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Atardecía ya cuando Débora abrió los ojos, miró donde estaba y reconoció el cuarto de su esposo, notó un peso en el pecho, un brazo le rodeaba la cintura, se giró para ver a quien correspondía, y allí estaba él, dormido a su lado. Acarició su rostro, notó el raspar de la incipiente barba, que lo hacía tan varonil… ¡Dios como lo amaba! Pero no podían estar juntos se hacían tanto daño…, No entendía porque insistía en mantenerla a su lado. Subió la mano y le acarició el cabello que le caía sobre la frente. Ese gesto lo despertó y al verla sonrió. Que guapo era cuando sonreía, los ojos, esos ojos color miel ahora denotaban tanta ternura, como podían pasar tan rápidamente de la ternura al odio, apenas unas horas antes la estaban juzgando y acusando con dureza, y ahora la miraban con amor… Él le habló amorosamente interesándose por su estado. Respondió que un poco dolorida, pero creía que bien. No lo estaba tanto puesto que al querer levantarse se mareó, la ayudó a incorporarse, al
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