Valeria
La mañana se cierne sobre mí con una frialdad implacable. Apenas un débil resplandor atraviesa las cortinas, y Rosa ya está en mi puerta.
Me entrega una hoja de papel con una mirada de compasión que apenas puedo soportar.
—Tienes que comenzar a atender al señor”, dice, su voz baja, como si compartiera un secreto incómodo.
Siento una punzada de ansiedad mientras leo la lista de tareas.
Es interminable, un desfile de quehaceres que parece burlarse de mi resistencia.
Desde preparar un desayuno digno de un banquete hasta asegurarme de que cada rincón de esta enorme casa esté impecable.
Mis ojos recorren la hoja, deteniéndose en cada tarea absurda: limpiar los ventanales que se elevan como gigantes de cristal, planchar la interminable colección de camisas de Alessandro, pulir la plata, ordenar la biblioteca, organizar los papeles en su oficina... La lista continúa sin piedad.
El día anterior no había cenado y, con el estómago vacío desde hace más tiempo del que puedo recordar, siento el hambre como una presencia constante y dolorosa en mi abdomen. Intento ignorarla mientras me pongo en marcha, consciente de que no sé si tengo permitido siquiera tocar la comida de esta casa.
Empiezo en la cocina, donde los ingredientes para el desayuno me rodean como una promesa de alivio.
Los huevos, el tocino, las frutas frescas… todo está al alcance de mi mano, pero me contengo, mordiéndome el labio ante la idea de robar un bocado.
La cocina se llena del aroma de la comida que no puedo probar, y siento una desesperación silenciosa hundiéndose más en mi pecho.
Mis movimientos son automáticos mientras preparo el desayuno, cada paso un esfuerzo por ignorar el vacío en mi estómago.
En mi mente, trato de convencerme de que, tal vez, después de que él haya comido, podría permitirme una porción de lo que sobre.
Corro de la cocina al comedor, luego a la lavandería y de regreso.
Mi cuerpo se mueve por la mansión como un autómata, una máquina impulsada por la necesidad de cumplir con todas las tareas antes de que Alessandro despierte.
Finalmente, el desayuno está dispuesto con una precisión casi reverencial sobre la mesa. Salgo apresurada a cumplir con las demás tareas, planchando con cuidado el traje de Alessandro, asegurándome de que las líneas sean perfectas, que no haya una sola arruga que pudiera enfadarlo.
El vapor de la plancha se alza como una nube caliente, envolviéndome mientras mi mente lucha por mantenerse enfocada.
Para cuando Alessandro aparece en la puerta del comedor, ya he cumplido la mayoría de las tareas.
Mi cuerpo está al borde del colapso, y el deseo de sentarme y cerrar los ojos, aunque solo sea por un momento, es casi abrumador.
—El desayuno está listo—, digo, mi voz débil, apenas más que un susurro.
Alessandro me mira con un desdén que casi parece tangible. Sus ojos recorren la mesa con indiferencia antes de posarse en mí.
—No tengo tiempo para comer, —declara, su voz cortante mientras toma su maletín y se dirige a la puerta sin más.
Las palabras me golpean como una bofetada, y un desánimo profundo se asienta en mi pecho. Lo veo salir, dejando la mansión en un silencio opresivo.
Me dejo caer en una de las sillas del comedor, el hambre ahora secundario a la sensación de derrota.
La lista de tareas aún en mi mano se arruga bajo la presión de mis dedos.
Con un esfuerzo consciente, me levanto de nuevo, decidida a no dejar que la desesperación me venza.
Camino por la casa cumpliendo el resto de las tareas con la determinación de alguien que no tiene otra opción.
El tiempo avanza implacablemente, y el hambre sigue su mordida incesante.
Mi energía flaquea, pero no me detengo.
Pulir la plata y limpiar los ventanales me lleva a los límites de mi resistencia.
Los ventanales se alzan como gigantes sobre mí, y el reflejo de de mi rostro cansado en el cristal me recuerda lo sola que estoy en esta tarea monumental.
Llega la hora del almuerzo, y apenas he avanzado en la interminable lista.
Rosa aparece a mi lado con una expresión de preocupación que se refleja en sus ojos.
—Valeria, ya basta. Ven, es hora de almorzar—, dice, con una firmeza suave en su voz.
—Pero aún no he terminado—, respondo, mi voz cargada de agotamiento.
Me siento atrapada entre el deber y la necesidad, sin saber cuál pesa más.
Rosa me observa con compasión y un dejo de autoridad.
—No diré nada. Debes comer algo. Vamos, no puedes seguir así.
Su amabilidad inesperada deshace la resistencia que he construido alrededor de mí misma. Asiento lentamente, mis hombros cayendo en una rendición silenciosa, y la sigo hasta la cocina.
Allí, la comida espera como un oasis en el desierto.
Me siento, y Rosa me sirve un plato generoso de pasta con salsa.
Apenas el tenedor toca mis labios, el hambre se apodera de mí con una ferocidad que me sorprende.
Devoro la comida, consciente de la mirada de Rosa que me observa con una mezcla de sorpresa y curiosidad.
Cuando termino, la satisfacción momentánea del alimento me invade. Es un consuelo efímero, pero necesario. Rosa sonríe levemente y dice:
—Puedes ir a cambiarte. Ya ha sido suficiente por hoy.
Asiento, agradecida, y me retiro a mi cuarto para cambiarme. Ese mismo que está mucho mejor que dónde mi tapia me hacía dormir.
Sin embargo, la paz y la tranquilidad no me duran demasiado, pues nada más sentarme en la cama, dos toques se escuchan en la puerta.
—Adelante—digo al tiempo que me pongo de pie.
Cuando la puerta se abre me topo de frente a una de las doncellas de la casa, la chica me da una mirada desdeñosa antes de cruzarse de brazos.
—Ha faltado que limpies el estudio del señor. No es tiempo de holgazanear.
Sus palabras hacen que de inmediato frunza el ceño, pues estoy segura de haber cumplido con todo lo que decía la lista y el estudio no estaba entre las tareas.
—En la lista no decía nada sobre organizar su estudio— le contesto y la chica pone los ojos en blanco antes de encogerse de hombros.
Me queda claro que nadie en esta mansión me ve como la futura esposa de Alessandro Rossi. Para todos no soy mas que una molestia y tal como me pasa con mi tía, no sé que pude haber hecho para que este hombre me odie.
Tal vez simplemente se trata de mí… No soy suficiente para ser querida. Y ese mismo pensamiento es el que me hace decir:
—Tal vez no leí bien, ya mismo voy a limpiarlo.
Sin dejar tiempo a la duda me encamino a la planta superior, solo que yo si tomo las escaleras en lugar del ascensor que Alessandro usa por su condición.
La puerta de la habitación está entreabierta, cuando llego y tomando un respiro entro en silencio, mis ojos explorando el desorden que reina en el interior.
Papeles esparcidos por todas partes, ropa tirada en el suelo… Un caos que me sorprende, considerando lo impecable que es todo lo demás en la casa.
Decido, en un impulso, que le daré una sorpresa, dejaré todo impecable, tal vez con eso me gane algo de su favor.
Comienzo a organizar el espacio, recogiendo los papeles con cuidado, doblando la ropa con precisión.
Dos horas después, la habitación brilla con un nuevo orden. Me siento extrañamente satisfecha con mi trabajo, aunque sé que debería salir antes de que alguien me descubra.
Pero justo cuando me dirijo hacia la puerta, esta se abre de golpe, revelando a Alessandro en su silla de ruedas.
Su rostro se transforma instantáneamente en una mueca de odio.
—¡¿Qué demonios haces en mi habitación?!—, grita, su voz resonando con furia.
El día comienza con una sensación de irritación que se arrastra desde el momento en que abro los ojos. La luz del sol se filtra por las cortinas pesadas de mi habitación, y el recuerdo de la presencia de Valeria Fiore en mi casa me consume de ira. Todo en mí se tensa al pensar en la mocosa que he tenido que aceptar en mi vida. Aunque nuestra relación está anclada en el deber y en un deseo de venganza, la idea de su mera existencia bajo el mismo techo es suficiente para ponerme de mal humor.Sin embargo, solo imaginar la satisfacción que voy a sentir al cobrar mi venganza día tras día me ayuda a aliviar el malestar.Mientras salgo de la casa dando un portazo detrás de mí, no puedo evitar evocar el momento en que ella me dijo, casi tímidamente, que había preparado el desayuno. ¿De verdad pensaba que yo, Alessandro Rossi, iba a sentarme a comer con ella? La única razón por el cuál agregué el desayuno en la lista de deberes es para recalcar cuál va a ser su lugar en mi casa. Quiero qu
ValeriaLa vergüenza y la humillación se han entrelazado dentro de mí, al tiempo que el miedo no me ha abandonado desde que entré en mi habitación corriendo.Él dijo que me castigaría.Las palabras se repiten en mi mente una y otra vez y puedo sentir como mis ojos se llenan de lágrimas al pensar en todas las veces que mi tía que dijo esas mismas palabras y todo lo que me hacía, todo lo que ellos me hacían.Un toque en la puerta hace que todo mi cuerpo se tense y me acurruco mucho más bajo las sábanas. No sé qué hora es exactamente pero puedo notar que ha oscurecido. El sonido llega a mi oído nuevamente y en el instante en que la puerta se abre cierro los ojos y hago mi mejor esfuerzo por aparentar que estoy dormida.Cuando escucho pasos entrando, me doy cuenta que no puede ser Alessandro, sin embargo no abro los ojos.—Niña tonta, ¿Por qué entraste a su habitación?—La voz de Rosa es baja y casi pesarosa, pero no me fío, así que sigo con los ojos firmemente cerrados.La mujer deja salir
AlessandroCastigo. Una palabra que ha estado rondando en mi cabeza en los últimos cinco años cada vez que pensaba en la niñata. Ella debía recibir un castigo y lo hará, por supuesto que sí. Mis ojos van a la pequeña figura temblando enfrente mío y nuevamente me obligo a no dejarme engañar por su apariencia débil e inocente. Ella tuvo el descaro de invitar gente a mi casa. De decir que se encuentra aburrida. Al parecer las listas de deberes que le dejo cada día no son suficientemente entretenidas.Pero ya me encargaré de solucionarlo. Lo primero es hacerle ver que su máscara de miedo e inocencia no va a servir conmigo.Son solo apariencias, no es inocente, por supuesto que no lo es. Su familia está podrida y manchada de sangre de inocentes, de la sangre de mi padre. De la mía.—P-Por favor….—me dice y veo como dos lagrimones se resbalan por su piel palida como la porcelana.—No intentes usar tu mascara de niña buena conmigo, te aseguro que no va a funcionar—le digo entonces muevo la
ValeriaEncerrada. Estoy encerrada.Encerrada. Encerrada. Encerrada.Puedo sentir como el aire se va haciendo cada vez más espeso y respirar se vuelve muy difícil, aunque sé que todo está en mi mente, es algo que no puedo controlar.Los recuerdos comienzan a arrastrarme poco a poco y el pánico se arraiga dentro de mi, helandome los huesos y haciendo que mi cuerpo tiemble sin control.Las paredes de la pequeña habitación se cierran sobre mí, y el aire se vuelve denso, sofocante. Cada vez que intento respirar, el oxígeno se siente pesado, como si no llegara a mis pulmones. Mi corazón late con fuerza en mi pecho, un tamborileo frenético que me recuerda al sonido de los autos chocando, del metal retorciéndose.Estoy encerrada de nuevo.Cierro los ojos y me obligo a no llorar. Pero cuando lo hago, la oscuridad me arrastra de vuelta al pasado, a ese momento que desearía poder olvidar. La lluvia golpea con fuerza los cristales del auto, y el olor a gasolina invade mis sentidos.No puedo mover
AlessandroDos días, ese es el tiempo que llevo en la mansión familiar, pues por petición de mi abuelo todos debimos quedarnos para pasar “Un fin de semana en familia” Lo que se traduce en que ha sido una completa tortura.Ya he llamado a Lorenzo, mi chofer, para que tenga el auto listo. No pienso quedarme un segundo más de lo necesario en este lugar. Mucho menos ahora que la búsqueda de la presidencia en la empresa familiar se ha convertido en un circo completo.No dudo que Lucas ya se sienta ganador pues según él ¿Quién querría casarse y tener hijos con un liciado? Lo que él no sabe es que la prometida ya la tengo, ahora solo debo acelerar los planes.—Alessandro—la voz de mi abuelo me hace girar el rostro hacia dónde él viene caminando con el tanque de oxígeno a su lado.—¡Abuelo! ¿Qué haces de pie? Sabes que tienes que guardar reposo.El viejo pone los ojos en blanco y mueve una mano desdeñosa en mi dirección, como si mis preocupaciones no fueran nada. Cómo si el no acabara de leer
AlessandroEl camino hasta la casa lo siento eterno, tuve que excusarme con el abuelo, lo único bueno es que esto me sirve para aplazar la bendita cena.Sin embargo, mi cabeza no deja de dar vueltas a la llamada de Matteo. ¿Qué demonios es lo que pasó? La mocosa estaba bien cuándo me fui. Entonces la rabia se enciende como siempre que pienso en ella y su cara de fingida inocencia. Seguramente hizo un show fingiendo que estar enferma y Rosa y Matteo cayeron en sus mentiras.No puedo creer que una mujer adulta y un hombre de negocios se hayan dejado manipular por una chiquilla de veinte años.Finalmente la entrada a la mansión aparece iluminada enfrente mío y efectivamente noto el auto de Matteo y el del doctor Leonardo parqueados en la entrada, lo que hace que mi humor se oscurezca mucho más.Esa niña no sabe lo mucho que le voy a hacer pagar el m4ldito circo que ha montado. Ahora, más que nunca, odio estar fingiendo no poder caminar, porque quiero correr hasta dentro de la casa y en
ValeriaLo he arruinado. Nadie tiene que decirmelo para ser consciente de ello. Pude ver la rabia brillando en los ojos de Alessandro y ese simple recuerdo me hace temblar. Odio mi condición, la claustrofobia es mi mayor enemiga y cada vez que tengo un ataque, es como si me convirtiera nuevamente en esa niña de 15 años que se quedó encerrada en el auto viendo morir a sus padres.Por eso en estos dos días simplemente no pude soportarlo…Cada día que pasa me sigo preguntando qué fue lo que pude hacer para que este hombre me odie tanto, cómo pude pensar en algún momento que sería mi salvación de las garras de mi tía. Parece que únicamente pasé de un verdugo a otro, pues por miui atractivo que sea este hombre no deja ser cruel.La espera se me hace eterna dentro de la habitación y me siento tentada a salir y tratar de escuchar algo, pero eso podría acarrear un nuevo castigo. Si mi tía supiera lo que hago no dudaría en castigarme… Niego con la cabeza y trato de recordarme que ella ya no
AlessandroLas cosas acaban de dar un giro que sinceramente no esperaba.Para empezar, en mis planes no estaba casarme verdaderamente con la mocosa, pensaba utilizar el contrato que hubo entre nuestros padres que acredita la unión y así tenerla a mi merced cuánto tiempo quisiera.Sin embargo, el testamento en vida de mi abuelo me obliga a modificar mis planes y temo que voy a tener que casarme con la Fiore, al menos hasta que mi abuelo me declare como ganador de la presidencia, ya después veré qué hago con ella, al menos así va a servir para algo.Y aunque tengo todo claro y sé que es exactamente lo que tengo que hacer, soy un hombre al que no le gustan las sorpresas, por eso todo este tema de la condición de salud de la mocosa me tiene enojado.Para empezar no sabía de su m4ldita claustrofobia y para terminar ¿Cómo demonios iba a saber que tenía anemia? Ella es una irresponsable, al menos pudo haber advertido de lo que tenía.Un gruñido sale de mí pues siento que me estoy perdiendo mu