Los días se detuvieron de golpe.Pasaban en lentas horas que incrementaban su angustia.Festejaban cada gramo ganado y sufrían en cada pitido de alarma de los monitores. Desde el día del parto, Santiago se había negado a ver o hablar con sus padres.Tanto él como Muriel parecían sombras errantes, orbitando la sala de neonatología y esperando con una paciencia que no tenían.El rostro de los doctores era como una máscara indescifrable, pero las enfermeras, amorosas y compadecidas, les decían que tuvieran esperanzas. Ellas eran testigos de dolores y de milagros. Y ellos se aferraban a esa fe. Hablaban con su pequeña Isabella para que sintiera su presencia, y cuando por fin los dejaron apoyarla en su pecho, con mucho cuidado, sintieron que tocaban el cielo con las manos.Día tras día, noche tras noche, esperaron.Hasta que, una tarde, todo cambió.-Su pequeña está fuera de peligro. Si todo sigue así, en una semana más, podría recibir el alta médica.Y esta vez, las lágrimas fueron de f
La pequeña correteaba entre los juegos del patio, indiferente al delicado vestido que su madre le había puesto para la fiesta de su cuarto cumpleaños.Enterraba sus manitos en la arena, ensuciaba sus zapatitos en el césped, y vigilaba con detenimiento el pastel de arcoiris sobre la mesa, mientras su padre observaba su lacio cabello castaño y el brillo de picardía infantil en sus ojos verdes. Le habían asignado la imposible tarea de vigilar que no se desarreglara antes de la llegada de los invitados, pero para él no había mayor placer que verla divertirse, aunque su apariencia de princesa de cuento se transformara en la de una pequeña criatura salvaje.Cuando el último moño le caía de la cabeza, su hermano salió al jardín y no pudo contener la risa.-Cuando mamá la vea te matará, Santi. Le tomó mucho tiempo arreglarla…El hombre sonrió.-Evitar que haga desastres parece que no está en mi naturaleza, Jay. Su madre ya lo sabe, creo que me asignó esa tarea sólo para que la deje cocinar e
Muriel se miró al espejo, descubriendo, con el mismo horror de cada mañana, que la vida no se parecía en lo absoluto a lo que había soñado a los veinte años.Había cumplido cuarenta y un años, y odiaba con intensidad lo que el reflejo le mostraba.-Debería evitar mirarme cuando salgo de la ducha, esto es tan deprimente y frustrante…- se dijo a sí misma.Porque claro, desde hace tiempo, no hacía más que hablar sola, cuando tenía esos momentos de incómodo silencio en su cuarto de baño o su habitación.Sin embargo, la curiosidad casi morbosa de ver en su cuerpo los efectos del paso de los años, la obligó a quedarse allí de pie, antes de cubrirse con su vieja bata de baño.Su cabello castaño y en ondas, antes tan brillantes, se veía algo descuidado, dejando traslucir que desde hacía doce años, la prioridad no había sido más que su hijo, Joaquín, incipiente adolescente que a veces la adoraba y otras la detestaba.Típico.Un mechón de cabello gris, que se negaba a pintar, caía cerca de su f
Santiago se desperezó en la enorme cama de una habitación de hotel.A su lado, una rubia despampanante, completamente desnuda, le sonreía con satisfacción.Nunca llevaba mujeres a su casa, para lo que siempre tenía disponible esa suite de lujo, a la que iba con tal frecuencia que ya se manejaba como en un segundo hogar, con ropa limpia y elegante en su vestidor.Miró a la mujer junto a él, dudando ahora, a la luz del día, de que realmente tuviera veintiún años. Parecía menor.No es que le molestara la juventud, pero no quería problemas con la ley, o su padre lo mataría.Decidió no pensar en eso, de todos modos, nunca volvería a verla.Y, considerando lo sucedido la noche anterior, no era ninguna niña inocente. Manifestaba una considerable experiencia. Desde hace cinco meses, Eduardo Esquivel lo había puesto al frente de la empresa, como director general, en un voto de confianza que el joven no había honrado aún, mostrándose algo irresponsable.Santiago se relajaba en el hecho de que
Muriel observó al joven frente a ella, disgustada por ese escrutinio que los ojos verdes hacían de su persona.Antes de que Santiago entrara, Eduardo Esquivel la había estado entrevistando con una cordialidad que no esperaba:-Tiene usted una educación sorprendente, señorita Márquez, llega recomendada por una persona cuya opinión es importante para mí, una amiga de mi juventud. Pero me asombra que haya estado inactiva tantos años con éstas calificaciones…Ella fue completamente sincera:-Me casé y fui madre poco después de haber finalizado mis estudios, así que me alejé del rubro los últimos doce años, aunque me mantenía actualizada…-Sí, eso veo, siguió haciendo cursos en línea…Muriel asintió. -Claro, es que siempre fue mi vocación…-¿Sigue casada?La pregunta la sorprendió. Le parecía personal. Pero el hombre frente a ella no lucía malintencionado.-No. Me divorcié hace cuatro años…-Ya veo…El hombre hizo una pausa.-Siento que usted está demasiado preparada para un puesto como e
Santiago la observó irse y se quedó en su oficina, pensativo, con los brazos cruzados y la mirada perdida.Un suave y reconocible golpe en la puerta lo sacó de su silencio algo solemne.Seguramente era Eduardo. -Adelante.Su padre entró veloz, con una sonrisa triunfante y unos documentos en las manos.El joven suspiró mientras lo miraba a los ojos y se recostaba en su asiento con resignación. -Bien, papá, esta vez ganaste… te saliste con la tuya.El hombre mayor dejó los papeles en el escritorio y se sentó en el sillón enorme y reluciente de la oficina de su hijo antes de responder:-Ambos ganamos, Santiago. Esa mujer trabajará bien, estoy seguro, y te ayudará con lo que sea necesario. Te traje su currículo, ni siquiera lo miraste.-Confío en tu criterio…-De todas maneras te lo dejaré. Allí están sus datos de contacto para que los agendes… y para que veas que no la contraté por capricho o compasión. Tiene excelente preparación.El joven respondió con fastidio, presionando el puente
A la mañana temprano, Muriel dejó listo el desayuno para su hijo y su hermana, se puso su nuevo traje, uno color coral que le había fascinado, con una suave camisa de seda artificial color crema. Se sujetó el cabello en un semi recogido y salió a tomar el autobús.El viaje largo la hizo pensar que, si su trabajo prosperaba, tendría que comprar un auto, así el trayecto sería más breve y podía desayunar con su hijo antes de que se fuera a la escuela, que quedaba a dos calles de su pequeña casa.Llegó a Esquivel Tech a horario, saludó a la antipática recepcionista y fue a su oficina, que era sencilla pero perfecta.Dejó la puerta abierta, atenta a la oficina de su jefe, por si acaso. Abrió la laptop y descubrió varios correos con las tareas con las que debería empezar ese día, y se puso manos a la obra.Media hora más tarde, escuchó unas voces en la oficina de Santiago Esquivel."Qué extraño, pensé que no llegaría temprano", se dijo.Luego, un grito de mujer la sobresaltó.Por instinto
-Señorita Márquez, tengo una reunión con mi padre y unos accionistas ahora. Necesito que me acompañe, es importante que se familiarice con el negocio, y además usted tiene los documentos del acuerdo. ¿Tuvo tiempo de revisar los balances que le envié?Muriel se puso de pie como si tuviera un resorte en el cuerpo, pasó disimuladamente la mano por su mejilla, y tomó la laptop de su escritorio, donde estaba su trabajo de esa mañana.-Sí, señor Esquivel, terminé con lo que me envió sobre los australianos.El gesto de la mujer no pasó desapercibido para Santiago. Pero no la quiso incomodar con una pregunta que, además, no le correspondía hacer. Se puso en camino mientras decía:-Perfecto, entonces vamos a la sala de juntas. -De acuerdo. Sin embargo…- Muriel dudó.Él se detuvo.-¿Qué es lo que sucede?Ella lo miró con cautela.-Si me permite una observación… Este acuerdo con los australianos no parece muy beneficioso para Esquivel Tech. Santiago la observó intrigado, levantando una ceja.