Santiago la observó irse y se quedó en su oficina, pensativo, con los brazos cruzados y la mirada perdida.
Un suave y reconocible golpe en la puerta lo sacó de su silencio algo solemne.Seguramente era Eduardo.-Adelante.Su padre entró veloz, con una sonrisa triunfante y unos documentos en las manos.El joven suspiró mientras lo miraba a los ojos y se recostaba en su asiento con resignación.-Bien, papá, esta vez ganaste… te saliste con la tuya.El hombre mayor dejó los papeles en el escritorio y se sentó en el sillón enorme y reluciente de la oficina de su hijo antes de responder:-Ambos ganamos, Santiago. Esa mujer trabajará bien, estoy seguro, y te ayudará con lo que sea necesario. Te traje su currículo, ni siquiera lo miraste.-Confío en tu criterio…-De todas maneras te lo dejaré. Allí están sus datos de contacto para que los agendes… y para que veas que no la contraté por capricho o compasión. Tiene excelente preparación.El joven respondió con fastidio, presionando el puente de su nariz entre el pulgar y el índice.-De acuerdo, papá, lo veré. Si eso te deja tranquilo…Eduardo lo miró, curioso.-¿Cuál es el problema? ¿Aún quieres una jovencita poco capacitada sólo para saciar tus instintos en ese escritorio? ¿Aún te molesta que no haya elegido a una mujer veinteañera y despampanante que te excite?... Porque no creo que tengas muchos problemas para conseguirlas por tu cuenta…Su hijo se quedó en silencio. No era eso lo que le molestaba de todo este asunto de la secretaria de cuatro décadas.Pero tampoco sabía qué era lo que lo tenía incómodo.-No… no es eso. No me siento bien. Me duele la cabeza…Su padre se puso de pie.-Bien, te dejaré trabajar entonces… Le dire a Judy que te traiga un analgésico.El hombre se fue en silencio, sabiendo que su hijo mentía, mientras Santiago leía con detenimiento los documentos frente a él.Muriel Márquez era interesante.Y sí.No se mentiría.Por un momento, fugaz, se la había imaginado en su escritorio, y no precisamente trabajando.Cuando terminó su reunión con recursos humanos, Muriel salió de la empresa con la mirada luminosa, y tomó el autobús hacia el banco, depositó el gran cheque llena de emoción, sus primeros ahorros reales en años, y extrajo una pequeña fracción para ir al centro comercial y comprar ropa para la oficina.Eligió algunos conjuntos simples pero versátiles, de los colores que amaba, y que, sobre todo, se ajustaban a sus medidas actuales, en particular las camisas.Le compró a Joaquín el juego nuevo que llevaba meses pidiéndole, y una novela de fantasía de la saga que él amaba.Y por último, eligió un regalo para su hermana, que siempre estaba cuando la necesitaba.Regresó a su pequeña casa, exhausta, pero feliz.Cuando su hermana la vio entrar, adivinó la buena noticia, pues el rostro de Muriel nunca había sabido ocultar nada:-¡Sí! ¡Sabía que lo lograrías a pesar de tu horrible traje!-¡Oye! Más respeto con tu hermana mayor…-Estoy tan feliz por tí… aunque te pelee…La abrazó.-Lo sé, Sabrina. Gracias… y por eso te traje un regalo. Pedí un adelanto y mi jefe aceptó. Así que hice compras…Los ojos de su hermana brillaron.-¿Un regalo? ¿Qué es?Muriel sonrió y le tendió la caja.-Míralo…Sabrina abrió el paquete con ansiedad, encontrándose con algo que llevaba años deseando: una laptop nueva, más rápida, para seguir trabajando en los diseños que amaba y continuar sus estudios en la escuela de Diseño de Indumentaria.Sus ojos se llenaron de emoción.-Gracias, Muriel, no debiste gastar tanto. Necesitabas ahorrar.-Lo sé, pero te la mereces. Sin tí no habría podido cuidar a Joaquín como hasta ahora…-Has hecho un gran trabajo con ese pequeño, Muriel. Hoy desayunó sin chistar y fue a la escuela. Luego almorzamos, y ahora está en su habitación lo más tranquilo… no es difícil cuidarlo, te lo aseguro…Muriel sonrió con un dejo de tristeza, recordando que no siempre fue así, que hace cuatro años las pesadillas no lo dejaban dormir.-Iré a verlo, también le traje regalos…Subió las escaleras con la bolsa en una mano y golpeó la puerta del cuarto de su hijo.Silencio.Abrió la puerta y lo descubrió escribiendo en su cuaderno con los auriculares puestos. De pronto lo vio tan grande que la invadió la nostalgia.Recordaba cuando era pequeño y podía sostenerlo con un solo brazo y eso la hizo sonreír de nuevo.Se acercó lentamente y le tocó el hombro, sacándolo de su concentración.Joaquín se quitó los auriculares y le sonrió con afecto.-No sabía que ya habías vuelto, mamá… ¿Conseguiste el empleo?Ella le devolvió la sonrisa.-¡Sí! Mañana comienzo, pero ya tengo mi primer sueldo.- sacó la bolsa que ocultaba en su espalda y se la tendió-. Por eso, te traje un regalo…Los ojos del adolescente brillaron.-¿Un regalo?Lo abrió con prisa y su entusiasmo aumentó al descubrir lo que Muriel le había comprado.Sólo por ver esa luz en su rostro, valía la pena cualquier sacrificio que hubiera hecho los últimos doce años.Al verlo olvidaba al inútil de Javier y todo su sufrimiento por desamor.El jovencito la abrazó.-Gracias, ma, eres la mejor y la más hermosa -la aduló y luego puso sus manos morenas en un gesto de súplica-… ¿Puedo jugar ahora? Sólo un rato, casi termino mis tareas.Ella asintió.-Claro, hijo. Te avisaré cuando esté la cena.Ojalá en su futuro, a partir de ahora, hubiera muchos días así.Por un momento, mientras cocinaba, pensó en Santiago Esquivel.No exactamente en él, sino en la inaudita situación de añorar un hombre a su lado, aunque su jefe era demasiado joven para ella.Los últimos años de su vida, había sentido plenitud en la maternidad, en la supervivencia diaria.Ese día, al sentir que en sus entrañas se removía una calidez conocida, había comenzado a dudar.Pero más tarde, cenando, conversando y riendo con su hijo y su hermana, desechó esas dudas.El tren del amor ya había pasado para ella y sus prioridades eran otras.Su existencia, apacible y feliz, era suficiente.O al menos, eso creía Muriel.En cambio, en su lujosa casa, Santiago Esquivel se sentía intranquilo.Su vida inquieta, de fiestas, evadiendo obligaciones, viajando… nunca lo había hecho sentirse completo.Siempre le faltó algo.Pero no se quedaría como un idiota mirando al techo de su habitación.Tenía decenas de invitaciones a fiestas, cenas, espectáculos…Esa noche, como tantas otras, Santiago se puso un traje hecho a medida, que marcaba su perfecta figura, y salió a una de sus cenas, luego al teatro, y finalmente a una fiesta en un club exclusivo, donde varias mujeres lo rodearon al instante.No supo muy bien cómo sucedió, pero finalmente terminó con su cuerpo adherido a una joven mujer, alta, de grandes senos, cabello castaño y ojos dorados.Una mujer complaciente, de conversación vacía pero labios hábiles, de gustos íntimos algo excéntricos y curvas acogedoras.No supo muy bien cómo sucedió, pero era la madrugada del día siguiente y Santiago Esquivel embestía con cierta rabia a la mujer que gemía de placer, sobre su despoblado escritorio, en su impersonal oficina, en el último piso de ese edificio imponente en el que él no deseaba estar.Se quedó dormido, aferrado a la cintura delgada de su acompañante, en el amplio sillón de su lugar de trabajo.Y no soñó con nada.Había bebido lo suficiente como para asegurarse de ello.A la mañana temprano, Muriel dejó listo el desayuno para su hijo y su hermana, se puso su nuevo traje, uno color coral que le había fascinado, con una suave camisa de seda artificial color crema. Se sujetó el cabello en un semi recogido y salió a tomar el autobús.El viaje largo la hizo pensar que, si su trabajo prosperaba, tendría que comprar un auto, así el trayecto sería más breve y podía desayunar con su hijo antes de que se fuera a la escuela, que quedaba a dos calles de su pequeña casa.Llegó a Esquivel Tech a horario, saludó a la antipática recepcionista y fue a su oficina, que era sencilla pero perfecta.Dejó la puerta abierta, atenta a la oficina de su jefe, por si acaso. Abrió la laptop y descubrió varios correos con las tareas con las que debería empezar ese día, y se puso manos a la obra.Media hora más tarde, escuchó unas voces en la oficina de Santiago Esquivel."Qué extraño, pensé que no llegaría temprano", se dijo.Luego, un grito de mujer la sobresaltó.Por instinto
-Señorita Márquez, tengo una reunión con mi padre y unos accionistas ahora. Necesito que me acompañe, es importante que se familiarice con el negocio, y además usted tiene los documentos del acuerdo. ¿Tuvo tiempo de revisar los balances que le envié?Muriel se puso de pie como si tuviera un resorte en el cuerpo, pasó disimuladamente la mano por su mejilla, y tomó la laptop de su escritorio, donde estaba su trabajo de esa mañana.-Sí, señor Esquivel, terminé con lo que me envió sobre los australianos.El gesto de la mujer no pasó desapercibido para Santiago. Pero no la quiso incomodar con una pregunta que, además, no le correspondía hacer. Se puso en camino mientras decía:-Perfecto, entonces vamos a la sala de juntas. -De acuerdo. Sin embargo…- Muriel dudó.Él se detuvo.-¿Qué es lo que sucede?Ella lo miró con cautela.-Si me permite una observación… Este acuerdo con los australianos no parece muy beneficioso para Esquivel Tech. Santiago la observó intrigado, levantando una ceja.
Tras algunos meses trabajando en Esquivel Tech, Muriel había comenzado a ahorrar lo suficiente como para darse el lujo de conseguir un automóvil usado que le permitiera llegar a su trabajo más rápido que en autobús.También había aprendido mucho más sobre la vida empresarial y se iba moviendo con comodidad en ese ambiente, volviéndose casi imprescindible en la dinámica entre Eduardo Esquivel y su hijo, cuya relación no parecía mejorar en lo más mínimo.Ese fin de semana, la oficina de recursos humanos de la empresa había organizado una fiesta por la primavera a la que era casi obligatorio asistir para todos los empleados.Muriel había esperado poder evadirse y no ir, pero otras secretarias le habían dicho que eso era muy mal visto en Esquivel Tech, sobre todo siendo nueva.Y, aunque no les creyó, no le pareció prudente faltar.Además, desde que se lo había contado, su hermana Sabrina la estaba volviendo loca con la idea de ayudarla a vestirse, maquillarse, peinarse, y conseguir un nov
Definitivamente la fiesta no sería de su estilo. Eso pudo notarlo al instante en que bajó de su auto en el enorme estacionamiento del salón de eventos, vio llegar a sus compañeros de trabajo y oyó la música.Todo en ella, a pesar de los esfuerzos de su hermana con su sencillo vestido, desentonaba con ese sitio.Se sintió tentada de huir, pero ya estaba allí. Acordó consigo misma que se quedaría exactamente dos horas, bebería un trago, saludaría a su jefe y luego se iría. No lograba quitarse de la cabeza la última canallada de su ex esposo, y el ambiente no le ayudaba a sentirse mejor. Se acercó a la barra, sin saber ni qué pedir, así que le dijo al barman:-Buenas noches, una copa de vino blanco, por favor.El hombre la miró extrañado, en medio de sus botellas de colores, pero enseguida le sirvió lo que pedía.Muriel recordó que no había cenado, y realmente no tenía hambre, sentía el estómago cerrado. Pero el vino era suave y delicioso, así que no se dio cuenta en qué momento había
Muriel no estaba en condiciones de negarse.A nada.Pero al menos no se trataba de un desconocido, y las probabilidades de que le pasara algo junto a Santiago Esquivel eran nulas.Sonrió para sí misma pensando en que no tenía ningún temor de que pudiera aprovecharse de "la vejestorio".Se sentía avergonzada, aunque ya no podía hacer nada para evitarlo.Había bebido como una adolescente.O en realidad, como hacía cuatro años que sentía la necesidad de beber. Sin embargo, no había resultado como esperaba. Ahogar las penas con alcohol no era tan efectivo como en las películas. Sólo había conseguido darle lástima a su frío y joven… y sensual jefe.Tomó el bolso y las llaves de Muriel y la llevó sosteniéndola de los hombros."Por todos los cielos, qué bien huele Santiago así de cerquita".Con un tacto que pensó que su jefe no tenía, él evitó preguntarle por qué había llegado a ese extremo.El mismo Santiago estaba sorprendido de su impulso protector. Probablemente se debía a que siempre l
Muriel flotaba en el agua, con los ojos cerrados, apenas oculta por la espuma. Su cabello estaba recogido y algunos mechones castaños caían desordenados. El mechón de plata, iluminaba su cabeza otorgándole cierta inusitada distinción.A pesar de que se quiso obligar a apartar la vista, Santiago se encontró mirando las suaves cúspides rosadas asomadas levemente en la superficie del agua, acabadas en unos botones apenas más oscuros que lo forzaron a pasar su lengua por su labio inferior. Lo visible, activaba su curiosidad por aquello que permanecía oculto, de ese cuerpo maduro… ¿Qué huellas secretas habría dibujado el tiempo? ¿Era el deseo lo que lo mantenía observando o era la admiración por una mujer como ella, inteligente, eficiente, responsable y madre amorosa? ¿O acaso era todo junto?...A pesar de que llevaba meses fingiendo ser indiferente a su secretaria, el simple hecho de estar allí, de pie, estático, con la mirada clavada en cada curva de esa mujer, y con su hombría comenzan
Muriel fue la primera en romper el encantamiento entre los dos, que los mantenía en una posición que debería ser incómoda pero no lo era, retrocediendo un paso mientras sentía su corazón latir a mil kilómetros por hora.Ardía en sus labios el fuego de sentirse tocados por el sabor tibio de Santiago y sus ojos eran atraídos sin remedio por esa mirada profundamente encendida.Balbuceó una excusa, a duras penas, y cuando pudo moverse, por fin, corrió al interior seguro de su hogar, dejando al hombre aún asombrado de sí mismo, y con un deseo nuevo que lo desconcertaba.Era definitivo, le gustaba Muriel.Él no sería capaz de dormir luego de ese beso tímido y casual, pero lleno de significado, así que en vez de volver a su casa, condujo directamente a un establecimiento de esos costosos donde solía beber y conquistar.Necesitaba descargar esas ganas que habían crecido desde que, en un arrebato de locura, había ofrecido ayuda a su secretaria.Pero, contra su costumbre, ninguna de las jóvenes
Muriel balbuceó unas instrucciones para la cena a su hermana y corrió a su habitación con su móvil.Sus manos temblaban cuando abrió nuevamente el correo electrónico, llena de incredulidad.Los archivos adjuntos eran fotos y videos íntimos que ni siquiera había notado cuándo fueron tomados por Javier.Era evidente que tenían varios años, ella era un poco más joven, y obedecía cada juego que el hombre le proponía, con tal de satisfacerlo, aunque a él nunca le hubiera preocupado más que su propio placer.Ella era dócil, sumisa… A pesar de que hoy, luego de su experiencia, ya no era así. Su ex esposo se había asegurado de obtener imágenes claras, explícitas, y que la hacían sentir náuseas al verse, más que nada por la rabia de saberse traicionada y filmada sin su consentimiento para, años más tarde, usar todo eso en su contra.Para algunos planos e imágenes, ella se lo había dejado muy fácil, al permitir que le vendara los ojos.Se sintió tan ridícula y tonta, viéndose a sí misma muy ex