Emma Uzcátegui.La luz del sol se filtraba a través de las cortinas, iluminando la habitación con un brillo suave y cálido. Me desperté con una mezcla de emoción y nerviosismo. Hoy era el día de nuestra primera cita con el nuevo médico, el Dr. Roldán. Gabriel y yo habíamos decidido que era hora de hacer un nuevo intento en nuestra búsqueda de ser padres, y la esperanza se sentía palpable en el aire.Mientras me preparaba, repasé mentalmente lo que quería decirle al doctor. Habíamos pasado por tantas experiencias, tantas pruebas y tratamientos que a veces me sentía como si estuviera en un laberinto sin salida. Pero esta vez, había algo diferente. Sentía que podíamos lograrlo, algo me decía que pronto seríamos padres. El apoyo inquebrantable de mi esposo me llenaba de valor.Cuando llegamos a la clínica, el ambiente era acogedor. Las paredes estaban decoradas con colores suaves y había plantas que daban vida al espacio. Nos recibieron con una sonrisa y nos hicieron pasar a una sala de
Emma Uzcátegui.El día siguiente amaneció con un cielo despejado, pero en el interior de mi casa, me sentía como si estuviera atrapada en una tormenta de emociones. Mientras hacía las maletas para el viaje de Año Nuevo a casa de la familia de Gabriel, mi mente se llenaba de pensamientos contradictorios. —¿Por qué siempre tengo que llevarme la presión de ser la nuera perfecta? —murmuré, mientras metía un suéter en la maleta—, aunque eso era imposible, yo era la menos querida, la repudiada por no darle un hijo a Gabriel, a la que molestaban y el blanco de todas sus ataques mal simulados. La idea de enfrentarme a la familia de mi esposo me llenaba de ansiedad, me estaba preparando mentalmente para sus indirectas.—Vale, Emma, tranquilízate —murmuro, doblando otro jersey con precisión militar. Es una habilidad nacida de demasiados años, intentando impresionar a la familia de Gabriel con mi destreza doméstica, o al menos con la ilusión de que lo era.Miro fijamente mi maleta medio llena,
Emma Uzcátegui.—Quiero que este Año Nuevo sea especial para nosotros, no para los demás. Con una sonrisa, comenzamos a preparar una celebración tranquila en nuestra casa.Tomé lápiz y papel y comencé a anotar todo lo que haríamos.—Las doce uvas —dije, una tradición que había aprendido de mi madre. —Recuerda que cada uva representa un deseo para el nuevo año. Si no las comes todas, ¡te quedas sin deseos! —bromeé, mientras Gabriel me miraba con una mezcla de admiración y diversión.—¿Y si me deseo un viaje a la luna? —preguntó él, riendo.—Solo si me llevas contigo —respondí, riendo también.Después de hacer la lista de lo que haríamos, salimos de compra para tener todo disponible, y apenas llegamos, comenzamos a cocinar juntos. La cocina se llenó de risas y un aroma delicioso. No pude evitar hacer comentarios sarcásticos sobre la habilidad culinaria de Gabriel. —Si esto fuera un concurso de cocina, estarías en la primera ronda de eliminación —dije, mientras él intentaba cortar cebol
Emma Uzcátegui.La celebración de Año Nuevo había sido mágica. Gabriel y yo habíamos reído, bailado y compartido momentos que atesoraríamos para siempre. La noche se había desvanecido entre bromas y juegos, nos habíamos tomados varias copas y finalmente, nos habíamos ido a acostar en la cama, dejándonos llevar por el cansancio, quedándonos dormidos en el sofá, envueltos en una manta. Al amanecer, el sol se filtraba a través de las cortinas, y el ambiente era tranquilo, hasta que unos fuertes golpes en la puerta rompieron el silencio, la persona que estaba allí parecía quería romper la puerta. El golpeteo es implacable, una sinfonía de madera que me sacó del sueño y me lleva directamente al desconcierto. —¿Quién toca de esa manera tan violenta? —preguntó Gabriel, despertándose de golpe y frotándose los ojos.Se levantó rápidamente y se puso una camisa, con movimientos bruscos mientras yo trataba de despejarme. La intranquilidad en su voz me hizo sentir un escalofrío. Algo no estaba
Emma Uzcátegui.Los ojos de Reina se entrecierran, afilados como puñales, y noto que la tensión aumenta. Es como ver un acto en la cuerda floja, en el que un paso en falso podría hacer que todo se viniera abajo. Los hombros de Gabriel están firmes, su postura es firme, pero incluso desde detrás de él, puedo ver el temblor de sus manos. Él la ama, que Dios le ayude, lo hace. Pero aquí está, enfrentándose a ella... por mí.—Gabriel, me estás echando por ella… no puedes defender... —La voz de Reina se interrumpe al contemplar la postura inflexible de su hijo, el desafío en su mirada que hace juego con el apretón de su mandíbula.—¿Defenderla? Sí, puedo hacerlo. Y lo haré, siempre porque es mi esposa, la mujer que amo —. Corta la indignación de Reina con una seguridad que roza la desesperación. Su lealtad hacia mí brilla, como un farol en la tensa oscuridad entre madre e hijo.Quiero tenderle la mano, tocarle la espalda, ofrecerle un apoyo silencioso, pero mis miembros se niegan a movers
Emma UzcáteguiLos días se arrastraban como si cada hora fuera un año, y mi mente no podía detenerse. Cada pequeño síntoma, cada cambio en mi cuerpo se sentía como una pista, una promesa o una advertencia. Las mañanas eran las peores. Abría los ojos con la sensación de un peso enorme aplastando mi pecho, una mezcla de esperanza y miedo que no me dejaba respirar con normalidad.Pasaba mucho tiempo tumbada en el sofá, mirando el techo o pasando los canales de televisión sin prestar atención a nada. Gabriel insistía en que debía descansar, en que no me estresara. ¿Cómo podía no hacerlo? Mi mente repetía en un bucle incesante la misma pregunta “¿Y si esta vez funciona? ¿Y si no?”La casa estaba silenciosa, demasiado silenciosa. Gabriel se esforzaba por estar conmigo, por distraerme, pero incluso sus esfuerzos eran como un eco en el vacío. Una y otra vez, intentaba convencerme de que todo estaría bien, que no importaba el resultado porque nos teníamos el uno al otro. Pero yo sabía que, en
Emma UzcáteguiSubimos al auto, mientras él conducía por las calles de la ciudad, la desolación se anidaba en mi pecho. Aprieto la frente contra el frío cristal de la ventanilla del coche y observo cómo el mundo se difumina en formas y colores indistintos.Es como uno de esos cuadros impresionistas, manchados y sentimentales, más o menos como me siento ahora mismo: manchada y demasiado emocional para ser cómoda. El sarcasmo que siempre me anima se está hundiendo rápidamente, sustituido por un dolor punzante en el pecho que no puedo quitarme de encima.«Podríamos haber estado felices de haber sido positivo», susurro en mi mente, a mi reflejo en el cristal. No a Gabriel, porque las palabras son demasiado frágiles y no estoy segura de querer que las oiga. Pero es verdad, ¿no? Podríamos haber sido nosotros riéndonos sin preocupaciones, nuestras manos entrelazadas despreocupadamente mientras paseábamos por algún bulevar, despreocupados por las grietas de nuestros cimientos.Suelto un suspi
Emma Uzcátegui.Pasaron un par de días como un borrón gris, con la monotonía como mi única compañía. Gabriel y yo habíamos coexistido en un silencio tenso, como si cualquier palabra pudiera ser el detonante de una explosión que ninguno de los dos quería provocar. Pero hoy era diferente. Hoy era el cumpleaños de Reina, la madre de Gabriel, la mujer cuya presencia siempre lograba desencadenar una tormenta en nuestras vidas.Gabriel se acercó a mí mientras tomaba un café. Su mirada era cautelosa, como si estuviera sopesando cada palabra antes de decirla.—Emma, es el cumpleaños de mi madre. Voy a pasar un par de horas allá. No quiero que sientas que debes ir. De verdad, puedo ir solo, sé que no la pasarías bien y, aunque yo también tendré que lidiar con los comentarios. Es mi madre, y no puedo evitar estar con ella aunque sea un momento este día.Le miré, evaluando su postura. Gabriel, el hombre que siempre intentaba protegerme, incluso de su propia familia. Pero esta vez, algo dentro d