Gabriel UzcáteguiLa vi alejarse, su figura perdiéndose en la oscuridad de la noche, y sentí que mi mundo se desmoronaba una vez más. Me quedé allí, inmóvil, con el corazón latiendo dolorosamente en mi pecho. Cada paso que Emma daba parecía llevarse un pedazo de mí.Pasaron los minutos, tal vez horas; no estaba seguro. El frío de la noche se coló en mis huesos, pero apenas lo noté. Mi mente no dejaba de repetir nuestra conversación, buscando desesperadamente una manera de arreglar las cosas.Finalmente, con un suspiro pesado, me obligué a moverme. Conduje sin rumbo por las calles de la ciudad, pasando por lugares que Emma y yo habíamos visitado en los últimos días. Cada rincón, cada esquina, me recordaba a ella y a la felicidad que habíamos compartido.Llegué a nuestro apartamento, pero las luces estaban a pagadas. Tomé el móvil donde tenía las cámaras de la casa y al revisarla, me di cuenta de que ella no había llegado, por lo que decidí no entrar. La idea de estar allí sin Emma era
Emma UzcáteguiFuera, el aire de la noche es fresco, me muerde las mejillas y me recuerda que estoy viva, aunque parezca que me estoy desmoronando. Me quedo ahí, con las llaves en la mano, mirando la puerta de lo que solía ser nuestro santuario. ¿Y ahora? Es como entrar en la boca del lobo, cada paso que doy puede provocar más inquietud.—Emma, entra. Habla con él —, me susurro, pero mis pies no se mueven.Es como si hubieran echado raíces en el hormigón, anclándome a este lugar donde el dolor y la ira se arremolinan en mi pecho como una especie de cóctel tóxico.—Maldita sea —, siseo en voz baja y saco el teléfono del bolsillo con dedos temblorosos. Pulso la marcación rápida de la única persona que me ha visto en mis mejores y peores momentos, con la esperanza de que conteste.—Hola, soy yo —, digo en cuanto oigo su voz, intentando tranquilizarme. —¿Puedo irme a tu casa? Es que necesito alejarme de aquí porque de lo contrario voy a enloquecer.“Ven, te espero”, me respondió mi amiga.
Emma UzcáteguiÉl me abraza, mientras comienza a llorar como un niño. Su llanto es desgarrador y me rompe el corazón. Lo sostengo con fuerza, sintiendo cómo su cuerpo tiembla contra el mío. En ese momento, el mundo exterior se desvanece, y solo existimos nosotros dos, atrapados en un torbellino de emociones.Él se apartó de mí ligeramente, su expresión era de vulnerabilidad.—Emma, te amo más de lo que puedo expresar con palabras —comienza tomando mis manos con fuerza. —Te amo por quién eres, por tu fortaleza, por la forma en que me haces querer ser un hombre mejor. Pero también sé que te he fallado, y no quiero seguir lastimándote.Niego suavemente con la cabeza, no puedo evitar el ligero temblor de mis labios.—Gabriel, no eres tú el que me ha fallado. Es nuestra situación, este peso que hemos llevado juntos, pero que nos ha aplastado. Yo también he cometido errores.Él respira hondo.—He estado pensando mucho, Emma, y he llegado a una decisión. Si seguir juntos significa no tener h
Emma Uzcátegui Veo como diversas emociones se dibujan en su rostro, pasa del desconcierto, a la duda, luego esperanza.—Está bien —dice por fin, la palabra cae entre nosotros como un guijarro que podría iniciar una avalancha de nuevas posibilidades. “Solo una vez más”, me repito como un mantra.Su aceptación me transmite una oleada de calidez, ahuyentando el frío de la incertidumbre que se había instalado en mis huesos. Y a pesar del miedo a otra decepción que acecha en las sombras, no puedo evitar sentir una oleada de amor por este hombre que está a mi lado, incluso cuando el suelo se siente inestable bajo nuestros pies.Empujo la silla hacia atrás, me levanto y acorto la distancia que nos separa, y lo abrazo.—Gabriel —, empiezo, con la voz lo más firme que puedo, —ya está. La ronda final. Le aprieto la mano, dejando que cada gramo de sinceridad que poseo se derrame en el gesto. El corazón me martillea en el pecho, pero le sostengo la mirada, deseando que comprenda la profundidad
Emma Uzcátegui.La luz del sol se filtraba a través de las cortinas, iluminando la habitación con un brillo suave y cálido. Me desperté con una mezcla de emoción y nerviosismo. Hoy era el día de nuestra primera cita con el nuevo médico, el Dr. Roldán. Gabriel y yo habíamos decidido que era hora de hacer un nuevo intento en nuestra búsqueda de ser padres, y la esperanza se sentía palpable en el aire.Mientras me preparaba, repasé mentalmente lo que quería decirle al doctor. Habíamos pasado por tantas experiencias, tantas pruebas y tratamientos que a veces me sentía como si estuviera en un laberinto sin salida. Pero esta vez, había algo diferente. Sentía que podíamos lograrlo, algo me decía que pronto seríamos padres. El apoyo inquebrantable de mi esposo me llenaba de valor.Cuando llegamos a la clínica, el ambiente era acogedor. Las paredes estaban decoradas con colores suaves y había plantas que daban vida al espacio. Nos recibieron con una sonrisa y nos hicieron pasar a una sala de
Emma Uzcátegui.El día siguiente amaneció con un cielo despejado, pero en el interior de mi casa, me sentía como si estuviera atrapada en una tormenta de emociones. Mientras hacía las maletas para el viaje de Año Nuevo a casa de la familia de Gabriel, mi mente se llenaba de pensamientos contradictorios. —¿Por qué siempre tengo que llevarme la presión de ser la nuera perfecta? —murmuré, mientras metía un suéter en la maleta—, aunque eso era imposible, yo era la menos querida, la repudiada por no darle un hijo a Gabriel, a la que molestaban y el blanco de todas sus ataques mal simulados. La idea de enfrentarme a la familia de mi esposo me llenaba de ansiedad, me estaba preparando mentalmente para sus indirectas.—Vale, Emma, tranquilízate —murmuro, doblando otro jersey con precisión militar. Es una habilidad nacida de demasiados años, intentando impresionar a la familia de Gabriel con mi destreza doméstica, o al menos con la ilusión de que lo era.Miro fijamente mi maleta medio llena,
Emma Uzcátegui.—Quiero que este Año Nuevo sea especial para nosotros, no para los demás. Con una sonrisa, comenzamos a preparar una celebración tranquila en nuestra casa.Tomé lápiz y papel y comencé a anotar todo lo que haríamos.—Las doce uvas —dije, una tradición que había aprendido de mi madre. —Recuerda que cada uva representa un deseo para el nuevo año. Si no las comes todas, ¡te quedas sin deseos! —bromeé, mientras Gabriel me miraba con una mezcla de admiración y diversión.—¿Y si me deseo un viaje a la luna? —preguntó él, riendo.—Solo si me llevas contigo —respondí, riendo también.Después de hacer la lista de lo que haríamos, salimos de compra para tener todo disponible, y apenas llegamos, comenzamos a cocinar juntos. La cocina se llenó de risas y un aroma delicioso. No pude evitar hacer comentarios sarcásticos sobre la habilidad culinaria de Gabriel. —Si esto fuera un concurso de cocina, estarías en la primera ronda de eliminación —dije, mientras él intentaba cortar cebol
Emma Uzcátegui.La celebración de Año Nuevo había sido mágica. Gabriel y yo habíamos reído, bailado y compartido momentos que atesoraríamos para siempre. La noche se había desvanecido entre bromas y juegos, nos habíamos tomados varias copas y finalmente, nos habíamos ido a acostar en la cama, dejándonos llevar por el cansancio, quedándonos dormidos en el sofá, envueltos en una manta. Al amanecer, el sol se filtraba a través de las cortinas, y el ambiente era tranquilo, hasta que unos fuertes golpes en la puerta rompieron el silencio, la persona que estaba allí parecía quería romper la puerta. El golpeteo es implacable, una sinfonía de madera que me sacó del sueño y me lleva directamente al desconcierto. —¿Quién toca de esa manera tan violenta? —preguntó Gabriel, despertándose de golpe y frotándose los ojos.Se levantó rápidamente y se puso una camisa, con movimientos bruscos mientras yo trataba de despejarme. La intranquilidad en su voz me hizo sentir un escalofrío. Algo no estaba