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Capítulo 3. Quién tuviera veinte años menos...

Muriel observó al joven frente a ella, disgustada por ese escrutinio que los ojos verdes hacían de su persona.

Antes de que Santiago entrara, Eduardo Esquivel la había estado entrevistando con una cordialidad que no esperaba:

-Tiene usted una educación sorprendente, señorita Márquez, llega recomendada por una persona cuya opinión es importante para mí, una amiga de mi juventud. Pero me asombra que haya estado inactiva tantos años con éstas calificaciones…

Ella fue completamente sincera:

-Me casé y fui madre poco después de haber finalizado mis estudios, así que me alejé del rubro los últimos doce años, aunque me mantenía actualizada…

-Sí, eso veo, siguió haciendo cursos en línea…

Muriel asintió.

-Claro, es que siempre fue mi vocación…

-¿Sigue casada?

La pregunta la sorprendió. Le parecía personal. Pero el hombre frente a ella no lucía malintencionado.

-No. Me divorcié hace cuatro años…

-Ya veo…

El hombre hizo una pausa.

-Siento que usted está demasiado preparada para un puesto como el que ofrecemos, como secretaria… Aunque no descarto la posibilidad de que pueda crecer en esta empresa.

Muriel lo miró a los ojos. Unos ojos verdes y afables. Honestos.

-Le voy a ser sincera, señor Esquivel. En este momento, el puesto sería maravilloso para mí, aunque puedo entender que no soy el estereotipo de secretaria.- no pudo evitar mirar hacia afuera recordando a las jovencitas.

Eduardo miró el currículo y sonrió. Era justo el apoyo que necesitaba para que su hijo trabajara y creciera en la empresa. No una mujer en sus veinte con la que Santiago se pusiera a jugar.

Muriel podría incluso trabajar cuando el irresponsable de su hijo llegara tarde.

Un hijo que, en ese momento, entraba a su oficina sin permiso, y tarde, como siempre.

El joven era una copia de su padre, pero sin el toque de adusta distinción.

Podía verse que había pasado una noche de fiesta, aunque a su edad podía disimularse más.

Era un hombre muy atractivo. Demasiado, completamente fuera de su alcance, y que, por el intercambio entre padre e hijo, necesitaba más una niñera que una secretaria.

La sorprendieron las palabras de Eduardo Esquivel:

-Sólo una, pero no necesito más...

Santiago se veía sorprendido, y no gratamente.

-No puedes elegir a mi secretaria…

Su padre sonrió.

-Claro que puedo y ya lo hice. Muriel Márquez será tu nueva secretaria, a pesar de estar sobrecalificada para el puesto, es justo lo que necesitas.

-No sabes lo que necesito…

La mujer se sentía incómoda con la discusión. En medio de asuntos irresolutos entre padre e hijo que, claramente, no tenían que ver de verdad con ella.

Como madre, podía entender al hombre mayor, cuando ese joven se comportaba como un adolescente tardío.

Se quedó en silencio.

Sabía que Eduardo ganaría la discusión, y era, en ese momento, lo que ella necesitaba.

Se hizo una tensa pausa que enrareció el ambiente en la oficina.

Eduardo suspiró.

-Hijo, no necesitas una de esas jovencitas complacientes en este momento. Eso ya lo obtienes fuera de la oficina. Aquí vendrás a trabajar, y, para eso, la señorita Márquez es más que idónea…

Santiago la miró de arriba a abajo, inquieto. Se negaba a admitir que su padre tuviera razón.

-De acuerdo, papá. Pero antes le haré también una entrevista. Al menos debo conocerla…

Ella se sintió inmediatamente en alerta. Algo en su voz, en su mirada, en su actitud… gritaba peligro.

Algo así como su vientre que se estremecía absurda y ridículamente.

El hombre mayor asintió:

-Me parece bien…

Santiago la miró.

-Sígame a mi oficina, señorita Márquez.

Ella se puso de pie.

Con sus tacones bajos era sin embargo bastante alta, aunque él debía medir más de un metro noventa y la hizo sentirse intimidada.

Lo siguió en silencio, intrigada por cuáles serían sus preguntas.

Mientras pasaban, sintió los ojos curiosos clavados en su espalda.

Escuchó a Eduardo Esquivel despedir a las demás candidatas.

Santiago iba en silencio, curioso por esa mujer que su padre había escogido, entró a su oficina y se sentó en la silla frente a su escritorio.

Muriel miró alrededor, descubriendo un espacio inmaculado y minimalista, desprovisto de marcas personales, frío… nuevo. Ese hombre no pasaba allí mucho tiempo.

Mientras ella escrutaba el lugar, los ojos verdes la observaban.

Mirándola bien, era bonita.

Diez años mayor que él y absolutamente fuera de sus gustos en mujeres, pero bonita y con un porte natural que no dejaba de ser atractivo.

Era mejor que no fuera su tipo, así no mezclaban las cosas y trabajaban, tal como su padre deseaba.

Su mirada color miel, al principio dulce, evidenciaba inteligencia.

Podía entender que su progenitor la hubiera elegido.

-Tome asiento, señorita Márquez. Tenemos que hablar.

Muriel se sentó en silencio, con la espalda recta y las piernas cruzadas.

Allí, una vez frente a él y con el blazer abierto, Santiago notó la tensión del botón de la camisa a la altura de su escote, y cómo se comprimían sus caderas en la falda.

Se sorprendió de la reacción instintiva de su cuerpo al observarla mejor.

Intentó distraerse de esa inusitada sensación, con una pregunta:

-"Señorita" Márquez… ¿Acaso es usted soltera?

Ella alzó una ceja antes de responder. Decidió hacerle un escueto resumen de su vida. Se sentía incómoda en su presencia y era preferible apurar el trago.

-Soy divorciada, hace cuatro años. Tengo un hijo de doce años al que mantengo sola. Me alejé de los negocios luego de casarme pero decidí retomar por estabilidad y debido a la caída de las ventas en mi emprendimiento personal. Siempre quise volver a trabajar en este ambiente, y con mi hijo más grande, me pareció un buen momento…

Santiago se distrajo un poco con sus labios redondeados, pero la oyó con atención. Una atención que Muriel sintió y que la obligó a tragar saliva al terminar de hablar.

"¡Quién tuviera veinte años menos y nada que perder!", pensó. Hace veinte años, con su cuerpo intacto y sin obligaciones, se habría insinuado a ese monumento masculino, y él la habría mirado con menos renuencia. Porque ella había sido muy bella en sus veinte… y ahora en cambio…

Otra vez la imagen del espejo.

"Tendré que sacar ese trasto delator del baño. Es una tortura. Lástima no haber aprovechado más mis encantos juveniles. Sólo fui de Javier…".

-¿Tiene alguna otra pregunta, señor Esquivel?.

Ella se veía incómoda.

Y no le gustaba esa tensión, menos si se verían a diario.

Así que se reclinó en su respaldo, suspiró un poco y cruzó sus manos antes de mirarla, esta vez más relajado.

-Lamento haberme comportado de ese modo en la oficina de mi padre. No quise incomodarla, pero me fastidia cuando él intenta controlar mi vida. Sin embargo, confío en su criterio al elegirla. Así que espero que podamos trabajar juntos…

Se sonrió antes de agregar:

-Siendo honesto, usted trabajará más que yo, señorita Márquez. No suelo venir mucho. Tendrá, por lo tanto, un sueldo acorde a su puesto, y una oficina frente a la mía…

Muriel asintió con una sonrisa franca.

-Gracias, es justo lo que necesito…

Luego lo miró con detenimiento, y luego a sí misma, y agregó:

-Perdone mi atrevimiento… ¿Sería posible recibir un adelanto? Creo que tendré que actualizar mi guardarropa.

Él asintió con un gesto amable.

-Por supuesto, me parece una idea acertada.

Santiago tomó su chequera, rellenó el papel en silencio y se lo tendió mientras se ponía de pie, indicando que daba por terminada la conversación:

-Este es su primer sueldo. Pase por Recursos Humanos para arreglar lo demás. La espero mañana para comenzar.

Ella se paró también, tomó el cheque sin mirarlo, y se dispuso a salir.

-Gracias, señor Esquivel, nos vemos mañana.

Sólo al salir de la oficina, Muriel miró el cheque y se quedó catatónica.

Era cinco veces lo que esperaba cobrar.

Al fin podría comenzar a ahorrar.

Pese a las extrañas sensaciones cuando estaba cerca de Santiago Esquivel, por fin tenía el trabajo que había soñado.

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