No supe diferenciar en lo que sentía, una parte de mí quería marcharse de ahí, y otra me obligaba a detenerme; sabía bien que estaba perdida, que no había vuelta atrás, y que en ese lugar no existía nadie, que pudiera salvarme, que pudiera tenderme una mano, y yo ni siquiera podía hablar inglés, era una locura pensar en escapar ¿A dónde iría? Pero no quería ver más esos ojos mirándome con odio y amor. La confusión me estaba matando, que no supe si en verdad estaba caminando, corriendo o simplemente me había quedado detenida, imaginando que sucedía algo.— ¿Qué te ocurre? — Me interceptó la voz de Eduardo, mientras sentía que su mano tocaba mi antebrazo, por fin su piel estaba cerca, muy cerca de la mía, levanté la mirada y ante mí, estaban los dos hombres, Aiden y Noah, listos para apresarme y atrás de mí, Eduardo, el Eduardo que me aborrecía, ya no el mismo que adentro me había tratado bien.— Yo, no sé, yo no sé si pueda soportar esto — logré decir con la voz contrita, a sabiendas d
No pude evitar mirarlo con el mismo dolor que él reflejaba, ambos teníamos la cara tensa, dura como una roca, sin hacer ningún tipo de gesticulación, solo mostrando lo terrible que era mirarnos como enemigos, obligatoriamente.— Anda dime, qué pasará en cuanto a ella — lo interrumpí con mi voz seca — Lo haré cuando lo decida, no hoy, como has dicho — Repuso bajando la mirada, y en un tono de voz suave. —Eduardo, necesito que me des una fecha, yo ya te demostré que puedo cumplir con lo que me orientes, no voy a escaparme, pero trae a Lucrecia — Alegué, triste pues en verdad necesitaba a mi amiga junto a mí. —Será cuando yo quiera, Mary — Vociferó pasando su mano por el rostro en señal de desesperación y salió de la habitación, me detuve en la puerta, otra vez me había quedado encerrada, pero me atormentaba saber qué sucedería con la empresa, de qué forma les comunicaría que ya todo estaba solucionado, necesitaba avisarle de alguna manera a Luis, que no se preocupara más por la deud
— ¿Qué pretendes hacerle a mi hermana, maldito?.... — me decidí a gritarleAnte mi grito desesperado atrás de la puerta solo obtuve como respuesta el silencio, sentí su angustia al enterarse de que yo había escuchado todo, la respiración agitada de Eduardo era cada vez más ensordecedora, di un golpe tras otro a la puerta, desesperada, suplicando que abriera para mirar sus malditos ojos y que me dijera qué pretendía hacer. — Abre, maldito, abre, a mí hazme todo el daño que quiera, pero a Lucrecia no — Grité desperada en repetidas ocasiones, la misma frase una y otra vez — Abre o tumbo esta estúpida puerta — amenacé, porque sé que tenía la capacidad suficiente para hacerlo, abrí mi maleta rápida y me coloqué un pantalón negro y una camisa floja, a la espera de que abrieran, no podía permitirme que ambos me vieran desnuda, además que desnuda no podría defenderme bien, estaría más propensa al daño. — Abre, maldito seas, abre, ya — Seguí gritando una vez que me vestí, pero no se escuch
Percibí el sonido de la ropa cayendo, había tanto silencio y estaba tan herida que no sé si por lo volátil de mi mente o porque en realidad estaba pasando, logré escuchar el sonido de sus manos al acariciarla, sus besos, y después los múltiples jadeos de la mujer, sus cuerpos chocando entre sí. Lloré hasta que ya no pude más, lloré en silencio, no quería emitir ningún ruido que los alertara e interrumpiera, sentía la boca seca, me apoyaba en la almohada y la apretaba fuerte para no gritar, me dolía el pecho, y me costaba respirar, a cada jadeo, una lágrima.—Maldito, maldito destino — me repetía en la mente una y otra vezEsa era la peor de las canalladas, lo más cruel que me había pasado en la vida, después de la muerte de mi madre. Pararon hasta ya entrada la madrugada, una y otra vez, como si Eduardo no fuese capaz de saciarse, pero era claro que él estaba vacío y llenaba sus pesares con todos los vicios, ron y prostitutas — Debes irte — dijo él, cuando eran ya las dos de la maña
Caminé rápido hasta el sitio y me senté nerviosa, observé a todos lados, sin mencionar una sola palabra, él hizo lo mismo, pero viéndome solo a mí, hasta que finalmente escuché una voz, volteé de prisa en dirección a la cocina, solo esperaba ver a Lucrecia. — Buenos días, señorita — Dijo una señora bastante mayor, tras que entré en la cocina — Buenos días — Contesté con una gran sonrisa, me daba aliento saber que no estaba sola, que en casa había alguien que no iba a tratarme mal, que aunque no fuera Lucrecia, se miraba amable y que cuando ella estuviera Eduardo no se comportaría como un patán. — Que hermosa que es — Contestó la señora mirándome con ternura, que evitó que finalizara mi saludo. — Muchas gracias — Dije contenta, su miraba me transmitía paz. — Eduardo me ha pedido que le diera jamón, queso y pan, que es lo que a usted le gusta desayunar, pues es española — Afirmó la señora mientras colocaba el plato en una pequeña mesa que estaba en la cocina. Ella también hablaba e
Entrar a esa lujosa tienda, me pareció la mayor de las desdichas pese a que era el lugar más fino y caro que había conocido. Ayden y Noah fueron atrás de mí, vigilando cada movimiento. Miré cada vestido, una mujer muy amable me atendió, sentí que mi boca perdía su humedad, y mi cabeza estallaba, o se trasladaba a otro sitio, cuánto hubiese querido gritarle a esa mujer que ni siquiera sabía que ese día compraría mi vestido de novia, y que mucho menos tenía idea de cómo lo quería, deseaba decírselo para liberarme de la tensión del momento y las inmensas ganas de llorar, pero las miradas de los guardaespaldas me seguían, no podía siquiera caminar con tranquilidad. Me quedé detenida frente a la joven y recordé que estaba comprando un vestido para casarme con mi peor enemigo, con el hombre que se había acostado con una prostituta al lado de mi habitación. La muchacha preguntó algo en inglés, Noah le respondió de la misma forma, supongo que le explicó que no hablaba su idioma, por lo cual
Pensé muchas cosas antes de abrir la puerta y tirarme, en verdad necesitaba morir, no quería seguir así, nada tenía sentido, ni siquiera el sacrificio que estaba haciendo, el dolor era demasiado grande, en tan solo dos tres días había comprendido que enamorar nuevamente a Eduardo era una guerra perdida, que por más que quisiera, su negación a los sentimientos era superior que cualquier cosa, me odiaba, eso era lo único que estaba claro, el resto era una total banalidad. Era un riesgo demasiado grande, si renunciaba a él mi suerte sería terrible, igual o peor que lo que ya me estaba sucediendo. Eduardo manejaba demasiado concentrado como para darse cuenta de que empezaba a dirigir mi mano hacia la bisagra de la puerta del auto, el corazón me palpitó a mil, no quería seguir viviendo, pero igual tenía miedo al pensar lo doloroso que podía ser la caída. Por mi mente se cruzaron muchos recuerdos, mi niñez, las caricias de mi madre, mi amistad con Lucrecia, los maltratos de mi padre y pr
Isabel me miró perpleja, mi pregunta repentina era estúpida, pero mis intenciones eran claras.—es solo que la que tengo se quebró, y no quiero que Eduardo se moleste conmigo por haber sido tan descuidada, podrías sacarme una copia también, sin decirle nada a él — mentí a lo inmediato para aclarar la situación y tener una excusa válida. Supliqué en un tono de voz persuasivo, mientras ponía mis ojos de borrego— Está bien — Dijo a lo inmediato pero siempre preocupada— Me promete que no le dirá a Eduardo — Pedí casi por soltar el llanto para ser más convincente — Cuenta con ello — Aseguró, y eso me dio una gran tranquilidad, ahora solo me quedaba armar mi plan de escape, ya tenía la forma para salir del cuarto, así que salir de casa podría ser más fácil, lo importante era ganarme la confianza de Isabel, y si Eduardo no traía a Lucrecia, entonces me iría, aunque tuviera que huir de las autoridades y de él, eso era preferible a tener que seguir soportando su desprecio. Eduardo llegó un