Muriel observó al joven frente a ella, disgustada por ese escrutinio que los ojos verdes hacían de su persona.
Antes de que Santiago entrara, Eduardo Esquivel la había estado entrevistando con una cordialidad que no esperaba:-Tiene usted una educación sorprendente, señorita Márquez, llega recomendada por una persona cuya opinión es importante para mí, una amiga de mi juventud. Pero me asombra que haya estado inactiva tantos años con éstas calificaciones…Ella fue completamente sincera:-Me casé y fui madre poco después de haber finalizado mis estudios, así que me alejé del rubro los últimos doce años, aunque me mantenía actualizada…-Sí, eso veo, siguió haciendo cursos en línea…Muriel asintió.-Claro, es que siempre fue mi vocación…-¿Sigue casada?La pregunta la sorprendió. Le parecía personal. Pero el hombre frente a ella no lucía malintencionado.-No. Me divorcié hace cuatro años…-Ya veo…El hombre hizo una pausa.-Siento que usted está demasiado preparada para un puesto como el que ofrecemos, como secretaria… Aunque no descarto la posibilidad de que pueda crecer en esta empresa.Muriel lo miró a los ojos. Unos ojos verdes y afables. Honestos.-Le voy a ser sincera, señor Esquivel. En este momento, el puesto sería maravilloso para mí, aunque puedo entender que no soy el estereotipo de secretaria.- no pudo evitar mirar hacia afuera recordando a las jovencitas.Eduardo miró el currículo y sonrió. Era justo el apoyo que necesitaba para que su hijo trabajara y creciera en la empresa. No una mujer en sus veinte con la que Santiago se pusiera a jugar.Muriel podría incluso trabajar cuando el irresponsable de su hijo llegara tarde.Un hijo que, en ese momento, entraba a su oficina sin permiso, y tarde, como siempre.El joven era una copia de su padre, pero sin el toque de adusta distinción.Podía verse que había pasado una noche de fiesta, aunque a su edad podía disimularse más.Era un hombre muy atractivo. Demasiado, completamente fuera de su alcance, y que, por el intercambio entre padre e hijo, necesitaba más una niñera que una secretaria.La sorprendieron las palabras de Eduardo Esquivel:-Sólo una, pero no necesito más...Santiago se veía sorprendido, y no gratamente.-No puedes elegir a mi secretaria…Su padre sonrió.-Claro que puedo y ya lo hice. Muriel Márquez será tu nueva secretaria, a pesar de estar sobrecalificada para el puesto, es justo lo que necesitas.-No sabes lo que necesito…La mujer se sentía incómoda con la discusión. En medio de asuntos irresolutos entre padre e hijo que, claramente, no tenían que ver de verdad con ella.Como madre, podía entender al hombre mayor, cuando ese joven se comportaba como un adolescente tardío.Se quedó en silencio.Sabía que Eduardo ganaría la discusión, y era, en ese momento, lo que ella necesitaba.Se hizo una tensa pausa que enrareció el ambiente en la oficina.Eduardo suspiró.-Hijo, no necesitas una de esas jovencitas complacientes en este momento. Eso ya lo obtienes fuera de la oficina. Aquí vendrás a trabajar, y, para eso, la señorita Márquez es más que idónea…Santiago la miró de arriba a abajo, inquieto. Se negaba a admitir que su padre tuviera razón.-De acuerdo, papá. Pero antes le haré también una entrevista. Al menos debo conocerla…Ella se sintió inmediatamente en alerta. Algo en su voz, en su mirada, en su actitud… gritaba peligro.Algo así como su vientre que se estremecía absurda y ridículamente.El hombre mayor asintió:-Me parece bien…Santiago la miró.-Sígame a mi oficina, señorita Márquez.Ella se puso de pie.Con sus tacones bajos era sin embargo bastante alta, aunque él debía medir más de un metro noventa y la hizo sentirse intimidada.Lo siguió en silencio, intrigada por cuáles serían sus preguntas.Mientras pasaban, sintió los ojos curiosos clavados en su espalda.Escuchó a Eduardo Esquivel despedir a las demás candidatas.Santiago iba en silencio, curioso por esa mujer que su padre había escogido, entró a su oficina y se sentó en la silla frente a su escritorio.Muriel miró alrededor, descubriendo un espacio inmaculado y minimalista, desprovisto de marcas personales, frío… nuevo. Ese hombre no pasaba allí mucho tiempo.Mientras ella escrutaba el lugar, los ojos verdes la observaban.Mirándola bien, era bonita.Diez años mayor que él y absolutamente fuera de sus gustos en mujeres, pero bonita y con un porte natural que no dejaba de ser atractivo.Era mejor que no fuera su tipo, así no mezclaban las cosas y trabajaban, tal como su padre deseaba.Su mirada color miel, al principio dulce, evidenciaba inteligencia.Podía entender que su progenitor la hubiera elegido.-Tome asiento, señorita Márquez. Tenemos que hablar.Muriel se sentó en silencio, con la espalda recta y las piernas cruzadas.Allí, una vez frente a él y con el blazer abierto, Santiago notó la tensión del botón de la camisa a la altura de su escote, y cómo se comprimían sus caderas en la falda.Se sorprendió de la reacción instintiva de su cuerpo al observarla mejor.Intentó distraerse de esa inusitada sensación, con una pregunta:-"Señorita" Márquez… ¿Acaso es usted soltera?Ella alzó una ceja antes de responder. Decidió hacerle un escueto resumen de su vida. Se sentía incómoda en su presencia y era preferible apurar el trago.-Soy divorciada, hace cuatro años. Tengo un hijo de doce años al que mantengo sola. Me alejé de los negocios luego de casarme pero decidí retomar por estabilidad y debido a la caída de las ventas en mi emprendimiento personal. Siempre quise volver a trabajar en este ambiente, y con mi hijo más grande, me pareció un buen momento…Santiago se distrajo un poco con sus labios redondeados, pero la oyó con atención. Una atención que Muriel sintió y que la obligó a tragar saliva al terminar de hablar."¡Quién tuviera veinte años menos y nada que perder!", pensó. Hace veinte años, con su cuerpo intacto y sin obligaciones, se habría insinuado a ese monumento masculino, y él la habría mirado con menos renuencia. Porque ella había sido muy bella en sus veinte… y ahora en cambio…Otra vez la imagen del espejo."Tendré que sacar ese trasto delator del baño. Es una tortura. Lástima no haber aprovechado más mis encantos juveniles. Sólo fui de Javier…".-¿Tiene alguna otra pregunta, señor Esquivel?.Ella se veía incómoda.Y no le gustaba esa tensión, menos si se verían a diario.Así que se reclinó en su respaldo, suspiró un poco y cruzó sus manos antes de mirarla, esta vez más relajado.-Lamento haberme comportado de ese modo en la oficina de mi padre. No quise incomodarla, pero me fastidia cuando él intenta controlar mi vida. Sin embargo, confío en su criterio al elegirla. Así que espero que podamos trabajar juntos…Se sonrió antes de agregar:-Siendo honesto, usted trabajará más que yo, señorita Márquez. No suelo venir mucho. Tendrá, por lo tanto, un sueldo acorde a su puesto, y una oficina frente a la mía…Muriel asintió con una sonrisa franca.-Gracias, es justo lo que necesito…Luego lo miró con detenimiento, y luego a sí misma, y agregó:-Perdone mi atrevimiento… ¿Sería posible recibir un adelanto? Creo que tendré que actualizar mi guardarropa.Él asintió con un gesto amable.-Por supuesto, me parece una idea acertada.Santiago tomó su chequera, rellenó el papel en silencio y se lo tendió mientras se ponía de pie, indicando que daba por terminada la conversación:-Este es su primer sueldo. Pase por Recursos Humanos para arreglar lo demás. La espero mañana para comenzar.Ella se paró también, tomó el cheque sin mirarlo, y se dispuso a salir.-Gracias, señor Esquivel, nos vemos mañana.Sólo al salir de la oficina, Muriel miró el cheque y se quedó catatónica.Era cinco veces lo que esperaba cobrar.Al fin podría comenzar a ahorrar.Pese a las extrañas sensaciones cuando estaba cerca de Santiago Esquivel, por fin tenía el trabajo que había soñado.Santiago la observó irse y se quedó en su oficina, pensativo, con los brazos cruzados y la mirada perdida.Un suave y reconocible golpe en la puerta lo sacó de su silencio algo solemne.Seguramente era Eduardo. -Adelante.Su padre entró veloz, con una sonrisa triunfante y unos documentos en las manos.El joven suspiró mientras lo miraba a los ojos y se recostaba en su asiento con resignación. -Bien, papá, esta vez ganaste… te saliste con la tuya.El hombre mayor dejó los papeles en el escritorio y se sentó en el sillón enorme y reluciente de la oficina de su hijo antes de responder:-Ambos ganamos, Santiago. Esa mujer trabajará bien, estoy seguro, y te ayudará con lo que sea necesario. Te traje su currículo, ni siquiera lo miraste.-Confío en tu criterio…-De todas maneras te lo dejaré. Allí están sus datos de contacto para que los agendes… y para que veas que no la contraté por capricho o compasión. Tiene excelente preparación.El joven respondió con fastidio, presionando el puente
A la mañana temprano, Muriel dejó listo el desayuno para su hijo y su hermana, se puso su nuevo traje, uno color coral que le había fascinado, con una suave camisa de seda artificial color crema. Se sujetó el cabello en un semi recogido y salió a tomar el autobús.El viaje largo la hizo pensar que, si su trabajo prosperaba, tendría que comprar un auto, así el trayecto sería más breve y podía desayunar con su hijo antes de que se fuera a la escuela, que quedaba a dos calles de su pequeña casa.Llegó a Esquivel Tech a horario, saludó a la antipática recepcionista y fue a su oficina, que era sencilla pero perfecta.Dejó la puerta abierta, atenta a la oficina de su jefe, por si acaso. Abrió la laptop y descubrió varios correos con las tareas con las que debería empezar ese día, y se puso manos a la obra.Media hora más tarde, escuchó unas voces en la oficina de Santiago Esquivel."Qué extraño, pensé que no llegaría temprano", se dijo.Luego, un grito de mujer la sobresaltó.Por instinto
-Señorita Márquez, tengo una reunión con mi padre y unos accionistas ahora. Necesito que me acompañe, es importante que se familiarice con el negocio, y además usted tiene los documentos del acuerdo. ¿Tuvo tiempo de revisar los balances que le envié?Muriel se puso de pie como si tuviera un resorte en el cuerpo, pasó disimuladamente la mano por su mejilla, y tomó la laptop de su escritorio, donde estaba su trabajo de esa mañana.-Sí, señor Esquivel, terminé con lo que me envió sobre los australianos.El gesto de la mujer no pasó desapercibido para Santiago. Pero no la quiso incomodar con una pregunta que, además, no le correspondía hacer. Se puso en camino mientras decía:-Perfecto, entonces vamos a la sala de juntas. -De acuerdo. Sin embargo…- Muriel dudó.Él se detuvo.-¿Qué es lo que sucede?Ella lo miró con cautela.-Si me permite una observación… Este acuerdo con los australianos no parece muy beneficioso para Esquivel Tech. Santiago la observó intrigado, levantando una ceja.
Tras algunos meses trabajando en Esquivel Tech, Muriel había comenzado a ahorrar lo suficiente como para darse el lujo de conseguir un automóvil usado que le permitiera llegar a su trabajo más rápido que en autobús.También había aprendido mucho más sobre la vida empresarial y se iba moviendo con comodidad en ese ambiente, volviéndose casi imprescindible en la dinámica entre Eduardo Esquivel y su hijo, cuya relación no parecía mejorar en lo más mínimo.Ese fin de semana, la oficina de recursos humanos de la empresa había organizado una fiesta por la primavera a la que era casi obligatorio asistir para todos los empleados.Muriel había esperado poder evadirse y no ir, pero otras secretarias le habían dicho que eso era muy mal visto en Esquivel Tech, sobre todo siendo nueva.Y, aunque no les creyó, no le pareció prudente faltar.Además, desde que se lo había contado, su hermana Sabrina la estaba volviendo loca con la idea de ayudarla a vestirse, maquillarse, peinarse, y conseguir un nov
Definitivamente la fiesta no sería de su estilo. Eso pudo notarlo al instante en que bajó de su auto en el enorme estacionamiento del salón de eventos, vio llegar a sus compañeros de trabajo y oyó la música.Todo en ella, a pesar de los esfuerzos de su hermana con su sencillo vestido, desentonaba con ese sitio.Se sintió tentada de huir, pero ya estaba allí. Acordó consigo misma que se quedaría exactamente dos horas, bebería un trago, saludaría a su jefe y luego se iría. No lograba quitarse de la cabeza la última canallada de su ex esposo, y el ambiente no le ayudaba a sentirse mejor. Se acercó a la barra, sin saber ni qué pedir, así que le dijo al barman:-Buenas noches, una copa de vino blanco, por favor.El hombre la miró extrañado, en medio de sus botellas de colores, pero enseguida le sirvió lo que pedía.Muriel recordó que no había cenado, y realmente no tenía hambre, sentía el estómago cerrado. Pero el vino era suave y delicioso, así que no se dio cuenta en qué momento había
Muriel no estaba en condiciones de negarse.A nada.Pero al menos no se trataba de un desconocido, y las probabilidades de que le pasara algo junto a Santiago Esquivel eran nulas.Sonrió para sí misma pensando en que no tenía ningún temor de que pudiera aprovecharse de "la vejestorio".Se sentía avergonzada, aunque ya no podía hacer nada para evitarlo.Había bebido como una adolescente.O en realidad, como hacía cuatro años que sentía la necesidad de beber. Sin embargo, no había resultado como esperaba. Ahogar las penas con alcohol no era tan efectivo como en las películas. Sólo había conseguido darle lástima a su frío y joven… y sensual jefe.Tomó el bolso y las llaves de Muriel y la llevó sosteniéndola de los hombros."Por todos los cielos, qué bien huele Santiago así de cerquita".Con un tacto que pensó que su jefe no tenía, él evitó preguntarle por qué había llegado a ese extremo.El mismo Santiago estaba sorprendido de su impulso protector. Probablemente se debía a que siempre l
Muriel flotaba en el agua, con los ojos cerrados, apenas oculta por la espuma. Su cabello estaba recogido y algunos mechones castaños caían desordenados. El mechón de plata, iluminaba su cabeza otorgándole cierta inusitada distinción.A pesar de que se quiso obligar a apartar la vista, Santiago se encontró mirando las suaves cúspides rosadas asomadas levemente en la superficie del agua, acabadas en unos botones apenas más oscuros que lo forzaron a pasar su lengua por su labio inferior. Lo visible, activaba su curiosidad por aquello que permanecía oculto, de ese cuerpo maduro… ¿Qué huellas secretas habría dibujado el tiempo? ¿Era el deseo lo que lo mantenía observando o era la admiración por una mujer como ella, inteligente, eficiente, responsable y madre amorosa? ¿O acaso era todo junto?...A pesar de que llevaba meses fingiendo ser indiferente a su secretaria, el simple hecho de estar allí, de pie, estático, con la mirada clavada en cada curva de esa mujer, y con su hombría comenzan
Muriel fue la primera en romper el encantamiento entre los dos, que los mantenía en una posición que debería ser incómoda pero no lo era, retrocediendo un paso mientras sentía su corazón latir a mil kilómetros por hora.Ardía en sus labios el fuego de sentirse tocados por el sabor tibio de Santiago y sus ojos eran atraídos sin remedio por esa mirada profundamente encendida.Balbuceó una excusa, a duras penas, y cuando pudo moverse, por fin, corrió al interior seguro de su hogar, dejando al hombre aún asombrado de sí mismo, y con un deseo nuevo que lo desconcertaba.Era definitivo, le gustaba Muriel.Él no sería capaz de dormir luego de ese beso tímido y casual, pero lleno de significado, así que en vez de volver a su casa, condujo directamente a un establecimiento de esos costosos donde solía beber y conquistar.Necesitaba descargar esas ganas que habían crecido desde que, en un arrebato de locura, había ofrecido ayuda a su secretaria.Pero, contra su costumbre, ninguna de las jóvenes