4- Infierno personal

El día comienza con una sensación de irritación que se arrastra desde el momento en que abro los ojos. 

La luz del sol se filtra por las cortinas pesadas de mi habitación, y el recuerdo de la presencia de Valeria Fiore en mi casa me consume de ira. 

Todo en mí se tensa al pensar en la mocosa que he tenido que aceptar en mi vida. Aunque nuestra relación está anclada en el deber y en un deseo de venganza, la idea de su mera existencia bajo el mismo techo es suficiente para ponerme de mal humor.

Sin embargo, solo imaginar la satisfacción que voy a sentir al cobrar mi venganza día tras día me ayuda a aliviar el malestar.

Mientras salgo de la casa dando un portazo detrás de mí, no puedo evitar evocar el momento en que ella me dijo, casi tímidamente, que había preparado el desayuno. 

¿De verdad pensaba que yo, Alessandro Rossi, iba a sentarme a comer con ella? 

La única razón por el cuál agregué el desayuno en la lista de deberes es para recalcar cuál va a ser su lugar en mi casa. Quiero que cada día que pase se de cuenta que los privilegios que pudo haber tenido con su tía y sus padres se han acabado.

Sin embargo, la mente me traiciona y nuevamente tra e a mi la imagen de ella pareciendo un ratón asustado mientras me invitaba a ir a desayunar.

¿Qué pretende con eso? ¿Agradarme? 

Como si eso fuera a cambiar algo.

Mientras atravieso la ciudad en el auto, mi mal humor se va acumulando, casi como una tormenta que amenaza con desatar. 

En la oficina, cada persona que se cruza en mi camino recibe un fragmento de mi enfado y por poco arroyo a más de un indiscreto con la silla de ruedas.

Algunos empleados parecen querer hacerse invisibles, otros simplemente se apartan sin atreverse a mirarme.

Mi mejor amigo, Matteo, me observa desde su escritorio cuando entro en mi oficina. 

Su expresión es de curiosidad mezclada con paciencia. Se levanta y me sigue hasta dentro.

—¿Qué pasa contigo hoy?— me dice, cerrando la puerta detrás de él.

Cómo respuesta solo dejo salir un bufido antes de sentarme en mi silla y empezar a revisar todos los pendientes. Lo cierto es que ni yo mismo se bien de donde viene todo el mal genio.

—Oh, ahora vas a ignorarme—dice—Su tono es juguetón, y levanta una ceja, como siempre lo hace cuando intenta que me relaje. —Pensé que estarías de mejor humor ahora que tienes en tus garras a la chica Fiore de la que estás tan obsesionado.

—¡No estoy obsesionado!—, replico con más vehemencia de la que pretendía, golpeando mi escritorio con la mano. —Esto se llama venganza, Matteo. Por culpa de su familia, yo perdí a mis padres y quedé lisiado.

Matteo suspira y sacude la cabeza. Siempre ha sido la voz de la razón, aunque yo no siempre quiera escucharla.  En especial cuándo se trata de mi venganza, llevo cinco años esperando para poder llevarla a cabo y en todo ese tiempo Matteo siempre trato de persuadirme.

Nunca pudo.

—La venganza no va a traerlos de vuelta, Alessandro. Y la chica… Valeria no tiene culpa de nada. Ella también perdió a sus padres. 

Sus palabras hacen que termine de explotar por completo. No pienso compadecerme de esa niña mimada.

—¡Ellos lo merecían!,— espeto, mis palabras afiladas como dagas. —Querían matarme a mí y a mis padres. Lo que les pasó fue el karma y a ella por haber sobrevivido le ha tocado pagar los errores de sus progenitores.

Matteo me observa, sus ojos buscando alguna chispa de la persona que solía ser antes de que todo esto sucediera. Pero yo ya no soy ese hombre, y lo sabe. 

—Es solo una chiquilla, era una niña cuándo pasó Alessandro. ´¿No puedes verlo?

—Ahora ya no es una niña, por eso espere a que el tiempo pasara y además no me he inventado lo del contrato, su padre me la puso en bandeja de plata.—le digo tratando de defender mi postura, pero él solo me mira.

Intento seguir trabajando, pero aunque no piense admitirlo, su silencio me molesta más que cualquier argumento. Me doy vuelta en la silla, dejando que el peso de su desaprobación se asiente sobre mí.

Durante el resto de la mañana, trato de concentrarme en el trabajo, pero mi mente regresa una y otra vez a Valeria.

La imagen de su rostro, sus ojos grandes y sorprendidos al ver la casa, su voz temblorosa cuando intenta explicarse, todo se mezcla con mis pensamientos de venganza. Ella parece tan inocente, tan mimada, y no puedo evitar sentir una satisfacción oscura al imaginarme enseñándole lo que significa empezar desde abajo.

Poco después del mediodía, justo cuándo estoy pensando en hacer una pausa para ir a tomar algo, una alarma parpadea en mi computadora. Los sensores de movimiento de mi habitación se han activado. 

Abro el video de la cámara de vigilancia y ahí está ella, revolviendo entre mis cosas, seguramente buscando cualquier cosa para usarla en mi contra. La furia se enciende de nuevo, un fuego que arde con más fuerza que antes. No puedo tolerar su invasión.

Vas a llevarte tu primer castigo, niña mimada.

Sin pensarlo dos veces, muevo mi silla de ruedas y salgo de la oficina  como un rayo.

—Alessandro, venía a traerte….—La voz de Matteo se pierde mientras sigo de largo.

—Mañana, ahora tengo que ajustar una situación—le digo sin voltearme, antes de subir al ascensor que me llevara al parqueadero.

Cuando los guardaespaldas me ven les doy la orden de ir a la mansión y asi lo hacen, mi determinación creciendo con cada segundo. Cuando llego me dirijo directo a la pared lateral de la mansión y tomo el ascensor privado que me lleva directamente a mi habitación, y al entrar, me encuentro a Valeria con las manos en la masa.

Ella al sentir que se abre la puerta se gira hacia mí, sorprendida. Su cara de niña inocente asustada solo me cabrea más, por lo que termino explotando.

—¿¡Qué demonios haces en mi habitación!?— grito, mi voz resonando con una autoridad que ni siquiera reconozco.

—Yo… yo solo estaba limpiando un poco, yo…

—¿¡ACASO TE DI PERMISO DE ENTRAR!? En mi casa quién no obedece es castigado.

Ella se asusta, probablemente por haber sido descubierta, entonces muevo la silla hacia ella para hacerla salir de la habitación, y eso solo hace que un jadeo aterrado se le escape y la veo negar repetidamente con la cabeza y levantar ambas manos  para cubrirse el rostro mentiras retrocede.

Por un instante el gesto me deja confundido, pero antes de que pueda procesar algo sus pies se enredan. Antes de que pueda detenerla, cae hacia adelante, aterrizando justo sobre mí. 

El impacto es inesperado y, por un momento la cercanía me desconcierta. Sus mejillas están sonrojadas, y sus ojos están derramando lágrimas silenciosas mientras que su cuerpo entero tiembla.

Ni siquiera le he ecchi algo y ya parece que está aterrada, pienso y no evitar pensar en lo ridícula que es.

—Lo siento—, murmura, su voz temblando, y es entonces cuando me doy cuenta de que la he dejado demasiado cerca. 

Sin pensarlo dos veces la empujo lejos de mí, con una brusquedad que la hace caer al suelo.

—Nunca vuelvas a poner un pie en mi habitación—, le digo, con la frialdad que espero mantenga mi resolución intacta.

Ella asiente, sus ojos llenos de un dolor que casi me hace dudar. Pero no puedo permitirme el lujo de flaquear ahora. No cuando estoy tan cerca de cumplir con mi venganza. Mientras se levanta y sale de la habitación, sé que este es solo el comienzo de lo que planeo hacer. 

Y por mucho que ella pueda parecer una víctima, en mi mente sigue siendo el símbolo de todo lo que he perdido.

—Tú infierno personal apenas está por llegar.

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