soltaba una bocanada de sangre por la boca.

—Bien, princesita de papá, como quieres ir tanto a la ciudad, aquí voy a proponerte un cambio.

—¡No…! No aceptes nada de este hombre, Sam… él no… —su novio intentó intervenir, pero su cuello fue atajado y uno de esos hombres de Alí, comenzó a apretarlo mientras Samara se sumió en el desespero.

—¡Alí! —ella gritó aterrada.

—Vas a venir conmigo a la ciudad, Samara, vendrás por las buenas, porque en cuanto vea que te pongas rebelde, daré la orden para que maten a este bueno para nada.

Ella asintió rápidamente con las lágrimas en sus mejillas.

—Haré lo que me digas, lo haré, pero suéltenlo que van a matarlo.

Jalil fue soltado a piso y ella se apresuró en ir al suelo para tomar su rostro.

—¡Jalil…!

El chico tosió llenando su rostro con un poco de sangre, pero ella se apresuró a abrazarlo.

—Perdóname, Sam… perdóname…

Estos hombres rebuscaron en su ropa y en su mochila, y los despojaron del dinero que habían reunido con tanto sacrificio.

Alí se reía como un demonio mientras guardaba el dinero, luego sin más la despegó de Jalil, que quedó tendido en el suelo, entre tanto su propio padre se la llevaba del lugar.

Samara se giró llevando los ojos al lugar de su novio, que apenas se estaba levantando del suelo, y solo pensó que, quizás, esta era la última vez que iba a verlo…

Todo quedaba en esa mirada, sus sueños, la esperanza de ser libre, y sobre todo la ilusión de tener una vida en paz…

***

—¿A dónde vamos? Tengo derecho de saberlo, papá… —Samara volvió a preguntar mientras vio como el rostro de Alí se contrajo fastidiado.

—Te dije que iba a complacer a mi princesa, ¿No es así…? Si estabas pensando huir a Rabat, pues iremos a Rabat.

Samara fue metida con fuerza en el auto, mientras que un hombre abrió a su derecha, y Alí quedando a su izquierda para dejarla en el medio.

De un momento a otro el auto comenzó a andar y en un tiempo prolongado de media hora, estaban comenzando a andar por la carretera de viaje.

Samara limpió sus lágrimas al pensar y rezar todo el tiempo por Jalil, esperaba que se encontrara bien, y que alguien pudiera curar sus heridas.

Podía escuchar en su mente a la madre de Jalil cuando volviera a su casa, repitiéndole que esto le pasaba por estar metiéndose con una mujer desgraciada. Ella nunca había estado de acuerdo en su relación, solo por el hecho de que fuera hija de un hombre que no agradaba a nadie en su pueblo.

Alí no solo era un borracho, sino un hombre que tenía la fama de jugador, y un hombre adúltero.

Eran la una de la tarde y ahora que sus ojos se apretaron para restregarlos, supo que estaban entrando a la ciudad porque todo comenzó a aparecer frente a ella.

Samara se agitó un poco, esta era la primera vez que venía a Rabat, así que la gran ciudad solo hizo que sus ojos se deslumbraran.

—Quédate aquí… mandaré a alguien por ti a la hora acordada...

Entonces Alí asintió y se apresuró en abrir la puerta para sacar a Samara del auto. No se despidió, solo la tomó del brazo y ella se resistió por un momento.

—¿Por qué no me dice a dónde vamos?

Alí se regresó para tomar su brazo de nuevo, pero esta vez lo apretó hasta que Samara gimió de dolor.

—Vamos a descansar en un hotel, aquí cerca, te recuerdo que, si haces un mal movimiento, Jalil estará muerto en un abrir y cerrar de ojos.

Cuando entraron a la habitación, el hombre prendió la televisión, mientras Samara se sentaba en un sofá y miraba todo alrededor. Tenía una horrible sensación en el pecho, y solo pensó que su padre no tendría buenas intenciones con ella.

Nunca las había tenido.

Siempre se preguntó cuál era la causa para que no sintiera ningún apego hacia ella.

—¿Qué vas a hacer conmigo?

El hombre no se inmutó y continuó viendo la televisión. Y cuando ella volvió a preguntarle le dio un golpe a la cama y se levantó.

—¡Déjame en paz! —su padre dio un portazo, y se aseguró de cerrar la puerta con la llave para evitar que pudiera escapar.

Aunque Samara supo que no se iría demasiado lejos. Alí siempre fue un hombre astuto, y que ella estuviera en sus garras ahora, era la prueba de ello.

Se levantó del sofá y luego se arrodilló en el suelo colocando los codos en la cama.

—Padre de todo… ayúdame… —las lágrimas comenzaron a bajar, y sus sollozos aumentaron.

Samara dio rienda suelta a su llanto. No dijo más palabras en su oración, pero ahora ni siquiera podía explicar el miedo que sentía.

Quería quedarse dormida, ahora muerta de hambre, solo para querer despertar, y ver a su madre Fátima diciéndole que saldrían de esta como siempre lo hacían.

—¡Levántate! —su cuerpo fue sacudido de forma precipitada, y cuando sus ojos se abrieron, la habitación estaba algo oscura, iluminada solo por el televisor prendido.

Tenía las lágrimas secas en su cara, y cuando vio a Alí frente a ella, se apresuró en colocarse el velo.

—¿Qué sucede?

—Debemos irnos… —él haló su brazo sin dejar que al menos se adaptara en su despertar repentino, pero se detuvo al que se encontraba descalza.

—Espera… estoy descalza…

Su padre soltó un bufido fastidiado, instándola a que se apurara.

—Alí… ¿A dónde vamos? Por favor, tengo miedo…

Alí siguió caminando, hasta que llegaron a la esquina, donde había un letrero de comida rápida.

Allí estaba ese auto de nuevo, con los mismos hombres con los que llegó a la ciudad.

Sus pies se detuvieron, pero ahora su padre no estaba sujetándola.

—Es hora de irnos… aquí tienes tu parte…

El cuerpo de Samara comenzó a temblar cuando vio que había muchos billetes en las manos de su padre, y este los contaba con rapidez.

No supo por qué su cuerpo se pegó a él, es como si de cierta forma hubiese buscado protección.

De un momento a otro, la mano de uno de los tres hombres la sujetó, y ella quitó el brazo como si su toque la hubiese quemado.

—Si no quieres que te toque… entra al auto.

Samara negó y luego buscó la mirada de Alí.

—¿Papá? —el hombre giró con evidente rabia, y luego negó.

—Ya deja de decirme así… no soy tu maldito padre…

Ella abrió los ojos totalmente impactados, intentando decirle alguna cosa.

—¿Qué? ¿Qué estás diciendo? Por favor, no me dejes con ellos…

Alí despegó sus manos de su chaqueta, y la sacudió con fuerza.

—Ahora todo depende de ti… gánate la vida tu sola...

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