- Buenos días. - Dijo el ama de llaves en cuanto abrió la puerta de la residencia.
- Buenos días, el señor Alderidge me pidió que viniera. - contestó Amelia.El ama de llaves se limitó a sonreír y cedió el paso a Amelia, guiándola por la casa hasta el salón.- Se lo diré al señor Alderidge, por favor espere aquí. - Dijo el ama de llaves, saliendo del salón y dejándola sola.Observó el lugar, acercándose a la pared principal donde colgaban algunos cuadros. Se sobresaltó al escuchar el ruido metálico de un encendedor, notando a un hombre sentado frente a la chimenea, justo cuando el humo y el olor a cigarrillo iban tomando poco a poco el lugar.
- Buenos días. - habló Amelia mientras se acercaba, pero el hombre pareció ignorarla. Amelia volvió a intentarlo, caminando hacia el hombre allí sentado.- Buenos días, señor. - Intentó una vez más llamar su atención. - Me llamo Amelia Jones, soy la nueva enfermera. Él siguió ignorándola, disfrutando de su cigarrillo. El olor le produjo a Amelia unas ligeras náuseas. Odiaba los cigarrillos.Respiró hondo y acarició con los dedos el ojo griego que colgaba de su brazalete.- Espero que te guste mi trabajo. Es la primera vez desde que me licencié que me contratan, pero te juro que se me da muy bien lo que hago. - dijo Amelia, intentando de algún modo llamar su atención, aunque fuera inútilmente-. - Mis profesores me dieron muy buenas referencias y me licencié en la mejor facultad de medicina de Carolina del Sur.- ¿Y en qué momento dirás la verdad? - preguntó el hombre al interrumpirla, con una voz tan penetrante que incomodó a Amelia. Giró la silla de ruedas, quedando frente a Amelia, y se llevó el cigarrillo a los labios.
Amelia se sorprendió por su pregunta y lo miró fijamente a los ojos azules. Era un hombre atractivo. Su mandíbula cuadrada estaba cubierta por una espesa barba rubia, a pesar de su rostro alargado. Una manta le cubría las piernas y llevaba una sudadera cubriéndole el torso. Llevaba el pelo igualmente corto y rubio, que le sobresalía en todas las direcciones posibles.Al mirarle, Amelia se sintió intimidada.- No he mentido. - replicó Amelia, manteniéndose firme. No se dejaría intimidar por aquel hombre, él no tenía ese poder como todos los demás. No aquella vez.
- ¿Así que tú, una niña, aceptaste un trabajo de enfermera en este lugar alejado de todo sólo por la bondad de tu corazón? - Habló con sorna, dando una calada a su cigarrillo. - ¿O fuiste detrás de un inválido rico para conseguir un matrimonio ventajoso? - preguntó con expresión dura y astuta.
Los ojos verdes de Amelia se abrieron de golpe; lo que estaba diciendo era un completo disparate.
- ¡Me ofendes! - alzó la voz, con el asombro transformando su rostro-.- Es tu presencia aquí lo que me ofende, muchacha. - replicó el hombre, frunciendo el ceño y cerrando los ojos con fuerza-. - Está claro que hay otra razón. - Acepté este trabajo porque lo necesito. Tu cuenta bancaria no me interesa. - replicó Amelia, sintiendo que se le aceleraban los latidos del corazón. - Ahora entiendo por qué nadie acepta este trabajo.- No tienes el perfil de enfermera que solemos contratar, con mucha más experiencia que tú. Eres joven y este lugar del fin del mundo no es el tipo de trabajo que prefiere la gente de tu edad. - replicó, dándose cuenta de que realmente había ofendido a la chica.- Precisamente por eso es perfecto. No me interesa nada más que la paz que proporciona este lugar. - replicó Amelia, respirando hondo y cerrando los ojos para intentar serenarse-.- Mira, necesito este trabajo de verdad. No tengo más interés en tu cuenta bancaria ni en ti que el mío propio. Aparte de cuidar de tu salud. - dijo.El hombre la observaba, sus penetrantes ojos azules analizaban no sólo la expresión de Amelia, sino también su postura. Ella ocultaba algo y él se daba cuenta.
Ella ocultaba algo, pero no era lo que él pensaba. La mente de Amelia nunca era tan absurda como la de él. Definitivamente, el matrimonio no entraba en sus planes, ni siquiera un golpe en el pecho. Más aún con un hombre tan arrogante y grosero como aquel, sentado frente a ella.
Ella sólo quería una nueva vida, nuevas expectativas más allá de lo que se había creado y formado para ella todos esos años. Pero él era hombre y rico, nunca entendería lo que sería ser mujer y más aún, pasar por todo lo que ella pasó en sus veintitrés años.
Prefirió juzgarla con todos sus prejuicios, hiriendo su orgullo de inmediato sin siquiera conocerla.
- Bueno, aquí estoy. Quiero este trabajo y casi nada de lo que digas me hará cambiar de opinión. - replicó Amelia, recuperando lentamente la compostura, aunque su respiración y sus latidos seguían acelerados-. - Aunque mi futura paciente resultó ser una persona muy difícil.- Entonces ocultas algo, muchacha. - Lo miró fijamente, con el rostro endurecido.
Amelia respiró hondo, la tristeza nubló sus facciones al recordar parte de su pasado y sus heridas personales.- Mi pasado y mis motivos no son de tu incumbencia. - replicó.
La puerta se abrió de nuevo y el ama de llaves entró en la habitación acompañada de otro hombre, igualmente rubio y con rasgos similares a los del hombre de la silla de ruedas. - Señorita Jones, soy Ethan Alderidge. - Se presentó el hombre, acercándose a Amelia y saludándola con un apretón de manos. - Veo que ya conoce a mi hermano, Alexander. - Ethan se calló y Amelia pudo notar su sonrisa nerviosa.- Sí, he tenido ese placer. - mintió ella, sonriéndole aburrida mientras Alexander giraba de nuevo su silla hacia la chimenea-.
- Espero que haya sido educado contigo. - Ethan habló, pero Amelia se dio cuenta de que aquellas palabras iban dirigidas más a Alexander que a ella, y asintió.
- Venga, señorita Jones. Hablaremos mejor en el despacho. - Ethan tomó la palabra y Amelia hizo ademán de coger su bolso, pero el ama de llaves se le adelantó.
- Ya lo cojo yo, no se preocupe. - La mujer habló y Amelia asintió, más aún al notar su sonrisa compasiva.
Amelia estaba a punto de salir de la habitación cuando oyó que Alexander se movía en su silla y encendía otro cigarrillo.- Sea lo que sea lo que escondes, no puede ser peor que esta vida patética. - Amelia y Ethan lo escucharon hablar.
Amy respiró hondo, recordando toda la m****a que la había llevado a aquel lugar, todas las cicatrices y el hombre al que había abandonado en Charleston, justo el día de su boda.
Amelia siguió a Ethan en silencio hasta su despacho y entró justo después de que él le abriera la puerta.Ethan indicó uno de los sillones para que Amelia se sentara, aún se sentía tensa por su primera y mala impresión de Alexander.En cuanto se sentó, Amelia abrió la boca.- Lo siento, señor Alderidge. Pero creo que no soy la persona más adecuada para este trabajo. - Ella lo miró fijamente, pero Ethan levantó rápidamente la mano para que ella lo escuchara.- Sé que mi hermano es una persona muy difícil, Amelia. - replicó Ethan, y podía ver el agotamiento en su expresión-. - Pero antes de que te rindas, quiero que me escuches, ¿vale?Amelia asintió.- Alexander no siempre fue así. Era un hombre activo, que criaba la empresa él solo desde que murieron nuestros padres. Hace un año tuvo un accidente de coche con su difunta prometida. Por desgracia, Morgan estaba embarazada y ella y el bebé murieron en el accidente. - Ethan empezaba a contarlo.- Estuvo tres meses en coma y llegamos a pen
Esa misma tarde, Amelia envió a Benjamin un correo electrónico explicándole lo sucedido. Él le compró inmediatamente otro móvil y se lo entregó al día siguiente.A la mañana siguiente, Amelia salió de su habitación y se fue a la playa. Necesitaba deshacerse de aquel teléfono móvil, pues creía que, aunque estuviera roto, podía enviar algún tipo de señal. Por suerte, la residencia Alderidge tenía un embarcadero que daba al mar. Amelia disfrutó de su paseo por la playa, aún era demasiado temprano para que nadie allí estuviera despierto. Rápidamente, se dirigió al embarcadero y arrojó su teléfono móvil al mar. Respiró hondo y creyó que estaría a salvo.Al volver a la casa, Amelia encontró abierta una de las ventanas del segundo piso y tuvo la extraña sensación de ser observada. Apurando sus pasos, regresó a su habitación, se cambió de ropa y se dirigió a la habitación del señor Alderidge.- Buenos días. - le saludó Amelia, entrando en la habitación y dirigiéndose a la ventana, pero al no
Los fuertes y desesperados golpes despertaron a Amelia de inmediato. Corrió a la puerta para abrirla y se encontró a la señora Smith llorando, completamente fuera de sí.- Helen, ¿qué ha pasado? - preguntó Amelia, sin entender por qué.- Es el señor Alderidge, está inconsciente en el suelo del dormitorio. Inmediatamente, Amelia cogió su bolsa de primeros auxilios y corrió a la habitación de Alexander.Cuando llegó, encontró al señor Smith intentando despertarlo, pero sin éxito. Amelia se acercó rápidamente a él, comprobando la respiración debilitada y los latidos del corazón de Alexander.- ¡LLAMEN A UNA AMBULANCIA YA! - gritó Amelia, dejando el pesado cuerpo de Alexander en el suelo.Al abrirle los ojos, vio que tenía las pupilas dilatadas y desenfocadas y que de la boca, que empezaba a ponerse azul, le salía una espuma blanca.- Ron, busca algo en el baño, ¿dónde están sus medicinas? - preguntó Amelia, cogiendo su estetoscopio y comprobando una vez más los latidos de su corazón.El
Cuando Alexander por fin volvió a dormirse, Amelia aprovechó para hacer lo mismo. Durante la madrugada oyó un movimiento en la habitación, imaginando que era una de las enfermeras.En cuanto amaneció, Amelia sintió que una mano la agarraba del brazo y la sacudía para despertarla. Al abrir los ojos, se dio cuenta de que era Ethan.- Amelia, buenos días. ¿Me acompañas afuera? - preguntó en voz baja y tranquila, y Amelia asintió rápidamente y se levantó.En cuanto salieron de la habitación, se dio cuenta de que Ben también estaba allí e inmediatamente lo abrazó.- ¿Cómo está? - preguntó Ethan, que podía ver el cansancio en su rostro.- Está descansando, pero se encuentra bien. Conseguí que vomitara la mayor parte de los medicamentos y cuando llegamos le hicieron un lavado. - informó Amelia, volviendo a centrar su atención en Benjamin.- Pero, ¿por qué estás aquí? - preguntó con curiosidad.- Ben estaba conmigo. Estábamos cenando cuando llamó la señora Smith y cogimos el coche hasta aquí.
Después de desayunar, Amelia volvió a su habitación y esperó la visita del médico.Ni siquiera podía mirar a Alexander en la cama sin que aquellos mensajes volvieran a ella.Se sentía traicionada por él. No tenía derecho a enviar a alguien a investigar su vida. No cuando ella acababa de salvarle la suya.Alexander se movió en la cama, buscando a Amelia, que estaba sentada cerca de la ventana. Sonrió al verla, pero ella no le correspondió cuando se dio cuenta de que estaba despierto.- Buenos días, Jones. - Habló y Amelia se le acercó, tendiéndole un vaso de agua con pajita.No tardó en darse cuenta de que algo iba mal, de que estaba furiosa. Podía ver la mirada en sus ojos, aunque su expresión intentara ocultarlo.- ¿Qué te pasa? ¿Por qué estás así? - preguntó inocentemente.Amelia se apartó y se acercó a la mesa, cogió el móvil de Alexander y lo dejó caer sobre su regazo.- Has enviado a alguien a investigarme. - respondió ella, y cuando él intentó replicar, ella lo interrumpió. - No
- ¡¡¡Buenos días!!! - Dijo Amelia nada más entrar en la habitación de Alexander aquella mañana, emocionada y sonriente. Llevaba una bandeja con el desayuno y no llevaba el habitual pijama de lactancia, optando en su lugar por unas deportivas marrones y un vestido de flores que dejaba un suave escote en sus pequeños pechos.- ¿A qué viene tanta excitación? - preguntó Alexander mientras se estiraba, ya duchado y con una sudadera puesta.- Porque vamos a dar un paseo. - Contestó ella, dirigiéndose a su armario. - No sé tú, pero yo estoy un poco cansado de estas paredes. Volvió con una camisa de botones y unos vaqueros, así como un par de zapatillas blancas.- Vale, se acabaron las sudaderas. - dijo Amelia, dejándolas sobre la cama. - Me gustan estas paredes. - contestó Alexander mientras tomaba un sorbo de café.- Estarán en el mismo sitio cuando volvamos. - Contestó ella, cogiéndole el vaso de zumo mientras se sentaba frente a él.- ¿Qué pretendes, Jones? - Él entrecerró sus ojos azu
Amelia llegó a la consulta cinco minutos más tarde. Nada más entrar, notó a Alexander un poco tenso al estar acompañado por la analista.- ¿Qué tal? ¿Qué tal ha ido? - preguntó Amelia a la analista, posando luego la mano en el hombro de Alexander.- Ha estado bien para ser el primer día. - respondió la Dra. Campbell mientras sonreía.- Ha sido interesante. - Era el turno de Alexander.Amelia los observó a los dos, imaginando ya que no conseguiría sonsacarles nada más, sobre todo porque se trataba de un secreto de consulta.- 'Bien, señor Alderidge ¿podemos concertar la próxima cita para la semana que viene? - preguntó el doctor Campbell y Alex asintió con un movimiento de cabeza.Amelia y Alexander subieron al coche y lo arrancaron. Ella volvió a encender la radio del coche mientras Alexander observaba la carretera que seguían, que era totalmente opuesta a la casa. Con desconfianza, se fijó en la sonrisa traviesa de Amelia mientras tamborileaba con los dedos en el volante.- No vamos
- ¿Os conocéis desde hace mucho? - preguntó Amelia mientras paseaba a Alex por el parque. Aún sostenía el pingüino de peluche en sus brazos.- Sí, era amigo de Megan. - respondió Alex sin mucho entusiasmo. Ella notó que su expresión era cerrada e irritada.- Ah... - se le escapó. - Y no os caéis muy bien al parecer. - comentó Amelia, investigando muy despacio.- ¿Cambiamos de tema? Tengo hambre y me encantaría una salchicha con mucha mostaza. - Se acercó al puesto de salchichas.Amelia estuvo de acuerdo, pero no estaba convencida y hablaría de ese tema más tarde. Siguió a Alexander y buscó su cartera en el bolso.- Dos salchichas y dos refrescos. - preguntó al dependiente, sonriéndole.- ¿No me va a dejar pagar? - preguntó Alex, cruzándose de brazos.- En teoría, pagas tú. Estoy usando tu dinero. - Amelia parpadeó.- Entonces, si estoy pagando, quiero una cerveza. - Contestó, mirando al dependiente.- No puedes beber. - Amelia estuvo a punto de reñirle, pero Alex la ignoró.- Tú cond