Cuando Eduardo abrió la puerta, yo me quedé perpleja, estaba desnuda, mis pechos blancos con su aureola rosada se veían perfectamente, pues acababa de quitarme el brasier, solo tenía puesto mi interior y estaba descalza, lo miré con temor, porque así me sentía ante su furia, y si había entrado es porque quería seguir gritándome y amenazando.Fue un momento rápido, pero a la vez lento, yo de verdad sentí que el tiempo se detenía, lo vi tan lindo, así en silencio observándome sin ofenderme, sin hacerme saber que me odiaba. Se quedó detenido en la orilla de la puerta, absorto. — ¿Necesitas decirme algo? — Pregunté tranquila mientras cubría mis pechos con los brazos, como si fuese un hombre desconocido el que me estaba mirando, como si olvidara que él había sido el primer y único hombre en mirar mi desnudez. Ante mi gesto de incomodidad tapándome los pechos, reaccionó, se dio cuenta de que me estaba mirando, que yo era esa mujer que lo volvía loco desde antes, cuando ni siquiera mi cu
Cuando salí a la calle me sentí aliviada, por fin podía mirar la luz, observé todo ahí, era un lugar muy bonito, el viento golpeaba mi cara y movía mi cabello rubio y ondulado. Eduardo no dejaba de mirarme, ni siquiera podía disimularlo. — ¿Qué piensas? Aquí no hay forma de que te vayas así que deja de mirar que no vas a hallar ninguna salida — Comentó Eduardo mientras abría la puerta del auto — Súbete ya — Me ordenó. Yo abrí la puerta trasera y él me amonestó a lo inmediato — Debes ir adelante, eres mi novia y futura esposa, compórtate como tal. Cerré rápidamente e hice lo que me indicaba, apenas empezaba el primer día y ya empezaba a hartarme de sus expresiones y reglas — Así que tu novia y futura esposa... — Repetí después de hacer un gesto molesto con mi cara, moviendo los ojos hacia arriba en señal de fastidio — Por contrato — Aclaró él al darse cuenta de que lo había dicho como si fuera real — Sí, por contrato no firmado — Le añadí yo para que recordara que ni siquiera me
— Lamentablemente, han muerto — Contesté rápido, evitando entrar en contacto con la mirada de Eduardo, no quería verlo, no podía, me dolía el alma mencionar eso, y no sabía si él podía contener su rabia y mencionar quién era verdaderamente mi padre — Oh, cuánto lo siento, disculpa por preguntar — se disculpó la mujer— !Así que eres española! — Exclamó el señor sorprendido, como en una intervención necesaria para obviar el tema, me sentí salvada,— Así es, tío, Mary Carmen, es una hermosa española que ha conquistado mi corazón desde que éramos unos niños — Dijo Eduardo, no había nada de mentira en sus palabras, pero justo ahora no eran verdaderas, de hecho nunca imaginé que pudiera decirlo — Así que ella, ella es la mujer de la que siempre hablaste... — Señaló la señora asombrada, titubeando. Era claro que esos dos sabían la verdad, y tuve miedo. — Sí — La interrumpió Eduardo — Recientemente nos hemos vuelto a encontrar — añadió mirándome para sonreír, nuestras miradas chocaron, fu
No supe diferenciar en lo que sentía, una parte de mí quería marcharse de ahí, y otra me obligaba a detenerme; sabía bien que estaba perdida, que no había vuelta atrás, y que en ese lugar no existía nadie, que pudiera salvarme, que pudiera tenderme una mano, y yo ni siquiera podía hablar inglés, era una locura pensar en escapar ¿A dónde iría? Pero no quería ver más esos ojos mirándome con odio y amor. La confusión me estaba matando, que no supe si en verdad estaba caminando, corriendo o simplemente me había quedado detenida, imaginando que sucedía algo.— ¿Qué te ocurre? — Me interceptó la voz de Eduardo, mientras sentía que su mano tocaba mi antebrazo, por fin su piel estaba cerca, muy cerca de la mía, levanté la mirada y ante mí, estaban los dos hombres, Aiden y Noah, listos para apresarme y atrás de mí, Eduardo, el Eduardo que me aborrecía, ya no el mismo que adentro me había tratado bien.— Yo, no sé, yo no sé si pueda soportar esto — logré decir con la voz contrita, a sabiendas d
No pude evitar mirarlo con el mismo dolor que él reflejaba, ambos teníamos la cara tensa, dura como una roca, sin hacer ningún tipo de gesticulación, solo mostrando lo terrible que era mirarnos como enemigos, obligatoriamente.— Anda dime, qué pasará en cuanto a ella — lo interrumpí con mi voz seca — Lo haré cuando lo decida, no hoy, como has dicho — Repuso bajando la mirada, y en un tono de voz suave. —Eduardo, necesito que me des una fecha, yo ya te demostré que puedo cumplir con lo que me orientes, no voy a escaparme, pero trae a Lucrecia — Alegué, triste pues en verdad necesitaba a mi amiga junto a mí. —Será cuando yo quiera, Mary — Vociferó pasando su mano por el rostro en señal de desesperación y salió de la habitación, me detuve en la puerta, otra vez me había quedado encerrada, pero me atormentaba saber qué sucedería con la empresa, de qué forma les comunicaría que ya todo estaba solucionado, necesitaba avisarle de alguna manera a Luis, que no se preocupara más por la deud
— ¿Qué pretendes hacerle a mi hermana, maldito?.... — me decidí a gritarleAnte mi grito desesperado atrás de la puerta solo obtuve como respuesta el silencio, sentí su angustia al enterarse de que yo había escuchado todo, la respiración agitada de Eduardo era cada vez más ensordecedora, di un golpe tras otro a la puerta, desesperada, suplicando que abriera para mirar sus malditos ojos y que me dijera qué pretendía hacer. — Abre, maldito, abre, a mí hazme todo el daño que quiera, pero a Lucrecia no — Grité desperada en repetidas ocasiones, la misma frase una y otra vez — Abre o tumbo esta estúpida puerta — amenacé, porque sé que tenía la capacidad suficiente para hacerlo, abrí mi maleta rápida y me coloqué un pantalón negro y una camisa floja, a la espera de que abrieran, no podía permitirme que ambos me vieran desnuda, además que desnuda no podría defenderme bien, estaría más propensa al daño. — Abre, maldito seas, abre, ya — Seguí gritando una vez que me vestí, pero no se escuch
Percibí el sonido de la ropa cayendo, había tanto silencio y estaba tan herida que no sé si por lo volátil de mi mente o porque en realidad estaba pasando, logré escuchar el sonido de sus manos al acariciarla, sus besos, y después los múltiples jadeos de la mujer, sus cuerpos chocando entre sí. Lloré hasta que ya no pude más, lloré en silencio, no quería emitir ningún ruido que los alertara e interrumpiera, sentía la boca seca, me apoyaba en la almohada y la apretaba fuerte para no gritar, me dolía el pecho, y me costaba respirar, a cada jadeo, una lágrima.—Maldito, maldito destino — me repetía en la mente una y otra vezEsa era la peor de las canalladas, lo más cruel que me había pasado en la vida, después de la muerte de mi madre. Pararon hasta ya entrada la madrugada, una y otra vez, como si Eduardo no fuese capaz de saciarse, pero era claro que él estaba vacío y llenaba sus pesares con todos los vicios, ron y prostitutas — Debes irte — dijo él, cuando eran ya las dos de la maña
Caminé rápido hasta el sitio y me senté nerviosa, observé a todos lados, sin mencionar una sola palabra, él hizo lo mismo, pero viéndome solo a mí, hasta que finalmente escuché una voz, volteé de prisa en dirección a la cocina, solo esperaba ver a Lucrecia. — Buenos días, señorita — Dijo una señora bastante mayor, tras que entré en la cocina — Buenos días — Contesté con una gran sonrisa, me daba aliento saber que no estaba sola, que en casa había alguien que no iba a tratarme mal, que aunque no fuera Lucrecia, se miraba amable y que cuando ella estuviera Eduardo no se comportaría como un patán. — Que hermosa que es — Contestó la señora mirándome con ternura, que evitó que finalizara mi saludo. — Muchas gracias — Dije contenta, su miraba me transmitía paz. — Eduardo me ha pedido que le diera jamón, queso y pan, que es lo que a usted le gusta desayunar, pues es española — Afirmó la señora mientras colocaba el plato en una pequeña mesa que estaba en la cocina. Ella también hablaba e