Entrar a esa lujosa tienda, me pareció la mayor de las desdichas pese a que era el lugar más fino y caro que había conocido. Ayden y Noah fueron atrás de mí, vigilando cada movimiento. Miré cada vestido, una mujer muy amable me atendió, sentí que mi boca perdía su humedad, y mi cabeza estallaba, o se trasladaba a otro sitio, cuánto hubiese querido gritarle a esa mujer que ni siquiera sabía que ese día compraría mi vestido de novia, y que mucho menos tenía idea de cómo lo quería, deseaba decírselo para liberarme de la tensión del momento y las inmensas ganas de llorar, pero las miradas de los guardaespaldas me seguían, no podía siquiera caminar con tranquilidad. Me quedé detenida frente a la joven y recordé que estaba comprando un vestido para casarme con mi peor enemigo, con el hombre que se había acostado con una prostituta al lado de mi habitación. La muchacha preguntó algo en inglés, Noah le respondió de la misma forma, supongo que le explicó que no hablaba su idioma, por lo cual
Pensé muchas cosas antes de abrir la puerta y tirarme, en verdad necesitaba morir, no quería seguir así, nada tenía sentido, ni siquiera el sacrificio que estaba haciendo, el dolor era demasiado grande, en tan solo dos tres días había comprendido que enamorar nuevamente a Eduardo era una guerra perdida, que por más que quisiera, su negación a los sentimientos era superior que cualquier cosa, me odiaba, eso era lo único que estaba claro, el resto era una total banalidad. Era un riesgo demasiado grande, si renunciaba a él mi suerte sería terrible, igual o peor que lo que ya me estaba sucediendo. Eduardo manejaba demasiado concentrado como para darse cuenta de que empezaba a dirigir mi mano hacia la bisagra de la puerta del auto, el corazón me palpitó a mil, no quería seguir viviendo, pero igual tenía miedo al pensar lo doloroso que podía ser la caída. Por mi mente se cruzaron muchos recuerdos, mi niñez, las caricias de mi madre, mi amistad con Lucrecia, los maltratos de mi padre y pr
Isabel me miró perpleja, mi pregunta repentina era estúpida, pero mis intenciones eran claras.—es solo que la que tengo se quebró, y no quiero que Eduardo se moleste conmigo por haber sido tan descuidada, podrías sacarme una copia también, sin decirle nada a él — mentí a lo inmediato para aclarar la situación y tener una excusa válida. Supliqué en un tono de voz persuasivo, mientras ponía mis ojos de borrego— Está bien — Dijo a lo inmediato pero siempre preocupada— Me promete que no le dirá a Eduardo — Pedí casi por soltar el llanto para ser más convincente — Cuenta con ello — Aseguró, y eso me dio una gran tranquilidad, ahora solo me quedaba armar mi plan de escape, ya tenía la forma para salir del cuarto, así que salir de casa podría ser más fácil, lo importante era ganarme la confianza de Isabel, y si Eduardo no traía a Lucrecia, entonces me iría, aunque tuviera que huir de las autoridades y de él, eso era preferible a tener que seguir soportando su desprecio. Eduardo llegó un
Eduardo bajó sus dedos hasta mi cuello, y yo me quedé muda, ya no tenía nada que decir, las emociones tan contradictorias, me tenían absorta, no sabía si continuar con su juego a sabiendas de que un beso solo provocaría un dolor superior, o definitivamente continuar en esa riña que también me lastimaba. Cerré los ojos al compás del susurro de su voz, que inconscientemente seguía repitiendo: calla, calla. — Eduardo — musité con temor, no quería que se enfureciera, quería sentirlo así, cerca de mí, también callado, sin que me reprochara nada. — Mary — repuso él, y esta vez acarició mi cabello. —Eduardo, basta, dejemos este juego absurdo, este ir y venir que nos lastima, recuperemos, en cambio, nuestro amor, nuestro deseo… — logré decir, aun con mis ojos cerrados, mi cuerpo y mi mente estaban en un estado de perplejidad, como si cada célula se desprendiera y se posara en él, obligándome a no pensar, a no recordar lo cruel que era conmigo, su olor invadía todo. Tras que terminé de habl
Antes de que amaneciera guardé la llave, quité la silla de la puerta trasera, e intenté dormirme, Eduardo no se despertó hasta la mañana siguiente y me levantó con gritos un poco amables porque Isabel ya había llegado a la casa. De mi mente no salían las respuestas de fabiana, y me atormentaban cada vez más — Ey, nena, despierta, tenemos una reunión hoy — Dijo fingiendo. En cuanto le escuché, me metí al baño rápidamente, y de nuevo sentí su presencia mirándome, detenido en la puerta de la habitación, silencioso y tímido. — Deja de mirarme — exclamé fingiendo molestia, pero la verdad es que pese a todas las circunstancias yo quería que me viera, y más aún luego de lo que Fabiana me había confirmado, que él buscaba siempre mujeres que se parecieran a mí, eso me había hecho entender que todavía me deseaba. — No te estoy viendo — negó con tranquilidad, y dio un suspiro — Puedo sentir tu mirada, sé que esta puerta es de vidrio y se ve mi reflejo al otro lado, así como yo pueda ver la
Me sentí éxtasis, recorrer su cuerpo de nuevo y sentir su piel fue una sensación inexplicable, pero justo cuando me decidí a desabotonar su camisa, para sentir su piel cerca de la mía, se apartó de mí rápidamente como si volviera en sí, y se arrepintiera. —! Qué estoy haciendo! — Exclamó dando la vuelta, tomando su saco y poniéndoselo rápidamente, antes que atravesara la puerta le grité: — Ojalá fuera una de esas malditas prostitutas que te encantan — Y empecé a llorar, había sido una idiota por haberme dejado llevar, por no recordar que él se vaciaba en otros cuerpos y que despreciaba el mío. — !Maldita sea esto! — repetí una y otra vez entre llanto, tomé mi toalla, ya la piel se había secado por estar desnuda expuesta al aire, al calor, y como si no fuese un ser humano que siente y padece me levanté a buscar la ropa que debía usar, y me vestí en silencio, solo dejando que cada lágrima bajara por mi rostro, me obligué a calmarme, a no seguir llorando, limpié mi cara, me maquillé,
Tras que Eduardo me escuchó se levantó rápido, me tomó del brazo y sin querer me giré de golpe, encontrándome con su mirada de nuevo cerca de mí. — No, no hagas tonterías — suplicó en voz baja, sin mostrar su ira y sin lastimarme — Necesito a Lucrecia — Señalé de nuevo sintiéndome nerviosa por estar tan pegada a él, podía sentir su respiración en mi cara— Solo no pude traerla, he estado muy ocupado, vendrá después, lo prometo — Afirmó en un tono de voz lleno de ternura, que me hizo creer que no mentía, fue conmovedor. — Ella es todo para mí, lo único bueno que tengo — Señalé titubeando por nervios, pero con tranquilidad, pues era como si estuviéramos conversando en confianza con normalidad, como si no fuera una patética farsa nuestra relación — Vendrá Lucrecia, lo prometo que vendrá, pero ahora no puedo — Contestó mirándome con bondad, como si en ese momento volviera a ser quien era, yo no pude evitar las lágrimas, una emoción contradictoria se apoderó, pues la misma persona que
— En verdad quieres… — titubeé antes de tomar la última decisión— Sí, quiero eso, quiero que te vayas — me interrumpió en total desesperación, mientras pasaba por mi lado — vete, llévate toda la ropa que necesites, aquí incluso hay un bolso que puedes ocupar para llevarla — dijo abriendo el armario y sacando toda la ropa como un completo loco, verlo me alteró de la misma forma, pero tenía que luchar contra todo — Está bien - Dije obligándome a calmar mi llanto, me acerqué al armario, cogí el bolso y metí la ropa sin mirar, abrí la maleta que había llevado cuando llegué de España y saqué mis zapatos y mis botas, y las metí en el bolso, todo lo hice automáticamente, sin sentir más que dolor o resignación. Tras que cerré el síper, sentí que lo perdía nuevamente, me levanté del piso, pues ahí estaba acomodando todo, lo vi observando el techo mientras suspiraba, fue una imagen terrible, otra despedida silenciosa y fúnebre, me apreté la nariz y tapé mi boca para que ya no salieran más lá