2- La venganza ha empezado

Alessandro

El frío de Milán penetra hasta los huesos, un reflejo perfecto del hielo que ha invadido mi corazón estos últimos cinco años. 

Mientras el auto avanza por el camino que me lleva a la mansión de los Fiore, ese monumento decadente a una familia llena de secretos y traiciones. 

Mi ira se aviva con cada metro recorrido; el rencor que me ha mantenido vivo desde aquel accidente vuelve a hacer acto de presencia. 

Mis pensamientos regresan al pasado, a aquella fatídica noche cuando el carro perdió el control. 

La imagen del auto volcando, los gritos de mi padre, y luego... nada. Oscuridad. 

Despertar en un hospital, mi cuerpo roto y mi alma aún más. 

La mansión Fiore se alza ante mí, una reliquia de tiempos mejores, tan desgastada por los años como mi paciencia.

Abro la puerta de la mansión sin esperar a que alguien me reciba. 

Mi presencia aquí ya es bastante incómoda para los Fiore. 

Emilia aparece en el vestíbulo, su sonrisa es una serpiente que se retuerce con falsa amabilidad. 

—Alessandro, qué gusto verte—, dice, aunque sus ojos delatan su incomodidad.

—Vamos a ahorrarnos las cordialidades—, replico, avanzando la silla de ruedas hacia el salón. —¿En dónde está? Digo al no ver a la niña en ningún lado.

—Está a punto de bajar, se está arreglando— dice y hace más grande su sonrisa de serpiente—No sabes cuánto me sorprendió tu llamada, no tenía idea que mi hermano había hecho este acuerdo, pero me alegra mucho finalmente unir las familias, sé que ellos apreciaban mucho a tus padres,

Tengo que armarme de todas mis fuerzas para no decirle todo lo que tengo atorado en la garganta ahora mismo, gracias a Dios, la aparición de alguien más me salva de tener que abrir la boca para responder.

Una figura menuda, aparece de pie junto a una ventana. 

Valeria. 

La niñata que Felipe Fiore me entregó en matrimonio hace años, como parte de un contrato que ella misma desconoce.

Mi mirada se clava en ella; sus ojos, abiertos de par en par, reflejan sorpresa y miedo. 

No recordaba que fuera tan hermosa. Sin embargo, antes solo era una chiquilla, pero cualquier atisbo de compasión se desvanece cuando recuerdo por qué estoy aquí.

—¿Quién es él?—, pregunta la niña, su voz apenas un susurro que me irrita de inmediato.

—Oh, querida, no seas maleducada con quién será tu esposo—, dice Emilia con satisfacción que me hace poner los ojos en blanco —Él es Alessandro Rossi, tu prometido.

Cansado de la situación, hago mover la silla mas cerca de ella. Mi mirada implacable mientras hablo.

—He venido a reclamar lo que es mío—, declaro, y veo como sus ojos se hacen aún más grandes.

—¿De qué está hablando?— dice viendo a su tía, pobre ilusa. —Soy mayor de edad, no puedes obligarme a casarme.

Emilia sonríe, levantando el contrato que yo le he enviado hace unos días. 

—La edad no importa aquí. Esto es un acuerdo que tu padre hizo con la familia Rossi. Al cumplir 21, te casarías con Alessandro. Y ese día ha llegado. Ahora, eres suya.

—Valeria—, digo entonces, mi voz cortante como el acero. —Hoy vienes conmigo”.

Ella parpadea, incrédula. 

—Yo… yo no sabía nada de esto. 

Sonrío, un gesto cruel y distante. 

—Bueno, esto se lo debes a  tu familia que te vendió, así de simple. Ahora eres mía, tal como se pactó”.

La incredulidad se transforma en indignación, y ella abre la boca para replicar, pero la corto con un gesto. 

—No hay discusión. Esto es lo que tu padre decidió. Tienes veinte minutos para prepararte”.

El viaje a mi mansión transcurre en un silencio tenso. 

Valeria se sienta a mi lado, su vestido de marca habla de una vida de privilegios y confort que no ha conocido el sufrimiento. 

Miro de reojo, y lo que veo no es más que una niña mimada, un juguete de las circunstancias. 

El odio se arremolina dentro de mí, un fuego que no puedo apagar. 

Pienso en usar todo eso en su contra; hacerle la vida miserable será mi venganza por lo que su familia me hizo.

Cuando llegamos, observo cómo sus ojos se agrandan al contemplar la magnificencia de mi hogar. 

El asombro en su rostro me irrita. 

—No pienses que esto es tuyo—, le espeto antes de que pueda decir algo. —Eres solo un adorno que debo tener a mi lado. Tus días de no hacer nada han terminado.

Valeria me mira con una mezcla de desafío y miedo, pero sus labios permanecen sellados. 

Eso está bien. Pronto aprenderá que no tiene voz en esta relación.

—Rosa—, llamo en cuanto entramos, mi voz resonando por el vestíbulo. 

La ama de llaves aparece rápidamente, su mirada preocupada se centra en mí. 

—Lleva a la chica a su habitación—, ordeno. —Y prepara una lista de deberes. A partir de mañana, ella debe atenderme en todo.

—Sí, señor—, responde Rosa, tomando a Valeria del brazo suavemente. 

Valeria me lanza una última mirada antes de seguirla, una mezcla de desafío y súplica que ignoro.

Me retiro a mi habitación tomando el ascensor que instalé cuándo quedé lisiado y al llegar a mi piso entro cerrando la puerta detrás de mí. 

Con un suspiro, dejo caer la fachada y me levanto de la m4ldita silla. 

Cada paso es un recordatorio de mi mentira, de la farsa que he mantenido durante dos años cuando recuperé la movilidad. 

Pero esta es una mentira necesaria. 

Ser un lisiado me ha permitido moverme entre las sombras, reunir información sin levantar sospechas.

Camino hacia la ventana, mi mirada perdida en el paisaje helado. Mis dedos tocan la fotografía de mis padres que siempre llevo conmigo. 

Sus sonrisas congeladas en el tiempo son un recordatorio del amor que perdí. 

—La venganza ha empezado—, murmuro, mi voz apenas un susurro en la habitación vacía.—Haré que pague lo que su familia hizo.

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