Capítulo 23

Percibí el sonido de la ropa cayendo, había tanto silencio y estaba tan herida que no sé si por lo volátil de mi mente o porque en realidad estaba pasando, logré escuchar el sonido de sus manos al acariciarla, sus besos, y después los múltiples jadeos de la mujer, sus cuerpos chocando entre sí.

Lloré hasta que ya no pude más, lloré en silencio, no quería emitir ningún ruido que los alertara e interrumpiera, sentía la boca seca, me apoyaba en la almohada y la apretaba fuerte para no gritar, me dolía el pecho, y me costaba respirar, a cada jadeo, una lágrima.

—Maldito, maldito destino — me repetía en la mente una y otra vez

Esa era la peor de las canalladas, lo más cruel que me había pasado en la vida, después de la muerte de mi madre. Pararon hasta ya entrada la madrugada, una y otra vez, como si Eduardo no fuese capaz de saciarse, pero era claro que él estaba vacío y llenaba sus pesares con todos los vicios, ron y prostitutas

— Debes irte — dijo él, cuando eran ya las dos de la maña
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