Santiago se desperezó en la enorme cama de una habitación de hotel.
A su lado, una rubia despampanante, completamente desnuda, le sonreía con satisfacción.Nunca llevaba mujeres a su casa, para lo que siempre tenía disponible esa suite de lujo, a la que iba con tal frecuencia que ya se manejaba como en un segundo hogar, con ropa limpia y elegante en su vestidor.Miró a la mujer junto a él, dudando ahora, a la luz del día, de que realmente tuviera veintiún años. Parecía menor.No es que le molestara la juventud, pero no quería problemas con la ley, o su padre lo mataría.Decidió no pensar en eso, de todos modos, nunca volvería a verla.Y, considerando lo sucedido la noche anterior, no era ninguna niña inocente. Manifestaba una considerable experiencia.Desde hace cinco meses, Eduardo Esquivel lo había puesto al frente de la empresa, como director general, en un voto de confianza que el joven no había honrado aún, mostrándose algo irresponsable.Santiago se relajaba en el hecho de que su progenitor seguía en Esquivel Tech como asesor, y tomaba las decisiones cuando él no estaba.La jovencita se incorporó un poco en la cama, luciendo sus curvas perfectas, haciendo que el cuerpo del hombre reaccionara de inmediato.Sin embargo, descubrió con fastidio que hace casi una hora que debería estar en su oficina, y no tenía tiempo para dedicarle a la rubia, así que ignoró sus instintos, y se dirigió al cuarto de baño mientras le decía:-Vístete. Fue maravilloso, pero debo irme.Ella le dijo con voz algo chillona y una evidente decepción:-¿Tan pronto? ¿Me llamarás, Santi?Él le mintió:-Sí, por supuesto, Clarisa…Ella lo corrigió con sorpresa:-Soy Camila.-Claro… eso… Te llamaré… Ahora vete…Se dio media vuelta y entró a ducharse, sin mirarla un minuto más.Olvidaría su rostro, y jamás había agendado realmente su número telefónico.Santiago Esquivel era así.Un hombre de apenas treinta años que encandilaba con sus ojos verdes y cabello oscuro, alto, de músculos definidos a fuerza de gimnasio, con una billetera abultada, atributos impactantes que cortaban la respiración a sus amantes ocasionales, y un ego aún más grande que su riqueza.No se comprometía con nada, ni nadie, aunque su padre estaba haciendo esfuerzos porque al menos se involucrara responsablemente en los negocios.No era malo en su trabajo. Sólo inconstante.Aunque cuando se enfocaba era un CEO feroz e inteligente, por lo general prefería dedicarse a sus aficiones, antes que a sus obligaciones.Santiago se duchó largamente, despejando su mente de los efectos de la fiesta de la noche anterior, del alcohol, y de las mujeres que se le insinuaron sin disimulo.El agua corría por su cuerpo perfecto, revitalizándolo.Salió del hotel con una muda de ropa limpia que guardaba en el vestidor de la suite, que ya estaba vacía sin rastros de la rubia, se dirigió a su lujosa casa, donde eligió con cuidado un traje más acorde con su día y desayunó en la cocina junto a Edith, la anciana cocinera que lo adoraba como a un nieto, y con la que tenía justamente esa relación como de abuela, y una confianza única.Aunque la mujer reprobaba su comportamiento errático, no dejaba de mimarlo y cuidarlo.Después de un desayuno, una reprimenda y un analgésico, Santiago se fue a la oficina, llegando casi dos horas más tarde de lo que le había pedido su padre.Subió a las oficinas sin prisa, sonriendo como un galán a la recepcionista y a las jovencitas que lo miraron casi babeando.Entonces recordó que Eduardo le había hablado de contratar una secretaria para que lo ayudara a organizarse y enfocarse en el trabajo.Observó a las mujeres con mirada de lobo hambriento, como si se tratara de un catálogo de sabores deliciosos, y pensó que, tal vez, con una de ellas en la oficina podría divertirse y quedarse más horas en la empresa, tal como su padre quería.Su padre…No dejaba de recordarle que, a su edad, él ya estaba casado, con un hijo y una empresa floreciente.Que tenía que sentar cabeza y dejar de comportarse como un adolescente en celo, buscar una novia formal y comenzar una familia.Según Eduardo, no le exigía mucho.Pero Santiago no deseaba renunciar a la libertad.No se había enamorado, descontando un amor pueril de su adolescencia, ni se imaginaba como padre, por lo que se cuidaba muy bien con sus conquistas.Incluso se había planteado una vasectomía.Admiraba y apreciaba mucho a su padre, pese a que no habían compartido mucho en su infancia a causa del trabajo.Pero no estaba dispuesto a seguir sus pasos a rajatabla.-Su padre está entrevistando ahora a "una" de las candidatas, señor Esquivel. Solicitó que no lo molestaran.- le dijo la recepcionista con un extraño gesto de disgusto que no supo identificar. Como si la "candidata" no fuera de su agrado."A lo mejor la mujer es demasiado bonita, y ella está celosa", pensó Santiago.Esa idea lo hizo sonreír, y tomó la decisión de interrumpir, para ver si era más interesante que la docena que esperaba afuera, que, cuanto más las miraba, más idénticas entre sí le parecían.Hermosas, pero todas tan igualmente peinadas, maquilladas y vestidas… que de pronto se sintió agobiado.Así que, ignorando la advertencia, abrió la puerta de la oficina de su padre y entró sin golpear.Ante sus ojos no estaba el ángel que había imaginado, sino una mujer madura y de vestimenta anticuada, cuyos ojos vivaces lo observaron con curiosidad, mientras su padre, quien le sonreía a ella gratamente satisfecho, sostenía el currículo en sus manos y luego lo miraba alzando una ceja, con una interrogación pintada en su rostro.-Solicité que no me interrumpieran, hijo. Llegas dos horas demasiado tarde para elegir a tu secretaria, así que me estoy haciendo cargo.El joven lo miró con fastidio.-Sin embargo, afuera hay aún muchas candidatas para entrevistar. Puedo ocuparme de esto a partir de ahora.-Me demoré más de lo esperado con la señorita Márquez, pero no será necesario seguir con las entrevistas. Ya lo he decidido. Claro, si ella acepta trabajar contigo...Santiago lo miró sin entender. No era el único. Muriel también estaba sorprendida.El hijo preguntó:-¿Ya? ¿Cuántas entrevistas has hecho?Eduardo Esquivel sonrió.-Sólo una. Pero no necesito más.Santiago miró a Muriel con más detenimiento.No era fea, pero no era para nada su tipo, además de que podía ver claramente que esa mujer tenía veinte años más que las que esperaban afuera.Sin duda esa mujer mayor no le daría el entretenimiento en el que había pensado al entrar a la recepción, ni la motivación para quedarse en la oficina.Tenía un buen cuerpo, para su edad, bonitas curvas, labios sensuales… aunque ella también lo observaba ahora, y a él no le gustaba la forma en que lo hacía.Había un brillo que lo confundía.Muriel observó al joven frente a ella, disgustada por ese escrutinio que los ojos verdes hacían de su persona.Antes de que Santiago entrara, Eduardo Esquivel la había estado entrevistando con una cordialidad que no esperaba:-Tiene usted una educación sorprendente, señorita Márquez, llega recomendada por una persona cuya opinión es importante para mí, una amiga de mi juventud. Pero me asombra que haya estado inactiva tantos años con éstas calificaciones…Ella fue completamente sincera:-Me casé y fui madre poco después de haber finalizado mis estudios, así que me alejé del rubro los últimos doce años, aunque me mantenía actualizada…-Sí, eso veo, siguió haciendo cursos en línea…Muriel asintió. -Claro, es que siempre fue mi vocación…-¿Sigue casada?La pregunta la sorprendió. Le parecía personal. Pero el hombre frente a ella no lucía malintencionado.-No. Me divorcié hace cuatro años…-Ya veo…El hombre hizo una pausa.-Siento que usted está demasiado preparada para un puesto como e
Santiago la observó irse y se quedó en su oficina, pensativo, con los brazos cruzados y la mirada perdida.Un suave y reconocible golpe en la puerta lo sacó de su silencio algo solemne.Seguramente era Eduardo. -Adelante.Su padre entró veloz, con una sonrisa triunfante y unos documentos en las manos.El joven suspiró mientras lo miraba a los ojos y se recostaba en su asiento con resignación. -Bien, papá, esta vez ganaste… te saliste con la tuya.El hombre mayor dejó los papeles en el escritorio y se sentó en el sillón enorme y reluciente de la oficina de su hijo antes de responder:-Ambos ganamos, Santiago. Esa mujer trabajará bien, estoy seguro, y te ayudará con lo que sea necesario. Te traje su currículo, ni siquiera lo miraste.-Confío en tu criterio…-De todas maneras te lo dejaré. Allí están sus datos de contacto para que los agendes… y para que veas que no la contraté por capricho o compasión. Tiene excelente preparación.El joven respondió con fastidio, presionando el puente
A la mañana temprano, Muriel dejó listo el desayuno para su hijo y su hermana, se puso su nuevo traje, uno color coral que le había fascinado, con una suave camisa de seda artificial color crema. Se sujetó el cabello en un semi recogido y salió a tomar el autobús.El viaje largo la hizo pensar que, si su trabajo prosperaba, tendría que comprar un auto, así el trayecto sería más breve y podía desayunar con su hijo antes de que se fuera a la escuela, que quedaba a dos calles de su pequeña casa.Llegó a Esquivel Tech a horario, saludó a la antipática recepcionista y fue a su oficina, que era sencilla pero perfecta.Dejó la puerta abierta, atenta a la oficina de su jefe, por si acaso. Abrió la laptop y descubrió varios correos con las tareas con las que debería empezar ese día, y se puso manos a la obra.Media hora más tarde, escuchó unas voces en la oficina de Santiago Esquivel."Qué extraño, pensé que no llegaría temprano", se dijo.Luego, un grito de mujer la sobresaltó.Por instinto
-Señorita Márquez, tengo una reunión con mi padre y unos accionistas ahora. Necesito que me acompañe, es importante que se familiarice con el negocio, y además usted tiene los documentos del acuerdo. ¿Tuvo tiempo de revisar los balances que le envié?Muriel se puso de pie como si tuviera un resorte en el cuerpo, pasó disimuladamente la mano por su mejilla, y tomó la laptop de su escritorio, donde estaba su trabajo de esa mañana.-Sí, señor Esquivel, terminé con lo que me envió sobre los australianos.El gesto de la mujer no pasó desapercibido para Santiago. Pero no la quiso incomodar con una pregunta que, además, no le correspondía hacer. Se puso en camino mientras decía:-Perfecto, entonces vamos a la sala de juntas. -De acuerdo. Sin embargo…- Muriel dudó.Él se detuvo.-¿Qué es lo que sucede?Ella lo miró con cautela.-Si me permite una observación… Este acuerdo con los australianos no parece muy beneficioso para Esquivel Tech. Santiago la observó intrigado, levantando una ceja.
Tras algunos meses trabajando en Esquivel Tech, Muriel había comenzado a ahorrar lo suficiente como para darse el lujo de conseguir un automóvil usado que le permitiera llegar a su trabajo más rápido que en autobús.También había aprendido mucho más sobre la vida empresarial y se iba moviendo con comodidad en ese ambiente, volviéndose casi imprescindible en la dinámica entre Eduardo Esquivel y su hijo, cuya relación no parecía mejorar en lo más mínimo.Ese fin de semana, la oficina de recursos humanos de la empresa había organizado una fiesta por la primavera a la que era casi obligatorio asistir para todos los empleados.Muriel había esperado poder evadirse y no ir, pero otras secretarias le habían dicho que eso era muy mal visto en Esquivel Tech, sobre todo siendo nueva.Y, aunque no les creyó, no le pareció prudente faltar.Además, desde que se lo había contado, su hermana Sabrina la estaba volviendo loca con la idea de ayudarla a vestirse, maquillarse, peinarse, y conseguir un nov
Definitivamente la fiesta no sería de su estilo. Eso pudo notarlo al instante en que bajó de su auto en el enorme estacionamiento del salón de eventos, vio llegar a sus compañeros de trabajo y oyó la música.Todo en ella, a pesar de los esfuerzos de su hermana con su sencillo vestido, desentonaba con ese sitio.Se sintió tentada de huir, pero ya estaba allí. Acordó consigo misma que se quedaría exactamente dos horas, bebería un trago, saludaría a su jefe y luego se iría. No lograba quitarse de la cabeza la última canallada de su ex esposo, y el ambiente no le ayudaba a sentirse mejor. Se acercó a la barra, sin saber ni qué pedir, así que le dijo al barman:-Buenas noches, una copa de vino blanco, por favor.El hombre la miró extrañado, en medio de sus botellas de colores, pero enseguida le sirvió lo que pedía.Muriel recordó que no había cenado, y realmente no tenía hambre, sentía el estómago cerrado. Pero el vino era suave y delicioso, así que no se dio cuenta en qué momento había
Muriel no estaba en condiciones de negarse.A nada.Pero al menos no se trataba de un desconocido, y las probabilidades de que le pasara algo junto a Santiago Esquivel eran nulas.Sonrió para sí misma pensando en que no tenía ningún temor de que pudiera aprovecharse de "la vejestorio".Se sentía avergonzada, aunque ya no podía hacer nada para evitarlo.Había bebido como una adolescente.O en realidad, como hacía cuatro años que sentía la necesidad de beber. Sin embargo, no había resultado como esperaba. Ahogar las penas con alcohol no era tan efectivo como en las películas. Sólo había conseguido darle lástima a su frío y joven… y sensual jefe.Tomó el bolso y las llaves de Muriel y la llevó sosteniéndola de los hombros."Por todos los cielos, qué bien huele Santiago así de cerquita".Con un tacto que pensó que su jefe no tenía, él evitó preguntarle por qué había llegado a ese extremo.El mismo Santiago estaba sorprendido de su impulso protector. Probablemente se debía a que siempre l
Muriel flotaba en el agua, con los ojos cerrados, apenas oculta por la espuma. Su cabello estaba recogido y algunos mechones castaños caían desordenados. El mechón de plata, iluminaba su cabeza otorgándole cierta inusitada distinción.A pesar de que se quiso obligar a apartar la vista, Santiago se encontró mirando las suaves cúspides rosadas asomadas levemente en la superficie del agua, acabadas en unos botones apenas más oscuros que lo forzaron a pasar su lengua por su labio inferior. Lo visible, activaba su curiosidad por aquello que permanecía oculto, de ese cuerpo maduro… ¿Qué huellas secretas habría dibujado el tiempo? ¿Era el deseo lo que lo mantenía observando o era la admiración por una mujer como ella, inteligente, eficiente, responsable y madre amorosa? ¿O acaso era todo junto?...A pesar de que llevaba meses fingiendo ser indiferente a su secretaria, el simple hecho de estar allí, de pie, estático, con la mirada clavada en cada curva de esa mujer, y con su hombría comenzan