Capítulo 8

La palabra ENGAÑO era lo único real que habíamos vivido durante diez años, aunque decirle eso a Eduardo era en vano, puesto que él no estaba dispuesto a creerme, cegado de ira me respondió intentando evadir lo que ya había dicho.

- No niegues a tus hijos, Mary

- Joder, Eduardo, entiende de una vez que nada de lo que te dijeron es verdad - Repliqué completamente enfadada

- Entonces cómo fueron, Mary, si tu padre me obligó a convertirme en este ser que soy hoy - Repuso frustrado

- Pues a mí también me obligó a muchas cosas y eso no ha sido capaz de cambiar mi ser, no como tú, que ahora me pareces un total desconocido - Dije con la voz todavía contrita - Yo no he venido aquí a culparte que me hayas dejado con una boda organizada, no vine aquí a gritarte, ni siquiera sabía que te encontraría aquí, y sin embargo tú me agredes, me llenas de improperios sin siquiera escuchar las causas verdaderas de nuestra separación

- La separación que tú quisiste - Gritó

- ! Que no, m*****a sea! Que mi padre nos engañó a los dos, entiende eso - Grité también desesperada, llorando, completamente nerviosa, Eduardo estaba enfurecido, al otro lado del escritorio, solo podía percibir sus manos empuñadas, expresando su cólera, mientras yo de pie intentaba defender mi amor

Nos miramos fijamente, con nuestra respiración agitada, seguía deseando que se apaciguara, que se abalanzara sobre mí, me besara y me hiciera el amor, pero Eduardo solo me miraba con ira.

No quise decir nada más; era en vano mi defensa, guardé silencio a la espera de su redención

- Siéntate y habla tú primero, que yo en este momento no tengo las ideas claras - Me ordenó

- No más gritos - Dije sentándome nerviosa - A mí me inventó muchas historias, primero dijo que tus padres deseaban que tuvieras un mejor futuro, luego dijo que tú me habías abandonado, después alegó que no sabía dónde estabas, y a la gente le dijo que tú eras malo y que desconocía las razones por las cuales no te habías casado conmigo. Expliqué y me interrumpió

- ¿Y? Tú creíste eso

- No, jamás lo creí, porque en mi corazón tenía la seguridad que tú no eras así, que tú me amabas - Aclaré, ante mis palabras Eduardo bajó la mirada, era claro que yo sí había creído en él, mientras que él de mí asumía todo lo contrario - A medida que pasaron los años fui creciendo y comprendí que todo lo había organizado él.

- Y en verdad te amaba

- Sí, sé que es pasado - Le interrumpí

- A mí me dijo que tú ya no te querías casar conmigo, que me habías engañado todo el tiempo y que estabas con otro hombre, solo que tú no tenías el valor para decírmelo, que entonces lo mejor era que me fuera del pueblo, que aquí tendría mejores oportunidades y que tú también, pues te casarías con un millonario. De una u otra forma eso hirió mi orgullo, y en verdad te amaba, pero no soporto las traiciones y tú lo sabes, en ese momento no era capaz de percibir la maldad, estaba cegado, además por la presión de mi padre, que me subió al vehículo casi obligado al instante en que Ernesto me confesó esas cosas, ni siquiera tuve tiempo de ir a buscarte, me trajeron aquí como a un animalito y después a través de las cartas finalmente me aseguró que te habías casado y que tenías hijos, fue por esa razón que no te busqué más - Explicó con la voz contrita, y con una mirada más alentadora

- Yo vi cuando te subías al vehículo, pero jamás me imaginé que sería la última vez que te miraba, lo supe después cuando salí a buscarte para avisarte que ya me habían entregado las invitaciones para la boda, entonces regresé asustada, porque tu casa estaba  hecha cenizas, entonces finalmente mi padre empezó a decir todas sus mentiras, y lloré amargamente, muchas noches, con el vestido de novia puesto, pensando dónde estabas, nunca nadie me dio esa respuesta, mi madre que era toda bondad, tampoco lo sabía, y murió poco tiempo después que te marchaste - Dije entre sollozos, con las lágrimas rodando por mis mejillas al revivir esos recuerdos, pero ni siquiera eso le conmovía

- ¿Y quién te dijo que vinieras aquí? - Preguntó ignorando toda mi historia

- Mi padre murió hace un par de semanas, y me explicó sobre el contrato matrimonial que le propuso el señor Liam, como trabajador de esta empresa debes saber que mi padre les debe mucho dinero - Dije algo confundida por no saber si en realidad Eduardo sabía eso

- ummm ¿Pero cómo conseguiste esa dirección?

-Revisé las cartas que enviaba, ahí estaba esta dirección y la tuya que traje aquí anotada - Dije mostrándole el papel donde la llevaba - Y eso me confirmó que él era el culpable de todo

- ¿Por qué trajiste esto? - preguntó desdoblando el papel

- Porque pretendía buscarte - Aseguré cabizbaja

- Para qué querías buscarme si te casarías con otro hombre - Alegó confuso

- Una firma no limita lo que siento por ti - expliqué esperando que se compadeciera o que finalmente cediera

- No, Mary, no te engañes - Repuso moviendo la cabeza de un lado a otro

- Si no me crees, si no deseas hablar conmigo, si nada de lo que diga  te hará cambiar de opinión respecto  a mí, entonces dime donde coños está el señor Liam, para salir de eso de una vez por todas, total ya nada en mi vida importa, lo que quise siempre está aquí frente a mí, el mismo rostro, pero otra alma, así que ya nada tiene sentido, Eduardo, no pierdas más tu tiempo - Dije levantándome con sumo cuidado y dirigiéndome a la puerta

- Detente, Mary, que el señor Liam está muerto, ardiendo en el infierno junto a tu padre - Gritó sin asco, sin lamentarse por sus palabras que pese a todo eran completamente crueles

- ¿Qué dices? - Interrogué perpleja, dando media vuelta para acercarme a él e intentar  intimidarlo con mi mirada

- Que está muerto, que el dueño de esta empresa soy yo - Aclaró a media voz, como si se le hiciera muy difícil mencionar esas palabras

Al escuchar sus palabras, solo pude tragar grueso, lo que oía era indescriptible, me dirigí hacia él, y le golpeé el pecho para sacar todo el enojo y gritarle

- Entonces si fuiste tú quién engañó a mi padre, si sabías cómo llegar, si eras tú quien me estaba comprando, por qué no fuiste a buscarme directamente, por qué me recibiste de esta manera, si tú fuiste quien organizó toda esta patraña. Odio amarte de esta manera, odio haber sufrido tanto por ti estos diez años  - Alegué dando golpes en su pecho y moviendo sus hombros de adelante hacia atrás, a la espera de su reacción y sus respuestas

Eduardo se dejó golpear cuantas veces quise hacerlo, y escuchó mis gritos, y desprecios sin mover la boca, sin moverse del sitio, y sin apartar mis manos

- Anda, vamos, dime, qué pretendías, ya no quiero más mentiras, explícame de una vez por todas qué es lo que suponías - Seguí gritando desesperada entre lágrimas y enojo

- Vengarme, Mary, solo vengarme, destruir a tu padre pues tiempo después supe cuántas amenazas le hizo a mi padre hasta que finalmente lo mandó a asesinar, y después a mi madre, y también tenía en mí la idea de tu traición, solo deseaba hacerte pagar todo el dolor que había sentido - Dijo Eduardo y sus palabras calmaron mis golpes, nos dejamos caer en el piso, encontrando nuestras miradas cubiertas de lágrimas, no podía creer lo que estaba diciendo, mi papá había sido capaz de dejarlo sin familia, no entendía nada

-Ese señor era un monstruo - Logré decir casi sin aliento

- Sí, por eso tuve miedo de regresar a España, sabía que acabaría conmigo, así que yo decidí crear un mejor plan para acabar con él - Confesó, y rápidamente até los cabos, Eduardo era quien había hundido en deudas a mi padre

- Pero... ¿Por qué los mató? - Interrogué alterada

- Porque cuando me gradué, mi padre me confesó la verdad... -

-¿Qué verdad, Eduardo? - pregunté calmada, interrumpiéndolo, pues no pensé que hubiese algo más que me asombrara.

Todo fue completamente doloroso, sus confesiones me tenían absorta, ni siquiera podía tener una respuesta para lo que pudiera decirme, el cuerpo me seguía temblando, era muy difícil estar en otro lugar, frente a un hombre que ahora no me amaba, que en cambio me odiaba con toda su alma, y lo peor de todo es que las razones para hacerlo eran muy válidas

- Algo que quizá tú bien lo sabes - Supuso irónico

Busqué su cara con mis manos, y me las apartó, solo quería abrazarlo, hacerlo sentir en confianza conmigo, pero Eduardo no era capaz de ceder, nos quedamos en silencio nuevamente y la sangre de mi cuerpo hervía, las palpitaciones de mi corazón eran cada vez más aceleradas, sus ojos encima de mí me hipnotizaban, pero había tanto dolor en todas las confesiones que empezaba a olvidarme de mis sentimientos.

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