Franco:Desde aquí tengo una vista fantástica de sus ojos esmeraldas. Un rosa claro cubre sus labios y observo con minuciosidad cada bonito detalle de su suave y atractivo rostro. Mariana me causa intriga. Cada vez que la tengo cerca se instala un sentimiento de curiosidad e interés en mi pecho que me creo incapaz de ignorar. Quizá por eso no paro de perseguirla. «Es enfermizo lo que estás haciendo». Me dijo Félix, mientras se burlaba de mi confusa situación.No creo que sea algo enfermo como él asegura. Al contrario, creo que es la primera vez que deseo de forma sana a alguien...—¿Y la mujer de ayer? ¿Quién es? —demanda pareciendo angustiada y suelto aire por la nariz pesadamente.—Es la madre de mi amiga —aludo. Asiente y farfulla un "ok" bajito.—¿A tu amiga-esposa no le molestará que baile para ti? Muy bien, me ha tomado por sorpresa. Al parecer escuchó más de la cuenta y me veo en la penosa situación de aclararle sus dudas, que no dudo que tenga miles. Y, a pesar de que no es
Franco:Vislumbro entre la neblina una figura masculina que se acerca a paso decaído hacia mí. No sé cómo me encuentro; no distingo el atuendo que llevo puesto, ni siquiera puedo saberlo aunque intente autorecorrerme con la vista, pues mis ojos no se despegan de la silueta que atraviesa la humedad matutina.No me rodea nada más, solo un campo vacío opacado por el aura grisácea del rocío ambiental. Tampoco hay sonido. Me desespero, la persona que se aproxima es torturantemente lenta y una inquietud me hace sentir acorralado. Porque realmente no me puedo mover. Está llegando, solo a unos pasos... Casi puedo escuchar el sonido pesado de su respiración agitada, casi moribunda. Una tos, escucho una tos y la familiaridad de los quejidos que suelta a continuación logra que tema. —Fran —musita mi nombre. Sé de quién se trata de inmediato y doy un paso para poder verlo a la cara. Pero su mano en mi pecho me detiene. No entiendo cómo, pero su rostro no lo puedo ver—, no, quería decirte que...
Mariana:¡Like! Presiono "Enter" y me adentro a la publicación que ha hecho mi madre de mis hermanas. Karla sonríe con esa alegría soberbia y Kamila carga un perro pekinés en sus brazos, sonriendo también. Veo que ambas llevan prendas pequeñas de oro, y me complace saber que mamá siempre las lleva bonitas y arregladas a todos lados. Ya no se ven como antes, y eso me alivia infinitamente. También las veo más rellenitas a las tres, se nota que la alimentación en casa ha mejorado.Tres toques en la puerta me hacen levantarme y dejo mi laptop a un lado sobre el sofá. La abro y el rostro de Ricardo me hace soltar una leve sonrisa.—¡Primo! Pasa ven —le invito y él se adentra luego de chasquear un beso en mi mejilla.Carga unas cuatro bolsas repletas de verduras y sabrá Dios qué rayos más y las deja sobre la meseta de la cocina.—¡Hoy haremos la cena juntos! —exclama y saca poco a poco el contenido de las bolsas. Me acerco y lo ayudo, curioseando y muriendo por encender la estufa—. Dime que
Franco:—Mm, está deliciosa —le digo con la boca llena. El sabor agridulce recorre mi paladar y reconozco que ni en los mejores restaurantes comí algo así.—Se lo dije —alega ella con obviedad y lleva una cucharadita de torta a sus labios abiertos.—Entonces, como me ibas diciendo, tienes un par de hermanitas gemelas en Cuba y una madre desquiciada ¿no?—Como escuchó, son unas loquillas, espero que no hallan salido a mí —dice desviando la mirada a su platillo con un gesto despectivo. A lo que entrecierro los ojos dudoso.—¿Y por qué no? Tú eres una mujer encantadora, Mariana. Sería una maravilla que salieran a ti —le hago saber.No paro de hacerle insinuaciones y ella parece ignorarlas todas. Por lo que este extraño intercambio de expresiones se ha vuelto incesante.—Gracias —agradece y vuelve la mirada a mí—, creeme, si supieras porqué lo digo.—No me gustan las cosas a medias, vamos dime. No soy quien de juzgar, así que puedes estar tranquila.Intento suavizar mis palabras y fijo mi
Franco:Recostado a la pared del cuarto de hospital, esperamos los resultados de los exámenes de Riley junto con las palabras de su médico de cabecera.Mis ojos bajan a mis brazos, cruzados sobre mi pecho, y sostengo la mirada en las manchas de sangre impregnadas a la tela que los recubre. La imagen de... De los restos de la criatura en forma de líquido coagulado me causa náuseas y no espero un segundo más para ir en dirección a los baños.—¿Franco stai bene? —cuestiona mi madre al verme tambalear.—S-sí, necesito ir... al baño, no tardo —me excuso ante la preocupación de mi madre y la mirada perdida de Emma.—Ok —contesta y se hace a un lado.Llego como puedo al baño de hombres y apoyo mis manos sobre el borde del lavabo. Cierro con fuerza los ojos y una vibración extraña me ensordece por un lapso de segundos. Me irrito. Abro el grifo y junto mis manos para acumular un poco de agua y llevarla a mi rostro. Observo mi reflejo húmedo en el espejo y el recuerdo del accidente se hace pre
Mariana:Removiéndome inquieta en el asiento trasero junto a Bruno, intento moderar los temblores de mis piernas. Y si ahora parezco hoja en tornado, pues me imagino sobre la barra. «¡Dios, la barra, el baile!». Aclama mi mente y frunzo mis labios. Reprochándome una y otra vez cómo pude no darme cuenta de sus intenciones desde un principio.Quizá parezca no intencionado, pero vamos, que es demasiado obvio. Desde que llegué a Vitale nuestras miradas brillaron de un modo extraño, casi mágico. En ese entonces me acompañaba el recuerdo de cuando lo ví por primera vez, frente a Vista Alegre, en Miami. Tenerlo de frente una vez más fue una señal del destino, al menos es lo que pienso, y seguiré pensando a menos de que sus acciones me demuestren lo contrario. Luego sus mensajes de texto; el regaño por mi pésimo desempeño como mesera; el cambio de labor y los reclamos al verme subir a una barra como si fuese una de las strippers. Todo ha ido pasando como si el curso estuviese destinado a no
Mariana:¿Hace cuánto no reía así? La mirada confusa y penosa de mi jefe me hace respirar profundamente y formularle la explicación de lo que le inquieta.—"Ño" es una expresión —digo, gesticulando con una de mis manos.—¿Una expresión? —La interrogante no desaparece de su cara.—Sí. En Cuba lo usamos para múltiples casos. Si algo es bonito digo: ¡Ño, que lindo!; Si creo que eres una mala persona pienso: Ño, este hombre no es fácil; Si algo me irrita exclamo: ¡Ño, hasta cuándo!; Si me sorprende algo enuncio: ¡Ñoooo!Sus risas se hacen escuchar y hago lo mismo. Él niega con su cabeza y carraspea con la garganta, fijando sus orves azules en mi rostro.—Ño, eres preciosa —pronuncia, escondiendo una sonrisa tras su pícara mirada.—Gracias. Has aprendido a emplearla, por lo que veo.—Aprendo muy rápido...—Yo también —contesto, a sabiendas de lo insinuante que pudo haber sonado. —¿A sí? —musita, acercándose cuidadosamente a mí. No me muevo, sin embargo, busco la manera de cortar el moment
Mariana:Me resisto. Negada al exterior pero dudosa interiormente. Él me observa serio, como si sus palabras fuesen sinceras y merecieran respeto. —Vamos —insiste. Pero esta vez da un paso al frente. Levanto la mirada y enfrente suyo me siento pequeñita—. Dime una cosa, y sé sincera, ¿te apetecería tomar un baño conmigo si te lo propongo? Sin compromisos, un simple baño.Abro mi boca para contestar, pero la inseguridad de mis intenciones me hace dudar y la cierro de golpe. Bajo la mirada. Su mano agarra mi barbilla y me obliga a volver a mirarlo, niega con la cabeza y sus azules ojos recoren mis labios.—Mírame cuando te hablo, ¿Recuerdas?Asiento y quiero reír. En los momentos más serios no puedo aguantar la risa, supongo que es una especie de arma de defensa que usa mi cerebro para no temblar de pena.—No, jefe —contesto y alza a la par sus cejas—. Aceptar a eso sería cabar mi propia tumba.—No te pregunté si aceptarías, mi pregunta es, ¿te apetece?«¿Me apetece tomar un baño con e