Era muy temprano, casi de madrugada, cuando Santiago Esquivel llegó al alejado departamento en los suburbios donde había acordado reunirse con un hombre, al que no conocía, pero Javier Vasconcelos sí.Si temía por su vida, al presentarse allí solo, lo disimulaba muy bien.Sabía que el otro ya había llegado, puesto que un auto negro y algunos sujetos sospechosos con trajes oscuros y lentes de sol lo vigilaban desde adentro.Caminó con paso firme y golpeó la puerta con los nudillos, un par de veces. Desde el interior, una voz no demasiado grave y con un marcado acento que le costó identificar, le respondió:-Pase.Al entrar, se topó frente a frente con un hombre menudo, quizá de unos cincuenta años y con rasgos asiáticos, probablemente japonés.Pronto comprendió. -Tome asiento, señor Esquivel, sé que tenemos mucho de qué hablar.-Eso me han dicho, aunque desconozco quién es usted.-Simplemente un hombre de negocios, como usted, con un problema en común: Gunther Hesse. Pero, si lo deja
Cuando Muriel abrió los ojos, tuvo esa inevitable sensación de "dejá vu".Una habitación blanca, y unos inconfundibles ojos verdes fijos en ella.A su lado, su retoño, cuya sonrisa aliviada le devolvió el alma al cuerpo.Con dificultad, balbuceó:-¿Qué… qué pasó?...Joaquín habló:-Santi y yo te encontramos desmayada en casa, en tu habitación… Dicen los médicos que estás bien… el bebé también. Pero tendrás que hacer reposo absoluto.Muriel sonrió.-Una madre no puede hacer reposo absoluto, cariño. Debo volver al trabajo… Estaré bien…Santiago la observó allí recostada, con ese vientre redondeado que ya era hermoso y notorio, e intervino:-Lo siento, Muriel, pero los médicos fueron tajantes. Absoluto. No puedes ni batir un huevo, o perderás tu embarazo e incluso tú podrías morir. No correré ese riesgo. Tú, Joaquín y mi hijo, se vienen a casa. Edith ya está preparando todo.Los ojos de Muriel se abrieron como platos. -¿Tu hijo? ¿Cómo?... ¡Joaquín!El joven se encogió de hombros.-Perdó
Santiago suspiró y puso los ojos en blanco. Luego se dirigió al ama de llaves.-Está bien, Edith. Quédate atenta a la señorita Márquez y lo que necesite. Yo me encargo de esto. Mamá, papá, síganme a la sala. Hablaremos…Sandra lanzó una mirada furiosa a la otra mujer y, casi arrastrando del brazo a su marido, siguió a su hijo.Una vez que los tres se sentaron, el joven sonrió.-Quería esperar un poco más de tiempo antes de hablar con ustedes, porque prefería evitar este tipo de situaciones. Pero supongo que, conociéndote, mamá, eso era imposible…La mujer se mostró indignada.-¡No puedes pretender que me quede de brazos cruzados mientras desperdicias tu vida con una zorra vieja! Apenas es unos años más joven que yo… ¡es una locura!Él suspiró y se giró hacia su padre.-No he descuidado mi trabajo, papá. Creí que al menos tú lo entenderías…-¡Lo entiendo! Pero, tu madre…-Sí. Lo sé. Siempre ha sido igual…Sandra se enojó.-¡No te creas mejor que tu padre! Esta locura demuestra que eres
En pocas semanas, Muriel había recuperado su color, su embarazo avanzaba maravillosamente y la convivencia era perfecta. Santiago la cuidaba mucho, pero el reposo seguía siendo absoluto, al punto que el obstetra directamente la visitaba en la mansión, ocultando a duras penas la sorpresa de encontrarla precisamente allí, junto al famoso empresario. Lo único difícil de sobrellevar era tener que mantener la distancia en la cama, pero ambos tenían suficiente paciencia y cuando los movimientos de su hija se hicieron más perceptibles y notorios, estaban tan fascinados y él estaba tan visiblemente feliz, que el hecho de que se desearan tanto, solía quedar en segundo plano.Cada fin de semana, sin falta, Sabrina los visitaba. Aún parecía tener algo de reticencia respecto a la inusual relación de su hermana mayor, y sus prejuicios seguían siendo fuertes. Pero disfrutaba verla feliz luego de tantos años sufriendo. Además, había conocido un joven en su trabajo con el que parecía estar comenzan
Santiago recibió la llamada de Edith en medio de una reunión en la que también estaba su padre quien, pese a su intención de retirarse del negocio, aún se presentaba al trabajo en ocasiones importantes.Poco pudo comprender de las palabras de angustia de la empleada fiel, excepto que su hija nacería antes de tiempo, que su madre había irrumpido en la casa y algo que no entendió sobre unas fotos.Se despidió rápidamente con una excusa, y condujo como impulsado por un par de cohetes, hasta el hospital donde lo esperaba el ama de llaves conversando con el doctor.La mirada del galeno lo preocupó de inmediato.-Llegué tan pronto como pude, doctor. ¿Está todo bien?El hombre suspiró y negó levemente con la cabeza. Santiago sintió que el corazón se le detenía.-Su hija se adelantó más de lo esperado. Tan solo una semana más y sus posibilidades habrían sido mucho mejores… Sin embargo, no debemos perder las esperanzas. En este momento está en incubadora y la atenderán los mejores especialista
Los días se detuvieron de golpe.Pasaban en lentas horas que incrementaban su angustia.Festejaban cada gramo ganado y sufrían en cada pitido de alarma de los monitores. Desde el día del parto, Santiago se había negado a ver o hablar con sus padres.Tanto él como Muriel parecían sombras errantes, orbitando la sala de neonatología y esperando con una paciencia que no tenían.El rostro de los doctores era como una máscara indescifrable, pero las enfermeras, amorosas y compadecidas, les decían que tuvieran esperanzas. Ellas eran testigos de dolores y de milagros. Y ellos se aferraban a esa fe. Hablaban con su pequeña Isabella para que sintiera su presencia, y cuando por fin los dejaron apoyarla en su pecho, con mucho cuidado, sintieron que tocaban el cielo con las manos.Día tras día, noche tras noche, esperaron.Hasta que, una tarde, todo cambió.-Su pequeña está fuera de peligro. Si todo sigue así, en una semana más, podría recibir el alta médica.Y esta vez, las lágrimas fueron de f
La pequeña correteaba entre los juegos del patio, indiferente al delicado vestido que su madre le había puesto para la fiesta de su cuarto cumpleaños.Enterraba sus manitos en la arena, ensuciaba sus zapatitos en el césped, y vigilaba con detenimiento el pastel de arcoiris sobre la mesa, mientras su padre observaba su lacio cabello castaño y el brillo de picardía infantil en sus ojos verdes. Le habían asignado la imposible tarea de vigilar que no se desarreglara antes de la llegada de los invitados, pero para él no había mayor placer que verla divertirse, aunque su apariencia de princesa de cuento se transformara en la de una pequeña criatura salvaje.Cuando el último moño le caía de la cabeza, su hermano salió al jardín y no pudo contener la risa.-Cuando mamá la vea te matará, Santi. Le tomó mucho tiempo arreglarla…El hombre sonrió.-Evitar que haga desastres parece que no está en mi naturaleza, Jay. Su madre ya lo sabe, creo que me asignó esa tarea sólo para que la deje cocinar e
Muriel se miró al espejo, descubriendo, con el mismo horror de cada mañana, que la vida no se parecía en lo absoluto a lo que había soñado a los veinte años.Había cumplido cuarenta y un años, y odiaba con intensidad lo que el reflejo le mostraba.-Debería evitar mirarme cuando salgo de la ducha, esto es tan deprimente y frustrante…- se dijo a sí misma.Porque claro, desde hace tiempo, no hacía más que hablar sola, cuando tenía esos momentos de incómodo silencio en su cuarto de baño o su habitación.Sin embargo, la curiosidad casi morbosa de ver en su cuerpo los efectos del paso de los años, la obligó a quedarse allí de pie, antes de cubrirse con su vieja bata de baño.Su cabello castaño y en ondas, antes tan brillantes, se veía algo descuidado, dejando traslucir que desde hacía doce años, la prioridad no había sido más que su hijo, Joaquín, incipiente adolescente que a veces la adoraba y otras la detestaba.Típico.Un mechón de cabello gris, que se negaba a pintar, caía cerca de su f