Emma UzcáteguiÉl me abraza, mientras comienza a llorar como un niño. Su llanto es desgarrador y me rompe el corazón. Lo sostengo con fuerza, sintiendo cómo su cuerpo tiembla contra el mío. En ese momento, el mundo exterior se desvanece, y solo existimos nosotros dos, atrapados en un torbellino de emociones.Él se apartó de mí ligeramente, su expresión era de vulnerabilidad.—Emma, te amo más de lo que puedo expresar con palabras —comienza tomando mis manos con fuerza. —Te amo por quién eres, por tu fortaleza, por la forma en que me haces querer ser un hombre mejor. Pero también sé que te he fallado, y no quiero seguir lastimándote.Niego suavemente con la cabeza, no puedo evitar el ligero temblor de mis labios.—Gabriel, no eres tú el que me ha fallado. Es nuestra situación, este peso que hemos llevado juntos, pero que nos ha aplastado. Yo también he cometido errores.Él respira hondo.—He estado pensando mucho, Emma, y he llegado a una decisión. Si seguir juntos significa no tener h
Emma Uzcátegui Veo como diversas emociones se dibujan en su rostro, pasa del desconcierto, a la duda, luego esperanza.—Está bien —dice por fin, la palabra cae entre nosotros como un guijarro que podría iniciar una avalancha de nuevas posibilidades. “Solo una vez más”, me repito como un mantra.Su aceptación me transmite una oleada de calidez, ahuyentando el frío de la incertidumbre que se había instalado en mis huesos. Y a pesar del miedo a otra decepción que acecha en las sombras, no puedo evitar sentir una oleada de amor por este hombre que está a mi lado, incluso cuando el suelo se siente inestable bajo nuestros pies.Empujo la silla hacia atrás, me levanto y acorto la distancia que nos separa, y lo abrazo.—Gabriel —, empiezo, con la voz lo más firme que puedo, —ya está. La ronda final. Le aprieto la mano, dejando que cada gramo de sinceridad que poseo se derrame en el gesto. El corazón me martillea en el pecho, pero le sostengo la mirada, deseando que comprenda la profundidad
Emma Uzcátegui.La luz del sol se filtraba a través de las cortinas, iluminando la habitación con un brillo suave y cálido. Me desperté con una mezcla de emoción y nerviosismo. Hoy era el día de nuestra primera cita con el nuevo médico, el Dr. Roldán. Gabriel y yo habíamos decidido que era hora de hacer un nuevo intento en nuestra búsqueda de ser padres, y la esperanza se sentía palpable en el aire.Mientras me preparaba, repasé mentalmente lo que quería decirle al doctor. Habíamos pasado por tantas experiencias, tantas pruebas y tratamientos que a veces me sentía como si estuviera en un laberinto sin salida. Pero esta vez, había algo diferente. Sentía que podíamos lograrlo, algo me decía que pronto seríamos padres. El apoyo inquebrantable de mi esposo me llenaba de valor.Cuando llegamos a la clínica, el ambiente era acogedor. Las paredes estaban decoradas con colores suaves y había plantas que daban vida al espacio. Nos recibieron con una sonrisa y nos hicieron pasar a una sala de
Emma Uzcátegui.El día siguiente amaneció con un cielo despejado, pero en el interior de mi casa, me sentía como si estuviera atrapada en una tormenta de emociones. Mientras hacía las maletas para el viaje de Año Nuevo a casa de la familia de Gabriel, mi mente se llenaba de pensamientos contradictorios. —¿Por qué siempre tengo que llevarme la presión de ser la nuera perfecta? —murmuré, mientras metía un suéter en la maleta—, aunque eso era imposible, yo era la menos querida, la repudiada por no darle un hijo a Gabriel, a la que molestaban y el blanco de todas sus ataques mal simulados. La idea de enfrentarme a la familia de mi esposo me llenaba de ansiedad, me estaba preparando mentalmente para sus indirectas.—Vale, Emma, tranquilízate —murmuro, doblando otro jersey con precisión militar. Es una habilidad nacida de demasiados años, intentando impresionar a la familia de Gabriel con mi destreza doméstica, o al menos con la ilusión de que lo era.Miro fijamente mi maleta medio llena,
Emma Uzcátegui.—Quiero que este Año Nuevo sea especial para nosotros, no para los demás. Con una sonrisa, comenzamos a preparar una celebración tranquila en nuestra casa.Tomé lápiz y papel y comencé a anotar todo lo que haríamos.—Las doce uvas —dije, una tradición que había aprendido de mi madre. —Recuerda que cada uva representa un deseo para el nuevo año. Si no las comes todas, ¡te quedas sin deseos! —bromeé, mientras Gabriel me miraba con una mezcla de admiración y diversión.—¿Y si me deseo un viaje a la luna? —preguntó él, riendo.—Solo si me llevas contigo —respondí, riendo también.Después de hacer la lista de lo que haríamos, salimos de compra para tener todo disponible, y apenas llegamos, comenzamos a cocinar juntos. La cocina se llenó de risas y un aroma delicioso. No pude evitar hacer comentarios sarcásticos sobre la habilidad culinaria de Gabriel. —Si esto fuera un concurso de cocina, estarías en la primera ronda de eliminación —dije, mientras él intentaba cortar cebol
Emma Uzcátegui.La celebración de Año Nuevo había sido mágica. Gabriel y yo habíamos reído, bailado y compartido momentos que atesoraríamos para siempre. La noche se había desvanecido entre bromas y juegos, nos habíamos tomados varias copas y finalmente, nos habíamos ido a acostar en la cama, dejándonos llevar por el cansancio, quedándonos dormidos en el sofá, envueltos en una manta. Al amanecer, el sol se filtraba a través de las cortinas, y el ambiente era tranquilo, hasta que unos fuertes golpes en la puerta rompieron el silencio, la persona que estaba allí parecía quería romper la puerta. El golpeteo es implacable, una sinfonía de madera que me sacó del sueño y me lleva directamente al desconcierto. —¿Quién toca de esa manera tan violenta? —preguntó Gabriel, despertándose de golpe y frotándose los ojos.Se levantó rápidamente y se puso una camisa, con movimientos bruscos mientras yo trataba de despejarme. La intranquilidad en su voz me hizo sentir un escalofrío. Algo no estaba
Emma Uzcátegui.Los ojos de Reina se entrecierran, afilados como puñales, y noto que la tensión aumenta. Es como ver un acto en la cuerda floja, en el que un paso en falso podría hacer que todo se viniera abajo. Los hombros de Gabriel están firmes, su postura es firme, pero incluso desde detrás de él, puedo ver el temblor de sus manos. Él la ama, que Dios le ayude, lo hace. Pero aquí está, enfrentándose a ella... por mí.—Gabriel, me estás echando por ella… no puedes defender... —La voz de Reina se interrumpe al contemplar la postura inflexible de su hijo, el desafío en su mirada que hace juego con el apretón de su mandíbula.—¿Defenderla? Sí, puedo hacerlo. Y lo haré, siempre porque es mi esposa, la mujer que amo —. Corta la indignación de Reina con una seguridad que roza la desesperación. Su lealtad hacia mí brilla, como un farol en la tensa oscuridad entre madre e hijo.Quiero tenderle la mano, tocarle la espalda, ofrecerle un apoyo silencioso, pero mis miembros se niegan a movers
Emma UzcáteguiLos días se arrastraban como si cada hora fuera un año, y mi mente no podía detenerse. Cada pequeño síntoma, cada cambio en mi cuerpo se sentía como una pista, una promesa o una advertencia. Las mañanas eran las peores. Abría los ojos con la sensación de un peso enorme aplastando mi pecho, una mezcla de esperanza y miedo que no me dejaba respirar con normalidad.Pasaba mucho tiempo tumbada en el sofá, mirando el techo o pasando los canales de televisión sin prestar atención a nada. Gabriel insistía en que debía descansar, en que no me estresara. ¿Cómo podía no hacerlo? Mi mente repetía en un bucle incesante la misma pregunta “¿Y si esta vez funciona? ¿Y si no?”La casa estaba silenciosa, demasiado silenciosa. Gabriel se esforzaba por estar conmigo, por distraerme, pero incluso sus esfuerzos eran como un eco en el vacío. Una y otra vez, intentaba convencerme de que todo estaría bien, que no importaba el resultado porque nos teníamos el uno al otro. Pero yo sabía que, en