—Descansan ustedes también en paz, queridos Sres. Fiore...
El viento sopla con fuerza entre los árboles, susurrando palabras de despedida mientras las nubes grises se amontonan sobre el cementerio. Valeria Fiore, de apenas quince años, se aferra al último recuerdo tangible de sus padres: dos lápidas recién colocadas frente a ella. Las lágrimas resbalan por sus mejillas mientras susurra una oración desesperada para que vuelvan. A su lado, su tía Emilia observa con impaciencia, un brillo de triunfo en sus ojos oscuros. —Vamos, Valeria—, dice con un tono severo, tirando suavemente de su brazo. —Esto no va a durar para siempre. Ahora tú vienes conmigo. Las cosas serán diferentes a partir de ahora, y tendrás que ganarte tu lugar en mi casa. Valeria asiente con la cabeza, incapaz de encontrar su voz, y se deja arrastrar hacia un futuro incierto, mientras la fría tierra parece querer tragarse su última pizca de esperanza. Cinco años despuésVALERIA
Hoy la nieve cae sin piedad como cada 7 de diciembre en Milán, cubriendo el mundo en un manto blanco y helado. Mis manos están enrojecidas por el frío mientras termino de fregar los platos de la mañana. Cada movimiento es mecánico, una coreografía de servidumbre que he memorizado a la perfección en estos cinco años. El sonido de los cubiertos resonando en el comedor me recuerda que la familia está disfrutando del desayuno, ese que yo misma hice, y que al mismo tiempo no puedo comer, pues es un lujo que rara vez se me concede, lo que hace que mi salud y alimentación no sean las mejores. Mis dedos se resbalan, y un plato cae al suelo, rompiéndose en mil pedazos. Maldigo internamente y me agacho rápidamente para recoger los fragmentos, tratando de ignorar el dolor que atraviesa mis rodillas en el suelo de mármol frío. De pronto, la presencia de mi tía Emilia llena la cocina como una sombra ominosa y siento como todo mi cuerpo tiembla y se estremece. Sus ojos son dos carbones encendidos, y su boca se curva en una mueca de desaprobación. —¿Otra vez rompiendo cosas, Valeria? Eres absolutamente inútil—, me espeta, su voz gotea veneno. —Lo siento, tía. Fue un accidente—, murmuro, manteniendo la vista baja mientras recojo los pedazos. —Accidente tras accidente, ese es el lema de tu vida al parecer.—sus palabras son dolorosas porque se que se refiere a la muerte de mis padres— No sé por qué me molesto en mantenerte aquí si no sirves para nada—, continúa, sus palabras son puñales que se clavan en mi autoestima ya herida. Me levanto lentamente, dejando los fragmentos sobre la encimera, una sensación de malestar me llena por dentro, al tiempo que el nudo me cierra la garganta. —Hago todo lo que puedo—, intento defenderme, pero el temblor en mi voz traiciona mi seguridad.—He terminado con los deberes de la casa. Ella se cruza de brazos, evaluándome con una mirada que me hace sentir aún más pequeña. —¿De verdad? Porque desde aquí veo polvo en las estanterías y las ventanas sin limpiar. Eres tan lenta que me hace preguntarme si de verdad lo intentas". —Tía, limpié todo esta mañana, lo juro—, insisto, mi voz se eleva un poco más de lo que debería. No puedo evitarlo; hay una parte de mí que aún se resiste a ser tratada como una sirvienta. Ella da un paso hacia mí, la tensión en la cocina es palpable. —No me levantes la voz, niña—,advierte, su tono es un fuego lento y amenazador. —Eres una desagradecida. Desde que tus padres murieron, te he dado un techo y comida. Lo mínimo que puedes hacer es mostrar algo de respeto. —Respeto es lo que intento mostrar, pero... no soy una sirvienta, tía. Soy tu sobrina—, digo, mi corazón late con fuerza. Hay un borde de desesperación en mi tono, un ruego silencioso de que me vea como algo más que una carga. El silencio que sigue es ensordecedor. Su mano vuela antes de que pueda prepararme, el golpe es rápido y despiadado, un destello de dolor que me hace tambalearme. La bofetada resuena en el aire, caliente y ardiente contra mi mejilla. Mis ojos se llenan de lágrimas, pero me niego a dejarlas caer. No le daré el gusto. —¡No me mientas! se que no has limpiado—, exclama, y yo bajo la mirada, tragándome la indignación que burbujea en mi pecho como lava. Con manos temblorosas, vuelvo a limpiar lo que ya está impecable, cada fibra de mi ser luchando contra la humillación. Cuando termino, me retiro a mi pequeño cuarto. Es un espacio frío y sin alma, pero es lo único que tengo. Mi prima, Clara, se asoma por la puerta, su sonrisa es una daga afilada. —No sé por qué se molesta en conservarte, Valeria. Tal vez debería apurarse a casarte antes de que te vuelvas más... olvidable. Sus palabras me perforan, pero las ignoro. He aperendido por las malas que contestarle solo hará de mi vida aún más miserable. Me enfoco en la bola de cristal que mi madre me dejó. Dentro, una familia de tres se abraza bajo un cielo estrellado. Mis dedos trazan los contornos desgastados del vidrio, y una tristeza insondable se cierne sobre mí. —Mamá, papá, hoy cumplo 20 años. Los extraño tanto...—, susurro, mi voz se quiebra. De repente, la puerta se abre de golpe. Emilia entra, sus ojos brillan con una determinación implacable. —Basta de lloriqueos—, dice, tomando la bola de cristal de mis manos y dejándola caer al suelo. El sonido del vidrio rompiéndose me hace estremecer, un eco de todas las promesas rotas. —Vístete. Tienes una cita con tu prometido. Las palabras caen como piedras en un lago tranquilo, rompiendo la superficie de mi realidad. ¡¿Un prometido?! La revelación es un golpe al estómago, y mi mente se tambalea. —¿Prometido? ¿De qué estás hablando?—, pregunto, mi voz apenas un hilo. Emilia me ignora y me obliga a vestirme con un vestido que obviamente no es mío, pues para empezar es nuevo y de marca y a mi solo me dan ropa de segunda en mal estado. Mis manos tiemblan mientras cierro los botones, el temor y la incertidumbre se enroscan en mi pecho. Cuando el reloj marca las siete, el timbre suena. Clara aparece en mi cuarto con una sonrisa malévola. —Tu sorpresa ha llegado.AlessandroEl frío de Milán penetra hasta los huesos, un reflejo perfecto del hielo que ha invadido mi corazón estos últimos cinco años. Mientras el auto avanza por el camino que me lleva a la mansión de los Fiore, ese monumento decadente a una familia llena de secretos y traiciones. Mi ira se aviva con cada metro recorrido; el rencor que me ha mantenido vivo desde aquel accidente vuelve a hacer acto de presencia. Mis pensamientos regresan al pasado, a aquella fatídica noche cuando el carro perdió el control. La imagen del auto volcando, los gritos de mi padre, y luego... nada. Oscuridad. Despertar en un hospital, mi cuerpo roto y mi alma aún más. La mansión Fiore se alza ante mí, una reliquia de tiempos mejores, tan desgastada por los años como mi paciencia.Abro la puerta de la mansión sin esperar a que alguien me reciba. Mi presencia aquí ya es bastante incómoda para los Fiore. Emilia aparece en el vestíbulo, su sonrisa es una serpiente que se retuerce con falsa amabilidad.
ValeriaLa mañana se cierne sobre mí con una frialdad implacable. Apenas un débil resplandor atraviesa las cortinas, y Rosa ya está en mi puerta. Me entrega una hoja de papel con una mirada de compasión que apenas puedo soportar.—Tienes que comenzar a atender al señor”, dice, su voz baja, como si compartiera un secreto incómodo.Siento una punzada de ansiedad mientras leo la lista de tareas. Es interminable, un desfile de quehaceres que parece burlarse de mi resistencia. Desde preparar un desayuno digno de un banquete hasta asegurarme de que cada rincón de esta enorme casa esté impecable. Mis ojos recorren la hoja, deteniéndose en cada tarea absurda: limpiar los ventanales que se elevan como gigantes de cristal, planchar la interminable colección de camisas de Alessandro, pulir la plata, ordenar la biblioteca, organizar los papeles en su oficina... La lista continúa sin piedad.El día anterior no había cenado y, con el estómago vacío desde hace más tiempo del que puedo recordar,
El día comienza con una sensación de irritación que se arrastra desde el momento en que abro los ojos. La luz del sol se filtra por las cortinas pesadas de mi habitación, y el recuerdo de la presencia de Valeria Fiore en mi casa me consume de ira. Todo en mí se tensa al pensar en la mocosa que he tenido que aceptar en mi vida. Aunque nuestra relación está anclada en el deber y en un deseo de venganza, la idea de su mera existencia bajo el mismo techo es suficiente para ponerme de mal humor.Sin embargo, solo imaginar la satisfacción que voy a sentir al cobrar mi venganza día tras día me ayuda a aliviar el malestar.Mientras salgo de la casa dando un portazo detrás de mí, no puedo evitar evocar el momento en que ella me dijo, casi tímidamente, que había preparado el desayuno. ¿De verdad pensaba que yo, Alessandro Rossi, iba a sentarme a comer con ella? La única razón por el cuál agregué el desayuno en la lista de deberes es para recalcar cuál va a ser su lugar en mi casa. Quiero qu
ValeriaLa vergüenza y la humillación se han entrelazado dentro de mí, al tiempo que el miedo no me ha abandonado desde que entré en mi habitación corriendo.Él dijo que me castigaría.Las palabras se repiten en mi mente una y otra vez y puedo sentir como mis ojos se llenan de lágrimas al pensar en todas las veces que mi tía que dijo esas mismas palabras y todo lo que me hacía, todo lo que ellos me hacían.Un toque en la puerta hace que todo mi cuerpo se tense y me acurruco mucho más bajo las sábanas. No sé qué hora es exactamente pero puedo notar que ha oscurecido. El sonido llega a mi oído nuevamente y en el instante en que la puerta se abre cierro los ojos y hago mi mejor esfuerzo por aparentar que estoy dormida.Cuando escucho pasos entrando, me doy cuenta que no puede ser Alessandro, sin embargo no abro los ojos.—Niña tonta, ¿Por qué entraste a su habitación?—La voz de Rosa es baja y casi pesarosa, pero no me fío, así que sigo con los ojos firmemente cerrados.La mujer deja salir
AlessandroCastigo. Una palabra que ha estado rondando en mi cabeza en los últimos cinco años cada vez que pensaba en la niñata. Ella debía recibir un castigo y lo hará, por supuesto que sí. Mis ojos van a la pequeña figura temblando enfrente mío y nuevamente me obligo a no dejarme engañar por su apariencia débil e inocente. Ella tuvo el descaro de invitar gente a mi casa. De decir que se encuentra aburrida. Al parecer las listas de deberes que le dejo cada día no son suficientemente entretenidas.Pero ya me encargaré de solucionarlo. Lo primero es hacerle ver que su máscara de miedo e inocencia no va a servir conmigo.Son solo apariencias, no es inocente, por supuesto que no lo es. Su familia está podrida y manchada de sangre de inocentes, de la sangre de mi padre. De la mía.—P-Por favor….—me dice y veo como dos lagrimones se resbalan por su piel palida como la porcelana.—No intentes usar tu mascara de niña buena conmigo, te aseguro que no va a funcionar—le digo entonces muevo la
ValeriaEncerrada. Estoy encerrada.Encerrada. Encerrada. Encerrada.Puedo sentir como el aire se va haciendo cada vez más espeso y respirar se vuelve muy difícil, aunque sé que todo está en mi mente, es algo que no puedo controlar.Los recuerdos comienzan a arrastrarme poco a poco y el pánico se arraiga dentro de mi, helandome los huesos y haciendo que mi cuerpo tiemble sin control.Las paredes de la pequeña habitación se cierran sobre mí, y el aire se vuelve denso, sofocante. Cada vez que intento respirar, el oxígeno se siente pesado, como si no llegara a mis pulmones. Mi corazón late con fuerza en mi pecho, un tamborileo frenético que me recuerda al sonido de los autos chocando, del metal retorciéndose.Estoy encerrada de nuevo.Cierro los ojos y me obligo a no llorar. Pero cuando lo hago, la oscuridad me arrastra de vuelta al pasado, a ese momento que desearía poder olvidar. La lluvia golpea con fuerza los cristales del auto, y el olor a gasolina invade mis sentidos.No puedo mover
AlessandroDos días, ese es el tiempo que llevo en la mansión familiar, pues por petición de mi abuelo todos debimos quedarnos para pasar “Un fin de semana en familia” Lo que se traduce en que ha sido una completa tortura.Ya he llamado a Lorenzo, mi chofer, para que tenga el auto listo. No pienso quedarme un segundo más de lo necesario en este lugar. Mucho menos ahora que la búsqueda de la presidencia en la empresa familiar se ha convertido en un circo completo.No dudo que Lucas ya se sienta ganador pues según él ¿Quién querría casarse y tener hijos con un liciado? Lo que él no sabe es que la prometida ya la tengo, ahora solo debo acelerar los planes.—Alessandro—la voz de mi abuelo me hace girar el rostro hacia dónde él viene caminando con el tanque de oxígeno a su lado.—¡Abuelo! ¿Qué haces de pie? Sabes que tienes que guardar reposo.El viejo pone los ojos en blanco y mueve una mano desdeñosa en mi dirección, como si mis preocupaciones no fueran nada. Cómo si el no acabara de leer
AlessandroEl camino hasta la casa lo siento eterno, tuve que excusarme con el abuelo, lo único bueno es que esto me sirve para aplazar la bendita cena.Sin embargo, mi cabeza no deja de dar vueltas a la llamada de Matteo. ¿Qué demonios es lo que pasó? La mocosa estaba bien cuándo me fui. Entonces la rabia se enciende como siempre que pienso en ella y su cara de fingida inocencia. Seguramente hizo un show fingiendo que estar enferma y Rosa y Matteo cayeron en sus mentiras.No puedo creer que una mujer adulta y un hombre de negocios se hayan dejado manipular por una chiquilla de veinte años.Finalmente la entrada a la mansión aparece iluminada enfrente mío y efectivamente noto el auto de Matteo y el del doctor Leonardo parqueados en la entrada, lo que hace que mi humor se oscurezca mucho más.Esa niña no sabe lo mucho que le voy a hacer pagar el m4ldito circo que ha montado. Ahora, más que nunca, odio estar fingiendo no poder caminar, porque quiero correr hasta dentro de la casa y en