Un matrimonio por venganza con la heredera engañada
Un matrimonio por venganza con la heredera engañada
Por: Lizzy Bennet
1- Una cita con tu prometido

PREFACIO

El viento sopla con fuerza entre los árboles, susurrando palabras de despedida mientras las nubes grises se amontonan sobre el cementerio.

Valeria Fiore, de apenas quince años, se aferra al último recuerdo tangible de sus padres: dos lápidas recién colocadas frente a ella.

Las lágrimas resbalan por sus mejillas mientras susurra una oración desesperada para que vuelvan.

A su lado, su tía Emilia observa con impaciencia, un brillo de triunfo en sus ojos oscuros.

—Vamos, Valeria—, dice con un tono severo, tirando suavemente de su brazo. —Esto no va a durar para siempre. Ahora tú vienes conmigo. Las cosas serán diferentes a partir de ahora, y tendrás que ganarte tu lugar en mi casa.

Valeria asiente con la cabeza, incapaz de encontrar su voz, y se deja arrastrar hacia un futuro incierto, mientras la fría tierra parece querer tragarse su última pizca de esperanza.

A kilómetros de distancia, Alessandro Rossi despierta en una habitación de hospital con un dolor sordo en el cuerpo.

El médico, con una expresión seria, le explica que ha perdido la movilidad debido al accidente.

—... Lo siento mucho —dice el médico, sacudió la cabeza con tristeza y se marchó, dejando a Alessandro aturdido por la noticia.

Pero su confusión pronto se convierte en furia cuando su abogado y mejor amigo, Matteo, entra con la noticia de que el accidente no fue tal: fue un intento de asesinato por parte de la familia Fiore y un infiltrado.

La revelación se incrusta profundamente en el corazón de Alessandro, alimentando una promesa silenciosa de venganza.

—¡Les haré sufrir el doble!

VALERIA

Hoy la nieve cae sin piedad como cada 7 de diciembre en Milán, cubriendo el mundo en un manto blanco y helado.

Mis manos están enrojecidas por el frío mientras termino de fregar los platos de la mañana.

Cada movimiento es mecánico, una coreografía de servidumbre que he memorizado a la perfección en estos cinco años.

El sonido de los cubiertos resonando en el comedor me recuerda que la familia está disfrutando del desayuno, ese que yo misma hice, y que al mismo tiempo no puedo comer, pues es un lujo que rara vez se me concede, lo que hace que mi salud y alimentación no sean las mejores.

Mis dedos se resbalan, y un plato cae al suelo, rompiéndose en mil pedazos.

Maldigo internamente y me agacho rápidamente para recoger los fragmentos, tratando de ignorar el dolor que atraviesa mis rodillas en el suelo de mármol frío.

De pronto, la presencia de mi tía Emilia llena la cocina como una sombra ominosa y siento como todo mi cuerpo tiembla y se estremece.

Sus ojos son dos carbones encendidos, y su boca se curva en una mueca de desaprobación.

—¿Otra vez rompiendo cosas, Valeria? Eres absolutamente inútil—, me espeta, su voz gotea veneno.

—Lo siento, tía. Fue un accidente—, murmuro, manteniendo la vista baja mientras recojo los pedazos.

—Accidente tras accidente, ese es el lema de tu vida al parecer.—sus palabras son dolorosas porque se que se refiere a la muerte de mis padres— No sé por qué me molesto en mantenerte aquí si no sirves para nada—, continúa, sus palabras son puñales que se clavan en mi autoestima ya herida.

Me levanto lentamente, dejando los fragmentos sobre la encimera, una sensación de malestar me llena por dentro, al tiempo que el nudo me cierra la garganta.

—Hago todo lo que puedo—, intento defenderme, pero el temblor en mi voz traiciona mi seguridad.—He terminado con los deberes de la casa.

Ella se cruza de brazos, evaluándome con una mirada que me hace sentir aún más pequeña.

—¿De verdad? Porque desde aquí veo polvo en las estanterías y las ventanas sin limpiar. Eres tan lenta que me hace preguntarme si de verdad lo intentas".

—Tía, limpié todo esta mañana, lo juro—, insisto, mi voz se eleva un poco más de lo que debería.

No puedo evitarlo; hay una parte de mí que aún se resiste a ser tratada como una sirvienta.

Ella da un paso hacia mí, la tensión en la cocina es palpable.

—No me levantes la voz, niña—,advierte, su tono es un fuego lento y amenazador. —Eres una desagradecida. Desde que tus padres murieron, te he dado un techo y comida. Lo mínimo que puedes hacer es mostrar algo de respeto.

—Respeto es lo que intento mostrar, pero... no soy una sirvienta, tía. Soy tu sobrina—, digo, mi corazón late con fuerza.

Hay un borde de desesperación en mi tono, un ruego silencioso de que me vea como algo más que una carga.

El silencio que sigue es ensordecedor.

Su mano vuela antes de que pueda prepararme, el golpe es rápido y despiadado, un destello de dolor que me hace tambalearme.

La bofetada resuena en el aire, caliente y ardiente contra mi mejilla.

Mis ojos se llenan de lágrimas, pero me niego a dejarlas caer.

No le daré el gusto.

—¡No me mientas! se que no has limpiado—, exclama, y yo bajo la mirada, tragándome la indignación que burbujea en mi pecho como lava.

Con manos temblorosas, vuelvo a limpiar lo que ya está impecable, cada fibra de mi ser luchando contra la humillación.

Cuando termino, me retiro a mi pequeño cuarto. Es un espacio frío y sin alma, pero es lo único que tengo.

Mi prima, Clara, se asoma por la puerta, su sonrisa es una daga afilada.

—No sé por qué se molesta en conservarte, Valeria. Tal vez debería apurarse a casarte antes de que te vuelvas más... olvidable.

Sus palabras me perforan, pero las ignoro.

He aperendido por las malas que contestarle solo hará de mi vida aún más miserable.

Me enfoco en la bola de cristal que mi madre me dejó. Dentro, una familia de tres se abraza bajo un cielo estrellado.

Mis dedos trazan los contornos desgastados del vidrio, y una tristeza insondable se cierne sobre mí.

—Mamá, papá, hoy cumplo 20 años. Los extraño tanto...—, susurro, mi voz se quiebra.

De repente, la puerta se abre de golpe. Emilia entra, sus ojos brillan con una determinación implacable.

—Basta de lloriqueos—, dice, tomando la bola de cristal de mis manos y dejándola caer al suelo. El sonido del vidrio rompiéndose me hace estremecer, un eco de todas las promesas rotas. —Vístete. Tienes una cita con tu prometido.

Las palabras caen como piedras en un lago tranquilo, rompiendo la superficie de mi realidad.

¡¿Un prometido?!

La revelación es un golpe al estómago, y mi mente se tambalea.

—¿Prometido? ¿De qué estás hablando?—, pregunto, mi voz apenas un hilo.

Emilia me ignora y me obliga a vestirme con un vestido que obviamente no es mío, pues para empezar es nuevo y de marca y a mi solo me dan ropa de segunda en mal estado.

Mis manos tiemblan mientras cierro los botones, el temor y la incertidumbre se enroscan en mi pecho.

Cuando el reloj marca las siete, el timbre suena. Clara aparece en mi cuarto con una sonrisa malévola.

—Tu sorpresa ha llegado.

Me lleva a la sala, y siento que mis pies son de plomo. Allí, de espaldas a mí, hay un hombre en traje sentado.

Su espalda es ancha, su cabello castaño brilla incluso desde aquí. Se ve fuerte y… Mayor.

Mi corazón late con fuerza, un tamborileo frenético que amenaza con romperme las costillas.

Cuando él se gira, lo primero que enfoco son sus ojos.

Son profundos, intensos y me dejan prendada al azul oscuro, casi negro de su mirada.

Un destello de reconocimiento me atraviesa, pero no logro ubicarlo

Lo segundo que veo es la silla de ruedas en la que está sentado.

—¿Quién es él?—, pregunto, mi voz apenas un susurro.

—Oh, querida, no seas maleducada con quién será tu esposo—, dice Emilia con satisfacción venenosa. —Él es Alessandro Rossi, tu prometido.

El apellido Rossi hace que una sensación de saber se active en mi interior, sé que lo he escuchado antes. pero no recuerdo en donde.

Alessandro me observa con una sonrisa que me parece cruel, su mirada es hielo puro que congela mi interior.

—He venido a reclamar lo que es mío—, declara, y mis ojos se abren como platos.

—¿De qué está hablando?— le pregunto a mi tía, buscando alguna señal de que esto es una broma cruel.—Soy mayor de edad, no puedes obligarme a casarme.

Emilia sonríe, mostrándome un contrato amarillento.

—La edad no importa aquí. Esto es un acuerdo que tu padre hizo con la familia Rossi. Al cumplir 21, te casarías con Alessandro. Y ese día ha llegado. Ahora, eres suya.

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