Capítulo 3

MADRID, ESPAÑA. AÑO 1846

JESÚS CASTELO "37 años".

Tuve que salir de Londres lo más rápido que pude, con la sola idea de venir al rescate de Elena, pero al llegar a la gran casa familiar. La sorpresa que me llevé al ver llegar a Elena con una radiante sonrisa y vestida con las ropas más finas, me dejó furioso y estupefacto.

— ¡Oh, Jesús! Llegaste. —dijo muy alegre.

— ¡Podrías explicar cómo es que estás a punto de quedar en la ruina y te paseas tan feliz y campante con ropas caras! —pregunté con una ceja levantada.

—Ah, eso... Sabía que si te lo pedía amablemente no regresarías a España, así que tuve que mentir un poquito al escribir dicha carta. —quería matarla, viajé contra todo para buscar "salvarla" y me encuentro con esta mentira, le dejé el camino libre a Cambell.

—Elena, ¿tienes idea de las ganas que tengo de estrangularte? —ella se acercó y me dio un beso en la mejilla.

—Yo también te extrañé Jesús. Además nadie puede dejarme en la calle, moví muy bien mis hilos cuando ese asqueroso vivía, él dejó muy en claro en su testamento que todo lo tenía pasaría a mi poder, mi abogado no dejó que ni un centavo se me escapara o me fuera quitado por aquellos buitres.— rodé los ojos, ¿por qué no lo supuse? Elena era tan orgullosa que antes muerta que pedir ayuda. Mucho menos la mía. 

— ¿Hace cuánto no nos vemos?—pregunté con una sonrisa que ella me correspondió.

—Desde la muerte de padre.

—Y la de tu esposo. —pasamos a la sala para estar más cómodos y conversar.

—Ese desgraciado ni siquiera merecía el funeral que tuvo, pero debía mantener las apariencias ¿no? —ella rió con cinismo.

—No has cambiado nada, ¿cierto hermana? —me serví una buena copa de vino. Necesitaba saborear algo de alcohol para pasar el enojo.

—Tu tampoco lo has hecho hermano, aunque si noto algo diferente en ti. ¡Ahs! Ya sé que es, el olor de un perdedor que regresa después de haberse rendido. Que sorpresa Jesús, siempre pensé que eras de los que no se rendían.

Hice una mueca y tomé de mi copa.

—Había olvidado lo insoportable que puedes llegar a ser. —La risa de ella solo me fastidió más. —Te extrañé.

—De haberme extrañado habrías escrito. — reí. Elena siempre tan perspicaz. 

—Siempre inteligente, ¿no es cierto?

—Nuestro padre y tú siempre querían dejarme por fuera de sus conversaciones para ser una ridícula muchacha casamentera que buscara un gran pavo al cual devorar, no les sirvió de mucho. Aunque no pude hacer nada cuando me obligó a contraer nupcias con aquél viejo gordo y asqueroso. —un ligero sentimiento de culpa y melancolía recorrió mi pecho, recordar el día de la boda de Elena, si podía haber novia más infeliz en el día de su boda. Mi hermana les ganó a todas ellas, no sonrió en ningún momento, no actuó, solo mostró su profundo odio y desagrado ante la unión.  

—Pero ya está muerto, te dejó una buena fortuna.

—Lo único bueno que me dejó ese petulante y asqueroso tipo. Fingí muy bien mi papel el tiempo que fue necesario.

—Nunca te pregunté, ¿cómo murió tu esposo?. Tengo mucha curiosidad —ella levantó una ceja.

—Fornicando encima de una muchacha que tenía edad para ser su nieta, sus malos hábitos, obsesiones con la comida y bebida al menos fueron fruto de algo bueno —Elena tomó todo el contenido de su copa.— ¿Por qué? ¿Acaso pensaste que pude haberlo matado? 

—Tal vez.

—Mi querido Jesús, no sabes cuantas ganas tuve de hacerlo, cada vez que me tocaba, me besaba. Pero el que sabe esperar recibe siempre los mejores frutos. —Me quedé pensativo, en la sala se hizo un silencio algo tenso—Hermano... ¿recuerdas a Nicolle Belmonte?

Preguntó sacándome de mis pensamientos.  

—Cómo olvidar a la mocosa que me seguía a todas partes —dije con fastidio, recordando muchas de las veces que pasé en la casa de la familia Belmonte. Sobre todo el día en que le robé un beso a dicha muchacha.

—De mocosa ya no tiene nada.

—Eso no me interesa, suficiente tengo con el recuerdo de esa chiquilla de trenzas largas y dientes chuecos. —mi hermana sonrió. 

—Jesús, si la vieras. La inocente está a punto de casarse con un hijo de puta.

—Las palabras—. Dije en tono de reprimenda

—Puedo decir lo que quiera, suficiente callé al compartir lecho con aquél asqueroso hombre. —rodé los ojos.

— ¿Y qué piensas hacer? ¿Acaso planeas volverte ángel guardián de la muchacha? 

—No, yo no. Sino tú.

—Déjame fuera de tus obras de caridad.

—Jesús tienes poder, prestigio, como una verga colgando entre tus piernas, a ti te obedecerán mucho más rápido.

—Aunque interviniera, tendría que haber una buena razón para hacerlo. 

—Hay una solución más rápida y efectiva.

— ¿Y cuál es?

—Cásate tú con la muchacha — Solté una gran carcajada al escuchar su idea tan absurda.

—Estás demente. 

— ¿Por qué no?, ella es joven, hermosa y con dote. ¿Qué más deseas en una esposa?

—No gracias Elena.

—Jesús...

—Te dije que no, ahora déjame en paz antes de que cambie de opinión y te estrangule por mentirosa. —ella solo sonrió.  

Me marché de la sala y subí las escaleras en dirección a la que antes era mi habitación. Entré y el dormitorio estaba limpio y ventilado, no había cambiado mucho.

—Hice que la arreglaran para tu regreso. Después de todo eres el Conde Castelo, dueño y señor de todo esto. —Dijo mi hermana a mis espaldas, caminé por todo el dormitorio—Esto perteneció a padre, no sabes cuánto soñé con tener una habitación así de grande y espaciosa para mi sola.

—Pues si tanto la quieres quédate aquí, todo lo que ese viejo dejó siempre me importó nada. —ella rió con amargura.

—Lo quieras o no, padre te enseñó a ser quien eres. Te hizo ser un hombre rico y respetado. Tienes poder y la habilidad de manejar a todos a tu antojo y voluntad, ¿por qué rechazar tal regalo? Si yo fuera hombre te aseguro que sería imparable, lastimosamente en esta sociedad cerrada solo me ven como un objeto que lo único que sabe es abrir sus piernas, al menos puedo usar eso a mi favor.  

—Me sorprende lo fría que puedes llegar a ser Elena. Y por eso mismo encuentro extraño que ahora te las quieras dar de virgen salvadora por Nicolle Belmonte —mi hermana se mantenía pacífica —Dime la verdad sobre tu interés en ayudarla.

—Querido hermano ya te lo dije, se casará con un hijo de puta. Puedo ser una santa de devoción cuando me lo propongo. —Dijo guiñándome un ojo —Cámbiate y ponte muy guapo hermano, esta noche quiero que me acompañes a cenar. Primera cena familiar en años en esta casa, ¿no te parece una idea fantástica?

—Solo sal de aquí para que pueda descansar. —le ordené y ella con una sonrisa cínica salió de la habitación. 

Mi hermana me volverá loco, ella y su estúpida idea de salvar a esa muchacha, Nicolle Belmonte, la ensoñadora y demasiado inocente muchacha que decidió colarse a mi habitación para robarme un beso, el solo recordar ese momento a un rio divertido. 

Nicolle con sus ojos demasiado grandes, cuyo cabello largo casi siempre lo llevaba desordenado y amarrado en apretadas trenzas o moños, y ni hablar de los vestidos puritanos y conservadores que siempre usaba. Esa pequeña adolescente se había atrevido a esconderse en mis aposentos y robarme un beso mientras dormía. Resultaba difícil de imaginar.

Y el que Elena la defienda y quiera ayudar, solo crea en mí una inmensa curiosidad. ¿Nicolle seguirá siendo esa misma adolescente ensoñadora y puritana?

NICOLLE. "22 años"

—Tu prometido vino a verte. —me informó Esmee y yo solo pude esbozar una mueca.

—Dile que estoy indispuesta.

—Como si eso funcionara, ese bastardo no se moverá de ahí hasta que te vea, eso ha dejado entender —dijo mi hermana con resentimiento, suspiré frustrada.

—Si pudiera desaparecerlo de mi vida chasqueando mis dedos, lo haría.  

—Anda hermana, solo unos minutos después yo misma lo despacho.

—De acuerdo iré. —ella asintió y salió de mi dormitorio. 

Busqué la paciencia de donde no tenía para aguantar aquél mequetrefe, salí de la habitación y me encaminé hacia la salita, ahí estaba él con su sonrisa torcida.  

—Mi bella florecilla —forcé una sonrisa. Se acercó y su asqueroso olor invadió mi nariz. 

—Señor Lemoine, por favor su distancia. —pedí conteniendo un poco la respiración, su olor me repugnaba. 

Odiaba a los hombres que preferían bañarse en frascos de colonia que darse un baño más de una vez a la semana, Pierre Lemoine era uno de esos hombres. Por no decir otro de sus defectos, él no era especialmente atractivo, su cabello demasiado rizado con un color casi rozando al naranja, ojos grandes como de sapo, color miel, podría decir que ese es su único atractivo, el color de sus ojos. Su cara llena de infinitas pecas que no le favorecían, había hombres y mujeres que las pecas le dejaban un atractivo tierno pero a él no.

Y por último sus dientes chuecos, ni hablar de su mal aliento. ¿Cómo podría besar a un hombre cuyo aliento huele peor que la letrina de un barco? 

—Te traje esto. —me mostró una gran caja de terciopelo, la abrió y me dejó estupefacta el gran collar de diamantes. 

—Señor.... Es un tanto.... Ostentoso.

— ¿Le gusta? —miré el collar, se veía demasiado costoso, grande y... Lo odiaba, no me gustaba, siempre aborrecí este tipo de regalos.

—Es muy lindo, pero es demasiado....

— ¡Para nada! Mi futura esposa siempre debe usar este tipo de joyas. —lo sacó del estuche. 

—No, espere. No creo que...—igualmente rodeó mi cuello con el gran collar y me lo abrocha, pesaba en mi cuello y era incómodo usarlo. 

—Muchas gracias por el regalo y su visita señor Pierre, pero ya debe irse. —pedí con una sonrisa forzada.

—Antes... Me gustaría darte un beso.

— ¡Pierre, no!—me zafé de su intento por acercarse.

— ¿¡Por qué no!? Pronto estaremos casados. —tomó mi muñeca. 

— ¡Suéltame! No quiero... —no me dejó terminar y solo juntó nuestros labios, puse mis manos en sus hombros para apartarlo, su olor, su toque, todo de él me daba asco. 

— ¡Hermana!—Esmee hizo su aparición y él me soltó, tosí los más disimulado que pude. Y contenía las arcadas para no vomitar.

Me sentía sucia y asqueada.

—Señor Lemoine, le debo pedir que se retire—dijo con severidad mi hermana. Pierre volteó y me miró con una sonrisa.

—Hasta pronto mi bella florecilla. —se fue y busqué la botella de brandy que había en el salón y tomé un profundo trago, no me importaba si mi padre me reprendía o me reprocha, necesitaba quitarme ese sucio olor y sabor de mis labios. 

—Nicolle por favor deja eso. —mi hermana me quitó la botella de las manos—. Eres aún muy inocente para estar tomando como borracha.

—No podré hacerlo Esmee, no sé qué haré pero prefiero todo antes que casarme con ese asqueroso francés, ni siquiera puede darse un baño o lavarse la boca, me da un profundo asco.

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