Muriel se miró al espejo, descubriendo, con el mismo horror de cada mañana, que la vida no se parecía en lo absoluto a lo que había soñado a los veinte años.
Había cumplido cuarenta y un años, y odiaba con intensidad lo que el reflejo le mostraba.-Debería evitar mirarme cuando salgo de la ducha, esto es tan deprimente y frustrante…- se dijo a sí misma.Porque claro, desde hace tiempo, no hacía más que hablar sola, cuando tenía esos momentos de incómodo silencio en su cuarto de baño o su habitación.Sin embargo, la curiosidad casi morbosa de ver en su cuerpo los efectos del paso de los años, la obligó a quedarse allí de pie, antes de cubrirse con su vieja bata de baño.Su cabello castaño y en ondas, antes tan brillantes, se veía algo descuidado, dejando traslucir que desde hacía doce años, la prioridad no había sido más que su hijo, Joaquín, incipiente adolescente que a veces la adoraba y otras la detestaba.Típico.Un mechón de cabello gris, que se negaba a pintar, caía cerca de su frente.Lo miró con un suspiro, mientras le decía:-Tú te quedas. Eres mi recordatorio de lo que sufrí cuando Javier se fue…Porque ese mechón tenía exactamente cuatro años. El tiempo que hacía desde que su ex marido la había dejado.Para ser más precisos, el tiempo que hacía desde que ella le había pedido, hecha un mar de lágrimas, el divorcio.Sus ojos dorados podrían ser hermosos, si no fuera por las ojeras casi indisimulables.Pero su sonrisa perdida, y su cuerpo cuyas huellas la gravedad se había encargado de dejar bien notorias, la deprimía: la cicatriz de la cesárea, el vientre con algo de flacidez y unas cuantas estrías, los senos, que fueran su orgullo juvenil, ahora caídos.Caídos como su espíritu esta mañana.Salió del cuarto de baño y se dispuso a vestirse mientras miraba la hermosa foto enmarcada que descansaba sobre su mesa de noche.La había tomado su hermana en el último paseo en familia, hace cinco años.Cuando aún buscaba quedar nuevamente embarazada, sin resultados.Cuando aún creía en la familia perfecta y era, según ella, feliz junto a Javier.Cuando estaba tan enamorada que había sido ciega a las señales, a las decenas de banderas rojas que le decían que todo iba a quebrarse en menos de un año.Pero allí, en la fotografía, se veía feliz, con el dulce Joaquín, una copia exacta físicamente de su padre, un moreno seductor nato, pero con el carácter de ella."Menos mal", pensó con una sonrisa.Javier había dejado embarazada a su amante, una joven casi quince años menor que Muriel, y con la que tenía una relación paralela de muchos años. Ella nunca indagó en profundidad desde hace cuánto tiempo la engañaba.Ahora, ellos eran una aparente familia feliz, aunque Muriel era consciente de que esa imagen no era más que una falsa fachada.Javier era un inútil, vago, que no sólo no pagaba la cuota correspondiente a la manutención de Joaquín, si no que tampoco proveía a su actual esposa e hija, quienes sobrevivían en realidad gracias a sus suegros.Gracias a ellos tenían una casa de revista y vacaciones todos los años.Muriel había estudiado una carrera empresarial y era brillante, pero cuando se casó, decidió comenzar un emprendimiento desde casa para cuidar personalmente de su hijo.Se le daba bien la cocina, gracias a lo que había aprendido de su maravillosa abuela materna, así que, mientras criaba a su pequeño, hacía y vendía sus delicias dulces, a veces incluso cocinando para grandes eventos.El negocio prosperó, pero hacía algunos años que no le daba las ganancias suficientes.Y precisamente el día anterior había tomado la decisión de abandonar su proyecto, y buscar nuevamente un empleo en relación de dependencia, con un sueldo estable, pensando en los crecientes gastos de su hijo, y en su futuro.Porque ahora su trabajo les alcanzaba para vivir, pero no para ahorrar… ¿Qué haría cuando Joaquín necesitara ir a la universidad? ¿Y si él decidía estudiar en otra ciudad?Era hora de dar un paso en otra dirección.Una que odiaba, pero era necesaria.-No sería necesaria si Javier pagara lo que corresponde…- se dijo con amargura.Pero era inútil negar la realidad.Así que se vistió con un, para nada nuevo, traje de oficina de blazer y falda tubo, que le quedaba más ajustado en las caderas de lo que recordaba, de un aburrido color beige, y una camisa blanca cuyo botón central amenazaba con ceder pero disimuló con un collar largo con pequeñas piedras verde agua, su color favorito, que su hijo le había regalado para su último cumpleaños.Se maquilló sólo lo suficiente para ocultar sus ojeras, pero no su edad, y salió de casa para su entrevista en Esquivel Tech, mientras su hijo y su hermana, que se había quedado esos días de transición laboral con ella, para ayudarla con Joaquín, dormían aún.Era temprano.Tenía un largo viaje en autobús hasta la sede principal de la empresa.No albergaba grandes esperanzas, aferrada a su currículo con el corazón latiendo a mil kilómetros por hora.Una conocida de su época de estudios con la que se encontró en un acto escolar, había trabajado con Eduardo Esquivel, y le consiguió una entrevista.Era para un puesto de secretaria, para el que estaba claramente sobrecalificada, pero no le importaba.Sólo necesitaba una oportunidad, aunque tuviera la formación e inteligencia para dirigir toda una empresa.Sólo necesitaba trabajar, y ofrecerle a su hijo un futuro mejor.Y, por qué no, demostrarle al pequeño y también a sí misma, que podía ser más que una mamá y ama de casa.Aunque, al llegar a Esquivel Tech, su esperanza se borró.A su lado, una docena de jovencitas, de manicura impecable, maquillaje de modelo y ropa nueva y colorida, se disputaban el puesto de secretaria y cuchicheaban entre ellas.La joven de la recepción no ocultó su desagrado al mirarla de arriba a abajo, deteniéndose en su mechón gris y luego en sus manos de uñas cortas.Hasta hace unos días, Muriel había sido prácticamente una cocinera, y sus manos lo evidenciaban.Pronto fue notorio para Muriel que no tenía oportunidad contra esas mujeres veinte años menores que ella, con los senos aún en su sitio y la piel inmaculada.Recordó su imagen en el espejo y se sintió un despojo.Menos que eso.Su autoestima nunca había sido la gran cosa, pero se terminó de dañar luego de la infidelidad.Era incapaz de ver que, realmente, era una mujer trabajadora, inteligente, fuerte y hermosa, de rasgos dulces y a la misma vez decididos, con labios redondeados y una nariz respingada y perfecta.Y unos ojos almendrados que se llenaban de luces doradas al pensar en su hijo.Estaba por ponerse de pie e irse de allí, pensando en cómo se excusaría con su conocida de la universidad por no asistir a la entrevista, cuando escuchó su nombre:-Señorita Márquez, el señor Esquivel la recibirá ahora.Muriel tragó saliva con fuerza, apretó su currículo y entró a la enorme oficina.Santiago se desperezó en la enorme cama de una habitación de hotel.A su lado, una rubia despampanante, completamente desnuda, le sonreía con satisfacción.Nunca llevaba mujeres a su casa, para lo que siempre tenía disponible esa suite de lujo, a la que iba con tal frecuencia que ya se manejaba como en un segundo hogar, con ropa limpia y elegante en su vestidor.Miró a la mujer junto a él, dudando ahora, a la luz del día, de que realmente tuviera veintiún años. Parecía menor.No es que le molestara la juventud, pero no quería problemas con la ley, o su padre lo mataría.Decidió no pensar en eso, de todos modos, nunca volvería a verla.Y, considerando lo sucedido la noche anterior, no era ninguna niña inocente. Manifestaba una considerable experiencia. Desde hace cinco meses, Eduardo Esquivel lo había puesto al frente de la empresa, como director general, en un voto de confianza que el joven no había honrado aún, mostrándose algo irresponsable.Santiago se relajaba en el hecho de que
Muriel observó al joven frente a ella, disgustada por ese escrutinio que los ojos verdes hacían de su persona.Antes de que Santiago entrara, Eduardo Esquivel la había estado entrevistando con una cordialidad que no esperaba:-Tiene usted una educación sorprendente, señorita Márquez, llega recomendada por una persona cuya opinión es importante para mí, una amiga de mi juventud. Pero me asombra que haya estado inactiva tantos años con éstas calificaciones…Ella fue completamente sincera:-Me casé y fui madre poco después de haber finalizado mis estudios, así que me alejé del rubro los últimos doce años, aunque me mantenía actualizada…-Sí, eso veo, siguió haciendo cursos en línea…Muriel asintió. -Claro, es que siempre fue mi vocación…-¿Sigue casada?La pregunta la sorprendió. Le parecía personal. Pero el hombre frente a ella no lucía malintencionado.-No. Me divorcié hace cuatro años…-Ya veo…El hombre hizo una pausa.-Siento que usted está demasiado preparada para un puesto como e
Santiago la observó irse y se quedó en su oficina, pensativo, con los brazos cruzados y la mirada perdida.Un suave y reconocible golpe en la puerta lo sacó de su silencio algo solemne.Seguramente era Eduardo. -Adelante.Su padre entró veloz, con una sonrisa triunfante y unos documentos en las manos.El joven suspiró mientras lo miraba a los ojos y se recostaba en su asiento con resignación. -Bien, papá, esta vez ganaste… te saliste con la tuya.El hombre mayor dejó los papeles en el escritorio y se sentó en el sillón enorme y reluciente de la oficina de su hijo antes de responder:-Ambos ganamos, Santiago. Esa mujer trabajará bien, estoy seguro, y te ayudará con lo que sea necesario. Te traje su currículo, ni siquiera lo miraste.-Confío en tu criterio…-De todas maneras te lo dejaré. Allí están sus datos de contacto para que los agendes… y para que veas que no la contraté por capricho o compasión. Tiene excelente preparación.El joven respondió con fastidio, presionando el puente
A la mañana temprano, Muriel dejó listo el desayuno para su hijo y su hermana, se puso su nuevo traje, uno color coral que le había fascinado, con una suave camisa de seda artificial color crema. Se sujetó el cabello en un semi recogido y salió a tomar el autobús.El viaje largo la hizo pensar que, si su trabajo prosperaba, tendría que comprar un auto, así el trayecto sería más breve y podía desayunar con su hijo antes de que se fuera a la escuela, que quedaba a dos calles de su pequeña casa.Llegó a Esquivel Tech a horario, saludó a la antipática recepcionista y fue a su oficina, que era sencilla pero perfecta.Dejó la puerta abierta, atenta a la oficina de su jefe, por si acaso. Abrió la laptop y descubrió varios correos con las tareas con las que debería empezar ese día, y se puso manos a la obra.Media hora más tarde, escuchó unas voces en la oficina de Santiago Esquivel."Qué extraño, pensé que no llegaría temprano", se dijo.Luego, un grito de mujer la sobresaltó.Por instinto
-Señorita Márquez, tengo una reunión con mi padre y unos accionistas ahora. Necesito que me acompañe, es importante que se familiarice con el negocio, y además usted tiene los documentos del acuerdo. ¿Tuvo tiempo de revisar los balances que le envié?Muriel se puso de pie como si tuviera un resorte en el cuerpo, pasó disimuladamente la mano por su mejilla, y tomó la laptop de su escritorio, donde estaba su trabajo de esa mañana.-Sí, señor Esquivel, terminé con lo que me envió sobre los australianos.El gesto de la mujer no pasó desapercibido para Santiago. Pero no la quiso incomodar con una pregunta que, además, no le correspondía hacer. Se puso en camino mientras decía:-Perfecto, entonces vamos a la sala de juntas. -De acuerdo. Sin embargo…- Muriel dudó.Él se detuvo.-¿Qué es lo que sucede?Ella lo miró con cautela.-Si me permite una observación… Este acuerdo con los australianos no parece muy beneficioso para Esquivel Tech. Santiago la observó intrigado, levantando una ceja.
Tras algunos meses trabajando en Esquivel Tech, Muriel había comenzado a ahorrar lo suficiente como para darse el lujo de conseguir un automóvil usado que le permitiera llegar a su trabajo más rápido que en autobús.También había aprendido mucho más sobre la vida empresarial y se iba moviendo con comodidad en ese ambiente, volviéndose casi imprescindible en la dinámica entre Eduardo Esquivel y su hijo, cuya relación no parecía mejorar en lo más mínimo.Ese fin de semana, la oficina de recursos humanos de la empresa había organizado una fiesta por la primavera a la que era casi obligatorio asistir para todos los empleados.Muriel había esperado poder evadirse y no ir, pero otras secretarias le habían dicho que eso era muy mal visto en Esquivel Tech, sobre todo siendo nueva.Y, aunque no les creyó, no le pareció prudente faltar.Además, desde que se lo había contado, su hermana Sabrina la estaba volviendo loca con la idea de ayudarla a vestirse, maquillarse, peinarse, y conseguir un nov
Definitivamente la fiesta no sería de su estilo. Eso pudo notarlo al instante en que bajó de su auto en el enorme estacionamiento del salón de eventos, vio llegar a sus compañeros de trabajo y oyó la música.Todo en ella, a pesar de los esfuerzos de su hermana con su sencillo vestido, desentonaba con ese sitio.Se sintió tentada de huir, pero ya estaba allí. Acordó consigo misma que se quedaría exactamente dos horas, bebería un trago, saludaría a su jefe y luego se iría. No lograba quitarse de la cabeza la última canallada de su ex esposo, y el ambiente no le ayudaba a sentirse mejor. Se acercó a la barra, sin saber ni qué pedir, así que le dijo al barman:-Buenas noches, una copa de vino blanco, por favor.El hombre la miró extrañado, en medio de sus botellas de colores, pero enseguida le sirvió lo que pedía.Muriel recordó que no había cenado, y realmente no tenía hambre, sentía el estómago cerrado. Pero el vino era suave y delicioso, así que no se dio cuenta en qué momento había
Muriel no estaba en condiciones de negarse.A nada.Pero al menos no se trataba de un desconocido, y las probabilidades de que le pasara algo junto a Santiago Esquivel eran nulas.Sonrió para sí misma pensando en que no tenía ningún temor de que pudiera aprovecharse de "la vejestorio".Se sentía avergonzada, aunque ya no podía hacer nada para evitarlo.Había bebido como una adolescente.O en realidad, como hacía cuatro años que sentía la necesidad de beber. Sin embargo, no había resultado como esperaba. Ahogar las penas con alcohol no era tan efectivo como en las películas. Sólo había conseguido darle lástima a su frío y joven… y sensual jefe.Tomó el bolso y las llaves de Muriel y la llevó sosteniéndola de los hombros."Por todos los cielos, qué bien huele Santiago así de cerquita".Con un tacto que pensó que su jefe no tenía, él evitó preguntarle por qué había llegado a ese extremo.El mismo Santiago estaba sorprendido de su impulso protector. Probablemente se debía a que siempre l